Leche de cucarachas, el tortuoso camino del (anti)héroe

Difícil es caminar
En un extraño lugar
En donde el hambre se ve
Como un gran circo en acción

Un gran circo; Maldita vecindad 
y los Hijos del Quinto Patio

Si en España la mítica colección Hooligans Ilustrados de Libros del KO y en Argentina la producción a gran escala de editoriales como LibroFutbol han permitido que la narrativa en torno al fútbol goce de una buena salud en cuanto a volumen de títulos y lectores se refiere, en México, ante la desconcertante indiferencia de los sellos hegemónicos, Editorial Gato Blanco ha levantado la mano como semillero de nuevas plumas.

De ahí emerge precisamente Leche de cucarachas —metáfora maquinada por un poeta devenido en entomólogo, o mejor dicho un entomólogo devenido en poeta—, de Alexander Hernández, una novela urbana enmarcada en los barrios populares de la Ciudad de México que aborda el microcosmos del fútbol amateur, la imagen del balón como posibilidad de movilidad social y el tortuoso camino del (anti)héroe contemporáneo que busca eludir la tragedia que le fue destinada por un sistema voraz y opresor.

Avatar —un guiño al blockbuster de James Cameron— es el personaje principal de una historia que defiende la oralidad y el lenguaje barrial como mecanismos para dotar al fútbol de un atributo eminentemente social, que permite engarzar con soltura las peripecias de un dealer de los bajos fondos que aspira a redimirse y escapar de la miseria tras el sueño de convertirse en jugador profesional. 

Si la narrativa futbolera en México se distinguió durante la segunda mitad del siglo XX por su excesivo embelesamiento y hedonismo, voces rebeldes como las de Hernández nos recuerdan que el fútbol que se juega en el Maracaná de Tepito tiene una gramática y mitología propia. Y que, pese a todos los intentos por mercantilizarlo y elitizarlo, el gran secreto de su grandeza reside en su carácter popular e indomable.

De modo que en Leche de cucarachas el fútbol es la única verdad que permite paliar el infierno del día a día, aunque luego se manifieste en un madrazo con la secadora bajo los versos de los Hermanos Carrión, la voz gruesa de César Évora, el carisma de Saúl Lisazo y las conquistas de Andrés García que una madre le hereda a un hijo en su periplo por las fauces del amateurismo profesional. 

Que el fútbol y la vida, conviene recordar, no son de merecer. ¿Es que son pendejos?

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