“¡Quiero que te mueras!”: Cría Cuervos… de Carlos Saura

Cada equis tiempo, regreso a esta película de Saura; más específicamente cuando lo necesito. 

No recuerdo exactamente cuándo la vi por primera vez -debió ser a mediados de los 90 en canal 11, en aquellos magníficos ciclos que tenía ese medio, años antes de su vergonzosa debacle como escaparate del regimen actual- pero sí que se me quedó tan adentro que por eso vuelvo a ella (una de las ventajas de coleccionar películas en físico, es poder acceder a ellas cuando a uno le pega la gana, sin depender de la programación del streaming) y siempre que lo hago, encuentro algo diferente, nuevo, o que había olvidado: un detalle, un guiño, o -como en mi más reciente visionado- toda una revelación. 

Trataré de no hacer spoilers en este texto, pero si usted, amable lector, no ha visto la película antes, le sugiero que haga una pausa, la busque, la vea, y regrese aquí. 

O que se aventure a leer, bajo su propio riesgo.

Cría cuervos… (así, con tres puntos suspensivos) es el undécimo largometraje de Saura (1932-2023); filmado en 1975, en vísperas de la muerte de Francisco Franco (que tuvo una de las agonías más horrendas de la historia, y fue poco para lo que se merecía), esta fábula gótico-infantil escrita por él mismo, se centra en la mirada sin filtros de Ana (una monumental Ana Torrent, en ese momento de 8 años de edad), una pequeña que vive en el centro de Madrid, en una mansión bardeada, rodeada de una urbe pujante y al mismo tiempo aislada del mundo -una clara metáfora de España bajo la dictadura-. 

Ana, dulce y sensible, aunque posiblemente ya manifestando una incipiente esquizofrenia, adquiere mediante sus juegos no del todo inocentes, la noción de que posee el control sobre la vida y la muerte. Su relación con su madre, la pianista frustrada María (Geraldine Chaplin, pareja de Saura por más de una década, que también aparece como una Ana adulta que observa su niñez desde el futuro) era muy estrecha y la abrupta muerte de ella la dejó marcada. Su padre, Anselmo (el gran Héctor Alterio), es un adusto y machista militar de carrera que se comporta cruel y distante con Ana y sus hermanas, Irene y Maite. Tras la repentina muerte de él, la niñas, desamparadas y confundidas, son puestas en manos de su tía Paulina (Mónica Randall), una mujer soltera, burguesa, quien es bien intencionada pero expone a las criaturas, especialmente a Ana, a la maldad de los adultos que no saben que son así. 

Pronto, la pequeña se irá alejando del mundo real, y su infancia con toda su magia, en cierta forma llegará a su fin.

Saura fue un cineasta que rompió moldes, y este es uno de ellos: hablar de la melancolía de la infancia (algo que era un concepto tabú en el cine de España, y que sigue siendo mal visto en algunos círculos): cómo lo que muchos consideran lo que debe ser la época más feliz de la vida también es un martirio y mostrarlo sin adornos, tal cual es. También aborda los ecos de la dictadura que se desmorona y su larga sombra, aunque lo hace de una manera sutil oblicua; la metáfora es que España, a la muerte de Franco, literalmente queda huérfana (como Ana) y a merced de una serie de cambios, tanto positivos como violentos, que la llevarán a una edad adulta que Franco había prevenido. 

El uso de la canción de José Luis Perales “Porque te vas”, en voz de Jeanette, es (junto con la impecable naturalidad de Torrent) un elemento que hace de la película algo que embruja y persigue; no habrá manera de volverla a oír sin asociarla a la cinta, una vez que se han visto las escenas en las que suena: incluyendo una que es clave, en la que vemos a una Ana que se hace diminuta mientras sale al mundo, camino de la escuela primaria, después de haber hecho algo tanto macabro como extraordinario; que se haga un tracking shot abierto para seguirla, opuesto a las tomas cerradas y claustrofóbicas que le preceden, es muy significativo.

Esta película se realizó durante una época en la que Saura era considerado uno de los grandes opositores, junto con otros directores, de la España franquista, con personajes y temas de la película alusivos a las interpretaciones y críticas de Saura a los valores ultraconservadores que eran la espina dorsal del sistema en ese entonces. 

Visual y narrativamente, la cinta enfatiza la disparidad entre el mundo interior de traumas privados de Ana y sus hermanas, en contraste con el mundo exterior de las realidades políticas y el estado en transición. Ana afrontará su culpa )¿imaginaria? ¿real?) en ambos ámbitos. Esto es algo que persigue al espectador al final: ¿esto que vio es una fantasía? ¿Es una realidad? La ambigüedad al respecto que manifiesta Saura como creador, es quizá el elemento más efectivo de lo que no solo es un melodrama elevado a niveles de arte por su estructura y elegancia; también puede ser una sutil e implacable historia de horror moral y psicológico.

Cuando obtuvo el premio del jurado en Cannes ’76 se le pidió en conferencia de prensa a Saura que dilucidara la naturaleza del sufrimiento de Ana y respondió: “Cría cuervos… es una película triste, sí. Pero eso es parte de mi creencia de que la infancia es una de las partes más terribles en la vida de un ser humano. Lo que trato de decir es que a esa edad no tienes idea de hacia dónde vas, sólo que la gente te lleva a algún lugar, te lleva, tira de ti y estás asustado. No sabes adónde vas ni quién eres o qué vas a hacer. Es un momento de terrible indecisión”. Por su parte, la Chaplin siempre ha sostenido que la Ana adulta está convencida de que sus actos de infancia son tan genuinos como la violencia soterrada que impregnaba el hogar señorial de la familia, o como real es la ternura y empatía que Ana manifiesta con personajes como la abuela paralizada o Rosa, la criada, que representa otra faceta de España (la popular que floreció pese a la ominosa dictadura).

Aunque en las últimas décadas Saura ya no estaba “de moda”, fue un cineasta que dejó una gran huella en el cinema en habla hispana. Y posiblemente Cría cuervos… sea realmente su obra maestra.

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