La vida invisible de Addie Larue: sin aferramientos al olvido

El tiempo pesa. Se adhiere al alma y arraiga en cada una de nuestras entrañas. En La vida invisible de Addie Larue de la escritora estadunidense Victoria E. Schwab, conocemos a Addie, quien vive en un pueblo francés a principios del siglo XVII, quien fue criada bajo la idea de nacer, casarse, tener hijos y morir sobre el mismo pedazo de tierra donde naciste; sin embargo, a consecuencia de su desesperación por ser libre, Addie se ve acorralada a pedir un trato tergiversado donde termina bajo la maldición de la inmortalidad y ser olvidada permanentemente. Un libro impregnado de nostalgia y una gran soledad acompañada por personas que la olvidan cuando dejan de verla.

En La vida invisible de Addie Larue conocemos cómo Addie vivió cada una de las fechas que marcaron a la humanidad. Al principio de cada capítulo encontramos una fecha distinta, la cual, con el paso de las páginas, te enredan en un vaivén de lo contemporáneo y los principios del siglo XVII, y, con el doloroso paso del tiempo, vivir la maldición junto con Addie: atravesar las estaciones, las heladas, las miserias de hambruna, la desesperanza de recurrir al oficio más antiguo de la humanidad; pero también a ver la magia en las sonrisas de personas que conoce y los olvidos de cada una de éstas, hasta llegar a algún invierno perteneciente ya a nuestro siglo XXI.

Con unas ganas inmensas de vivir, Addie recorre tierras y trasciende fronteras bajo la pluma de Schwab, llena de hermosas metáforas y unas líneas que rozan la poesía en cada una de sus comparaciones y descripciones, y junto a ella sufrimos la importancia de ser parte del entorno con nuestros actos. También, lo fundamental de dejar huellas que trascienden para alimentar nuestra esencia.

A pesar de sus avenencias e infortunios, Addie devuelve las ganas de vivir a cualquier lector que se encuentre «en modo automático». Devuelve a nuestras almas las inmensas ganas de descubrir; que trescientos años no son suficientes para conocer a todo y a todos, ni siquiera a nosotros mismos. Nos regresa la importancia y la noción del tiempo, sobre todo, lo que hacemos con lo que se nos ha entregado en las manos.

A pesar de los olvidos, Addie encuentra la vida en la música, en la manifestación de cada arte, en el caminar de las personas y en cada una de sus sonrisas. Es ahí donde se esconde la magia de la vida, por muy invisible que esta pueda llegar a ser.

Pienso que, de manera directa o indirecta, Addie y su carcelero de inmortalidad llamado Luc —«dueño y señor de la oscuridad»— eran seres condenados a la soledad; sin embargo, ambos mantienen una batalla pasivo-agresiva donde se sostienen del orgullo para mantener la razón.

Confieso, sigo aferrándome a la oscuridad de su portada, a la profundidad de cada una de sus palabras; sólo así puedo hacer una tregua con mi aferramiento y ceder a dejarlo en fila, entre los demás libros sobre la repisa del librero. Sin embargo, cuando quiera emocionarme, cuando quiera descubrir la aventura de algo nuevo y busque un par de ojos verdes detrás de las estrellas, sé que Addie estará ahí, conmigo.

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