Trenes sin historias

Avanzaba sintiendo la necesidad extrema de llegar a alguna parte. De tocar suelo firme. Porque nunca el silencio había sido algo tan aterrador.

Por: Elena Hita Piera

“Si un tren es grande y confortable ni siquiera necesitas un destino; un asiento en un rincón es suficiente y puedes ser uno de esos viajeros que están quietos en movimiento, avanzando sin llegar ni sentir la necesidad de llegar a ninguna parte”

Paul Theroux; El Gran Bazar del Ferrocarril

Solía coger el tren Euromed Alicante-Barcelona y Barcelona-Alicante con sentimientos contradictorios. Cuando me desplazaba a la capital catalana, me invadía una seguridad arrolladora y unas ganas enloquecidas de ofrecer mi cuerpo y alma a la frenética actividad de la ciudad. De mimetizarme y volverme invisible entre las mareas humanas. Con esa sana y curiosa incertidumbre que suele caracterizar las grandes ciudades. 

Ir a Alicante significaba regresar. Realizar el camino inverso para volver a lo (des)conocido. Con esa falsa seguridad de protección y estabilidad que proporciona tu lugar natal. Un viaje en el que cambiaba mi mirada interior y exterior a través del movimiento en el Corredor Mediterráneo.

El pasado 6 de abril tuve que coger ese mismo tren, dirección Alicante, algo que había pospuesto hasta que fuera extremadamente necesario. Consciente, por cierto, del privilegio de volver a un hogar. “Se desaconseja viajar, salvo razón inexcusable o caso de extrema necesidad”, leía en mi billete, unas palabras que rondaron constantemente mi cabeza durante las casi cinco horas de viaje. A mí y supongo que a los siete pasajeros que ocupaban este tren, un tren que suele acoger a cientos de pasajeros. Personas con las que previamente había intercambiado miradas de recelo y afecto, como si nos quisiéramos haber fundido entre muestras de odio exacerbado y de amor deseado. Simplemente por ser. Por estar. Por nuestra presencia. Un nuevo sentimiento que empieza a germinar en esta particular situación. 

Durante todo ese tiempo no vi más que la cara de un revisor, o parte de lo que la mascarilla permitía reconocer de su rostro. Intuí una amable sonrisa. Probablemente derivada de la preocupación y ansiedad que desprendía mi mirada. En ese momento pensé en un artículo que leí hace un par de días en Ctxt, firmado por Guillem Martínez,en el que se hablaba sobre las máscaras: “Tapan la boca, pero dejan libres los ojos. No sirven para plasmar diversos caracteres humanos, solo uno. Ese carácter es perceptible en los ojos, que te miran como un peligro, como un enemigo. Hay en esos ojos fuego. Hollín”. 

Los más creativos, seguramente, podrían haber imaginado todo tipo de situaciones en vagones absolutamente vacíos. Libre albedrío para la creatividad. Qué privilegio se podría pensar. Pero nada más lejos de la realidad; que me confiese quién podría haber sucumbido a la tentación del ingenio en esa situación. Lo cierto es que la inspiración, normalmente, hubiera nacido de imaginar las historias de los pasajeros presentes. No de la ausencia. O puede que sí. “Gracias por no estar”, continué pensando. Una visión desangelada. Mientras, en la pantalla, Brad Pitt, hacía gala de su devastadora soledad en Ad Astra. Confieso que no la vi, su proyección me pareció poco apropiada. Lo último que buscaba era empezar a desdibujar la realidad, hasta transformar el vagón en una nave espacial. Exagerado. Pero, ¿acaso ese viaje lo era?

Cinco paradas necesité para llegar al destino. Porque al contrario de lo que dice Paul Theroux, avanzaba sintiendo la necesidad extrema de llegar a alguna parte. De tocar suelo firme. Porque nunca el silencio había sido algo tan aterrador. Lógicamente al llegar, y como debía ser, la visión de Alicante fue sobrecogedora. Calles vacías que me recordaban todo lo que había dejado en esa Barcelona despejada. Me esperaba más vacío. Menos mi mente, llena de incertidumbre y de despedidas y recuerdos. Pensaba en la sensación colectiva de encontrarnos en el precipicio de un barranco y estar constantemente balanceándonos. Día tras día. Con los pies temblorosos a punto de ceder. 

Este texto no pretende ser un acto egocéntrico. Todo lo contrario. Es una invitación a no viajar. A hacerlo únicamente a través de las palabras. Porque, aunque ahora sean mucho los periodistas que especulen sobre cómo será el viajar cuando finalice todo, la verdad es que hacerlo en estos momentos puede ser una experiencia traumática. Y no queremos convertir en eso un acto tan bello como el viajar. Solo tenemos el presente. El futuro volverá. Si es que eso ha sido alguna vez posible. Y con él, el viajar y las miles de historias de trenes.

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