«Hablamos libremente; es derecho de todos. Y si alto no podemos, lo decimos más bajo», exclaman los cuatro cantores -que marcan el paso- del Marat-Sade, de Peter Weiss. Poco antes de aquella escena, Roux, con voz contenida, dice las famosas frases de la obra: «¿Cuándo aprenderán a ver las cosas? ¿Cuándo comprenderán las cosas?»
Dos preguntas lanzadas como flechas hirientes al blanco móvil del destino.
Al tercer repique del teléfono responde Tito Vasconcelos. Puntual como la subida del telón. Un parlamento se estrena en la sana distancia. Afuera se oye un rumor tempestuoso, con truenos y relámpagos, como diría Shakespeare. Volvió el confinamiento voluntario.
Ha sobrevivido a todo; o a casi todo. Ahora también al ‘bicho’. El drama de la pandemia no termina. Cuarta ola; tempestad. Hace días, otro récord: 44 mil infectados (más de 44 mil). Tito se resguarda; esquina neutral más allá del bien y del mal. Otro virus -el VIH- carcomió su entorno en los 80 y 90. Dejó media piel en el salto. Sabe del helénico oficio de la escapada. Por pies, ha encontrado -como Odiseo- todas las formas para zafarse del relato del azar. Hay, sin embargo, un fantasma que le persigue la sombra. Y él repite el gesto al perseguidor. Espía y contraespionaje. Papeles encubiertos. Actor contra la censura. Censura ante actor. Debate de secretos. El espejo habla alto. Y, si no, más bajo.
Este surfeador de las cerraduras hablará pronto –en el Seminario Permanente de Ópera Mexicana de la Escuela Superior de Música Fausto de Andrés y Aguirre- de la censura en Nueva España. «Parece redundancia», se le inquiere. Saeta al punto. «La censura sigue -responde- sólo que ahora le llaman Facebook». Ya no Santo Oficio, aunque sí; y quizá más ofensivo. Paradoja, dice, ahora la libertad es el pecado del árbol de la ciencia del bien del mal. «Todo es culpa de esta cultura judeocristiana: el control nació cunado nos echaron del Paraíso: desde entonces nos ordenaron cómo pensar y cómo actuar…». Adiós al derecho de todos a hablar libremente, como dijeron los personajes del dramaturgo de la estética. «El control se ha vuelto más sofisticado», añade. Hay que creerle a quien 1976 interpretó a Sarah Bernhardt en Cartas de ultratumba, basada en textos de Luis Reyes de la Maza.
Vasconcelos culpa -no discretamente- a Aristóteles, el manantial de la filosofía, del desprecio de una parte de Occidente a la comedia. Sospecha que Filipo, padre de Alejandro el Magno, le influyó para escribir contra el humor. Desde entonces, asegura, la sátira ha tratado de abrirse paso ante el poder político. Aunque, ahora, también al económico. Por eso Tito prefiere al salamino Eurípides sobre Esquilo y Sófocles. «La comedia sana el alma y nos hace sentir más humanos», advierte. Tiene la certeza de que gracias al autor de El Cíclope, nos encantó -como especie- la puesta en escena. «Es una liturgia», asevera y ríe. No es casual. El que habla sabe del sarcasmo. Ha vivido de él desde que se montó en escena con El retablo de las maravillas, cuando fue «Chanfaya». Él, que quería ser médico y orgullo de sus padres. Se burla aún: me decían véngase mi´jotito. Tito. Tito.
Hace 23 años trabajó arduamente con Maya Ramos Smith en la compilación Censura y teatro novohispano. Obra editada por el Conaculta y el INBA. Hoy, contra todo pronóstico, la censura se ha recrudecido. El gobierno de un solo hombre no mira para la derecha (a veces, o casi siempre) o para la izquierda. Va derecho y no se quita. En Palacio Nacional -como casi siempre- no hay humor. Y, dice Tito: «si no hay inteligencia, no hay humor. Hay grosería. Como lo demostró Darío Fo, los políticos suelen tener una cosa en común: adolecen del sentido del humor». Tito Montó en 1977 Misterio Bufo, del dramaturgo que ganara en 1977 el Nobel de letras. «Aún así -sostiene-, al humor no lo parará nadie».
Desde Nueva España -explica- el teatro ha sido controlado por el Estado. Fueron muchos los periodistas y actores perseguidos por gobiernos desde aquel tiempo. Más, después de la Revolución. «Han intentado controlar la mente y el cuerpo. No han faltado los que se sienten superiores a los demás: lo que dictan qué se puede hacer y lo que no». Vasconcelos, amante del zigzag, recurre a George Orwell y su 1984: «todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros. Vaya. Nunca falta el que se cree mejor que los demás». Tito devuelve las dagas de Peter Weiss: ¿cuándo entenderán las cosas?
Alma Mejía González cuenta en Censura y teatro en la Nueva España que en 1646 Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Puebla, tuvo esta ocurrencia: «El asistir a las comedias los eclesiásticos lo prohibimos del todo, porque las comedias son la peste de la República, el fuego de la virtud, el cebo de la manualidad, el tribunal del demonio, el consocio del vicio, el seminario de los pecados más escandalosos… no son las comedias sino un seminario de pasiones en donde sale la crueldad embravecida, la sensualidad abrasada, la maldad instruida para cometer pecados». Hay, lo que se ve, mucho de cierto de lo que dice Tito Vasconcelos sobre la censura en el mundo novohispano… Y en las redes sociales.
«Se han convertido en plazas públicas en las que nadie desea ser rechazado; nada quiere ser excluido por su forma de pensar o por decir qué le gusta o disgusta», afirma. Y suelta otro cuchillo: «nadie gana allí; nadie gana nada. Facebook es un familiar cercano a la Inquisición. Nadie se lo debe tomar en serio. Esa es otra forma del control: la ausencia total de crítica y humor».
Tito Vasconcelos tiene muy en claro que al mexicano le gusta el drama. Mejor dicho: el melodrama. La batalla continua entre buenos y malos. En 1980 puso en escena Y sin embargo se mueven, al que llamaron el primer montaje gay en México. Entonces, contra lo que se supone, había menos reprobación en el examen social. El gran jurado de las redes sociales -en las que el que no cae, resbala- era impensable, y la apartura comenzaba a dar sus pasos sin necesidad de maniubros:
«Pero nunca hemos dejado de ser un pueblo melodramático. Porque el melodrama es un género fácil. Ponen a competir a buenos contra malos; sin esquina intermedia. Ahora lo vemos: chairos contra fifís. Y, paradójicamente, la gente siempre tiene la idea de que juega o lucha en el lado de los buenos, esté en esta o en aquella esquina».
No son buenos tiempos para la cultura. Tito lo sabe. Ha volado varias veces el pantano y sabe del plumaje del actual gobierno y de sus secuaces: «Lo único que vale la pena en este momento -aún contra la censura- es seguir haciendo arte: los actores siempre nos salimos con la nuestra. Y es muy digno que así sea. Este es un desastre anunciado. Muchos actores, escritores y directores han luchado contra la censura y nunca conoceremos sus nombres. El arte siempre sobrevivirá…».
Palafox y Mendoza reviraría: «¿Qué cosa hay allí que sea piedad y religión? Ver a hombres enamorando, mujeres engañando, perversos aconsejando y disponiendo de pecados… los públicos espectáculos de las comedias, pestilencia de estos siglos». Y eso que no conoció los Tik Tok Awards.