De taxis y taxistas (VI)

Los minutos no duran tanto, cada kilómetro se hace más largo, me siento agotado y mi cartera, siempre, amanece vacía.

Nos quedan muchos más / Regalos por abrir / Monedas que al girar / Descubran un perfil. 

Los días raros; Vetusta Morla

Ciudad de México

Trayecto: Sta. Úrsula Xitla – Renato Leduc, Tlalpan

6.57 horas.

– No fuera yo un Cadillac llevando a Luis Miguel.

O un Volkswagen sedán o un lo-que-sea. No hemos sido programados con educación vial -pensé- y prosiguió.

– Sólo porque somos taxis no nos dan paso.

Son las siete de la mañana, es una mañana prepandemia (una vida que creímos vivir en algún punto de nuestro pasado), los padres y madres de familia en camioneta son un grupo étnico en peligro de expansión, avanzan sin recatos por las angostas calles del centro de Tlalpan que reciben poca luz a esta hora. La densidad de alumnos por metro cuadrado en esta área es muy alta.

– Mi hijo se tuvo que bajar allá atrás -señalando con el dedo índice de la mano izquierda por arriba del hombro con dirección contraria a la que viajábamos-, justo unos metros antes de dónde usted abordó. Me habla de “usted”, ignoro si por educación, cortesía del oficio o signos externos que delatan mi estado anímico y físico.

Las noticias del día (se habla que la única constante es el cambio, excepto en este país) suenan en la radio del taxi, sobriamente decorado. San Judas Tadeo es el patrón. Sólo lleva, en el parasol del lado del conductor, una imagen del Santo. 

-La hora de entrada es a las siete en punto, creo que hoy le pondrán retardo. Ni modo, el tránsito está imposible desde El Caminero. Su escuela está a unas cuatro cuadras de aquí.

Caras reflejando los cinco, diez o treinta minutos de retraso en cada automóvil. La distancia entre cada coche no es mayor a veinte centímetros. Nadie cede el paso. Una distracción de un conductor en una intersección, el sonido del claxon inunda el aire, acelerador a fondo, logra colocarnos en otra calle igual de llena. Todos al mismo tiempo. Todos en una sola dirección. La definición más clara de impaciencia e impotencia. 

-Es que, joven…piensan que nosotros no podemos tener paso -agrega-; entiendo que algunos colegas son muy “pasados”, pero generalizan. Justos por pecadores, diría mi abuela.  

Cada mañana es una carrera contra el tiempo, contra el azar, contra nosotros mismos, contra la necedad del despertador -que sólo hace su trabajo- pero las calles, avenidas, ejes viales y segundos pisos tienen voluntad contraria a la nuestra. Son nuestros enemigos. Conspiran contra nuestra puntualidad. Es un compló (sic).

-No se puede calcular el tiempo de recorrido. Antes era más fácil, horas pico. Ahora ya no. Reflexiona don Javier, el conductor. Somos demasiados, todos quieren llegar a tiempo. La ciudad no ayuda, los semáforos, policías, los mismos conductores no respetan señalamientos. 

Pero el taxímetro, al contrario de nosotros que vamos avanzando muy despacio, es el único que corre deprisa. Reviso mentalmente mi presupuesto, ahora volteo al reloj, dos, tres… quince ocasiones, mi mirada regresa a la cuenta y mi pensamiento a mi bolsillo. La angustia de la escasez.

-¿Sabe qué? -digo de pronto– aquí bajo, si no, como su hijo, tampoco llego (ni en tiempo ni en dinero). ¡Muchas gracias!

Caminaré adelante, en cualquier sentido, será lo mejor. Me vendrá bien un poco de aire, para los pulmones, para el alma. No sé que día es, pero intuyo que es lunes. Los lunes en esta ciudad son inconfundibles: los minutos no duran tanto, cada kilómetro se hace más largo, me siento agotado y mi cartera, siempre, amanece vacía.

De taxis y taxistas 
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