Nueva York

Estaba allí, viviendo el sueño. Volveré otro día sólo para mirar cómo tú, Nueva York, amaneces.

Aún sueño contigo, duermo en vigilia y miro tus transitadas calles, tu intenso ritmo y tu eterno color gris. Fuiste mi casa poco tiempo, apenas una semana y después de dos años no hay día en que no piense en ti, en tus rascacielos que hacen lo imposible, esconden el sol ⎯qué extraño es pensar que en aquellos días sólo vi al astro una vez y fue cuando hui de tu centro⎯, en tus delis, tus barras de cafetería en los establecimientos frente a los ventanales que me hicieron compañía en cada uno de mis desayunos por dos dólares.

Extraño tu calmado ruido porque, aunque Hollywood se ha encargado de mostrarnos que eres un entramado de sonidos, para mí, un capitalino que ha comprado en las calles del centro de México con el sol en su cenit, tu clamor me pareció más una dulce y tranquila plática constante.

Mira que me recibiste con fuerza: me perdí en el subterráneo, buscando Brooklyn llegué a Queens, caminé a paso apresurado por tus ‘horas pico’, me quedé sin efectivo y caminé por todo Staten Island, llegué de la primavera mexicana a tus últimos días de invierno y me helé cada noche; pero nada importó, nada lo hizo porque estaba allí, viviendo el sueño, con el cuello adolorido por intentar mirar el final de tus largos edificios.

Manhattan, te extraño. Volveré otro día para cenar de nuevo en Pizzas Heroes en la madrugada, desayunar un bagel con huevo y agua fría, para contemplar las hileras de techos a dos aguas de Queens desde las alturas del metro, comer una hamburguesa de Shake Shack y despertar temprano; sólo para mirar cómo tus iglesias, escuelas y empresas despiertan; cómo tú, Nueva York, amaneces.

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