Sloterdijk, Heidegger y Klopp en París

Dice Nietzsche en los Fragmentos póstumos: “cada cosa está ligada con todo, querer excluir una cualquiera significa excluir el todo”. Hay alineaciones extrañas en la cancha de la filosofía. Esta podría ser una de ellas. Con un líbero, al estilo Beckenbauer; un creativo temporal, Heidegger, y un centro delantero de vieja escuela, Sloterdijk. Y Klopp como jefe de banquillo, tal como lo hace con el Liverpool, rival del Real Madrid en la final de la Champions League este 28 de mayo en París.

Heidegger -extraordinario esquiador, que dio una conferencia sobre ese deporte en 1933- tuvo oportunidad de ver al Káiser Beckenbauer liderar al Bayern Múnich en su primer campeonato de Europa en 1974, ante el Atlético de Madrid, en el estadio Heysel de Bruselas, después de un partido de desempate (el primero terminó 1-1). Era mayo del 74; el autor de El Ser y el Tiempo murió en 1976. En ese año, Sloterdijk tenía 29 años y ya era el gambetero de la filosofía alemana. Y Jürgen Klopp, nueve. El Múnich lograba el tricampeonato europeo ante el Saint-Étienne, en Glasgow. Ya antes, cuando Franz vestía la camiseta blanca de la selección alemana (Die Mannschaft), Heidegger se había distraído de sus trabajos filosóficos para ver a Beckenbauer como heroico conductor de La Maquinaria en el juego ante Italia en las semifinales del mundial de México 70 en el Estadio Azteca. Franz terminó el larguísimo partido (el tiempo es ontológico) con un brazo dislocado frente Italia.

En Hölderlin y la esencia de la poesía, Martin propone una salida desde el arco: 

“La poesía parece un juego y, sin embargo, lo es. El juego reúne a los hombres, pero olvidándose cada uno de sí mismo. Al contrario, en la poesía los hombres se reúnen sobre la base de la existencia”. Hay, pues, algo de metafísico en el césped: la poesía entre dos moradas. Cruyff explicó la sencillez del balompié: se trata de hacer que la pelotita entre en la portería. Lo demás es ciencia. La tarea -otra palabra de Heidegger- es inocente; cuando inocente quiere decir noble. El falso vocabulario del periodismo deportivo es una superchería; alejada de la poética que veía Heidegger en el futbol. Y de la sencillez de Cruyff, el gran rival alemán de la final Mundial del 74.

En su gran ensayo El tiempo de Klopp (publicado por Sexto Piso en español), Simon Critchley recuerda dos características de la acción “social” de Klopp en la cancha: el Vollgas-Fussball (juego a todo gas) y el Gegenpressing (presionar al rival después de perder la pelota). Atinadamente, Critchley se fija en una peculiaridad: el tiempo. Escribió Hölderlin: debe partir a tiempo aquel por el que habla el espíritu. En los planes de juego de Klopp juega el momento. Simon reconoce que el entrenador del Liverpool juega al momento entre los momentos. Y recupera el Augenblick, el instante en el que se mira. Un partido de futbol no es otra cosa que alteraciones de tiempo en las que se pasa de la euforia al desencanto, de la frustración a la sensación de victoria. Según Critchley, Klopp no busca necesariamente el gol o la jugada clave del partido. Busca olvidarse del reloj (del encuentro y de la vida de los que miran el duelo) para encontrar ese instante en el que el equipo encuentre una idea temporal distinta. Klopp, pues, un buscador del momento que rompa los momentos. Así que para llegar a la verdadera postura técnica del alemán hay que repasar, como el tiqui-taca, Ser y Tiempo. El espíritu hegeliano se escapa sin fuera de lugar. 

Un momento negativo en la idea del tiempo de Klopp se produjo cuando, en la última final entre el Liverpool y el Real Madrid (2018), Sergio Ramos lesionó al astro rojo Mohammed Salah en el minuto 26 del duelo. En ese momento, el cuadro de Jürgen -nacido en Stuttgart, un pueblo distante, a cien kilómetros de Friburgo, en donde Heidegger pasó gran parte de su vida académica- se despedazó. El Liverpool perdió el partido 3-1, en el estadio Olímpico de Kiev, la capital ucraniana, amenazada hoy por el ejército ruso de Vladimir Putin. El futbol es, también, un asunto de recarga. 

En 1954, Josef -Sepp- Herberber intuyó ese momento antes del juego final del Mundial de 1954 en el que Alemania se enfrentó a la Maravilla húngara de Puskas, Kocsis y Czibor. Cuando la prensa preguntó al longevo entrenador alemán cuál de los dos equipos se coronaría, Herberger respondió: “Si llueve, ganamos”. Los alemanes perdían 0-2. Llovió y el Milagro de Berna se produjo. La Alemania de la reconstrucción ganó su primer título con dos goles de Helmut Rahn. Klopp, como muchos alemanes nacidos después de ese año, escuchó la crónica de aquel encuentro que rehabilitó el relato del momentum. 

Peter Sloterdijk -una especie de Hans Peter Briegel, un polifuncional de la selección alemana al que llamaron el apasionado del Palatinado- publicó en 2016 una obra fiel a su pierna izquierda: ¿Qué sucedió en el siglo XX? En esa alineación figura, como extremo por la banda, un ensayo extraño: La política de Heidegger: posponer el final de la historia. El pensador respeta su postura de hombre-gol.  

Dice: 

“El espíritu de Heidegger seguirá siendo incomprensible mientras no se reconozca en él también la entrada del deporte en la política posmoderna. Pues el deporte es la forma del esfuerzo que propiamente no va a nada y que sin embargo se utiliza para la reproducción del sentido para elevados y extremos requerimientos. También el campo político participa a su modo en este giro hacia la deportivización, ya sea en las formas del fair play democrático, ya sea en la forma de los nuevos políticos del deporte serio, con los que se reclama una dictadura que vuelve a acuciar a los descargados”.

Sloterdijk reconoce la participación de Heidegger en el principio de la palabra Führer, como sentido de conductor. Eso vio en Franz Beckenbauer: un conductor, un entrenador del existir. Agrega Sloterdijk: “entrenar significa estructurar la vida en series de ejercicios de carga constante y creciente, y ese es el modo exacto en el que consigue validez el principio de recarga en los descargados y desorientados”.

Lo que sigue se puede aplicar a Guardiola, a Ancelotti o a Zidane, porque el futbol es poética, revolución y metáfora, pero, sobre todo es política. Sloterdijk con la pelota en los pies:

“La idea de conducción (Führung) de Heidegger implica la dictadura del entrenador, que se ocupa de que sigamos en forma como equipo para el próximo capítulo de la historia, aunque no está claro en absoluto a qué match nos quiere enviar la historia. De todos modos ahora se perfila cómo el adviento ontológico adopta el estado de ánimo de un partido final, en el que el equipo de la inconformidad se enfrenta al de la comodidad”.  

Como diría el mismo Heidegger, quien ha visto jugar a Beckenbauer y ha revisado la biografía filosófica de Nietzsche: lo que está en juego es la verdad de El Ser.  El deporte -en este caso el futbol- es un partido contra el final de la Historia.

Este 28 de mayo, en París, la historia recordará que, como enseña Klopp: habrá un momento, ahora desconocido, que sea el síntoma del tiempo al que llaman memoria. 

En la arena actual del mundo, el gol sigue siendo el último reducto de la metafísica. Mientras haya goles, no habrá poshistoria.

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