Foto: Guioteca

Minotauro

Todo corresponde, todo es una zaga, lo que va, en verdad viene y lo que viene, volverá, todo es agregar a lo conocido, de Ia tatarabuela de Europa, de ella a Argiópe, de ella a Pasífae, de ella Ariadna, de ella Fedra, de ella todas… Helena.

También ella, Pasífae, cae, como el Casanova de Schnitzler, en la garras del gran seductor, Zeus. Tiene un hijo fuera de su matrimonio con Minos, tiene cabeza de toro y cuerpo humano, se llama Asterio, pero Borges le llama Asterión, hijo del adulterio con un dios. Está encerrado en un laberinto construido por un ateniense huido, Dédalo, que construye lo que vemos todavía en la poshistoria, el lugar sin salida. Lo que vemos es lo que nos avergüenza, dice Calasso.

El toro es festejo y es sacrificio en esta Creta que es inicio y pedagogía de occidente.

El deseo. Lo que se desea. De ese deseo nace una bestia, que nunca jamás se volverá ver ni volverá a ser; aunque viene y vuelve las noches de luna.

Este aquí y ahora es el lugar del laberinto, el lugar de conocimiento. Para matar a un monstruo es necesario entenderlo, diría Córtazar.

Aquí, en este espacio que ven, se ve el viejo laberinto en el que Ariadna, llena de angustia y desolación, implora a la Bestia a dejarse vencer por la liberación de una Creta desolada, como ella. Ha venido Teseo, el mejor atleta de todos. Teseo, el domador de Toros, uno tras otro los derrota. En ese momento, mientras Ariadna fija sus ojos en el extranjero, Creta, esta Creta que vemos se extingue para nunca jamás, es el comienzo de Europa pero todavía hoy es lo más cercano a Asia.

Será ella, Ariadna, la que ventilará a Teseo las pistas para vencer al chivo expiatorio de Grecia toda, Asterión, el hijo de Zeus y Pasífae. Creta se extingue, pero nace, de la extinción, Atenas y, luego, toda Grecia y luego todo Occidente, nosotros, los que volvemos, al conocer: ese recordar, recuperar.

Entre el amor del extranjero y la traición al hermanastro nace el continente que aún hoy teme a los extranjeros, siendo extranjera ella misma, de lo de afuera.

Inglaterra no tendrá su sino en el toro total de Diosnisio, el otro toro amante de Ariadna, el toro que estaba en todo, en la miel y en la sangre de las ofrendas, sino en su testa, los cuernos que se parecen a los cuervos, lo negro. Ariadna se quedó sola en Naxos, esperando aquel que por su naturaleza solo puede aparecer y desaparecer para siempre…

Inglaterra tiene en el cuervo aquel que no desaparece, aquel que esta aunque nunca se le llame…

El toro es sino y expiación de la culpa primaria, el adulterio. Cuervo sin tiempo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *