Foto: Señal Colombia

Foto: Señal Colombia

Violencia, familia, aleatoriedad y muerte: El cine de Alejandro G. Iñárritu (II)

BMW, fabricante alemán de automóviles y motocicletas de alta gama, decidió a principios de la década de los 2000 que la mejor forma de promocionar sus vehículos sería con The Hire, una serie de 8 cortos de acción producidos por David Fincher. Cada corto tendría su propio argumento, pero todos tendrían un común denominador: el protagonista sería el misterioso The driver, interpretado por Clive Owen, un agitado conductor que siempre manejará autos BMW mientras se pasea entre situaciones de alto riesgo. Fincher, reclutó a John Frankenheimer, Wong Kar-wai, Tony Scott, Ang Lee, Guy Ritchie, Joe Carnahan, John Woo y Alejandro González Iñárritu para la dirección de cada uno de los cortometrajes. El resultado, una serie ecléctica y entretenida que presume en cada episodio el estilo de cada leyenda de la dirección.

González Iñárritu escribió junto con Guillermo Arriaga y David Carter el guion del capítulo llamado Powder Keg (2001), que narra el escape de territorio hostil del fotógrafo de guerra herido Harvey Jacobs (Stellan Skarsgård), auxiliado por The driver (Clive Owen), quien maneja vertiginosamente una camioneta BMW X5. Mientras viajan y huyen, Jacobs le cuenta al conductor sus tribulaciones como fotógrafo; siendo testigo de muchas muertes sin poder evitarlas, presionando el botón de su cámara para captar sangre y muerte.

Ante el cuestionamiento de The driver de por qué ser fotógrafo de guerra, el sitio donde el horror lo carcome todo, Jacobs responde melancólico que su madre es quién le enseñó minuciosamente a “ver” todo lo que le rodea. Desangrándose en el asiento trasero (imposible no remitirse a El Cofi herido en Amores Perros), el fotoperiodista le entrega a The driver unos rollos de cámara y sus placas de identificación, para que los entregue al New York Times y a su madre, respectivamente.  Tiempo después, el conductor llega a la casa de la madre del fotógrafo y le entrega las placas, informándole, además, que su hijo ganó el premio Pulitzer. Conmovido, el protagonista descubre que la señora es ciega.

Powder Keg, con su fusión de periodismo, violencia, esperanza y una cámara trepidante, se presenta como una extensión de estilo estético respecto al trabajo anterior del director: en ambos casos, el inicio es agresivo y dinámico, mientras que el desenlace tiende (aunque incierto) a la seguridad y la calma. En el corto, están también presentes la violencia con sus consecuencias; la familia como tema recurrente en la relación del fotógrafo y su madre, y la fragilidad de la vida ante eventos que no se pueden controlar. Es destacable como Alejandro González Iñárritu consigue, en tan sólo 8 minutos de pietaje, generar ese nivel de tensión y emotividad. Desde luego, su equipo creativo lo acompañó una vez más: Brigitte Broch, Lynn Fainchtein, Martín Hernández, Guillermo Arriaga y Pelayo Gutiérrez (productor habitual).

Quizá lo más relevante, sea el cambio del cinefotógrafo para este corto: Robert Richardson, mítico colaborador de Quentin Tarantino y Martin Scorsese, nominado a 10 Premios Oscar y ganador de 3. El manejo de la luz de Richardson es de una sutileza destacada, con rápidos movimientos de cámara y primeros planos que sumergen de lleno a la audiencia en la turbulencia del drama. La parte lírica, con la madre del fotoperiodista como invidente, tiene su punto más alto en un fundido a blancos que se siente esperanzador, con optimismo, incluso después de la muerte. No se puede dejar de mencionar el impresionante trabajo en el montaje, que también tiene una extensión y coherencia con la filmografía de Iñárritu. En Powder Keg, estamos más que nunca ante un ejercicio fílmico que bien podría tener cierta influencia del muralismo de Siqueiros u Orozco, con la sangre salpicada en el encuadre y la acción como un resumen visual, que impacta y estremece.

***

Los productores franceses de cine Jean de Trégomain, Jacques Perrin y Nicholas Mauvernay, propusieron a 11 diferentes directores del mundo un ensayo alucinante, bajo el siguiente postulado: “Expresarse en una película con una duración de 11 minutos 9 segundos y 1 imagen, 11’09’’01, acerca de los acontecimientos del 11 de septiembre y sus consecuencias”. Los nombres que quedaron prendados al proyecto fueron Samira Makhmalbaf, Claude Lelouch, Youssef Chahine, Danis Tanovic, Idrisa Uedraogo, Ken Loach, Amos Gitaï, Mira Nair, Sean Penn, Shohei Imamura y por supuesto, Alejandro González Iñárritu, quien es quizá el que presentó la propuesta más radical y arriesgada.

Más que un cortometraje, el segmento de México en el compilado funciona como una instalación visual; se presentó en el Festival de Venecia con una sala completamente oscura, generando una sensación sonora pura y estremecedora. Poco a poco sobre negros, se llegan a ver algunas imágenes de personas saltando al vacío, mientras la pantalla va del gris a un fundido a blancos en donde surge la pregunta escrita en árabe e inglés: “¿La luz de Dios nos guía o nos ciega?”

Durante la proyección, se escuchan decenas de audios de todo el mundo en diferentes idiomas con las noticias que cubrieron el desafortunado evento terrorista en los Estados Unidos; los sonidos certeros de aviones, junto con unos cantos chamulas que se repiten como un homenaje a las personas que perdieron la vida, se van difuminando hasta el surgimiento melancólico de una hermosa melodía compuesta por Iñárritu y el cuarteto de cuerdas Kronos Quartet. El director mexicano no quería realizar el proyecto, debido a su idea de que cualquier ficción era pequeña comparada con la tremenda realidad; fue convencido por el actor Sean Penn, quien le presentó a Iñárritu durante una comida a un vecino de San Francisco de nombre Jack, de 35 años. El hombre, había perdido a su esposa embarazada de 4 meses en un avión que venía de Boston, el 11 de septiembre; González Iñárritu cuenta que Jack, le entregó un audio de su esposa despidiéndose de él, con una voz tranquila, respirando y controlando el miedo mientras los secuestradores del avión, gritaban violentos.

Ahí estaba un mensaje que encerraba amor y trascendencia; la capacidad del ser humano para, aun sabiendo que morirá, tener la generosidad de mantener la calma ante el terror, y transmitir amor hasta el final. La resignación a la muerte de la mujer, impactó emocionalmente al realizador, quien decidió hacer justicia con el mensaje, y regalar una ofrenda (más sonora que visual) a la que consideró una heroína sensitiva, además de rendirse ante una realidad que no se puede ficcionar. El segmento de Iñarritu en 11’09″01 – September 11 (2002), contiene la fuerza característica del estilo emocional del director por medio del montaje, el incisivo detalle sonoro y los temas que lo inquietan: la familia, la pérdida, el terror de la violencia y la fragilidad de la vida en todo momento. Evocar la resonancia de un hecho de proporciones globales, con todas las consecuencias que trajo a corto plazo, fue para el mexicano una experiencia catártica, pues fue filmado y presentado sólo un año después de los atentados terroristas. Se trató de un enérgico intermedio entre Amores Perros y la segunda parte de la trilogía que en ese momento construía junto a Guillermo Arriaga.

***

La compañía productora Zeta Film gozaba por ese entonces ya de cierto éxito, y González Iñárritu se vio forzado a tomar una decisión que marcaría su futuro artístico: dejar de ser un empresario exitoso, para dedicarse completamente a hacer cine. Siendo un tipo que confiesa tener una especie de “autosabotaje” ante la estabilidad, tuvo la determinación de dejar la comodidad del entorno nacional, para realizar un viaje artístico junto a su familia creativa, y filmar el siguiente proyecto en los Estados Unidos. Iñárritu pagó de su bolsa la preproducción y se fue junto con Brigitte Broch y Rodrigo Prieto de scouting por varias ciudades norteamericanas, hasta llegar a Memphis, en el estado de Tennessee. Un lugar que, según el director, contaba con la tensión social, la pobreza, el alma y la fuerza que buscaba como escenario para desarrollar la historia que él y Guillermo Arriaga habían preparado. 21 gramos (2003) sería la primera película producida por Focus Features, la filial independiente de Universal; con un presupuesto de 20 millones de dólares y un elenco que en su tercia protagónica (2 actores y 1 actriz con estilos muy diferentes entre sí) tiene un poder histriónico brutal, los 21 gramos del título hacen referencia a las investigaciones del Dr. Duncan MacDougall, quien proponía que esa era la carga que perdía el cuerpo humano al morir, el peso del alma.

Con un número creciente de líneas narrativas; el uso fragmentado y diferente del tiempo; una fotografía con esencia de cine independiente y el estilo postclásico como nunca, 21 gramos se apoya además en un montaje intenso, que compromete al espectador con un rompecabezas mental cautivante. De nueva cuenta, un trágico accidente provoca que confluyan 3 historias: Jack Jordan (Benicio del Toro) es un fanático religioso y alcohólico recuperado que, en la víspera de una celebración, atropella al esposo y a las dos hijas pequeñas de Cristina Peck (Naomi Watts). De forma paralela, Paul Rivers (Sean Penn) es un profesor al borde de la muerte que necesita un trasplante de corazón, el cual recibirá del marido de Cristina, quien, devastada ante el destino cruel, regresa a consumir drogas. Las circunstancias harán que Paul y la triste mujer inicien una relación romántica en donde el sexo funcionará como catalizador del dolor y la búsqueda de venganza. 21 gramos es una crónica de la vida como una experiencia de constante pérdida; perdemos a los seres que amamos, igual que se pierde la cordura y la fe, la esperanza y la felicidad.

La película abre y cierra con dos planos fijos de una melancólica poesía visual; mientras en el prólogo vemos a Cristina y Paul retozando después de la vorágine sexual, semi desnudos, bañados por una luz que envuelve el encuadre; en el epílogo, es la toma de una alberca sucia y abandonada en medio de una ligera nevada, lo que evoca desolación y muerte. En los dos casos, el silencio forma parte muy importante del discurso del filme, y de lo que pretenden dichas secuencias: no hay palabras y el sonido es apenas perceptible. Es darle forma a la abstracción de la tristeza y el dolor; son esos 21 gramos que se van en el último aliento.

El accidente, que se convierte en el eje narrativo donde no sólo se cruzan las historias, sino que es el detonador de la aflicción, nunca es mostrado en pantalla, sin embargo, se da por hecho que tan tremendo momento fue vivido por los personajes y “visto” por el espectador, gracias al montaje. Ambos (personajes y público), no tienen más remedio que seguir adelante entre la profunda tristeza de una historia tan dura que conforme avanza, se oscurece más, hasta llegar a la muerte y también a la redención.

21 gramos entreteje los temas que preocupan a Alejandro González Iñárritu: están la violencia con consecuencias trágicas (el accidente); las relaciones rotas de padres e hijos (Cristina y sus hijas muertas; Jack y sus hijos, a quienes abandona); la muerte y lo aleatorio de la vida. Jack provoca el accidente en un giro desafortunado y se da a la fuga, no se detiene a auxiliar a los heridos, por lo que carga con una terrible culpa que lo atormenta, además de sentirse traicionado por Dios. Después de la tragedia, los personajes deambulan como aletargados por la pena y el dolor; viven muriendo lento en una agonía constante.

Cuando finalmente se encuentran los 3 protagonistas frente a frente (en una sórdida habitación de hotel), la sangre, los gritos, el drama y el rencor, explotan en una de las secuencias más intensas del filme. Al final, el perdón aparecerá sólo para ofrecer un poco de esperanza entre el caos, cuando la voz en off de Paul explica de forma delicada y lírica, el significado de los 21 gramos, a manera de despedida de un mundo que no siempre es cálido. El embarazo de Cristina es apenas una pequeña luz que da certidumbre al personaje que interpreta Naomi Watts, mientras Jack regresa a casa con sus hijos y esposa, libre del fanatismo religioso que lo cegaba. Paul muere en el hospital, solo y cansado, casi deseando morir. Con esto, se establece la idea de que la muerte es otra forma de trascender y el ejercicio cíclico que representa la vida: mientras Paul muere irremediablemente, Cristina dará a luz a un nuevo ser.

Ganadora de los premios de actuación principales en el Festival Internacional de Cine de Venecia (Copa Volpi para Sean Penn, Premio del Público para Naomi Watts y Benicio Del Toro), y con sendas nominaciones en los premios Oscar y BAFTA, 21 gramos es en palabras de su director, un ejercicio extremo de yuxtaposición y fragmentación; un ejemplo puro y contundente del poder alquimista que hay en el montaje, que es donde se termina reescribiendo la película. Pensada al inicio por Iñárritu y Arriaga como una historia que debía ser contada de forma cronológica, 21 gramos fue configurada de forma radical, por un temor a la dramatización extrema, debido a la rugosidad de su trama. Un mismo relato desde 3 puntos de vista diferentes, que manipula el tiempo de la narración y la estructura, es un estilo que encuentra su origen en la literatura de Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. El poder de la edición (comienza aquí la mancuerna con Stephen Mirrione, editor constante en la filmografía de Iñárritu) en 21 gramos, se acompaña nuevamente con la música de Gustavo Santaolalla, dos de los elementos de más importancia a la hora de atravesar un relato duro, pero de belleza caótica. Si Amores Perros en su visceralidad representa un rock, para el realizador mexicano 21 gramos se acerca más a la intelectualidad de un jazz, con su ritmo, improvisación y el sonido que refleja la personalidad del músico ejecutante (personaje).

Tal vez te pueda interesar: Violencia, familia, aleatoriedad y muerte: El cine de Alejandro G. Iñárritu (I)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *