Especial de poetas malditos

Dentro de la redacción de purgante impera la tradición de la multitud de voces para crear textos corales. Por tanto, con motivo de este mes que permite evocar espectros, remover lecturas oscuras escritas por poetas malditos y tenebrosos, transformaciones revistas a través de la reescritura de cuentos clásicos, abismos espaciales, atmósferas y espectros sobrenaturales, buscamos, en los siguientes textos que rememoran a figuras de la poesía, una alternativa mediante una serie de encuentros con la extrañeza, el delirio, la óptica enigmática para hacer frente a lo cotidiano y la realidad a veces incipiente.

Emily Dickinson (1830-1886)

Por Josefina Zícaro

“No es que morir nos duela, sino que vivir nos lastima más. El hecho de vivir nos hace temer a la muerte”.

Emily Dickinson (1830-1886) es una consagrada poeta estadounidense en la línea de Edgar Allan Poe o Walt Whitman. Tanto en sus libros Poemas a la muerte como en su reciente recolección Morí por la belleza, la muerte es, en Dickinson, uno de los temas centrales en toda su obra poética. De Poemas a la muerte, destaca:

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Aún no se lo he dicho a mi jardín —

no vaya a ser que convencerme pueda.

Tampoco tengo fuerza suficiente

para comunicárselo a la Abeja —

No lo diré en la calle, pues las tiendas

me mirarían, fijamente, a mí —

Que alguien tan poca cosa — e ignorante

tenga la valentía de morir.

No quiero que lo sepan las laderas —

por las que tanto paseé —

ni decirles a los amados bosques

el día en que me iré —

No lo susurraré en la mesa —

ni por descuido se me escapará

que hoy dentro del Enigma

alguien caminará —

La muerte es, pues, un encuentro casual socialmente indeseable en su poesía. Otras veces, muerte, redención y depresión van de la mano. No hay que olvidar que los últimos años de la vida de Dickinson fueron atormentados debido a su incapacitante enfermedad. Muerte, enfermedad, duelo, desamparo y desigualdad son motivos poéticos recurrentes. Además, esta poeta vivía completamente recluida en su casa, manteniendo las amistades solo por correspondencia postal. ¿Fue Emily Dickinson una alma atormentada y suicida que vestía sólo de blanco? Nunca se sabrá, aunque resuenen «I felt a funeral in my brain» o, si me permiten: «¿Es el cielo un médico? / Dicen que él puede sanar-/Pero la medicina póstuma/ No está disponible- / ¿Es el Cielo un Recaudador? / Hablan de nuestras deudas- /Pero en esa negociación/ No soy Parte-».

José María Eguren (1874-1942)

Por Jesús Escamilo

Poeta, fotógrafo y pintor, José María Eguren nace el 7 de julio de 1874 en Lima, Perú. Siendo uno de los más grandes poetas del simbolismo peruano, su obra alcanza a influir a futuras voces como César Vallejo y Martín Adán, dedicándole este último su libro Casa de cartón.

Eguren sufre desde muy joven a causa de su frágil salud, ya que le impedirá ir a la escuela con normalidad, sin embargo, dicha condición enfermiza forja en él a un gran lector y a un amante del campo. Así pues, la poesía del vate peruano se caracterizará por un ambiente trágico y oscuro que se sumerge entre fantasmas y tumbas, y que con un lenguaje preciso y lleno de musicalidad reprime todo lugar común evocado hasta entonces en la escena peruana y en el movimiento modernista. De esta manera, Eguren deja en evidencia una reconciliación entre la vida y la muerte, no una tregua, sino cierta desatada comprensión y necesidad de identificarse con la belleza de un mundo fabuloso e incierto.

De repente, uno de sus más leídos y recitados poemas sea «La niña y la lámpara azul», y hasta Jorge Luis Borges en las calles de Buenos Aires —según cuenta Jaime Bayly— empezó a recitar los primeros versos y con su interés y humor característico señaló que a la niña de la lampara azul le sobraba lo azul. Ahora bien, mejor todavía sería habitar en otro de sus poemas, aquel que habla y surge desde la otra vida:

Los muertos

Los nevados muertos,

bajo triste cielo,

van por la avenida

doliente que nunca termina.

Van con mustias formas

entre las auras silenciosas:

y de la muerte dan el frío

a sauces y lirios.

Lentos brillan blancos

por el camino desolado;

y añoran las fiestas del día

y los amores de la vida.

Al caminar, los muertos una

esperanza buscan:

y miran sólo la guadaña,

la triste sombra ensimismada.

En yerma noche de las brumas

y en el penar y la pavura,

van los lejanos caminantes

por la avenida interminable.

El cuervo; Edgar Allan Poe (1809-1849)

Por Alba Otero

El cuervo, un poema del autor Edgar Allan Poe, se aleja del género de terror tan propio de él, pero sigue manteniendo esa atmósfera sobrenatural y sobrecogedora tan características. La historia versa acerca de un joven hombre abatido por la reciente muerte de su esposa, Leonor, que intenta mitigar su dolor leyendo hasta que un cuervo se le aparece. En todo el relato, el cuervo, un animal extraño y misterioso, repite incansablemente: «Nunca más». Estas dos palabras generan en el protagonista una angustia desmedida pues le pregunta acerca de su pesar y solo recibe esa respuesta.

La poesía se destaca por la cantidad de simbolismos, partiendo de un análisis que se podría hacer de los dos protagonistas, por un lado, el joven confuso y triste que no puede encontrar una forma de sobrellevar el duelo y, por otro lado, el cuervo representa el conocimiento y, también, la conciencia del joven pues internamente es consecuente de que su amada ha trascendido a la vida eterna. Además, el uso de esta ave es intencionado pues debido a su alimentación carroñera siempre se ha considerado un mediador entre la vida y la muerte.

En este poema, Poe trasmite la realidad trágica de la muerte sobre la voluntad humana. Ni existe una alternativa ni razón que pueda con la desesperanza de cuando una persona llega al abismo de la tristeza. Ni el amor ni la juventud son rivales para la muerte cuando dicta sentencia. Antes de terminar el poema, Edgar Allan Poe apresa al lector y lo lleva sumerge con su último verso, pues con el cuervo quiere mostrar que la muerte al final es el olvido con la repetida frase: «Nunca más».

Diarios; Alejandra Pizarnik

Por Diana Lerendidi

«No quiero nada más que ir hasta el fondo» en tiza y sobre una pizarra desgastada, fueron los últimos versos escritos por la poeta argentina Alejandra Pizarnik.

Textos mecanografiados, anotaciones en cuadernos, manuscritos a lápiz, borradores en trozos de papel, revelaciones, correspondencias y versos sueltos pendiendo del abismo de las dudas y el miedo, forman parte de Diarios de la poeta. Adentrarse en ellos es como asistir a un funeral sin cadáver y el protocolo a seguir es desenterrar su lenguaje entre gritos, susurros y silencios.

La edición a cargo de la poeta y traductora Ana Becciú desnuda a la surrealista ave enjaulada; víctima de sus barrotes mentales y presa de las sombras más oscuras de su infancia. Eterna habitante del duelo y la melancolía. Alejandra materializó su poesía en abstractas y minuciosas imágenes mentales, retrató en otra dimensión pasajes de su incómoda cotidianidad, de su fastidio y su sufrimiento. ¿Maldita? Cualquier ser que tenga la capacidad de sentir tanto como ella está condenado a la soledad y la búsqueda desesperada del silencio. Pizarnik transfiguró el significado de la muerte y trascendió a su propia tragedia al borde de sus obsesiones y recurrencias. Su suicidio fue la última dosis que bebió de su asfixiante vida. Sobredosis, la causa. Su maldición, la razón.

Los diarios de Pizarnik son una puesta interior, un espejo natural que inquieta observar, pero que conecta con otros universos a los cuales es inevitable sucumbir. Abstracta, orgánica y fragmentada, así fue su vida y obra literaria.

Poemas en los cuentos de H. P. Lovecraft (1890-1837)

Por Sebastián López

H. P. Lovecraft (1890-1937), el guardián del abismo espacial, el leviatán de las perversiones divinas, es conocido por ser responsable de crear un universo vasto, donde la humanidad es apenas un por ciento de lo que se desconoce: seres extraterrestres que por el simple hecho de que su mitología y conocimiento va allende lo real, en pocas palabras, lo existencial, las personas los ven como deidades a los que se les debe rendir culto.

La vocación literaria de Lovecraft partió del relato corto, ya que es donde mejor se supo mover: con pocas palabras podía contar todo un éxtasis de una cúpula bajo el terror. En sus cuentos no sólo se lee el estudio del por qué existimos, sino que el lenguaje tiene el cargo de dar a conocer el entendimiento humano, evocar lo que la palabra hablada no puede. Los poemas que conforman estas historias breves son un vorágine de una crítica filosófica, en la que no hay espacio para la amenidad, solo cabe la desesperanza, la falta de conocimiento que, con sutileza, deja espacio para el horror, y es aquí donde los seres vivos colapsan ante sus propias pesadillas: Olkoth, el Vampiro de las Estrellas, los Perros de Tíndalos, Y’Golonac, la Madre del Pus, el Vacío de las Estrellas, Ubbo-Sathla, pero también se interrogan ante la presencia de los dueños de la verdad absoluta: Nyarlathotep, Azathoth, Yog Sothoth y Shub-Niggurath.

Los «grandes antiguos» y los «dioses exteriores» se mezclan en un lenguaje poético que no tiene un ritmo o un canto en verso como un poema épico, pero es por su anatomía y las descripciones tan precisas, que la poesía lovecraftiana es un viaje onírico a través de las estrellas que no tienen luz: se mezclan con la oscuridad, están contaminadas del mal, puesto que no tienen moral, es totalmente irreversible su existencia, están por una razón que el propio Lovecraft no supo justificar en vida.

Tranformations; Anne Sexton

Por Andrés Piña

Hablar sobre los Hermanos Grimm desde una perspectiva poética es un poco como regresar al mundo oculto y maravilloso de la infancia. Allí, donde las cosas resplandecen en la noche, como las estrellas que están pegadas en el techo de nuestra cochera. Sin duda, dicha magia está presente en el libro: Tranformations (Houghton Mifflin Company, 1971), de Anne Sexton, que más que una reescritura es un panorama crítico, donde el mundo y la fantasía se mezclan, pasando de la poesía confesional al cuestionamiento sobre la realidad. Vonnegut lo sabía, quizá por eso su prefacio contiene una frescura infinita en cada palabra. No hay duda, este poemario es un vehículo estético. Donde Anne compone para su hija Linda, una sinfonía de colores, metáforas y formas, que terminan por darle un giro a los cuentos de hadas tradicionales que ya conocemos. Situando así, su construcción narrativa en el fulgor del presente. Y es que la idea de temporalidad es fundamental para la ficción. No por nada Jacob y Wilhelm en su diccionario (Deutsches Wörterbuch von Jacob Grimm und Wilhelm Grimm) consignan el verbo: “zeitigen”, cuyo uso transitivo tiene que ver con la producción de algo en un tiempo determinado. Y qué mejor producción que la de poesía e imaginación hecha aquí por Sexton, la cual no abandona, aquella postura casi de corte lacaniano, que sus versos tienen frente a los ideales contemporáneos.

Las flores del mal; Charles Baudelaire

Por Ricardo López Si

Para contextualizar la obra, digamos primero que Baudelaire fue el preludio a Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé y Guillaume Apollinaire. Es más, hay motivos para pensar que se trataba del epítome de poeta maldito, en su concepción más transgresora, un concepto que se ha ido desnaturalizando irremediablemente con el correr de los años. Habiendo dicho todo esto, es difícil pensar que el hijo de un seminarista haya concebido un poemario tan oscuro como Flores del mal, encima dedicado al «querido y muy venerado maestro y amigo Théophile Gautier», quizá la gran metáfora de la transición entre el romanticismo y el simbolismo. El recorrido que propone la estructura del libro es muy interesante, puesto que toma como punto de partida un profundo sentimiento de liberación, pasando por la evocación de la belleza en un sentido erótico y casi perverso, o la contemplación desencantada de la París de su tiempo, hasta caer en un tobogán sin retorno hacia el hastío y la autodestrucción. Todo esto marcado siempre por una voz cansada, pesimista, aunque no por ello menos musical. Consciente de que su obra sería perseguida y censurada, Baudelaire se aseguró de dejar unos versos inolvidables en su Epígrafe para un libro condenado: Lector apacible y bucólico / hombre de bien, discreto y sano / tira este libro saturniano / orgíaco y melancólico. Rindámosle pleitesía al poeta de la decadencia por antonomasia.

Dasha; Ben Brooks

Por David Muñoz

Resulta curioso cómo, a veces, sólo unas poquísimas veces, la maestría y el talento deciden brotar en un cuerpo joven. Hay largos ejemplos en la historia: Hipatia, Mozart, Goethe, Sofia Coppola, Paul Thomas Anderson o el mismísimo último emperador de China, el Puyi para los amigos. Normalmente, estos nombres aparecen fugazmente durante su época y reaparecen a lo largo de la historia como los grandes genios de una generación. Aunque este caso, es más bien rocambolesco, ya que se trata de un Charles Bukowski, pero al revés, cuando tuvo más éxito fue durante su primera etapa como escritor. A la avanzada edad de 16 años, publicó un poemario llamado Fences (recientemente traducido al español por Blackie Books como Dasha —sí, las traducciones al español tienden a tener este tipo de gestos creativos, aunque en este caso se lo perdonamos porque se trata de Jorge de Cascante y su traducción es impecable—, que en su lanzamiento supuso una revolución poética total para las generaciones más jóvenes). Este poemario, no sólo significó el principio de una era sino también la aceptación social de los problemas del siglo XXI. A ver, tampoco quiero pasarme de magnánimo, pero el chaval tenía 16 años y ya hablaba sobre la depresión, el trabajo, la pérdida, la vida, el sexo, las drogas y todo tipo de temas que se vinculan a Rimbaud o a Baudelaire. Además, es inglés, lo cual supone un doble jaque mate a sus rivales directos.

Con un formato imposible (cambios de tamaño y líneas solo comprensibles para el más gamberro), consigue transportarnos a otro universo. Un universo que creíamos ya obsoleto: el de los adolescentes heridos con ganas de marcha, lo que me lleva a afirmar que se trata de uno de los relatos de terror más vívidos de los últimos tiempos. Con 16 años, el tío. Está claro que captó la efímera esencia de lo que significa no querer volver atrás. Empezó a autodestruirse antes de siquiera haber puesto los cimientos, pero, si puedes construir una casa por el tejado, ¿por qué no vas a hacerlo? Nadie excepto unos pocos elegidos pueden, y no todos tienen alas.

Sobre todo, teniendo en cuenta que algunos aún tienen que salir del huevo.

Poemas de terror y de misterio; Luis Felipe Fabre

Por Demian García

Si alguna vez el desencanto, las miradas recubiertas de pesimismo y melancolía, y el humor agridulce (o más bien amargo) pudieran condensarse en un solo amasijo de páginas, sería aquí, acá, en Poemas de terror y de misterio, de Luis Felipe Fabre. Aquí no hay artificio que valga. No hay, en un principio, versos que se revuelquen en palabras ostentosas. Ni tampoco al final ni en medio. Es, me parece, intencional. Como también me parece intencional ese escape al lugar común en que se arrincona a la poesía. No sólo hay poemas que provocan una carcajada, donde podemos toparnos de frente con el mundo artístico, los artistas, zombis, vampiros, monstruos, pero también (pos)modernidad, violencia, delirio. Fabre convoca, desde una composición distinta, a una lectura distinta. La poesía no es lo que parece. La poesía no debe ser lo que parece. La poesía puede ser esto y puede ser aquello. La poesía puede provocar. Y, ya entrados en eso, no me sorprendería que me preguntasen por qué acomodo en este especial de horrores y sombras un libro que más bien provoca carcajadas y momentos sumamente lúcidos y agradables. Yo me limitaría a responder que, si acaso creen que el miedo, la provocación, la perversidad y el misterio se encuentra solamente en las profundidades de un bosque frío y oscuro o en un grito que sale del fango, probablemente estén más que equivocados. Encontrémonos, mejor, en circunstancias misteriosas, en distintos grados de lectura, leyendo poemas que en una de esas estén tratando de chuparnos la sangre o masticándonos los sesos.

Dejo los restos de un poema para acrecentar el gusto. Después de leerlo, podéis ir en paz:

1

Un hombre intenta cruzar la calle pero

es atacado por una horda de zombis hambrientos.

2

Malas noticias: es Javier.

Buenas noticias: no eres tú.

3

Un poema salpicado de sangre

o mejor

un poema escrito con sangre:

letras escurriendo sangre

como la tipografía de los títulos

de aquellas viejas películas gore.

4

¡Riñones del espanto!

¡Vesícula del estremecimiento!

¡Intestinos del horror!

5

Javier: un cuerpo desgarrado que desparrama sus secretos

como una bolsa de súper que se desfonda

a mitad de la calle:

comida:

solo eso: un atestado puesto de misterios en barata.

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