De taxis y taxistas (II)

Era un Tsuru, de Nissan, que a juzgar por la atmósfera conoció mejores tiempos.

¿Para qué quiero ver el mundo si me lo puedo imaginar? Los grandes sabios decían que imaginar es ver.

Partir; Paula Parisot.

CIUDAD DE MÉXICO
TRAYECTO: INSURGENTES SUR, A LA ALTURA DE SAN FERNANDO-AV. UNIVERSIDAD, CASI ESQUINA RÍO MIXCOAC.
16.30 HRS

Soy representante de artistas.

Bueno… de “dobles” de artistas, matizó. Y se mantuvo concentrado conduciendo el taxi sobre la avenida de los Insurgentes, casi al cruce con la calle de Miguel Ángel de Quevedo. Era un Tsuru, de Nissan, que a juzgar por la atmósfera conoció mejores tiempos.

Eres mi última “dejada”. Tengo que regresar a San Pedro Mártir, a un jaripeo, ¡ah!, exclamó. Es que también organizo esos eventos y debo ir a ver un par de toros que me están ofreciendo. Habló al tiempo que me miraba por el espejo retrovisor con un dejo de orgullo.

Ernesto es oriundo de Quiroga, Michoacán, lugar famoso por sus carnitas. Tiene el cabello canoso, es de mediana estatura y cintura amplia, trae camisa de franela a cuadros y sus vaqueros son sostenidos por un cinturón cuya hebilla con un carnero grabado tiene un tamaño considerable, como debe ser de quien se precie vivir dentro un ambiente ranchero. 

Aquí suena la ke-buenaaaa, tronaba la bocina. El Semáforo en rojo, momento que no desperdició para retomar el diálogo original. 

Tengo dobles de Luis Miguel, José José, Arjona (sí, sí es posible y sólo imaginarlo me causa pánico). Son los que más se mueven. A veces me piden para fiestas particulares, otras para eventos y palenques. Ya sabe, joven, tengo pa’todos los gustos.

Me deja buen dinero, porque con lo de la ruleteada nomás no alcanza la gasolina, pasar “revista”, mantenimiento…

En realidad, mi atención me había llevado a una imagen específica acerca de su catálogo de ‘artistas’. Hola soy _______ y trabajo cantando en palenques y fiestas como imitador de Arjona. Sentí un escalofrío y preferí enfocar mis sentidos a las frases de mi interlocutor. 

A la gente le gusta divertirse y disfrutar de los espectáculos. Yo me encargo de llevarlos y contactar a los pueblos de esa zona de Michoacán y Jalisco… Cotija, Sahuayo, Jiquilpan, Quitupan. Guapas las mujeres de Cotija, aseveró y dibujó media sonrisa, a modo de recuerdo, posiblemente con la imagen de alguien en particular de un tiempo donde con seguridad contaba con una mejor figura y menos tonos grises en el cabello.

Es esa esquina, por favor, lo interrumpí. Su sonrisa se desvaneció por un momento para señalar con el índice el taxímetro y cobrarme la tarifa que éste marcaba. Siempre he sido “flor de asfalto”. He vivido gran parte de mi vida en esta ciudad. Durante mi adolescencia crecí con prejuicios “citadinos”. Ignorancia (y soberbia). Vivía en la burbuja. Las palabras sirven (deben hacerlo) para acercarnos a la realidad. Todos tenemos una historia que contar, leo por aquí. Y sí, Ernesto tiene la suya y camina (maneja) altivo con ella.

Que tenga buena tarde, joven, finalizó. 

Avanzó hasta el semáforo en el cruce con Río Mixcoac y Universidad, para doblar a la derecha rumbo al centro de Coyoacán y tomar camino al sur de la ciudad nuevamente; un empresario ganadero lo esperaba. Levanté la vista, miré a ambos lados de la calle y cruce a través del paso peatonal. El estómago me recordó entonces en ese momento que no había comido.

Estarían bien unos tacos de carnitas, me dije. Una “melodía” de Arjona vino a mi mente. Mi sonrisa fue la que desapareció entonces.

De taxis y taxistas fue la primera de tres entregas de una serie de relatos.

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