Foto: Alejandro Cárdenas.

Sobre las infinitas formas de hacer el amor

a danielamor 

Desde hace tiempo que ronda en mi cabeza la libidinosa idea de escribir un cuento cachondo. Para mi mala fortuna, al intentarlo, no me salen las frases que yo sienta son las adecuadas. A mi mente sólo vienen palabras que cuando las plasmo se desvanecen como turrones de azúcar, digásemos que tengo una eyaculación textual precoz. Creo que en el fondo lo que pasa es que me apena escribir al respecto. El panista conservador que todos llevamos dentro me dice que a la hora de ficcionar intimidades va implícita una confesión de nuestros más hondos deseos, y ello cohibe. ¿Y qué chingaos?, responde, burlonamente, el liberal interior que a todo responde: ¡¿y qué?! 

¿Cómo abordar un tema tan lindo, tan de todos, pero al mismo tiempo, tan único, personal y privado? Pienso que debería empezar por el final: quisiera tener la capacidad de encontrar las palabras exactas que describan tu mirada al momento de llegar al orgasmo. Esos ojos únicos que dicen todo sin pronunciar nada. 

¿Hay cosas que no se pueden dibujar? Quizá. Si así fuera, tu mirada sería una de ellas. Entonces lo que me queda es intentar delinear todo lo que conlleva a ese mágico momento, todo lo que lo bordea y permea, todo lo que está alrededor de esa mirada tan tuya, tan única, tan linda.

Iniciaría por describir el olor a millones de jazmines que inundan nuestro lecho. Sin importar las frías noches de la Ciudad de México, el olor a montaña de Nuevo León, o el sabor de la selva yucateca alrededor, tu piel siempre huele al más hermoso jazmín. Te confieso que no sé a qué huelen los jazmines, pero se me figura que ha de ser lo más delicioso y por ello ése es el nombre que le puse a tu piel a la hora de hacer el amor.

Foto: Alejandro Cárdenas.

Tu larga cabellera funciona como una telaraña que atrae a su presa. Me envuelvo en ella y me pierdo en un mar de cariño en el que no me importa ser un náufrago porque sé que si me pierdo en ti, ello significa que me habré de encontrar a mi mismo. Es decir, al perderme en ti me encuentro a mí.

Tus labios pronuncian melodías sin cantar.

Controlo tu cuello con cariño, como guiándolo a un camino del que no querrá volver.

Beso tus hombros como si fueran dos mangos.

Recorro tu espalda que me sé de memoria. Cuando cierro los ojos te veo total, plena, llana. Sin formas, sin máscaras, sin míticas. Con alma, con calma, con dicha. Simplemente mujer. La más hermosa mujer.

Son las 6 de la mañana y unos pajarillos empiezan a trinar en nuestra ventana. El gato feroz aún duerme, agotado de una noche de caza de fantasmagóricos roedores. Como cada mañana al despertar, descubro que dormí pensando en ti, luego te soñé, luego, al amanecer, aquí estamos. Juntitos. Me pego más a ti. Balbuceas un extraño sonido que yo interpreto como un acércate a mí. Siento tu espalda adherirse a mi pecho y mi deseo buscando dónde refugiarse. Adormilada abres un poco la puerta y mi mano aprovecha para hacerte sentir. Recorro tu esencia como se camina un bosque infinito, reconociendo y admirando cada paso como si fuera un sendero que se anda por primera vez. Segregas un olor que incita al placer. Mi cuerpo se enciende y te lo hago saber. Me sientes tan cercano que nos confundimos con uno. Tú y Yo. Yo y Tú. Empiezo una danza tan ancestral que de tan antigua se ha vuelto total. Por encima de tu ropa de cama las yemas de mis dedos reconocen las zonas que te hacen vibrar. La paciencia juega con nosotros, a sabiendas que el tiempo se vuelve etéreo cuando estamos así, juntitos, pegaditos.

Foto: Alejandro Cárdenas.

Luego a lo que viene se le llama pasión. Y descubro que contigo se me revelan las infinitas formas de hacer el amor, pero que no encuentro las palabras justas para describir tamaña belleza.

Las seguiré buscando, muy dentro de ti, muy dentro de mí.

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