Dostoievski: libre albedrío y miseria

Su obra perdura en el tiempo como recordatorio de lo implacable e indolente del destino, pero también como un faro en la oscuridad que revierte la desesperanza para abrazar a nuestro albedrío.

Por: Mario Zaragoza Ramírez.

Resulta muy complejo escribir sobre uno de los grandes de las letras, no sólo rusas sino del mundo entero. De quien se ha dicho mucho, por no decir todo, y que puede leerse a través de las plumas de Sergio Pitol, Víctor Andresco o los entusiastas rusófilos o rusólogos de varias generaciones que ven en la figura de Fiodor Dostoievski a uno de los pilares del pensamiento occidental, un crítico acérrimo de las buenas costumbres, un jugador empedernido y a una víctima de las circunstancias; para simplificar, a un hombre producto de su tiempo. 

Haré el intento de acercarme a esa personalidad excesiva, como le llama Andresco Peralta, a ese autor que nos acompaña en los más intensos momentos, donde el lector tiembla y sufre con cada uno de los personajes, a sabiendas de que la ficción, en este caso, es un crudo retrato de una realidad existente. Dostoievski critica, juzga y pone bajo el foco a la sociedad rusa del siglo XIX para hablar de sus fobias, de sus vicios y de sus anhelos.  

La extensa obra de Dostoievski tiene como piedra angular esa maravilla que es Crimen y castigo, pero no se limita ni se circunscribe a ella. Las páginas de las demás obras representan un conjunto de obras maestras que encajan como piezas de un rompecabezas donde su autor nos relata desde las frías noches de San Petersburgo, hasta el corazón puro de un seminarista, pasando por el calculador proceder de un amo de la ruleta. 

Con fines de claridad, planteo mi acercamiento a la obra de Dostoievski en tres partes, comenzaré con una brevísima disertación sobre el libre albedrío, para después tejer el hilo que une a sus personajes, finalmente, especular e introducirnos, amable lector que acompaña estas líneas, a los soliloquios o debates personalísimos que la gran pluma de Dostoievski plantea para con sus protagonistas. 

El albedrío de los justos 

Para nadie que conozca un libro de Dostoievski será extraño el debate interno que sufren casi todos sus personajes, en un mundo donde los justos se encuentran con los canallas. A veces en duelos verbales, otros físicos y las más de las veces, en confrontaciones imaginarias o relatos de un tiempo pasado que siempre es cruel. 

Los personajes generalmente abren los ojos o despiertan de un mundo ideal a uno que los deja perplejos, catatónicos, una realidad fría y cruenta que atraviesa sus vidas. Este despertar no es ajeno al albedrío y al rumbo que toman los personajes, los vuelve crueles, vengativos y hasta asesinos, pero sobre todo, los hace conscientes de sus actos. 

Esa consciencia no aparece de una página a otra ni de manera espontánea, generalmente es el tortuoso camino que deben recorrer los Rodias, los Alioshas y hasta las Niétochkas y Sonias de todas las historias. Despertar a la vida tiene sus diferentes implicaciones, se rompen poco a poco los metarelatos que dan certezas y cada héroe o heroína debe hacerse cargo de su propio destino. Lo que recuerda a Hoffmann y la influencia que tiene en Dostoievski.  

Acompañando a los debates morales y la libertad de decidir, están las atmósferas dostoievskianas que son inequívocamente melancólicas, donde el frío duele en los huesos y por qué no decirlo, en el alma. Esto va de la mano con la historia de los justos que se debaten entre el bien y el mal, entre cumplir o no con un camino trazado lleno de desdicha y sufrimiento. 

Las fiebres y los ánimos decaídos y descompuestos son el pan de cada día, así como la pobreza y la decadencia que dificultan la toma de decisiones de los personajes. Lo mismo ensombrecen sus pequeños cuartos o pocilgas donde viven, que dominan las motivaciones de sus actos. En esta tensión es donde Dostoievski pone a sus lectores, presas ya de una narrativa poderosa que no pueden apartar los ojos de la historia.  

Moralidad y hedor 

Además de las atmósferas nubladas, plagadas de desesperanza y pesadumbre, están los dilemas morales. Quizás el más conocido sea el de Raskólnikov, por la popularidad y magistralidad de la obra, pero ese ir y venir entre el bien y el mal, acompaña a la prosa de Dostoievski constantemente, casi de manera inherente al planteamiento de sus ficciones. 

Esta brújula moral representa no sólo la guía de las historias que nos cuenta Dostoievski a través de su genialidad, se trata también de los límites que le da a su baraja de personajes. Donde unos rayan en la más absoluta de las bondades, otros en la mezquindad grotesca y unos cuantos en la maldad propia de la decadencia de la época zarista.  

Así, en el cajón de los personajes prototípicos que nos ofrece Dostoievski está el angelical Aliosha, el enfermizo y egoísta Raskólnikov, Dimitri el héroe y el inocente Kolia, pasando por Smerdiakov el insidioso y el calculador jugador. 

Pero lo verdaderamente relevante está en cómo encajan en los marcos ideales, donde la noción de bondad y maldad esculpe cada uno de los detalles que les dan forma, de manera que Dostoievski plantea paralelismos entre sus personajes, pero también entre los lectores y sus vidas, entre las desdichas de una sociedad que se ahogaba a finales del siglo XIX en problemáticas y conductas nocivas. Donde la traición, la pobreza y la desdicha, eran historias por todos conocidas.  

Los personajes femeninos como Sonia y Grushenka se cuecen a parte, junto con la misma Niétochka son la representación de la mujer de hace dos siglos y por lo tanto, son parte de un relato crudo que las relega de las historias. Sin justificar a nadie, se trata de un escritor de sus tiempos y sus obras así lo confirman.   

Como cerrojo de esta sección dispuesta para los personajes, comparto dos relatos que el lector o lectora puede encontrar en las páginas de Dostoievski y que son muestra efectiva de lo importante que es la moral y los prototípicos personajes para enarbolar la crítica de este escritor ruso. El primero de ellos y salvando todos los límites para no echar a perder detalles importantes de la historia (aunque sí un poco, lo lamento), es la muerte y el posterior sepelio del stárets Zosima que es tan puro que puede realizar milagros pero como cadáver apesta de maneras imposibles de entender, lo que lleva a preguntarnos o preguntarse: ¿si es tan puro por qué huele peor que los muertos comunes y pecadores? La respuesta para no caer en el spoiler, la encuentra usted en Los Hermanos Karamázov.

El segundo es por todos o casi todos conocido, Rodia o Rodion Raskólnikov, luego de semanas sin bañarse y febril hasta el delirio, se plantea un debate interior con su posterior juicio; decir o no decir la verdad. Quizás lo más doloroso para este personaje es no ser descubierto y ser considerado inocente cuando lo que él desea es ser culpable.  

El más puro y el más terrible ser en diálogo consigo mismo 

Ser o no ser, hacer o no hacer. Asesinar al padre, a la usurera, al padrastro, a la hermana inocente o al poder mismo. Estas diatribas engalanan las páginas de toda la obra de Dostoievski, el repudio a una sociedad que obliga a sus miembros a corromperse. 

¿Qué hace del debate interno que viven los personajes una angustia constante? Para apresurar una respuesta a esta interrogante, diría que ese sudor que nos acompaña, o el temblor de manos que nos mueve las hojas y dificulta la lectura es la confrontación entre la moral predominante y el lector o la lectora que se incrusta en la historia como si fuera un personaje más. Ese duelo interno entre lo que se debe hacer y lo que no es lo catapultó a Dostoievski como uno de los escritores universales.  

Además de la constante lucha entre lo bueno y lo malo, no se puede dejar de lado la crítica mordaz que en sus escritos, principalmente en El idiota hace a la élite zarista. A través de un retrato de la miseria, tanto humana como material, Dostoievski hace parte a su lector y a su lectora de un mundo que abandonó y dejó a su suerte a sus hijos e hijas, una realidad que avasalla a los presentes y los despoja de su moralidad para enfrentarlos con la frialdad de sus decisiones.  

Dostoievski, es por todos conocido, escribía por entregas cada una de sus obras, por eso es que cada capítulo representa una historia que nos deja prendados de la siguiente, cada relato deja en suspenso al lector ávido de más. Este formato propio de la época es parte del encanto y del éxito de nuestro autor. Cada relato es una forma de hablarle al mundo, cada historia corta significa lectores que pasan por las mismas vicisitudes y se consumen a sí mismos en cada palabra. 

Dostoievski es y será el eterno compañero de las causas perdidas, de la melancolía, la miseria y de los días angustiantes y nublados. Su obra perdura en el tiempo como recordatorio de lo implacable e indolente del destino, pero también como un faro en la oscuridad que revierte la desesperanza para abrazar a nuestro albedrío. 

P. S. Además de las obras conocidas y reconocidas, caben aquí como eternas recomendaciones: Humillados y ofendidos, Memorias desde el subsuelo, Noches blancas, Niétochka Nezvánova y El jugador.  

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