Poesía no lineal y comprometida, historias desde el exilio, novelas con altas cuotas autobiográficas, cuentos de terror y memorias a manera de denuncia se abren paso para celebrar diciembre y despedir el 2021.
El reino de lo no lineal; Elisa Díaz Castelo
Quebranto, impermanencia, resultado inesperado o no exitoso. [¿Son las aproximaciones suficientes para poder anticipar un sentimiento insospechado? ¿Las aproximaciones en realidad lo son cuando, parece, han traspasado el umbral de cierta realidad directamente hacia los sueños? ¿Qué es lo suficiente para conocer(se), para comprender un algo? ¿Es que el antes y el después es algo realmente cierto, comprensible, que merece la pena de vivirse y morirse?] En El reino de lo no lineal, Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) construye una serie de definiciones y episodios vivenciales que sirven como (un) espejo que contiene en sí un reflejo inexplorado de la vida y la muerte, su contención, ese espacio liminal que los separa y permite conceptualizarlos por separado. Son muchas voces que atraviesan definiciones tomadas de diccionarios como el de la RAE, Wikipedia u otros diccionarios que permiten diversificar los términos. Que en realidad no son sólo términos sino experiencias, exploraciones, una especie de de memorias propias y ajenas que hacen juego a lo desconocido. Con un humor que se respira natural, con versos construidos desde la emotividad y un estilo excepcional, Díaz Castelo nos conduce de ida y vuelta, entre vida y muerte, no para intentar solucionarnos dudas ni para implantarnos un nuevo pensamiento. Sí, por el contrario, para refrescar las dudas, visualizar de nuevo lo que aqueja, la solitud, nuestros últimos y primeros días, nuestro paso por la tierra, el anhelo y cierto amor. Vale pensar, para concluir, que si hay acaso un reino único que cobije el universo entero, será uno parecido a este: uno no lineal.
Los eufemismos; Ana Negri
Me pareció encontrar en Clara, alter ego de Ana Negri y protagonista de Los eufemismos, ciertos paralelismos con la Clara de La azotea, obra que consagró a Fernanda Trías. En ambos casos hablamos de mujeres que buscan desesperadamente lianas a las cuales aferrarse para no terminar siendo engullidas por la paranoia de su propio entorno. Habiendo dicho esto, se trata de dos novelas que transitan por lugares bien distintos. Los eufemismos es, ante todo, una historia de exilio, construida como un grito de denuncia que no sólo visibiliza a los torturados y desaparecidos durante el gobierno de la Junta Militar en Argentina, también a los rotos, los hijos de la dictadura, los que no aparecen en los carteles ni en los burocráticos procesos de reparación. Las secuelas de las persecuciones políticas que vivió la madre de Clara devienen en el surgimiento de una serie de eufemismos, insuficientes para paliar un pasado convulso y que, al mismo tiempo, se vuelven un lastre para afrontar la vida en el destierro. El exilio duele y se tangibiliza incluso en los libros y los viejos cuadernos olvidados en el fondo del cajón, porque a Clara leer le provoca una inmensa vergüenza, por no saber qué acento usar: el de la argentina que se asoma a través de los recuerdos de otros o el de la mexicana incompleta que sólo utiliza para (sobre)vivir. ¿Y a qué me sujetó?, se pregunta al final de la novela, consciente de que el desmoronamiento es ineludible. Y es entonces cuando en otro acto de escapismo, burlando las fauces del colapso definitivo, la plegaria se refugia en una sentencia de Charly García: El más cuerdo es el más delirante.
Travesía por los mares del cosmos; Hélène Courtois
Siguiendo la idea de Sanmartín, desde el primer momento en que nos adentramos al libro de Hélène Courtois, Travesía por los mares del cosmos. Nuestro hogar en el universo: Laniakea (Ed. Grano de Sal, 2021), la ciencia se convierte en poesía. Se trata de un libro fascinante que, por medio de palabras, describe la posición de la Vía Láctea dentro de un supercúmulo de galaxias. Sin duda, una de las mejores obras de cosmología que he leído recientemente, pues no solamente aborda el descubrimiento de Laniakea, sino también es posible enecontrar la teoría de Kant sobre los llamados «universos isla». Al igual que la diferencia entre galaxias elípticas y galaxias espirales. Sin olvidar la cuestión de la materia oscura y esa fabulosa sección donde aparecen las ecuaciones de Yehuda Hoffman, las cuales configuran su algoritmo de reconstrucción de velocidades. Es decir, es un libro dentro de muchos más, donde emergen, al mismo tiempo, una serie de biografías de astrofísicas excepcionales como Wendy Freedman y su trabajo en la determinación del valor de la constante de Hubble. No hay duda, el universo es un punto de encuentro donde converge la voz de Courtois.
La mujer habitada; Gioconda Belli
Gioconda Belli, poeta y novelista nicaragüense, escribió La mujer habitada probablemente desde su propia vivencia como guerrillera del Frente Sandinista. Ya lo decía Roque Dalton: “tú podrás llegar a la poesía por la vía de la revolución”. Hablamos de la historia de dos voces femeninas que, al final de cuentas, se unen en una misma. Lavinia vuelve a Latinoamérica después de concluir sus estudios de arquitectura en Europa. El llamado de su tierra natal fue implacable. Regresó más libre, independiente y consciente. Tras conocer a Felipe, el vínculo emocional entre ambos, junto con su propia participación en el movimiento de liberación, así como el cuestionamiento de su vida privilegiada, despiertan en Lavinia una tensión entre el individualismo y lo colectivo. Por otro lado, está la voz narrativa de Itzá, una indígena protectora de su comunidad en tiempos de la conquista español, encarnada en el naranjo del jardín de Lavinia. Ambos personajes nos muestran aquella lucha femenina constante desde dentro hacia afuera. En este libro, Belli nos regala una impecable reflexión sobre el reflejo de la lucha social en Latinoamérica desde el ángulo de la intersección femenina, sin dejar de lado el cuestionamiento de las relaciones de poder masculinas a lo largo de la historia.
Shakespeare nunca lo hizo; Charles Bukowski
Vale, volvemos al primer capítulo de mi juventud, cuando lo único que me interesaba leer era la contraportada de los periódicos deportivos. Teniendo en cuenta que, según te haces mayor (en el ámbito educativo), se te obliga cada vez más a leer, y cuanto más lees, más tediosas te parecen las lecturas obligatorias —vamos, aceptémoslo, es imposible que a un chaval de dieciséis años le parezca bien leerse Romeo y Julieta de un plumazo para luego tener que escribir un ensayo de dos páginas sobre por qué es importante dejar de leer novelas rosa—, resulta curioso que haya un autor que consiga captar la atención de un chaval perdido en la vida que ignora que escribir palabrotas es divertidísimo. Conocí a Bukowski con La senda del perdedor, el único libro decente que había en la biblioteca de mi facultad, y desde entonces me resulta imposible concebir una novela en la que sus personajes no tengan problemas de hígado y una vida tan miserable que dan ganas de subirse a un puente y gritar «me tiro, os juro que esta vez lo voy a hacer». Eso sí, os voy a ser sincero: una vez lees una novela (dejamos de lado los poemas) de Bukowski, las has leído todas. En cada una hay reflexiones únicas e irrepetibles, auténticos tesoros de la filosofía moderna, pero hay que reconocer que las tramas se resumen en dos palabras: beber y follar. Es la fama que él quería y es la que se ganó. Sin embargo, el otro día me topé con un libro suyo que aún no había leído: Shakespeare nunca lo hizo. Hay autores que da igual lo que escriban, sacas la tarjeta de crédito y pagas por lo que haya, aunque sea un sinsentido de viajes y vino de cartón, aunque, en este caso, es lo único que espero. La novela funciona como una crónica de viajes en la que vuelve a Alemania, acompañado de su mujer, Linda Lee. Se pasean por París y no sé por dónde más —me leí la novela más borracho de lo que él la escribió—, perdiendo trenes, apostando su suerte a los caballos, causando altercados y despertándose con resaca habiéndolo olvidado todo. Sinceramente, no ofrece nada más allá de lo que se espera del rey de la indecencia, y en la mayoría de casos, incluso diría que se queda corto —el amor de una mujer ablanda lo que sea, incluso el gélido corazón de Henry Chinaski—, pero una cosa os voy a decir: está lleno de fotos inéditas, así que… a beber se ha dicho.
Kwaidan; Lafcadio Hearn
La primera vez que escuché sobre Lafcadio Hearn debió ser en 2006, durante un curso de cine de terror japonés en el Claustro de Sor Juana, con sus pasillos atiborrados de gatos y una oscuridad que daba escalofríos. Corte A: caminando por las calles del Centro Histórico, muy cerca de donde Carlos Fuentes ubicó la casa de Aura, encontré en una librería un ejemplar de Kwaidan (1904) a punto de deshacerse. Las paginas amarillentas y el olor a humedad del libro sólo incrementaron la extrañeza inquietante. Lo que Freud llamaba: lo siniestro. Si alguien amó, interpretó y divulgó la cultura japonesa, fue Lafcadio Hearn. Hijo de madre griega y padre irlandés, la vida del escritor y periodista fue tan intrínseca como muchos de sus relatos. Prácticamente abandonado siendo un niño, se volvió un trotamundos hasta que llegó a Japón en 1890; se casó con una mujer nativa y fue profesor en la Universidad de Tokio. Kwaidan es una recopilación de cuentos aterradores que se adentran en temas como la muerte y la reencarnación, la naturaleza y el karma, desglosando las tradiciones y creencias japonesas. Son relatos breves, 17 cuentos variados en temática y estilo que tienen algo en común: la escalofriante narrativa que emana el libro desde la primera letra. Fascinado por el misterio y riqueza cultural de Oriente, Hearn tomó de antiguos libros japoneses algunas leyendas aterradoras y las moldeó en sus cuentos; también encontró historias de origen chino que le impactaron y algunas más provenientes de nativos de la zona que le confiaban crónicas atroces. Demonios, samuráis y fantasmas (de cabello muy negro) deambulan entre relatos tan desconcertantes como tétricos, mientras Hearn, por medio de notas y apuntes, ayuda al lector occidental a entender términos japoneses ambiguos. La humedad y el hedor de la muerte, la naturalidad del regreso de ultratumba y la caligrafía como elemento para confundir espectros, son ejemplos de los temas que viven dentro de las páginas de Kwaidan. Elegir un cuento favorito es inútil. En su conjunto, los relatos crean un universo macabro en el que el traslado de uno a otro va incrementando la tensión y el horror. Sin dejar de señalar ese extraño sentimiento que queda al terminar la lectura: ¿cuántas vidas habremos vivido ya?
Mi país inventado; Isabel Allende
En el momento exacto en el cual escribo estas líneas, me he enterado de la trágica muerte de la pequeña chilena de 14 años de edad, Valentina Orellana, quien falleció por impactos de bala emanados de armas policiacas en Los Ángeles, Estados Unidos. Los oficiales se encontraban atendiendo una llamada de auxilio en una tienda cuando, al intentar abatir al agresor de dos mujeres que se encontraban en el lugar, dispararon hacia el vestidor en donde Valentina y su madre estaban escondidas. Valentina, por supuesto, tenía aspiraciones fantásticas; ella quería ser ingeniera, quería construir robots y la violencia se las arrebató. Así me percato de que miles de niñas mueren entre conflictos bélicos, pero, muchas otras, fallecen en el silencio del machismo aplastante y hegemónico. Para entender un poco de lo que las mujeres viven en Latinoamérica, en esta ocasión les ofrezco, amables lectores, Mi país inventado, una radiografía magnífica sobre el territorio chileno y la muerte intelectual (o los intentos, porque a Isabel Allende nadie la pudo tirar). Allende nos precisa la tónica de la misoginia, la imposibilidad para poder salir adelante siendo mujer en un país que las orilla y recluye a las cocinas y las recámaras (para poder engendrar), la mentalidad humorística, hogareña y cálida del chileno promedio, que siempre se preocupa por el extranjero que camina, errante, por las calles de su sureño territorio. Sin prisas y con mucha claridad (diferente a otros ejemplos de descripción nacional pacíficos), Allende logra tejer su historia con la cultura chilena, sus vivencias traumáticas con el sentir de la nación que le vio crecer. Por ello les exhorto a que lean este breve alegato en contra del orgullo chileno, a que brinquen hacia las páginas simpáticas y experimentadas de una mujer que vivió la dictadura pinochetista desde el exilio, que caminó por las calles de Chile cuando este se encontraba bajo el régimen de Salvador Allende (pariente suyo, por gracia del guion existencial). Propongo visitar a Allende desde los augurios de sus nietos y las anécdotas nostálgicas de una vida bien vivida, desde las playas y los campos largos de Mi país inventado.
Tienes que mirar; Anna Starobinets
Anna Starobinets, la llamada “reina rusa del terror”, causó un gran revuelo mediático en su primera obra de no ficción. En ella, la autora nos cuenta cómo se convirtió en su propia protagonista de un cuento de terror, cuando un médico le anunció que el hijo que estaba esperando no iba a sobrevivir. Desde el prefacio nos aclara que no es literatura, y como lo único que sabe hacer es escribir, plasma sus desgarradoras memorias denunciando los abusos, la falta de empatía, la poca orientación y acompañamiento psicológico que padecen las madres que deben interrumpir su embarazo por causas médicas, dentro del inhumano sistema de salud ruso. Tienes que mirar, traducido por Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado y publicado por Impedimenta este año, es una historia con nombres y testimonios reales, un acto de valentía que lucha por crear conciencia.
Asesinato; Vicente Leñero
El 6 de octubre de 1978, el matrimonio Muñoz Izquierdo —un exsecretario de estado y exgobernador; una escritora con éxito relativo en la crítica y el público—: amanecieron prácticamente decapitados a machetazos en su mansión de las Lomas de Chapultepec. En Asesinato, Vicente Leñero realizó un trabajo de periodismo monumental para esclarecer el crimen. Con afortunada ironía, el texto logra lo contrario. A diferencia de la mayoría de los non-fiction que pretenden volver al crimen la trama “verídica” de una novela, Asesinato, sólo hace esto a la mitad del libro: después de un desglose pormenorizado de los hechos, ciertos y confirmados, el tratamiento del caso en la prensa de su momento y un perfil de las víctimas, familiares y sospechosos; y antes de culminar con un análisis de la evidencia, los testigos y el proceso al inculpado. Uno podría pensar que esta estructura derrotaría el propósito del libro, pero estamos en México, y el conocimiento de los hechos lo único que hace es volver más inexplicable el caso, como un rompecabezas sin orillas, que al embonar una pieza con otra crea un nuevo hueco o saliente. Como todo clásico, con los años cambia más la forma en la que se lee el libro que el libro en sí. La minuciosa claridad de la investigación ahora es una ventana hacía el pasado, a una ciudad casi irreconocible, la economía sin TLCAN, la política de partido hegemónico, la comunicación sin inmediatez y autoridades descaradamente coaccionando sospechosos y testigos para obtener “justicia”. En México, con la misma certeza que afirmamos saber quienes y porque son los culpables, hacemos de la realidad un rumor y a la farsa la transformamos en sentencia oficial: la verdad nunca puede acreditarse y todas las falacias quedan demostradas. Así es como Asesinato, gracias a una disciplinada autocontención, desafía al lector a través del artificio simétrico de la ficción y el periodismo que la mayoría de los libros no se atreven a utilizar: construyendo una paradoja, donde la verdad está en la pieza que —deliberadamente— le hace falta.
Una ballena es un país; Isabel Zapata
Sentarse y pensar sobre la intimidad es hacer una ecocrítica. La conexión que tenemos con otros seres humanos parte de sentirnos acompañados en tiempos de crisis, pero la soledad funge, de igual forma, la misma función. En el vacío vienen los pensamientos y, por lo tanto, ocasionan los sentimientos. ¿Y si pensamos en conectar con otros seres vivos, en este caso, los animales? Son ellos quienes viven en la transparencia en un mundo de humanos: ven lo que otros no pueden observar, sienten nuestros actos que más ocultamos, mas como William Shakespeare escribió en Hamlet: «Las malas acciones, aunque toda la tierra las oculte, se descubren al fin a la vista humana». Los animales, en esencia, son nuestros mejores acompañantes: no juzgan, no traicionan, no faltan el respeto, no violentan… son seres inocentes, aunque son los más lastimados por la humanidad. No quieren que los veamos como sensibles, frágiles, que sintamos lástima por ellos, sino que, mostrando su esencia, los consideremos parte de nosotros. Una familia. Isabel Zapata explora estas vertientes que se conectan entre sí: por un lado, los sentimientos humanos a través de la mirada de los animales; por el otro, los sentires de los animales a través de los actos humanos. No somos tan diferentes a ellos, porque todos estamos en el juego de la supervivencia, pero también de las relaciones que se hacen a lo largo del camino y las anécdotas compartidas. Una ballena es un país genera un espacio: el humano-animal; los animales son nuestras almas y nuestras almas tienen su rostro. Coexistimos los unos a los otros, pues, como el título del poemario alude, un animal es un país: sus sentimientos son universales, como en las artes, específicamente en la literatura. Es ahí cuando los poemas —en verso libre— de este título cobran fuerza: si en la pluma filosófica de Borges había relaciones que solo el argentino podía entender, en la visión poética de Zapata hay reciprocidad tanto con ella misma como con sus poemas, por lo tanto, entendemos su privacidad como poeta: compañerismo entre autora y lector. Un ejemplo de esto son las líneas dedicadas a Laika, la perrita espacial, de quien hay un sentimiento cruel oculto: honramos su figura, lo que hizo, pero nos olvidamos de su cruel destino. Y como ella hay muchos animales que han sido enviados al espacio sin un regreso a sus hogares, volver con su familia. Zapata proyecta sus sentires al respecto en cada párrafo. Pero también hay pureza, como el homenaje a la gorila Koko.
La hija única; Guadalupe Nettel
La hija única, de la escritora mexicana Guadalupe Nettel, es una obra que profundiza en los vínculos familiares, especialmente entre mujeres, y que invita a reflexionar sobre la maternidad en todas sus formas, desde el deseo impuesto a ser madre y la presión social con la que toda mujer crece hasta el derecho de decidir no serlo. Nettel retrata a la perfección tres perfiles y tres posturas distintas que encarnan los personajes de Laura, Alina y Doris, contando historias que se vinculan entre sí, donde las protagonistas viven/sobreviven por y a pesar de sus circunstancias con la culpa, la enfermedad, la aceptación, el abandono y el duelo. La hija única es un libro que me gustaría regalarle a muchas personas que todavía me preguntan ¿para cuándo los bebés?, ¿por qué no quieres ser mamá? Ya sé que a estas alturas las mujeres no tendríamos porque seguir explicándole a la gente las decisiones que tomamos sobre nuestra vida y nuestro cuerpo. Sin embargo, aprovecho el espacio para hablar del tema y romper roles de género. Hace muchos años decidí no ser madre, a pesar de que tengo las mejores condiciones para serlo. Eso no me exenta de ejercer la maternidad bajo las razones equivocadas, como la irresponsabilidad, la inconsciencia, el ego, la falta de educación sexual, el anhelo impuesto desde la infancia o la presión social y familiar. La maternidad debe ser deseada y planeada. Admiro a quienes responsablemente deciden ser madres por convicción y bajo un plan de vida que complemente sus condiciones físicas, económicas y, sobre todo, emocionales para serlo. No se trata sólo de procrear, se trata de formar una vida desde la conciencia. La hija única abre conversación sobre lo importante que es dejar de romantizar la maternidad, y también empezar a normalizar no ejercerla o ejercerla a través de nuevas opciones y posibilidades alejadas del guión manoseando y convencional.