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Editorial

Pelé, una oda a la alegría

Porque las cosas iban por allá, donde las verdades, las cosas palpables, los datos, los hechos, el periodismo que hurga en cada resquicio de cada vida, y si no, los espías, los documentos, las filtraciones, el siglo que lo supo todo, todo, la descomposición del átomo, las intrigas y el ADN, un siglo que lo ventiló todo y le gustaron los hombres reales, personas jurídicas y físicas, porque Edson era un RFC, un día en el registro civil recién nacido en octubre del cuarenta, los padres modestos, ama de casa, ex futbolista, una infancia con apuros pero con plata apenas para la pelota, los zapatos, Tres Coraçoes, tierra de mentiras donde sólo es cierto en lo que se cree, actos de fe que vienen del África y se postran ante el Cristo martirizado que salva y redime con ternura ante el desamparo, Edson que sueña sobre una almohada silenciosa, cancha infinita de la imaginación y él que quiere ser conocido un día por todo mundo, sin saber que ese día llegará, porque a los hombres de la posguerra les urgen apóstoles de pantalones cortos para levantar los corazones en medio de las cenizas de los ismos, en un lugar de la cancha, al borde del área del destino, Edson se encontrará con él, pero no Edson en sí, acaso otro, acaso lo que hay debajo, lo que no aparece en el espejo, esa mentira cotidiana, papá que decía ponle corazón y amor a lo que hagas, las mañanas de Edson, limpiabotas, aspirante a zapatero, como el amoroso padre, Dondinho, tan tempranamente separado de la alfombra de la ilusión, no Edson en sí, si no otro, él, otro, otros, todos, el juego de los pronombres que busca juntar en uno al resto, a los que admiran, a los que buscan un dios pagano ante la barbarie, ante la desazón, ante la pesadumbre, porque Dios hizo las maletas y se fue jurando volver para juzgar a vivos y muertos, entonces el héroe, el ídolo, el estandarte de una época, de un día, de un año, de una década, un siglo reducido a una palabra que lo signifique todo aunque esa palabra no signifique nada, nada, acaso,  

Porque entonces Pelé, la ocurrencia de un amigo de la cuadra, palabra nueva donde ya no caben los estrenos porque la Guerra, el progreso, el orden natural de las cosas, el siglo de los miles de significados quebrado de pronto por una gambeta graciosa de una risita malsana de aquel escuincle a quien ha devorado el olvido y quien repetía Pelé, Pelé, Pelé, y Edson que se molestaba un poco como con los mosquitos y los berrinches y reclamaba con los dientes de leche apenas en el suelo, ¿qué dices, qué dices? ¿qué es Pelé, qué es Pelé?, entonces Edson se desdibujaba, se iba perdiendo poco a poco, como fantasma dejado en el cambio de ropa de la pubertad, la adolescencia que lo cambia todo, la voz, los hombros, el gusto por las muchachas, Edson comenzaba a dejar de ser, como el ocurrente amigo, se iba, irremediablemente, al mundo de las cosas palpables, comprobables, donde lo que existe no es, y nunca ha sido, pero el siglo que lo sabe todo, que encontró el significante de cada cosa existente, no intuyó entonces que la palabra más pronunciada en el futbol -esa invención- sería Pelé, Pelé, Pelé, adjetivo, superlativo, sustantivo, que entonces Pelé comenzaba a ser la metafísica del más hermoso de los juegos, palabra que daba sustancia al ser, a la pelota, al zapato, a la portería, al campo, que nada sabía, que no se imaginaba las nuevas formas del regate, del plano, de la geometría, todo comenzó a ser Pelé, Pelé, Pelé palabra que no decía nada, pero, sí, sí, lo decía ya todo, todo, las hazañas, los mil 269 goles, las tres Copas del Mundo, Suecia, Chile, México, el Diez, el Santos, redundancia de profetas porque aquellos once eran santos de la verdadera evangelización universal, el dribbling, los gestos, el reinado apostólico de un negro entre la bipolaridad de la política, la ideología, la utopía, el objetivo histórico, la plusvalía, la acumulación de capitales, un mundo que no buscaba verdades sino creencias, palabras inventadas que reinventaran la esperanza de una época de un estadio del hombre en la que todo se había venido abajo irremediablemente, entonces las mentiras, porque tampoco Elvis, tampoco Alí, tampoco Lennon, tampoco Pelé, nada era cierto, comprobable, todo era una abrumadora fantasía, el pronombre plural que apenas tomaba forma, nosotros, todos, todos en Pelé, todos lo veían jugar en México, en Budapest, en Londres, en Río, no hubo nadie que no lo viera, que no se compusiera su propia leyenda al lado del astro, leyendas, flores llenas de misterios que ni Garrincha ni Di Stéfano ni Charlton, todos estuvieron en todos los estadios, en todos los goles, en todas tribunas, todos lo vieron, arte en movimiento, gracioso gesto de la naturaleza que lo armonizaba, que le daba forma, Beethoven con la pelota pegada a los pies, oda a la alegría en piernas cortas, poema popular sin necesitad de diccionario para la metáfora, 

Porque Pelé se va haciendo mayor y va ganando con el Santos todo, casi todo, desde su debut el 2 de septiembre de 1956, ante el Corinthians, va dibujándose en medio del paisaje, pero todo héroe necesita una tragedia para ser, por fin, lo inimaginable, nadie escapa tampoco al “Maracanazo”, aquel desplante de la República Oriental del Uruguay que silencia (con una victoria de 2-1 sobre la verdeamarella) hasta hoy los rincones más profundo de un estadio construido para la alegría, para el alarido, mausoleo donde las lágrimas no se secarán nunca, Pelé que es Edson, llora como el niño que es, tiene diez años, Maracaná es Troya, río de lamentos, ruina sobre ruina, festín de quejidos, templo de dolor del que hablarán los hombres venideros hasta el último de los días, el mundo se muda, en 1954 Alemania se reconstruye en Berna, se cierra la mitad del siglo, el más atroz desde Cannan, entre Suiza y Suecia sucede algo, algo, Edson, que ya es Pelé, debuta con la selección brasileña (7 de julio de 1957) ante la vecina y mal querida Argentina, anota, Brasil es otro, acaso muy otro, Odiseo, que es nadie, llama a puerta.

Porque Pelé, que ganará nueve campeonatos con el Santos (siete seguidos), debuta, con 1.69 metros de estatura y 74 kilos de peso, en el Mundial de Suecia con 17 años, ya nadie sabe nada de Edson, en la final, ante el local, Pelé anota dos goles, el país más futbolero del mundo no es republicano pero sí muy religioso, no le llama Dios, prefiere rey, “O Rey Pelé”, en Chile 62, el hombre del “Futbol soy yo” se reconoce humano, lesionado se pierde la final del mundial chileno, Lennon ya toca en Liverpool, tiene sus mismos 22 años, Alí ya es campeón olímpico y comienza a cambiar el boxeo profesional, Pelé, que no dice nada, lo dice todo, cuatro años después, todo es Londres, El Rey visita a la reina en una absurda jugada de ajedrez del destino, abajo, el Rey negro pierde ante la reina blanca, Brasil pierde ante Portugal en una carnicería que debió ser sancionada en la Corte Internacional de La Haya, Pelé es objeto de todas las agresiones, de todas la envidias, de todos los martirios, la Cruz ante el Calvario, pero, se lastima a lo que se ama, a lo que se admira, se mata aquello que nos hace vivir.

Porque en el siglo que todo lo comprueba, que todo lo documenta, que se basa en el dato, en el hecho, todo es número, todo es fecha, hora y minuto, a las 19:23 del 19 de noviembre de 1969 –cuatro meses antes Neil Armstrong se convirtió en el hombre luna -Pelé anota su gol mil ante del Vasco Da Gama en el mismo Maracaná que fue Troya, un penalti al que el Rey reacciona con indiferencia, casi displicente acepta el cobro con el apoyo de las decenas de miles de súbditos, Pelé ya es un hecho, un dato, una estadística, un récord, pero Pelé sigue sin tener significado porque ya es todos los goles, todos los niños y todos los partidos, todos los gritos de gol de todo el mundo llevan un Pelé como epílogo, Pelé será, eso sí, el Epílogo de la Era de los Sueños, todo es nada.

Porque después de todo, todo, todo es un acto, un solo acto, acaso nada más, 30 de junio de 1970, doce años después de aquel debut, de la transformación metafísica del juego, 1970, México, el ombligo de la nada, en donde ya nada significa nada, tierra en donde nada vale y menos cuesta, México, espejo terrenal del cosmos, estadio Azteca, Pelé se rodea de diez apóstoles y cierra una época, un tiempo del juego más lindo, jugado a lo lindo, como si la belleza consistiera en una forma del baile y de la arquitectura, Brasil vence a Italia 4-1 (después de acabar con Uruguay en semifinales, Pelé no anotó el gol más geométrico de la historia) con un primer gol del astro que ya soberano supremo de la pelota universal, Pelé se consagra en la cancha que se agota, se mustia de tan seducida, la alegría está en boca de todos, todos están, miles de millones lo veneran a través de la televisión, que en tecnicolor testifica el imperio de un hombre de 29 años, O Rey, de pronto ya nada es, el undo entra en un triángulo en donde todo se ve claramente, la belleza, la poesía, el óleo de la naturaleza, un fragmento del espacio eterno del universo, pura abrumadora imaginación, puro gozo, porque las cosas de pronto fueron por otro lado, por el lado irreal, inimaginable, lejano, como en el otro lado de las cosas, de pronto ya nada era documento, dato, número, no, todo era un sentimiento, una emoción, una voluntad de dejar de ser y estar en lo verdadero, porque lo verdadero no perdura, y aquella tarde en el Azteca no ha terminado de suceder, todavía sucede, ahorita, en este momento Pelé se levanta del suelo y conecta de cabeza uno de los más exquisitos goles, en este momento todos están en el Azteca, los que vinieron después y vieron que un día, de un año, de un verano, el mundo convulso dejo de tener orden para introducirse en el túnel misterioso del destiempo, las deshoras del recuerdo, Pelé nunca fue, sin embargo siempre será, benditos los invitados a la cancha del señor.

Recuadro

Pelé no volvió a ser Edson. Se retiró formalmente de las canchas el 1 de octubre de 1977, tenía 37 años. Dueño de una fama insospechada para un futbolista se dedicó después al mercado, claro ya siendo él mismo una gran mercancía que producía mercancías. Fue embajador de la Unicef, de la ONU, propagó la palabra de la pelota en en el África, en el Asia, se convirtió en una voz cantante dentro de la Federación Internacional de Asociaciones de Futbol. Los bancos, las refresqueras y las compañías de seguros se pelearon, mediante ofertas multimillonarias, por su imagen.

Pelé vendía de todo y ganaba todo. Dice bien Eduardo Galeano: Nunca se le cayó un peso del bolsillo, ni para el hambre ni para el desamparo. Amasó una fortuna insospechada. Pasó por varios escándalos sexuales, uno de ellos con la bella Xuxa; alguno de sus siete hijos no lo dejó bien parado como padre (tráfico de drogas) y, cuando intentó hacerse cargo del deporte del Brasil, lo acusaron de desviar fondos públicos con fines particulares; corrupción, pues. El se defendió. Alegó ser víctima de sus colaboradores. Pocos le creyeron. Pelé siempre ha tenido la fortuna del encanto. Al ídolo se le perdona todo. 

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