Perras de reserva, las cosas como son y no como dicen ser

A lo mejor a ti mi historia se te hace como de La rosa de Guadalupe porque allá en tu casa
llena de áreas verdes y calles bien pavimentadas esto no pasa, pero esto pasa a diario,
aunque ustedes, los ricachones, no lo crean.

Perras de reserva; Dahlia de la Cerda

Volvemos con la narrativa de la violencia, la literatura de la violencia, otrora arista excesiva que no cesa de escribirse y, encima, de ganar premios. Género, tipo o estante de biblioteca que comparte espacio con la literatura que habla sobre maternidad, con el duelo, entre otras tantas que tienen rabiando a unos cuantos. Que cuántos libros más, que por qué tanto si basta con ver las noticias o asomar las narices para darse cuenta de lo que sucede allá afuera. Claro, con eso es más que suficiente. Que entonces para qué más de esto, de seguir reproduciendo ejercicios violentos y poner ideas funestas en nombre de La Literatura. Si ya hay películas, ensayos, otros libros escritos por hombres respetables. Claro, claro.

Y no vengo a dar respuesta de por qué sí o por qué no más, porque aquello se responde solo y lo escrito antes no más que una réplica boba en tono de burla para lidiar contra los preocupados por los fenómenos antes mencionados dentro del mundo de las letras, a quienes un libro como estos podría concederles espanto, delirio y ganas de no leer más, y yo me alegraría, porque ¿para qué es la literatura como la que escribe Dahlia de la Cerda (Aguascalientes, 1985) sino para incomodar al poder, al biempensante, al representante del poder?

Entrando entonces en materia, resulta imposible no pensar en Perros de reserva (1992), porque el título es casi exactamente lo mismo, sólo que acá está escrito en femenino. Así como en la película de Quentin Tarantino, Dahlia de la Cerda recurre y recita sin aspaviento alguno una suerte de encuentros violentos en que mujeres –únicamente–, tanto víctimas como victimarias, acuden los encuentros con una realidad en la que corre sangre, abuso de poder, injusticia, acaso atisbos de justicia (por mano propia, claro), lugares comunes (y nada corrientes junto a otros que sí), realismo, crudeza, violencia, desenfreno. Un caldo de cultivo y variedad sin precedentes, con un tono que siembra cercanía con los márgenes y geografías variopintas.

Un paseo turbulento, lleno de oralidad, en mismas proporciones excesivo y estrecho, hecho a la medida de la realidad, ni más ni menos. Con un realismo sucio impresionante, llevado quizás a uno de sus límites, que nos transporta del encanto a la frivolidad, del ruido excesivo al silencio, de la ingenuidad absoluta al, como dije antes, abuso de poder. El poder, qué cosa cuando se tiene como lo tienen algunas de los personajes principales de estos relatos. No hay duda de que hay bastante tela para cortar y armar un telón grandísimo que puede desplomarse con un jaloncito absurdo extravagante y, sobre todo, muy real.

Y es que quizás repito la realidad constantemente, como reiterando lo evidente, pero es que parece que no es nunca suficiente. No porque sea inverosímil o porque cueste trabajo entenderlo. Es sólo consecuencia inevitable por el impacto, cierto estado de shock. Como haberse aventado al vacío esperando que no pasara nada. Imposible, pues. Así, Perras de reserva es un libro que habla de justicia en todos sus niveles. Ponga usted, después de justicia, el complemento que quiera: para todo hay, para todo alcanza. No guste o no nos guste: es así, porque las cosas pasan, aunque uno no las crea o las crea poco convincentes. Lo hostil es hostil y lo cruel es lo cruel, aunque ello conlleve el peligro de que algo se pierda por la visceralidad, porque de pronto puede caer en réplica de un discurso más o menos silenciador, pues la violencia y la relevancia de los problemas que la autora narra quedan a ratos disueltos. Pero eso en términos generales, quizás de alguna manera reflexiva que ahonda en detalles que escapan a una lectura, digamos, más convencional.

En realidad, logra sumergirnos por completo, nos absorbe y encierra durante todos los relatos, porque la literalidad, los destellos, cada ruptura, las descripciones y el lenguaje real y soez no cesa, ni en los cuentos que se publicaron por primera vez –en 2019 bajo el sello de Tierra Adentro, después de que el título se llevara el Premio de Cuento Joven Comala en ese mismo año– ni en los que se sumaron más tarde para la edición publicada por Sexto Piso, que es la que ahora nos convoca en este dibujo escrito y maltrecho de un libro bravo, buchón, criminal, ricachón, junior, cholo, asesino, justiciero y, sobre todo, consistente, fuerte en toda su extensión, acaso fundamental (y no sé si necesario) para acercarse de otro modo a las realidades varias que se presentan y que, pese a ser tan distintas, se entrelazan, se encuentran en sus radicalidades, en los extremos más impensables, en la esquinas que todas conocen y nadie quiere alumbrar por miedo a hallar algo que nos haga actuar en consecuencia. Pero hay que hacerlo. Es fundamental.

Ya no es más tiempo de ceder, ni de callar. Hay que cruzar el umbral. Y encomendarse al Diablo porque en esto Dios no hace el paro.

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