Biblioteca personal Rubén Cortés (Ricardo López Si)

Lecturas de abril (II)

Una sugerente mezcla de crónica autobiográfica y ensayo personal, otro capítulo más del mejor backstage literario del momento, sátiras sobre Jesucristo, monólogos interiores, reflexiones sobre el sentido de pertenencia, cineastas devenidos en narradores y dispersiones conforman nuestras lecturas propuestas para darle carpetazo al mes de abril.

Aviones sobrevolando un monstruo; Daniel Saldaña París

«Lo primero y principal es un lugar al que volver», apunta Daniel Saldaña París en una de las crónicas-ensayos-memorias de Aviones sobrevolando un monstruo. Y vaya que el poeta, narrador y traductor mexicano vuelve a los lugares donde amó —o al menos afrontó— la vida: azoteas chilangas,  Cuernavaca con todo y rastros de Malcolm Lowry, la terraza de un café en La Habana, los sótanos de las iglesias en Montreal, un sauna en Madrid, el cerro Tepeite, el ruido y el silencio, casas y bibliotecas propias y ajenas. El autor de En medio de extrañas víctimas y El nervio principal fusiona crónica autobiográfica y ensayo personal en nueve textos honestos y entrañables sobre sus propios fantasmas y demonios, anclados en el partir de su amada-odiada Ciudad de México y regresar a ella tras vivir en otros lares experiencias definitivas: el dolor de una enfermedad crónica, el abrazo de diversas yerbas y sustancias, los amores rotos, las amistades nuevas, las lecturas por oficio y por placer, las caminatas como paliativo y detonante, la transgresión cediendo lugar a la ternura, la melancolía permanente aún en el presente en que se narran —y se leen— los recuerdos, esos recuerdos inventados que, al anunciarse como tales, lejos de alejarnos nos acerca más a su autor. Si bien han aparecido previamente en otras publicaciones, no es difícil imaginar muchos de los párrafos resguardados en los diarios íntimos de Saldaña París, quien en éste libro deja asomar al apasionado del cuaderno, el apunte, la entrada de diario y la escritura a mano. Y, tras ello, permite al lector seguir las huellas de su proceso de escritura, con todos los tormentos y bienestares que le sobrevuelan.

Editar «Guerra y Paz»; Mario Muchnik

El mes pasado, por este mismo espacio, rescataba lo que decía Mikaël Gómez Guthart en torno a que la mayor virtud de la traducción, buena o mala, era promover la circulación de los libros. En Editar «Guerra y Paz», el mítico editor argentino Mario Muchnik —sacralizado por haber traducido al español a Elias Canetti, Italo Calvino y Susan Sontag— lleva la idea aún más lejos, puesto que idealiza el oficio de traductor de libro clásicos como algo que se asemeja mucho más al trabajo del autor de la versión original. Por lo que, según sus palabras, para llevar a cabo esa misión, el traductor habrá de tener la cultura suficiente para ello. Si Zweig descubrió el vasto misterio de la concentración absoluta en Mendel el de los libros, Muchnik hizo lo propio con la sensación de temor ante el final ineluctable de la narración, cuando con catorce años emprendió su primera lectura del clásico del conde Lev Tolstói. El viaje de Muchnik para hacer suya la gran novela rusa nos descubre varias cosas, entre ellas la devoción de Tolstói por las repeticiones —siempre estigmatizadas por los correctores de estilo—, las cuales, según el editor argentino, cumplen una función «persuasiva». De modo que podemos sugerir que alguien como Tolstói más que escribir, predicaba. De ahí que nunca haya sido imposible desvincular al predicador y moralista del escritor de novela realista. Dicho esto, resulta muy enternecedor cómo Muchnik se vuelca al proyecto sin reservas, dejándose buena parte de su salud al haber pasado cerca de mil horas ante una computadora. Aunque seguramente su gran hallazgo haya estado en el hecho de entender que el poder transformador de las relecturas maduras no provoca efecto alguno en los libros, sino en nosotros mismos. Como si hiciera falta, para abrirnos el apetito la poeta y ensayista uruguaya Ida Vitale nos regala un prólogo de los que ya nos tiene acostumbrados la colección Editor de Gris Tormenta. 

Sed; Amélie Nothomb

«Lo que yo estoy viviendo es repulsivo y grosero. ¡Si por lo menos pudiera confiar en la rápida capacidad de los pueblos para olvidar! Lo que más me desanima es que se hablará de ello por los siglos de los siglos, y no para desprestigiar mi destino. Ningún sufrimiento humano será objeto de una glorificación tan grande. Me darán las gracias por ello. Me admirarán por ello. Creerán en mí por ello. Y es precisamente por eso por lo que no consigo perdonarme. Soy el responsable del mayor despropósito de la historia, y del más dañino.» Son palabras extraídas del reciente libro Sed, de Amélie Nothomb, editado por Anagrama. Se trata de una narración en primera persona de la vida de Jesucristo, desde su condena hasta su muerte. Con toques de sátira y crítica hacia lo que significa para el personaje ser el hijo de Dios, qué es el amor carnal y pasional tal y como lo concibe con María Magdalena y con la conciencia que este tiene del efecto en la historia de la humanidad a posteriori, Nothomb crea las piezas que forjan un libro corto pero entusiasta. Es posible ver en este reminiscencias de Herman Hesse o del propio José Saramago en su libro El Evangelio según Jesucristo.

Al faro; Virginia Woolf

Podríamos decir que es una novela y, al mismo tiempo, un análisis de los movimientos de la conciencia. Casi diría que la descripción de los pensamientos de Lily Briscoe se convierte a ratos en un ensayo eidético de corte trascendental. Sin embargo, la construcción narrativa que parte de la ficción no se queda atrás. Tal y como lo prueba el discurso estético que compone Woolf cuando habla de la belleza que posee el mundo (Pág. 132), pues entre las páginas de To the Lighthouse (Ed. Alma Classics), encontramos una propuesta animista que llena el vacío al que han sido sometidos, tanto los conceptos de “ausencia” como de “amor”. Aquí, el tiempo toma otro matiz y un viaje a un faro se convierte en el retrato de toda una familia (Los Ramsey), que espera 10 años para poder cumplir con dicha travesía. Al final, en esta increíble novela aparece de todo, desde una crítica a la sociedad patriarcal de su tiempo hasta un tratado sobre la soledad (Pág. 60). No hay duda, las palabras de Virginia Woolf siguen más vivas que nunca.

Primera persona; Margarita García Robayo

En este libro compuesto por diez crónicas, Margarito García Robayo nos pasea por distintos fragmentos de una vida. Una especie de álbum en el que observamos la incomoda intimidad familiar y personal. Cada uno de los textos destapan con crudeza y realidad distintos ángulos de la vida: la relación con sus padres, con amigas, con la religión, con la lactancia y su marido, con las exigencias de la adultez, su relación con el sexo y todo lo que representan esos delicados tópicos dentro de la mente y el cuerpo de una mujer latinoamericana. El estar rodeada de juicios, de voces que intentan guiarnos por un camino que muchas veces no deseamos y somos obligadas a tomar. Este libro reeditado por Editorial Marea nos destapa y estremece mediante una mirada feroz y honesta de una forma despiadada, y nos lleva a reflexionar sobre el verdadero sentido de pertenencia, sobre la vida que llevamos a cuestas, sobre las heridas que aún no hemos logrado sanar.

Érase una vez en Hollywood; Quentin Tarantino

Pensándolo seriamente, si Quentin Tarantino decide un día dejar de hacer cine para convertirse en escritor, perderemos a un cineasta y ganaremos a un magnífico narrador en la literatura. El paso de Tarantino de la dirección a la escritura se siente como una transición natural luego de esos monstruosos guiones en Pulp Fiction (1994) y Inglourious Basterds (2009), por mencionar sólo dos ejemplos en una filmografía corta pero certera. Érase una vez en Hollywood (2021) es una novela que expande y renueva el universo planteado en la película de 2019. Nos encontramos de nuevo con las desventuras del actor en decadencia Rick Dalton y la vida marital de la encantadora Sharon Tate con Roman Polanski; sin embargo, el verdadero protagonista del relato es el doble de acción Cliff Booth, el personaje interpretado por Brad Pitt. Dividido por capítulos, en sus 400 páginas el libro agrega nuevas escenas que dan información sobre el pasado de Booth; sabremos si en verdad mató o no a su esposa y cómo fue que consiguió a la temible/adorable pitbull Brandy. Atiborrado de referencias a series de televisión, películas y nombres de actores/actrices de la época, Érase una vez en Hollywood resulta un deleite para los fanáticos del estilo del director, y demuestra lo que Tarantino ha decretado desde su primer ejercicio artístico en 1992: el cine no es sólo imagen, el guion es tan importante como el plano y es en los divertidos diálogos donde está la inconfundible marca de la casa. También hay la habitual violencia, música, western, muchos pies, e incluso algunas autorreferencias que van enlazando con cada capítulo una narración que divierte e intriga al mismo tiempo, revelando en sus minuciosas descripciones dónde decide poner Tarantino la cámara cuando llega al set. No cabe aquí la pregunta si la película es mejor que el libro o viceversa, la experiencia cinematográfica se enriquece de la literaria en un ameno viaje al corazón del Hollywood de finales de los sesenta.

Dispersión; Pepe Colubi

Algunas veces me he cruzado con gente extremadamente preocupada por su condición de «ser pensante». Me suelen decir, «tío, es que es una putada, no puedo dejar de pensar». Y me lo dicen así, tal cual, como si se tratara de una maldición que solo ellos padecen. Puede que a mí no se me conozca por ser alguien que piensa demasiado, pero, joder, está claro que de vez en cuando también pienso. A lo mejor no pienso tanto como algunos, pero lo que está claro es que al final todos lo hacemos. Por lo que sea. Gran parte del pensar se basa en el recuerdo, que condiciona la manera en que lo hacemos. La mayoría piensa en ser alguien o en no serlo pero muy pocos se atreven a pensar en dejar de pensar. Porque qué puta pereza da pensar. Pensar nos destroza. Nos convierte en animales ridículos que no saben que están haciendo el ridículo. Y eso me parece de puta madre. Hacer el ridículo sea seguramente el rasgo por excelencia del ser humano. Pensar solo conforma allana el camino. Recordar quiénes somos y por qué nos aterra y a su vez, sublima todos nuestros pudores más arraigados. Los mismos pudores que conducen a empalmes grotescos y pajas mentales en grupo. Que nos hacen perder autobuses o dejarnos las llaves de casa y cerrar la puerta antes de ir a comprar justo el día en que todo el bloque se ha ido de vacaciones en crucero para conectar más con los vecinos. Pepe Colubi no es ajeno al ridículo, pero es de los pocos que se atreve a ondear su bandera con orgullo. Teniendo en cuenta el título del libro y quién lo escribe, solo tengo que puntualizar una cosa: no os comáis un plátano si estáis de after. Da una imagen pésima del local. 

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