Nunca más

Cede su asiento. Sonríe. ¿Qué más da? En un cachito nomás baja. Bueno, eso dice. Y va a decir más.

Sigue sonriendo y saca el celu. El celu que va a ser un arma en un momentito.

(Los momentos en el transporte son así, chiquitos, instantes nomás)

El instante juega a ser eterno.

-¿Por qué le pasaste mi número?
-Sí, sí, ya sé que es tu amigo, pero no, no más

Se escucha la pausita incómoda. La que juega a eternizarse en el dolor. La que se convierte en dolor eterno que cala por pura empatía.

-¿Sí sabes que me pegaba?
-Me decía que me quería, pero que era una de la calle y me pegaba. Tu amigo me pegaba

Y el silencio se vuelve a hacer eterno.

Le grita impotencia a la ventana y quiere que el enojo, y el dolor, y el rencor y todas esas cosas se vayan con el aire y se mueran en el asfalto… pero no se mueren.

-Ya le dije que le doy las gracias porque ayudó a mi mamá, porque nunca nos faltó nada, pero a mí no me va a volver a pegar
-No, no quiero que se me vuelva a acercar
-“Si me entero que otra vez pegaste te las vas a ver conmigo. Nunca más, eh. ¿Me escuchas, nunca más?”. Así le dije
-Que no. Voy a cambiar mi número otra vez. A ti te quiero y te lo voy a dar, pero te pido por favor que nunca más se lo des. No quiero saber qué es de su vida y no quiero que sepa de la mía.
-Sí, siento cariño y agradecimiento, pero me pegaba y eso no se me va a olvidar nunca
-Yo quiero a alguien detallista, amable, que quiera a la gente. No así, no como quería, no que pegue, nunca más que pegue
-Sí, sí, chau, adiós

El asiento que cedió vuelve y se acomoda. Llora y mira hacia la ventana que ya no mete aire. Llora nomás con lo que quedó del chubasquito de hace un ratito, antes de que llorara y de que contara su llanto. Y ahí se va en la eternidad nomás, con su dolor y la promesa de nunca más saber, nunca más doler, nunca más llorar.

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