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Orfandad, o la dolorosa reconstrucción de una memoria en llamas

Los padres tropiezan. Son carne y deseos. Los padres son hombres y mujeres simples. Envejecen al mirar a los hijos. Se van desvaneciendo. Lo peligroso es repetirlos, cargar con sus culpas en nuestras espaldas. Tienes que sacarte esa estaca que te oprime y dejar que se pierda en el tiempo. Perdona si te hicieron daño con sus olvidos, con sus omisiones. Deja que, una contra otra, las piedras se friccionen y hagan fuego o se pulvericen. Tienes que volver a ese momento que te duele. Para que ese recuerdo sea tierra, o lumbre o espuma del mar.

Orfandad; Karina Sosa

Soñé que la ciudad era una hoguera

México es un país complejo de entender. Siempre lo es. Pero hay algunos años y algunas épocas que se distinguen por los hechos, por aquello, en su mayoría malo, que marcó esos tiempos. El sexenio en que Felipe Calderón Hinojosa estuvo al mando es uno de ellos. Desde ahí, o a partir de ello, Karina Sosa escribe en Orfandad (Penguin Random House) una historia dolorosamente íntima de su relación familiar que tiene como fondo a una ciudad de Oaxaca en llamas, batiéndose entre luchas que enfrentan a sus activistas, pensadores y defensores locales ante los gobernantes ineptos y crueles que, ante el mínimo atisbo de poder, respaldado por una oronda impunidad, oprimen desde sus cúpulas a aquellos que desde la acción y el pensamiento están dispuestos a hacer todo lo posible por defender lo que es suyo: la tierra, la identidad.

Vivir a través de la memoria

Karina, la protagonista de esta segunda novela de la novelista oaxaqueña, suscrita en la singular y compleja categoría de la autoficción, es una joven que de pronto se halla en búsqueda de respuestas a esas preguntas que más pronto que tarde llegan cuando la identidad quiere cobrar sentido. A través de un viaje por su propia memoria, Karina halla un pasado fragmentado, con heridas aún abiertas pese al tiempo. La memoria, ese archivo que descompone a modo las certezas y los dolores, se interpone entre las preguntas y las respuestas que se fueron a buscar. 

Es en el medio de todo eso que la también autora de Caballo fantasma (Almadía) escribe sobre su padre, un luchador social que fue a parar a la cárcel por intentar derrocar al gobierno en turno de Oaxaca, a quien en su memoria de niña y adolescente no logra poner un rostro único y sobre su madre, con una ternura desmedida y un halo de calidez inagotable, que busca comprender sus acciones y reconocer todo lo que hizo por ella, sus dos hermanas y su hermano más pequeño. Pero no, no en el medio, sino como causa natural. Oaxaca, ese estado de crisis de la época, sirve para acompañar la búsqueda; no obstante es pieza imprescindible de la historia hasta en la ilustración de la portada.

Ejercicio de escritura circular que parece continuar a lo largo del tiempo dada la imposibilidad que hay para frenar la cadena de dolor. Porque esa historia, la de Karina, autora y protagonista, es apenas una reconstrucción de lo que se recuerda. Son todo imágenes superpuestas. Recuerdos que se palpan. Es la historia de Karina pero es al mismo tiempo la historia de otros cientos de miles que se vieron asidos a la misma crueldad, la misma abrumadora duda, la ruina, el peligro y la incertidumbre.

Mamá es como una filósofa marxista que intenta derribar un tirano

El paisaje desolador se amplía al pasar las hojas de un relato polifónico y atemporal más cercano a la madre y la tierra, que al padre. Que insiste en convencerse de alguna certeza. Que se pregunta en silencio por qué tiene que ser la vida así, por qué de pronto no basta con volver el tiempo un momento y evitar conocer algunos secretos.

Entre el olor a muerte y desaparecidos, cosas y situaciones en llamas, dolor, violencia, vidas perdidas, agujeros sin sentido, abuso de autoridad y confusión, está mamá. Ese ser de cualidades desafiantes, cuasi mágicas. Karina describe con claridad el sentimiento hondo de la comprensión. Su lenguaje poético y las imágenes que brotan iluminan una senda gris, de pronto desesperanzada. En algo que inicia como una charla, la protagonista termina con una confesión por demás bella, y certera: «Tenía miedo de perder a mamá. Sentí que debía escribir sobre ella. Ponerle una trampa a la muerte». 

Más tarde la excusa, en cierto modo, por dejarse llevar por ese amor que aún sentía por su padre. Un amor que era como un destello luminoso que nos contagiaba y nos hacía creer en algo. Cuestionamiento más hondo. ¿Hay que justificar a nuestros padres? ¿Son ellos o nosotras quienes necesitamos creer en algo? La orfandad es más que la pérdida, quizá algo cercano a enfrentarse al horror. Mirar con claridad un recuerdo desde el teatro de la memoria.

Por Demian García

Lector permanente. Devoto de la poesía y el fútbol. Escribo, hablo y habito en Revista Purgante, Interferencia IMER y Diario 24 Horas.

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