Durante marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer y el Día Mundial de la poesía. El camino para consagrarse a la lectura estaba, según parece, más o menos claro.
Eso no quiere decir que las reflexiones que suceden estas líneas fueran concebidas por encargo, sino todo lo contrario: pueden leerse a manera de manifiesto o grito revolucionario.
Cuando éramos niños, dice Sara Uribe, desaparecer era un acto que pertenecía a los magos: había algo y después nada. Un truco simple. Cuando dejamos de serlo, desaparecer se convirtió en un acto irreparable: había alguien y después nadie. Ningún truco, pura ausencia. Antígona González, de Sara Uribe, es una y muchas obras, es una y muchas voces, es la historia de uno y de todos los desaparecidos. Y empieza como todas las historias: con una búsqueda. “Me llamo Antígona González y busco entre los muertos el cadáver de mi hermano”, dice uno de los versos que abren el poema, que debe ser leído de un tirón para entender su despliegue polifónico, construido a partir de testimonios, citas, blogs y recortes de prensa; un ensamble de cosas que parecen estar dispuestas sólo para que Uribe las retome. El poema, que constituye una “pieza conceptual basada en la apropiación, intervención y reescritura”, según la autora, constituye un testimonio de dignidad y de fuerza entre las familias de los desaparecidos en medio de la guerra que sacude a México desde hace 15 años. “Contarlos a todos”, dice Uribe. “Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría ser el mío. El cuerpo de uno de los míos”.
«Hay siempre un pedazo de mar
al que no llega nadie.
ahí donde los barcos no van
por ser muy bajo para anclar
y los turistas no andan
por ser muy hondo para salir.
En esa agua del medio
tan desdeñada
Vienen a parar los hubiera
De quienes caminamos ciudades
para desgastar las paredes
(y los amores)
que no supimos hacer hogar.»
La escritora mexicana Mercedes Alvarado habita y transita lugares a través de las palabras. Días de luz larga es un puente entre las dimensiones de distintas ciudades, como la Ciudad de México, Mérida, Copenhague, Lisboa, París y Oslo, entre otras. Los callejones, los muelles, los edificios, las playas, el transporte, los restaurantes y los parques contextualizan la estancia de Mercedes a través de los ojos de alguien que no sólo viaja con el lenguaje, sino que es migrante. Días de luz larga es un viaje emocional que rompe las barreras geográficas, donde los kilómetros se acortan con los pasos. Mercedes logra desempacar la nostalgia, su historia y sus raíces en los lugares donde habitan la sorpresa, el amor, y las fronteras no existen.
La tradición poética ha abrazado mucho antes y mucho después de Walt Whitman la necesidad de reconocerse en la naturaleza. Consciente de ello, la escritora y artista binacional Tanya Huntington concibió Solastalgia como un viaje introspectivo para combatir el antropocentrismo y la indiferencia del ser humano frente a las postales primigenias, en otro tiempo inmaculadas. El concepto global del poemario encuentra sentido —recurriendo al neologismo que da pie al título del mismo— a partir de la nostalgia derivada de abandonarse en soledad frente a la naturaleza y sus silencios remotos y ancestrales. Silencios que habitan bajo el estruendo de la cotidianidad. Por naturaleza también referimos a nuestro entorno urbano, como lo puede ser un parque de beisbol devenido en centro comercial. Porque el beisbol, muy lejos de ser / un pasatiempo inútil / constituye mi único recuerdo / de los tiempos pasados. Por todo esto Solastalgia es, ante todo, un aliento conservacionista. Y paradoja, porque todo verso escrito / aspira a convertirse en paradoja. Además, la edición y el trabajo artesanal de Almadía convierten el poemario en un artefacto que trasciende la temporalidad y nos impele a conmovernos con el crepitar de las hojas secas.
La poesía de Amparo Dávila ha estado siempre cobijada por un halo fantástico y de soledad, como un cuerpo, una entidad en que se encuentra tejida: reconocimiento, remembranzas, la noche, la oscuridad, el silencio, el sueño, el olvido, el sosiego, gritos silenciosos. No escapa de ello en su narrativa, sino que se potencia, y fue quizás por ello el lugar donde se desenvolvió la mayor parte de su vida como escritora. Apenas el 18 de abril pasado de 2020, la autora zacatecana, ganadora del premio Xavier Villaurrutia en 1977 y galardonada también con el Premio Jorge Ibargüengoitia (otorgado por la Universidad de Guanajuato) en 2020, falleció a los 92 años, presa de la vejez y la naturalidad de los años. No mucho antes, en 2011, el Fondo de Cultura Económica publicó su libro Poesía reunida, en el que se reúnen esas cuatro etapas que marcaron su legado poético: desde Salmos bajo la luna (1950), poemario en que reina ese espacio de provincia y de memoria –publicado a sus 22 años–; pasando por su Perfil de soledades (1954) y Meditaciones a la orilla del sueño (1954) donde se hallan versos, en ambas publicaciones, donde se asoma y nace ese encuentro fantástico y boscoso entre la soledad y el reconocimiento, entintado por cierta oscuridad por que se caracteriza dicho proceso de búsqueda y hallazgo; y, por último, El cuerpo y la noche (escrito entre 1965 y 2007), una suerte de recorrido conceptual, donde se profundiza sin mucha extensión sobre los sentidos y los miedos, los sentimientos y las emociones, esa melodía cotidiana en que se revuelven nuestros huéspedes. Sin embargo es, sobre todo, un recorrido por las décadas de la escritura de sus versos, su eterna libertad creativa, y una especie de reconocimiento tardío a su trayectoria como poeta. Convoca, entonces, a ser todos huéspedes de su propia voz.
El lugar de Alejandra Pizarnik en la tradición poética latinoamericana es notable, ya que logra lo que todos los poetas persiguen: hacer universal una experiencia individual. En Poesía completa (2016), la Editorial Lumen reúne toda su obra y abre la puerta para descubrir su universo. Pizarnik usa el espacio lírico para poner en entredicho el lenguaje, la escritura y reflexionar sobre la palabra poética, con una necesidad de nombrar lo inefable. La estructura particular de su verso —lleno de silencios y puntos luminosos— crean una voz personal que se aleja de toda fidelidad con la métrica clásica para convertirse casi en un susurro. La mezclan entre los sentimientos autobiográficos, expresiones oníricas y repeticiones significativas invitan al lector a entrar en su mundo triste y sombrío. Leer a Pizarnik es (re)conocer el dolor del otro al habitarlo, es emprender un viaje del que necesariamente uno regresa melancólico y diferente.
Esther M. García es lo mejor que le pudo pasar a mi biblioteca personal. Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas (Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada 2016-2017) es un poemario crudo, oscuro, que diáloga con la estética de Louise Bourgeois. Sin burdas pretensiones y apegada una preciosa búsqueda estética, Esther entrega un poemario que ahonda en el instinto materno, el aborto y la relación madre e hijo. Aquí no se busca conmover ni enamorar, sino confrontar, fracturar y cobrar facturas con las anquilosadas tradiciones. En La destrucción del padre (2019) nos encontramos con una poesía que sirve de vehículo/vínculo para hablar de lo urgente: la violencia contra la mujer. Un paseo poético por el museo del horror. También una reflexión sobre el “yo” ante la escritura y la muerte. Arco de histeria, el libro negro (Premio Nacional de Poesía Carmen Alardín 2020) se reapropia de la palabra histeria -que ha sido utilizada para oprimir y violentar a la mujer- para otorgarle una estética distinta. Es la resignificación hecha poesía. Su lectura destruye al mismo tiempo que concientiza. Duele, lástima; y al mismo tiempo otorga un hálito de esperanza y sanación. Esta trilogía es ensayo, instalación, diccionario, muro del horror. Y también un gran poema dividido en tres tiempos: la madre, el padre y la hija. Su lectura es urgente.
Trema, de Ida Vitale, es uno de los poemarios que mejor resumen sus estilos y evolución. Publicada por editorial Pre-textos en el año 2005, destaca por la brutalidad existencialista en sus temáticas. La nostalgia, el paso del tiempo, la vida del viajante y ambientaciones como Bogotá u Oaxaca marcan la pluma de la poeta montevideana. Recomiendo mucho los poemas Fortuna, Las flechas y Viaje de vuelta. Una delicia en el mes de la poesía.
Denise Levertov fue una poetisa y ensayista párvula —y salvaje al mismo tiempo— en cuanto a ideas. Explicó lo que hoy conocemos como «poesía contemporánea». El contexto donde creció fue de represión por parte del Estado. Su poesía es un ataque constante a la dictadura y política mal ejecutada, así como a la terminología entonces conocida: verso libre, pausa versal, formas abiertas y formas cerradas. Se opuso a la creencia extendida de que el poema contemporáneo carece de restricciones y límites. El poeta y la poetisa, advierte, obtienen la respuesta a su arte por medio de momentos históricos. Levertov fue, ante todo, una testigo del cambio de la poesía convencional. Hizo de la historia personal y la historia universal un único espacio de expresión.
En Poesía no eres tú se coleccionan varios versos de la que es, quizás, la mejor poetisa mexicana en la historia: Rosario Castellanos. La también diplomática y periodista nos lleva a través de sus letras en un viaje al interior de sí misma, y, por lo tanto, al interior de quien la lee. Cada poema aparecido en esta compilación es un pedazo del universo que ella concibe. Poesía no eres tú es una bienvenida a los mundos construidos sobre el paso del tiempo, convirtiéndose así en un autorretrato del alma, con las erosiones y heridas que va dejando el vivir.
«En el centro del mundo hay un laurel / y desde ahí los pájaros desploman…». Llegué a la poesía de Kenia Cano, escritora y pintora mexicana (Cuernavaca, Morelos; 1972), como quien llega a una cita que no estaba planeada, pero a la cual uno se lamenta no haber llegado antes. En Las aves de este día (LunArena; 2009), se encuentran historias fragmentadas de amor y muerte; de miradas y párpados cerrados; de vuelos y caídas; y sobre todo de animales: pájaros (por supuesto), pero también de peces, ratas, serpientes e insectos que, a veces, sólo parecen metáforas de nosotros mismos. Además, entre los versos que conforman esta obra (ganadora del Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer en 2010), se encuentran algunas de sus ilustraciones (bajo el título Estos son los pájaros), las cuales ayudan a conocer un poco más de su inagotable capacidad creativa.
«despuntan anuncian la caída
el canto en cada ojo
cubren ensanchan abren sus alas».
Siguiendo a Levinas, es la otredad quien resquebraja la inmanencia ontológica de la conciencia. Anunciando de esta manera, una nueva temporalidad fuera de la gramática del ser. Lo anterior, por otra parte, también sucede con el poemario Migraciones, de Gloria Gervitz, publicado por el Fondo de Cultura Económica. No hay duda, este libro es al mismo tiempo una geometría de espacios íntimos, donde la palabra se asoma desde la alteridad, nombrando la voz de la nostalgia. Ya no hay una estructura formal, ahora todo se transforma en una topología compacto-abierta, donde convergen 6 capítulos elementales. Allí, caminamos desde la Shajarit (oración de la mañana), hasta el Treno (canto fúnebre). Imagen de un mundo que nos muestra, la permanencia poética frente al olvido.
Una respuesta en “Lecturas de marzo”
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