Nos hemos detenido en seco, ciertamente, y aunque es claro que la mano que jaló el freno es una mano humana -el cambio climático y la alteración de ecologías terrestres son la forma misma del capitaloceno salvaje- es menos claro si ese freno será suficiente para transformar un sistema económico que, en su afán de producir la mayor ganancia posible, ha devastado sistemáticamente a la Tierra. La así llamada normalidad, se dice mucho en estos días y con verdad, está en la raíz del problema que condujo a la pandemia. Y mucho se reitera la imposibilidad de regresar a ella, incluso si algunos así lo quisieran.
Cristina Rivera Garza. (2020). Del verbo tocar: Las manos de la pandemia y las preguntas inescapables. 15/04/20, de Revista de la Universidad de México.
Cristina Rivera Garza escribe lo anterior tras recuperar una frase de Walter Benjamin: Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia. Parece inevitable no vivir estos días con síntomas de distorsión: habitando una especie de realidad alterna.
En aquel extraordinario artículo, Rivera Garza ubica el fenómeno como una aproximación. Vivimos con el botón de la hipervigilancia encendido. Somos la extranjera que, arrojada sin maletas en una ciudad extraña, se esfuerza por crear analogías para poder visualizar —entender es mucho más complicado— lo que sucede frente a sus ojos. Esto se parece a. Bien podría tratarse de. (…) Cada esfuerzo es sólo una aproximación. De pronto, recuperando también un tuit de Margo Glantz, ¿el encierro limita la creatividad? Lo que abunda son los profetas.
Con el pretexto de ahondar en lo que representa este freno en la ruta que conocíamos -y dábamos por sentada- como realidad y cotidianidad, además de la obvia imposibilidad de atisbar o adivinar el futuro -pero clara insistencia por intentarlo-, platiqué con Tanya Huntington, poeta, ensayista y pintora.
¿Cómo enfrentas el confinamiento? ¿Cómo se ha modificado tu cotidianidad a través de esto?
Si fuera a hacer un retrato hablado de mi propio hubris, algunos de sus rasgos principales tendrían que ver sin duda con mi contexto originario: nací en un lugar de provincia remoto y pobre de Estados Unidos a una familia de granjeros o rancheros o vaqueros. Mis padres fueron los primeros de su estirpe en obtener una educación universitaria, a menos que contemos la escuela normal de la que se graduó mi abuela materna. Entre los valores fundamentales que me inculcaron se encuentran los de estar prevenidos siempre ante cualquier tipo de crisis, y de mantener la calma en tales situaciones cuando se presenten. De no perder la cabeza y de ser autosuficiente, ante todo. Además, el clima en Dakota del Sur se parece al de Siberia, gracias a lo cual soy ludópata de los juegos de cartas y de mesa, además de poseer un afán para todo tipo de actividades de encierro. Gracias a lo cual, mientras se desata esta tragedia, no me siento particularmente rebasada por las circunstancias, aunque a la vez reconozco que son extraordinarias -en varias generaciones no hemos tenido que enfrentar nada así como especie, pues. Por otro lado, dado que tanto yo como mi esposo nos dedicamos a las letras y a otras artes, la cuarentena se asemeja bastante a nuestra cotidianeidad. Menos los viajes, claro, y la alberca -que es quizás lo que más extraño en estas fechas. Suelo nadar varios kilómetros por semana.
¿Hasta qué punto el confinamiento puede ser una suerte de aislamiento de la realidad? Contamos, evidentemente, con medios suficientes para mantenernos conectados a todas partes, pero me gustaría saber hasta qué punto procuras mantener el vínculo con el afuera. ¿Ha representado un cambio radical en lo relativo a los vínculos?
Tu pregunta nos lleva a otra: ¿qué es la realidad? Creo que, cuando menos, esta cuarentena nos recuerda que hay muchos aspectos subjetivos de dicha realidad. Aspectos que podemos convertir en herramientas y moldear de manera activa, viendo así qué realidad resulta si somos más ermitaños que callejeros, o si comemos en casa y no en la calle. Son elementos suficientes como para que esta nueva realidad se sienta bastante alterada, aunque sigan operando las mismas reglas de la física. Creo que el elemento más decisivo, como planteó Sartre, son los demás. Podemos procurar un cielo o bien, un infierno con las dinámicas que creamos. Y claro, cuando digo “los demás” eso incluye al daimon según Kristeva, ese aspecto ajeno de nosotros mismos que no solemos encarar, y que puede o potenciarnos o destruirnos. Es decir, no creo que estemos aislados de la realidad, creo que nuestra realidad se ha vuelto mucho más interiorizada, mucho menos volcada hacia afuera. Más centrífuga, menos centrípeta, si quieres. De hecho, siempre me han parecido bastante arbitrarias las herramientas que hemos elegido para moldear esa realidad externa, como si fuera a martillazos. Por ejemplo, ¿por qué elegimos una señal de alarma para despertarnos artificialmente y obligarnos a salir a la calle, como si todos los días estuviéramos lidiando con una emergencia, un cataclismo inminente? ¿Qué nos dice eso sobre nuestra construcción artificial de la realidad? Más que mantener el vínculo con afuera, estoy aprovechando la coyuntura para trabajar en los vínculos hacia adentro.
Qué maravilla aquello del despertador, porque en ese espectro tan extraño que es Twitter, me he encontrado con bastante gente que afirma mantener sus rutinas con el mismo horario sin saber muy bien, después, cómo llenar ese espacio: en el juego de realidades que planteas, es como si siguiésemos, de algún modo, volcados a vivir según la cotidianidad preponderante hasta que estalló esto, cuando en realidad -valga la redundancia- estamos habitando(nos) de otra forma. Haré una pregunta muy general, a ver adónde nos lleva: ¿atisbas, de alguna forma, este fenómeno como un punto de inflexión para nosotros como sociedad?
Ojalá que más que un punto de inflexión, se convierta en un punto de reflexión. Si a la gente le provoca ansia soltar una rutina que siempre fue un artificio, los invitaría a pensar en cuáles aspectos de esa rutina son realmente necesarios y cuáles son prescindibles. Más allá de esta pandemia, para asegurar nuestra supervivencia como especie es no solo necesario, sino vital que replanteemos nuestra relación con nuestro entorno. Esta cuarentena nos ha demostrado que sí somos capaces de organizarnos, aunque de manera imperfecta, para reducir nuestra “huella humana”. Hemos visto la manera en que alrededor del mundo, nuestros ecosistemas se han vuelto menos tóxicos en cuestión de semanas. Si esa realización se convirtiera justamente en un punto de reflexión, sería un paso muy importante. Disiparía el mito de que no podemos hacer nada para salvar el ambiente, porque tienen preeminencia nuestras prácticas económicas formales actuales. Mencioné antes los juegos de mesa. Con este fenómeno, hemos visto que existe la posibilidad de vivir en el planeta de otra manera, que algunas de las reglas que juzgamos inamovibles de este “juego de realidad” pueden romperse; o bien, reescribirse.
Hablaba del tema de la resignificación o mutación en los vínculos personales, sobre todo apoyado en un artículo que compartiste por Twitter, de Socorro Venegas en Literal Magazine: “Los padres a control remoto”, el cual cierra con la frase “pienso en todos esos que no han podido elegir con quién o quiénes encerrarse a sobrevivir o naufragar”. ¿Qué responsabilidades se asumen en esta cuarentena, en lo relativo a concientizar / hablar de lo que pasa / mantenerse informado?
Ya veo -muy buena, por cierto, la columna de Socorro. A raíz de ella, una amiga me comentó que su fuente de angustia principal son, de hecho, sus padres – ¡que hasta fueron a un taller para que pintaran el coche, “aprovechando”! En general, por supuesto que creo que es un deber nuestro mantenernos informados. La ignorancia es como ese sueño de la razón que retrató Goya, el que engendra monstruos. Me ha interesado más en estos días contemplar la relación que entablamos con nuestro entorno/interno, pero quizás sea porque, afortunadamente, en esta etapa de mi vida no tengo que lidiar con una problemática exacerbada en cuanto a los vínculos personales que mencionas. Las personas a mi alrededor tienen mi apoyo incondicional y sé que tengo el suyo. Los seres queridos que están a distancia –mi hijo, por ejemplo, o mis padres– son personas sensatas, y no tengo que preocuparme por ellos o, mejor dicho, por las decisiones que tomen. Ahora bien, en el pasado me ha tocado vivir con quienes sostienen las relaciones a través de la violencia emocional y el dramatismo extremo, y desde luego, me alegro mucho de no tener que pasar esta cuarentena con esas personas. Más allá de lo fellinesco del señor que intenta cruzar los pirineos porque se le acabaron los cigarros, o de la esposa del alcalde que fue arrestada por irse de reventón a un bar, nos hemos enterado que se han disparado las cifras de violencia doméstica. Hay hogares que son como platos petri, en donde se cultiva la violencia. Hay parejas que no conciben al amor como un proceso constructivo, sino como una tensión destructiva constante que devora todo. Actualmente conozco dos casos de mujeres que han abandonado su lugar de cuarentena por otro, y me gustaría que todas pudieran sentirse seguras de que su lugar de cuarentena no está grabado en piedra. Me gustaría que existieran universalmente esas redes de apoyo. Y por supuesto, creo que es una responsabilidad ética estar dispuesta a ofrecer mi techo a cualquier pariente o amigo que necesita urgentemente cambiar de lugar porque se siente amenazada o atrapada. En cuanto a la crisis económica que se ha desatado, desde hace años contribuyo mensualmente a Médicos sin fronteras y Oxfam, porque sé que la ayuda médica y alimenticia que brindan estas ONG a personas en estado limítrofe es real, y porque creo que es mejor eso –dar todos un poco, en la medida en que podamos– que desgarrarnos las vestiduras o realizar actos de caridad performáticos. Eso, y por supuesto exigir a nuestros gobiernos locales que rindan cuentas en ese sentido: que hagan su trabajo, pues. Debemos recordar también que aunque nos fascinemos con las grandes figuras nacionales o internacionales, el nivel de gobierno que nos afecta más en el día a día es local, invariablemente.