Una pequeña fiesta llamada Eternidad: cuando todo el mundo se vaya, quizás quede esperanza en los ceniceros

Gabriela Wiener reparte entradas gratuitas para este guateque utópico en su segundo poemario: Una  pequeña fiesta llamada Eternidad (La Bella Varsovia, 2023). Y en plena era de la posverdad no hablaremos de la episteme fija de Platón, sino de evidencias, de heridas abiertas que supuran. Verdades que se pueden tocar, o más bien verdades que se abalanzan sobre nosotras. Verdades que atraviesan nuestros cuerpos, balas que atrapan animales. El agotamiento total, la precariedad, la deshumanización, la hipocresía capital, la familia tradicional, la supervivencia, el status quo y un gran etcétera. Todas ellas gogós casquivanas subidas a la tarima de esta festividad. Las queremos agotar. 

Quiero escribir un poema económico pero me sale un poema marxista sobre gente viviendo en estado de emergencia permanente.

Esto es una fiesta, amigas, que no se os olvide. Venimos a celebrar. No sin cierta ironía. No sin incomodidad. No sin dolor. Mucho ruido. Pereza. Cansancio. Ganas de vomitar. Pero suena la canción favorita, y en medio del caos y la muchedumbre vuelves a levantarte. Y te salta una risa nerviosa y desesperada, y en el mismo instante te pones a llorar para compensar el subidón de dopamina. Nada y todo puede fallar en esta gran fiesta llamada Eternidad, que también podría ser llamada franqueza. 

Fui becaria a los 30. Fui a muchos cócteles literarios. Demasiados. Escribí por dinero, todo, hasta el horóscopo de cómo folla cada signo. Y nunca había odio la palabra decolonial.

En esta fiesta hay barra libre. Hay buena priva y cocktails para todas. Cocktails de calidad. Nada de garrafón. Buena bebida que nos catapulta a la sobriedad más lúcida. Cubatas bien cargados de pólvora y claridad. Cada poema es un chupito que se bebe de un sorbo, sin limón ni sal. Un trago para subsistir dentro de este sistema antivitalista. Y sin embargo, entre tanto cansancio, Wiener nos seduce para desenterrar los deseos hundidos en el pozo capitalista y sepultados por nosotras. Esta es la fiesta anhelada, y es la excusa perfecta para que la erótica de la libertad se abra paso en una coreografía colectiva, perfecta y salvaje. Miren el presente aunque no les guste. En cualquier caso, aquí no se admiten móviles. No se puede grabar. Observen la realidad más allá. Hablen entre vosotras de la derrota, hablen de si esto es la felicidad. 

Cómo no íbamos a pensar que acabaríamos con el capitalismo/ la monogamia/ con la maternidad/ con el macho/ con el amor. 

En medio de la velada, la promesa capitalista estalla, salen confetis y purpurinas de colores, así como explotan otros tantos mandatos, todos. Y vuela por los aires la garantía del éxito y de la estabilidad, y hay más espacio en la pista de baile para arrimarnos unes con otras. No nos rindamos, todavía queda algo de hueco para que la dignidad se pose en nuestras nucas agotadas de tanto bailar.Y frente a la productividad exigida hay que sudar, amarlo todo antes de que llegue la hora de ir currar.  

Por eso prefiero amar rápido, como dice el sol, y amarlo todo, absolutamente todo, derritiéndose cada minuto, dejando nuevas formas puras en el mundo.

Quedan millones de horas de luz, de música, de bebida, hay gente triste, hay bombas, gente que llora a mares, gente apagada, gente amargada, gente feliz y eufórica, hay embarazadas bailando en corros, gente amándose, gente despidiéndose, gente enferma, gente discriminada en las periferias, gente explotada, gente comiendo, gente con hambre, hay hielos, hay jaleo, hay besos, hay contratos, pajarillos vuelan, hay karaokes, disfraces, hay honestidad, falsedad, mentiras, excesos, cortesía, hace calor, hace frío, el mundo arde, hay hielo, hay desconocidas, hay pocas verdades, hay furia, hay decepción. Hay demasiadas dudas pero también hay algunas certezas para los que lleguen mañana quizás la Eternidad no dure tanto. 

Que un ser que traje al mundo sin preguntárselo, que antes de ser persona fue idea mía, que salió de mi cuerpo porque le arrancamos de ahí, tenga que darme malas noticias, es una inmoralidad. Pero no puedo pensar, no puedo sentir, no puedo ni arrepentirme.

Nada queda fuera de esta fiesta llamada Eternidad, y en ella también cabe la esperanza y la rabia porque sin ellas no habría humanidad ni anhelo ni fiesta perpetua, y esta celebración no termina aquí. ¿Saben por qué? Porque queremos bailar. Como dijo Goldman: “Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”. Todavía nos queda la voluntad de nuestros cuerpos. Todavía queda la inutilidad de celebrar que estamos vivas.  

Un día volverá a crecer alguna cosa, no sé qué, pero solo pasará si ponemos de nuestra parte.

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