Octavio Paz y la residencia del olvido

Desde hace 45 años, Carlos Tapia atiende el puesto de periódicos que se encuentra en la esquina que forman Río Guadalquivir y Paseo de la Reforma, a dos calles de El Ángel de la Independencia. 

Nació en 1960, año en el que Octavio Paz publicó una de sus obras más trascendentales, Libertad bajo palabra. El local -que ha dejado de vender periódicos y revistas y se mantiene de la venta de dulces, galletas y cigarros sueltos- se encuentra afuera del histórico edificio que diseñó el arquitecto Mario Pani entre 1954 y 55 y en el cual tuvo su última residencia el único Premio Nobel de Literatura mexicano. Tapia recuerda aquel amanecer del 22 de diciembre 1996, cuando un incendio arrasó con una parte de la biblioteca del poeta. “Cuando abrí aquella mañana, los bomberos estaban por irse…”. 

Luego, cuando se le recuerda que en este 19 de abril se cumple un cuarto siglo de la muerte de Paz, se conmueve: “Después de esa tragedia ya no volvió a ser el mismo”. Es medio día en la capital de México, que vio nacer a Octavio el 31 de marzo de 1914 -en plena Revolución- y morir hace 25 años. El escritor más universal de las letras mexicanas -al estilo de Piedra de Sol, su emblemático poema- gozó de una existencia circular. Nació en Mixcoac. Y después de una vuelta al mundo, regresó a desvivir en Coyoacán, a unos kilómetros de la vieja casa del abuelo paterno, Irineo, cuya gran parte de la herencia libresca fue consumida por las llamas en el comienzo de aquel invierno del 96. Los héroes -sugiere en El arco y la lira– son locales y domésticos. 

Hoy Tapia es la única persona que recuerda en esta esquina los gestos personales del Premio Cervantes de 1981. Cómo lo veía caminar, taciturno y pensativo, por las banquetas de Guadalquivir y Reforma, con las manos cruzadas en la baja espalda. “Sencillo, venía a comprarme periódicos y revistas por las mañanas y luego andaba por ratos esperando las muchas visitas que lo buscaban durante el día. Me dejaba unos ejemplares de Vuelta para que los vendiera y le diera mi opinión sobre sus lectores. Tenía una voz peculiar: tímida y cortés”. 

La colonia Cuauhtémoc ha cambiado mucho desde aquel siniestro. En la planta baja del edificio de Pani, el primero de condominios de la zona, según dice una placa del lobby, ahora se ha convertido en una plaza comercial a la que conforman cafeterías, locales de comida rápida, un súper y una papelería en la que se ofrecen fotocopias y servicios de internet. Justo debajo del 105 se mantiene abierto el famoso restaurante de comida japonesa Mikado. Ninguno de sus trabajadores actuales laboraba aquí cuando las llamas provocaron que el poeta y su esposa Marie-Jo tuvieran que pasar varios meses en un hotel cercano antes de mudarse a la Casa de Alvarado, en diciembre de 1997, cuatro meses antes de la muerte de Paz.

El escritor Javier Aranda Luna cuenta que ya en el Camino Real, a donde se mudaron, el “panorama era francamente desolador”. Paz en un sillón, junto a una mesita. Y los libros rescatados de entre la afanosa vocación del fuego. “Una fuente de dos pisos que en lugar de frutas albergaba medicinas”.  Ninguno de los dos, Octavio y Marie José, perdieron el ánimo. Al contrario, les emocionaban los libros sobrevivientes. El trabajo de Aranda Luna consistió en abrir un libro, leer el nombre del título y del autor. Limpiarlo un poco más y meterlo en una caja limpia. “Octavio Paz tomaba nota para tener un (nuevo) inventario”.    

La Cuauhtémoc -que debe su nombre al monumento al héroe mexica que se encuentra en el cruce de Insurgentes y Reforma- se ha convertido en una auténtica colonia de servicios: restaurantes, cantinas y oficinas abundan en sus calles, sobre las cuales transitan miembros de servicios diplomáticos, turistas y migrantes de varios países. Además, claro está, cajeros de bancos, jefes de departamento y altos funcionarios de secretarías federales. 

También en este triángulo geográfico de la ciudad se ha producido una transformación más sutil. Cuando Paz vivía aquí, Carlos Tapia vendía entre 40 y 60 ejemplares de los diarios nacionales más importantes. Todo dependía de los acontecimientos. Por ejemplo, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional decidió levantarse en armas en enero de 1994; cuando Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la República, fue asesinado en Lomas Taurinas, o cuando Vicente Fox, de Acción Nacional, ganó las elecciones de 2000, la venta de diarios superaba los 250 ejemplares antes del mediodía. Lo mismo sucedía con semanarios, revistas mensuales y culturales. 

Según Tapia, Paz también era un consumidor voraz de publicaciones y de suplementos. Otro comprador compulsivo que vivió en este condominio fue el exsecretario de Gobernación Mario Moya Palencia, quien en el gabinete de Luis Echeverría Álvarez se asumió como candidato a la presidencia de la República para las elecciones de 1976. Al final, Echeverría se decantó por su secretario de Hacienda, José López Portillo. Moya Palencia murió en 2006.

Octavio Paz fundó Vuelta después de la abrupta salida de Julio Scherer como director de Excélsior.  Scherer, por cierto, vivió no muy lejos de aquí, en Río Marne, en donde nacieron cuatro de sus hijos. En el primer número del mensuario de Paz -quien desde muy joven fue un entusiasta editor de revistas- se publicó una dura burla a Moya Palencia a propósito de un discurso suyo sobre los cuarenta años del cine sonoro en México. Después –“el destino es libertad”, aseguró el autor de Corriente Alterna– Paz y Moya Palencia fueron vecinos y compartieron el mismo puesto de periódicos.  

Hoy, en este puesto céntrico solamente se vende un ejemplar -si Tapia tiene suerte- de los rotativos que se distribuyen en la capital. En este mediodía las cosas han empeorado. Una ligera lluvia primaveral ha impedido que, siquiera, sean expuestos. De Letras Libres, la revista que surgió de entre las cenizas de Vuelta, la revista creada por Octavio Paz en 1976, Tapia ha logrado vender el primer ejemplar del mes hace cuatro días. La venta de refrescos fríos, botanas y golosinas ha servido para paliar el tiempo nublado, que cada vez parece más oscuro. 

En mayo de 2022, Letras Libres reconoció la batalla de Semanario Zeta en la búsqueda de la libertad de prensa, desde los principios irrenunciables de su fundador, Jesús Blancornelas, quien reconoció la tarea de Paz en la discrepancia con el poder en años más duros y autoritarios, cuando el gobierno priista encontraba maneras legales e ilegales para apoderarse de diarios, revistas y medios electrónicos críticos a regímenes opresores.   

Silvino Tovar es uno de los conserjes del edificio de dos torres que limitan Reforma, Guadalquivir y la pequeña calle de Río Volga. No tiene idea de quién viva actualmente en el 105 de Guadalquivir 109. Sabe que a un escritor “se le quemó la casa” hace mucho tiempo. Como el resto de los miembros de seguridad y administración, lleva un poco más de un año en esta tarea. Dice que no hay manera de subir al primer piso, ni a ninguno otro, porque el reglamento lo impide. Tampoco le está permitido dar nombres de los inquilinos; sólo de los despachos contables, jurídicos o pequeños corporativos que tienen aquí sus representaciones comerciales, que irónicamente están anunciados con las viejas tipografías de letras artesanales de plástico blanco sobre falso terciopelo. 

Tovar tiene razón. Sin dejar de ser cortés es tajante. No hay manera de usar las escaleras con rumbo al primer piso. El departamento está abandonado. Y custodiado por el INBAL y el DIF. Paz y Marie José murieron sin dejar testamento. Y esa característica legal ha complicado a todos: a editores de sus obras y a quienes intentan convertir los recintos, este Guadalquivir y el de Río Lerma 143, en patrimonios culturales del autor de La llama Doble.  

El berenjenal jurídico ha obligado a la Secretaria de Cultura, al gobierno de la Ciudad de México y al Sistema Integral de la Familia a crear la Purulera, como la Casa de Marie José y Octavio Paz, en el 445 de la calle Carrillo Puerto, en Tacuba. Ese lugar tiene la intención de conservar y preservar la obra del Nobel. Hasta el 31 de marzo de 2023 se habían estabilizado 70 mil documentos; 8 mil 138 libros y 476 obras artísticas. 

Afuera del edificio de Guadalquivir 109, ninguno de los transeúntes sabe que aquí vivió Octavio Paz durante más de tres lustros. Es inútil la pregunta, el lugar común. Los pocos que reconocen su nombre tampoco supieron de aquel incendio del 96 en el que se prefiguró el frío de la muerte del máximo edificio las letras mexicanas: Octavio Paz fue hombre, duró poco, y la noche sigue siendo larga. Diría José Emilio Pacheco: morirás lejos. Tu residencia se olvidará. 

Carlos Tapia tiene un macabro recuerdo de los días siguientes: 

“Los que tardaron en irse fueron los gatos: se enteraron tarde de la ausencia de sus amos; alguien se los habrá llevado…”.

Los gatos maullaron después en la Casa de Alvarado, actual albergue de la Fonoteca Nacional, en Coyoacán. No se sabe de una cinta que acredite su añoranza.   

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