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Poesía

Especial de poesía No. 1: España

Nos hemos propuesto, directamente desde la redacción de la revista, rememorar, mes con mes, un país en que la poesía sea un cimiento y una flor brillante. Hemos de recorrer latitudes sin distinción alguna, en todos y cada uno de los continentes. Para comenzar, hemos tomado el banderín de inicio y lo clavamos en España.

Encontrémonos, pues, de frente con la poesía experimental de Rhei, las letras de una activista y sinsombrero de la Generación del 27, un Javier Egea fascinante y fragmentario, una poeta contemporánea que ha transformado, revelado y traspasado paredes, poetas que te cambian la vida y otros del primer exilio.

Concha Méndez

Por Demian García

De pronto no resulta tan extraño, aunque sí desolador, que poetas mujeres, de cualquier latitud, estén sin ser recordadas pese a la magnitud de su obra. Tal es el caso de la poeta, dramaturga y activista por los derechos de la mujer Concha Méndez, perteneciente a la Generación del 27. Simple y sencillamente poeta e incansable a gran escala. Exiliada, además, en Cuba y México como consecuencia de haber sido desterrada de su país de origen. Asimismo, como parte de los muchos estragos, haber tenido que irse de España le hizo ser parte de un olvido generalizado, pues temía que nadie fuera a recordar quién había sido o, peor, que nadie supiera qué era lo que había hecho. Para su suerte, contaba con su nieta, quien se dio a la tarea de grabar una especie de falso borrador que luego transcribiría en el que se ven impresas las memorias de Concha, su abuela. Antes, en la década de los veinte y treinta, fue integrante de Las Sinsombrero, un grupo que se rebeló en contra de la imperante misoginia que rondaba la época. A su vez, en esos mismos años que transcurrían, y siguiendo esa línea gruesa que le definía siempre en busca de restaurar cierto tipo de orden natural, fundó el Liceo Club Femenino en 1926, donde organizaba recitales de poesía con figuras del grueso de García Lorca y Alberti. Vida o río fue su último libro, publicado en 1979, mismo con el que puso fin a una pausa de más de una década sin publicar. 53 años antes, en 1926, se publicaba en España Inquietudes, su primer poemario. Dentro de todo ese tiempo que transcurrió entre inicio y final, ella cuenta, ya en sus memorias, que “(…) los poemas me salían a todas horas y en todas partes sin proponérmelo. Por eso creo que ahora sale por que sí; el que nace, nace”. Y ella nació poeta y murió poeta también. Ahora estaría feliz, o al menos mínimamente orgullosa de saber que, pese a todo, no ha sido olvidada.

Se desprendió mi sangre…

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.

Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.

Elvira Sastre

Por Alba Otero

En este primer especial del año, y partiendo desde España, creía que iba a dudar más en cuanto destacar el trabajo y carrera de un o una poeta de mi país. Enseguida me vino a la cabeza Elvira Sastre. La poeta segoviana, escritora y traductora literaria me cautivó con sus aforismos en redes sociales. Jamás pensé que eso me pasaría —siempre había rehuido de ello— y ahora solo puedo darle las gracias, porque supuso un puente que me ha conectado a sus libros. Por ese motivo, me gustaría destacar su libro: Aquella orilla nuestra, una obra intimista, donde la autora hace un recorrido a través del amor, la pérdida y la despedida.

«La vida es frágil, sin duda, pero el amor siempre resiste, nunca se rinde, nunca se va». Esta frase recogida en su libro, mencionado anteriormente, construye un pequeño refugio para abrir todos los sentidos. Desde mi propia perspectiva supuso un método para entender y sanar lo que me ocurría. Un avance para caminar a través de las grietas de tu propia alma que quiere —y debe— abrirse.

Es notable cómo transforma y traspasa diferentes paredes, incluso su último trabajo es un disco titulado: Ya nadie conocerá nuestra historia, donde en palabras de la propia autora: «Cada uno de los temas encapsula una emoción… y la transforma». Elvira es una revelación para esta nueva generación. Gracias a su sentir y su visión del mundo crea pequeños vínculos que alumbran la vida de todas las personas que le leen. A través de su prosa y sus versos encontramos un hogar.

Javier Egea (Lo inefable de la vida)

Por Jesús Escamilo

No hay nada aislado. La vida urde. Sopesa. Nos disgusta, a veces nos enseña. Nos apasiona. Y a pesar de todo solo dependemos de la vida. Algunos prefieren no seguir con ella. Aplastan la existencia seducidos por cuestiones inefables, metafísicas y arbitrarias. Y la vida sigue, porque después de la muerte uno no se entera de nada, o al menos eso es lo que parece ocurrir. Y queda la ciudad natal, la poesía, los hoteles donde se creció. Por supuesto, los amigos y la familia hablan de ti en un documental llamado Javier Egea, la soledad del poeta. O un sudamericano perdido en Barcelona empieza a leerte en un tomo de poesía editado por Bartleby Editores. Tal libro, se abre como un mar vacío, y lleno de palabras. Y a él pertenecen todos tus poemarios. Desde Argentina 78 y Troppo Mare, o Paseo de los tristes. Otros también están; y el baile, las huellas, el mar, la política de los setentas y los ochentas se acomodan. Van y vienen los retratos. Los viejos amores, la inquisición a la que uno se somete al preguntarse por la vida. Y al final, la muerte, el suicidio, el aparente y jodido olvido. Aunque habría que decir más, pero basta con citarte y dejar de lado esta perorata.

Dice así:

Aquí de tanto mar, de tanto cielo.
tanta espalda alejándose,
se han extraviado los ojos y las manos
y solo huele a pueblo vacío con el alba
a ruinas de arena
a luz deshabitada.

Javier Egea. Poeta español. Nacido en Granada en 1952. Muerto en 1999. Creador de la corriente poética «La otra sentimentalidad» junto a Luis García Montero y Álvaro Salvador en 1983. Alumno de Juan Carlos Rodríguez. Hijo de Aurora, hermano de Maricarmen. Poeta. Alcohólico. Seductor. Antifranquista y Comunista.

Sin saber cómo:
¡Ay, Javier!

Sofía Rhei

Por Diana Lerendidi

Hasta hace unos meses, no sabía de la existencia de la escritora madrileña Sofía Rhei. Entre cientos de libros, me encontré con Espérame en la última página, una de las novelas de la prolífica y versátil autora. Compré el libro y me sumergí en su universo. En cuanto terminé la novela, sentí la necesidad de hurgar un poco más en sus obras literarias y descubrí que tiene la gran capacidad de ir del realismo mágico hasta el terror en sutiles pinceladas, sin embargo, fue su poesía lo que me conmovió y sacudió de un largo letargo. Me encontré en algunos de sus poemarios como: Las flores de alcohol, Química, Otra explicación para el temblor de las hojas y La belleza de la bestia, y fue como adentrarme a un increíble viaje onírico y de reconocimiento del que aún no he vuelto.

Ganadora del premio de poesía «Javier Egea» en 2007 y considerada como una de las grandes poetas experimentales del siglo XXI, Sofía juega minuciosamente con las palabras y su significado. Danza con las letras, las aprieta y las avienta. Se sirve de la poesía gráfica y de los caligramas para evocar sensaciones más profundas a través de las imágenes mentales que teje a placer en el inconsciente de quien la lee.

Curiosos, traviesos y filosos -sus versos- se nutren de la filosofía, la naturaleza, el cuerpo y la ciencia recurrentemente para explorar su propia esencia. Sofía a través de su poesía abre una jaula en la que deja salir a jugar a sus sentidos en un universo inagotable de estímulos visuales, y los presenta en un espejo de papel en el que es inevitable reflejarse y por consecuencia, reconocerse. Al final, su sagaz jugueteo literario construye un puente por el que transita su visión más poética de la vida.

Taninograma

Juan Eduardo Cirlot

Por Fredo Godínez

Escribir sobre Juan Eduardo Cirlot es hablar de una de las voces poéticas más importantes de habla hispana y -estoy seguro- a nivel mundial. La mayoría lo conoce como simbolista debido a su Diccionario de símbolos publicado por Siruela; sin embargo su faceta como poeta es sumamente interesante, pues escribió más de 60 poemarios donde vanguardias como: el surrealismo, postismo e informalismo están presentes y tiempo después, según la crítica, erigió su propia vanguardia: cirlotismo; siendo el ciclo poético Bronwyn su obra cumbre; pues Diccionario de símbolos es la llave mágica para terminar de descifrar los poemas que conforman el ciclo. En la llama. Poesía 1943-1959 y Del no mundo. Poesía 1961-1973 -publicados por Siruela- reúne el resto de su obra poética. La crítica artística es otra de sus facetas, Se parece el dolor a un gran espacio. Escritos sobre informalismo 1955-1969 reúne sus críticas más emblemáticas, cuya escritura está plasmada de poesía.

Quien lea a Cirlot, cambiará para siempre su forma de acercarse a la poesía; pues la música, el ritmo y el símbolo serán los elementos que buscarán en cada poema de cada autor que lean posteriormente.

Ernestina Champourcin

Por Ania Otaola

Ernestina y yo nacimos en la misma ciudad, con 100 años y 6 meses de diferencia. Cierto dato biográfico que compartimos además de un gesto similar, un rastro lánguido, una mirada anodina, un poco melancólica, quizás nostálgica, algo que sabíamos que no sucedería. Puede que esto no se resuelva en un día, trato de resolver el enigma a todas horas.

Según he ido indagando la vida de esta poeta de la Generación del 27, he podido encontrar ciertas similitudes que me han emocionado y con las que he querido jugar a la poesía. Ambas fuimos hacia un país, aunque distinto, era el mismo, pero no fue el suyo, ni es el mío que tampoco ya será. Ambas nacimos aquí, pero huimos a dónde había ruido.

Aquí en nuestra ciudad natal, es posible haber compartido laberintos verdes, plazas repletas de gente y calles de luz grisácea desmedida, algo que no puede cambiar aunque pasen los siglos. Hay y hubo, un barrio verde, el suyo, repleto de arboledas que queda cerca de lo que fue colegio. Mi calle ahora entonces y ahora, llena de asfaltos acumulados que seguramente ella recorría de niña, y jugaba cómo yo en la plaza principal.

Ernestina partió a México al exilio en medio de una guerra y yo fui a viajar, un tiempo determinado, por el capricho y la necesidad de una generación de buscar en el mundo lo que aquí no había. A pesar de las diferencias circunstanciales, ambas, fuimos sacudidas en nuestro regreso. En 1972, Ernestina de Champourcin escribió su obra Primer exilio, donde relata las sacudidas culturales, sociales y políticas que se atraviesan al volver a un lugar que fue parte de una misma y que ahora es un total desconocido.

Por las calles, en los edificios, por las baldosas, busco alguna pista para componer mi regreso; ¿Dónde está el pulso poético ¿Acaso existe en este lugar? Por supuesto que sí, si hay mirada hay poesía. Busco e imagino a Ernestina caminando, pisando el suelo que yo piso. ¿Cómo era para ella la ciudad de donde partimos? ¿Cómo sentiría este lugar tan particular? ¿Cómo enlazar esta nuestra casualidad?

En el poema «Volante», encuentro algunos rastros de la época, a pesar de que por entonces Ernestina ya estaba instalada en otra ciudad. En Volante siento la velocidad que requería aquel año, las prisas por avanzar, un futurismo temprano, aunque novedoso instalado en destellos en la poesía de esta escritora de principios del siglo XX.

Una libertad que no llega se desata en la voz poética que recoge Ernestina en La voz del viento. Las manos sedientas de erotismo, se encuentran vacías, pues no es a ellas a las que les toca tocas, aunque componen lo inasible. Lo que es sin haber sido visto jamás, lo que será. Ahora, debo decir lo contrario, el exceso de velocidad se ha instalado.

Entre estas calles en las que no coincidimos apenas hay coches, y bicicletas, un detalle que no pude pasar por alto en mi regreso a nuestra ciudad, aquí las personas caminan despacio. Hay cantidad de viandantes sin prisas, me agrupo para ir en manada, animal que camina para pasar por alto el extrañamiento de lo que es irremediablemente mi ciudad de nuevo. Trato de andar despacio, no corro como extranjera veloz, me acoplo en un ritmo adecuado, modulo la pausa para encontrar el acontecimiento, ¿Dónde puedo encontrar el material del deseo?

Esta ciudad fue un punto de partida para nosotras, un vestigio que no termina, pues cambiará con el tiempo y será necesario volver a caminar. Olvido la prisa, aunque no la libertad, lentamente trato de hacerla mía, y en ese deseo volvemos a coincidir sin cambio temporal, pero en diferentes tiempos, pues ahora los días desesperados se imponen, y sí, deseo hacer la vida, pero con suavidad en esta nueva ciudad.

Volante

He soñado tus manos
precisas, enguantadas
esquivando a su antojo
las embestidas del viento.

Al impulso más leve
-fuerza plena, medida-
giraba cauteloso
el aro de madera.

Nos acecharon, torvos,
los cuernos del espacio,
pero tus palmas rígidas
guardaban el secreto
de toda resistencia.

¡Dame tus dedos, acres
de olor a gasolina.
Esos dedos cerrados
que precintan la oscura
mercancía del vértigo.

¡Ellos me harán correr
hasta encontrar mi vida!

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