Los volcánicos

Me resulta una pequeña virtud lograr olvidarme de todos los nombres, palabras y fechas, y al mismo tiempo ser capaz de poseer todo un vocabulario propio de sensaciones.

Donde yo nací y crecí, es una llanada, plana como tablero de ajedrez, lisa como la palma de mi mano, plano como el más plano de los planos. Noble, plana y llana. Un volcán quizás es la mayor antítesis si hablamos de etnografía respecto a mí genética natural. Veo todos los días ese volcán desde mi ventana, y nunca deja de entusiasmarme. Algo ligeramente similar a como cuando recibes una carta en tu buzón. No puedo decir cuál es la explicación, pero esa sensación llega desde kilómetros directa a mí. Subo una moto cargada de trastos con un desconocido hacia el cruce de Cortés, allá donde se dan la mano los volcanes Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Parece que voy hacia alguna parte o algún lugar, pero creo que sobre todo voy directamente hacia alguien. 

En la carretera nos miran. Mirar detenidamente es un acto de análisis y examen. No culpo, yo también miro mucho normalmente hacia el otro. Mirar hacia uno mismo es más complicado, y suele dar miopía severa. Yo miro a quien conduce, me intriga. También trato de mirarme, dirigiéndome a mí misma sin interrumpirme. Una vez aclarado mi dialogo interno, sigo mi plan de fuga hacia el volcán con un curioso desconocido. 

Me resulta una pequeña virtud lograr olvidarme de todos los nombres, palabras y fechas, y al mismo tiempo ser capaz de poseer todo un vocabulario propio de sensaciones. La memoria es tramposa, pero la percepción no. Él era quien me había llevado hasta ahí. Parecía indiferente a todo y a absolutamente nada, no perdía detalle, era enredado y pausado, salvaje y despreocupado. Sus palabras estaban medidas con precisión microscópica, poco sonadas en mis oídos. Aunque no concordaba me reconfortaba, era sin duda seductor para mí. Alguien diferente a todas las personas que había conocido a lo largo de mi vida, algo triste también.  Aterrizaba el sol y yo lo tomaba extendida sobre la mesa, y tragaba agua caliente con miel. Yo no podía respirar bien, pero aún me quedaba aire para expulsar nuestros puntos de vista, cada uno desde un lado de la mesa. No sé por qué, pero los desconocidos suelen ser el mejor de los lugares para sacar a la luz nuestras sombras. 

Hace semanas que pienso en la narrativa de las películas. Años atrás estudié en profundidad la narrativa audiovisual y su lenguaje complejo. Puesto que muchas claves fundamentales del cine se esconden en los comienzos de las películas, son apenas tres o cuatro detalles que pueden desvelar toda la cinta. Pienso que ese escenario podría ser una señal que en cualquier momento estallaríamos por los aires. 

El volcán con el aire frío de la montaña, me recuerda lo diminuta que soy. Uno se cree tan relevante entre calles pavimentadas. Sólo hay que regresar a la naturaleza para que nos brinde, de nuevo, nuestro lugar terrenal, etéreo y justo. Antes de lo previsto llegó la noche con una manta de estrellas. Mientras, delante del fuego me debatía sobre la belleza y me imponía sus significados. También ahí me sentí pequeña. Yo me escurría, hasta que, de un salto, lo abracé antes de dormirme. Tenía la piel llena de paradojas, rota pero tremendamente suave. Tumbados en los pies del volcán padecimos un encuentro rotundo.

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