Para esta entrega especial renunciamos deliberadamente a Pedro Almodóvar, el nombre propio del cine español contemporáneo. No lo hicimos por falta de devoción, sino para traer a escena a otros realizadores que también merecen ser enaltecidos.
Crimen ferpecto; Álex de la Iglesia
Siempre he encontrado el cine del director español Álex de la Iglesia profundamente divertido y cautivante. El humor negro al límite, los excéntricos personajes y una puesta en escena exquisita son elementos que juegan dentro de un universo fílmico que incluye obras excelsas, como la apocalíptica El día de la Bestia (1995) o la bizarra Balada triste de trompeta (2010). Recuerdo que a principios de los 2000, me encontré con Crimen ferpecto (2004) por la recomendación de un amigo, quien la resumió como una de las mejores comedias españolas de aquellos años. La originalidad de su trama y el realismo mágico en los momentos más hilarantes, hacen de esta comedia negra un viaje necesario a un terreno poco explorado: el backstage de los grandes almacenes. Rafael (Willy Toledo) es un seductor empedernido que trabaja en la elegante tienda “Yeyos”, le gusta la buena ropa y la vida sofisticada; lo quiere todo, pero no tiene nada. Él aspira a ser el nuevo jefe de planta del almacén, pero tiene un rival: Don Antonio (Luis Varela), quien después de una acalorada discusión, muere accidentalmente en manos de Rafael. Lourdes (Mónica Cervera), una testigo inesperada (representante, además, de todo lo que el protagonista no quiere en la vida), decide chantajear a Rafael haciéndolo su amante, y después lo obliga a casarse. Desesperado, el hombre planeará una transgresión perfecta para deshacerse de la molesta Lourdes, aunque el destino truculento, no siempre esté de su lado. Justo al inicio de Crimen ferpecto, el personaje principal rompe la cuarta pared para introducir al espectador a su mundo y ambiciones; lo que empieza como un manual sobre cómo triunfar en la vida, termina convirtiéndose en una carnavalesca odisea con referencias al cine de Alfred Hitchcock, los habituales payasos que fascinan a Álex de la Iglesia, y una mise-en-scène exacta, donde personajes vivos y muertos conviven entre la hipocresía de una sociedad consumista y falsa al extremo.
El espíritu de la colmena; Víctor Erice
Los niños saltan sobre las llamas de una pequeña hoguera. Entre gritos y euforia, juegan a ganarle al fuego pues qué puede ser más poderoso que su energía primigenia. A una distancia cuidadosamente prudente, una niña permanece sentada, observando a los demás en silencio, con las manos sobre el regazo y separada de aquel grupo, escucha las exclamaciones de su hermana, en apariencia más intrépida que ella. Más tarde, cuando el fuego se ha atenuado y la noche y el sueño se han instalado en su hogar, ella salta de la cama, ocultándose de la mirada de los otros, se anima a dar un salto, fugaz, atrevido, para salir de casa, indagar en los terrenos de la transgresión y adentrarse en la profundidad de la noche. El espíritu de la colmena, dirigida por Víctor Erice, es un filme ubicado en la convulsa década de los años cuarenta, en un pequeño y alejado poblado de España. A pesar de la tranquilidad que recorre el lugar, la sombra de la Guerra civil se extiende por las largas y solitarias avenidas de la región. Es allí donde dos niñas, Ana e Isabel, colocarán la mejilla sobre las vías del tren para esperar su llegada. Lo que podría parecer un juego inocente, se convierte en un advenimiento pues será, por medio de estas vías, que llegará un visitante inesperado, también silencioso, que responderá a la fascinación por lo terrible de una de ellas. La cuidadosa fotografía del filme apela a esa realidad más inquietante y quizá por ello, más significativa, que se escode bajo el velo de lo cotidiano. En este sentido, varias de sus escenas se convierten en escenarios simbólicos que representan, por ejemplo, la condición de otredad que comparten un soldado, convertido en un fugitivo, y un personaje asociado a lo monstruoso proveniente de la literatura y el cine (Frankenstein). Será el encuentro entre Ana, la niña más tímida y sigilosa, y este misterioso hombre, uno de los hilos más importantes de esta narrativa pues, en una asociación casi fantasmagórica, Ana establecerá un puente entre el monstruo que conoció inicialmente en una proyección cinematográfica y este viajero perseguido también por la autoridad. Igualmente roto y vulnerable, el fugitivo se ocultará al interior de un edificio ruinoso y será allí donde Ana, dueña de una mirada profunda y atenta, le encontrará. Será en las afueras, en la lejanía, donde ambos construirán un efímero espacio para el encuentro y paulatinamente, articulando un diálogo por medio de gestos y pequeños actos de generosidad. El espíritu de la colmena crea una atmósfera donde los espacios, los objetos, los diálogos y encuentros sugieren algo más de lo que su apariencia muestra, creando así alegorías sobre la otredad y la omnipresencia de la muerte a través de la mirada de una niña cuya sensibilidad no responde al comportamiento más usual de los infantes; pues, por el contrario, Ana se coloca en una zona liminar que, sin abandonar su condición, responde a su anhelo por lo desconocido y encuentra vías para distanciarse de la inquietante calma de su entorno doméstico.
Verano 1993; Carla Simón
Esta historia es un verano sin duda inolvidable. Es que tu madre ha muerto tal como tu padre años atrás y tienes que irte a vivir con quienes ahora deberás aprender a tratar como tus nuevos padres y antes eran solo tus tíos, unos que se ahogan en ternura y complacencias que antes no tenías porque sienten pena, compasión y amor por ti. A través de eso es necesario descubrir qué se siente haber perdido todo a tan corta edad. Cómo lidiar con algo que no alcanza ni siquiera a comprenderse por completo porque no hay algo que dé para tanto. Carla Simón nos hace contemplar, con una brillante sencillez, una especie de reconstrucción de su propia infancia. Acaso una breve conquista por la empatía para con los infantes que deben lidiar con algo tan cruel como perder a una madre. Un relato demoledor en su melancolía inevitable en tanto que los acontecimientos avanzan sin temor a destrozarse por parecer inverosímiles —aunque aquello parece y es imposible por la estrechez y la representación tan limpia, tan propia y natural, como tan natural es la muerte, el duelo y el camino a veces doloroso, a veces opaco del entendimiento y del abandono y del porvenir. La reconstrucción de una memoria: una suerte de rompecabezas dispuesto a quedar armado a conveniencia bajo el pretexto dulce y honesto del paso del tiempo. Un registro inteligente y específico de una etapa inolvidable y reconocible. Algo parecido a sanar. Un punto de inflexión, una catarsis. Un verano. Una mirada. Una brillante verdad.
Nadie quiere la noche; Isabel Coixet
A principios del siglo XX tuvo lugar una de las rivalidades mas apasionantes de todos los tiempos, cuando Frederick Cook y Robert Peary se autoproclamaron casi en simultáneo como los primeros hombres en haber pisado el Polo Norte. Mientras Cook era un encantador de serpientes, Peary era un hombre más bien despreciable, casado con Josephine Peary, quien estuvo lejos de jugar un papel testimonial en las expediciones árticas. Es por ello que la cineasta barcelonesa Isabel Coixet optó por reivindicar su figura en la cinta española Nadie quiere la noche, protagonizada por la incombustible Juliette Binoche, a quien la propia Coixet definía en una entrevista como una bestia de la interpretación. Basada en hechos reales, la historia no busca reducirse a un viaje épico a la usanza hollywoodense por el lugar más frío del planeta, sino que funciona en paralelo como un elegante canto feminista y antiimperialista. De hecho, un buen tramo del metraje transcurre en el interior de un iglú, donde la arrogante Josephine libra una batalla por la supervivencia con una mujer esquimal cuya nobleza y sabiduría la obligan a desmontar sus prejuicios. De modo que la metáfora del choque de culturas deviene en una aventura más bien introspectiva, cocinada a fuego lento. Por todo esto, Coixet, en su película más arriesgada a nivel técnico, se empeña en desmitificar las hazañas polares para proponer una historia profunda sobre la soledad, el amor y la compasión.
Los cronocrímenes; Nacho Vigalondo
Despertarte una mañana y que tu día comience a empeorar según avanza. Que alguien te ataque por la espalda y te persiga, provocando que acabes metiéndote dentro de una bañera que te mande directo al momento en el que te has despertado y tu día ha comenzado a ir a peor. El día de la marmota pero en plan chungo. En vez de un roedor que sale de un tronco tienes a un tipo que se cubre la cara con una camiseta llena de sangre y hecha jirones. Lo empiezas a pasar mal de verdad. Porque según ha avanzado el día tienes que volver a meterte en esa maldita bañera llena de agua fría. Sí, el agua fría va bien para la circulación, pero no me dirás que es una putada tener que congelarte porque te persigue un tío que se cubre la cara con una camiseta llena de sangre y hecha jirones. ¿Esto ya lo habíamos dicho? Puede que sí o puede que solo sea el ruido de tus huevos que tintinean como cascabeles. Te estás muriendo de frío porque los viajes temporales tienen pinta de invierno siberiano. Por supuesto que estás temblando. Desde que te has despertado, tu día no ha hecho ha hecho más que empeorar. Has tenido un accidente con el coche porque tu mujer se ha puesto a gritar de terror absoluto en la lejanía. También se ha encontrado con el tipo de la camiseta llena de sangre y hecha jirones en la cara. Esto comienza a sonar repetitivo, pero si me paro a pensar, creo que es la primera vez que lo he dicho. Ya no sé ni por qué alguien querría despertarse por la mañana. Si total, el día solo puede ir a peor. Lo único que tienes que hacer es intentar no correr con unas tijeras en la mano. Es peligroso que te cagas.
Il momento della verità; Francesco Rossi
En este domo de Babel que es el mundo, dependiente de su capacidad de interconexión y donde las fronteras se difuminan, la nacionalidad, como todo concepto, está sujeta a la interpretación. Il momento della verità (Rosi, 1965) es una película pionera en la concepción de multiculturalismo, una unificación a través de las diferencias que resultan necesariamente discordantes. ¿Qué hace a una película española, mexicana o italiana? ¿El director, el idioma, el estilo, donde se produce, el tema o motivo? La mayoría de las veces, la coincidencia automática de estos factores determina a la nacionalidad de forma obvia. Pero cuando no coinciden o incluso se contraponen. Como al llegar al océano y ver aves que nadan en lugar de volar, ver Il momento della verità, genera un desconcierto que solo se entiende desde ella misma y sus necesidades. Dirigida por un italiano, hablada en italiano, producida por italianos, resulta ser una de las mejores películas españolas que he visto. Un melodrama aparentemente básico, el ascenso y caída de un joven que abandona la bucólica existencia de su pueblo natal para buscarse la vida en la gran ciudad. En la mayoría de estos casos, el protagonista cae al mundo sórdido del crimen y el arrabal; Il momento della verità nos lleva a un lugar tan español como caído de la gracia social: la tauromaquia. En lugar de buscar al mejor actor que pudiera medio acercársele al toro, el protagonista es un matador de toros real que ponen a “actuar”, Miguel Mateo Salcedo “Miguelín”. Nada más que admiración para los talentos de Marcello Mastroianni, Alain Delon, Charlton Heston (quien por esos años encarnó al más español de los héroes en El CID), los cuales sin duda habrían dado un gran papel en el conflicto del protagonista. Pero una cosa es disfrazarse y actuar que se torea y otra muy, pero muy, diferente estar en ruedo frente a un toro de lidia a punto de embestir. El resultado es fantástico: porque, si bien las partes de diálogo o escenas “normales”, además de doblarlas a italiano, resultan torpes, notándose las costuras de las actuaciones amateurs (los demás actores en su mayoría tampoco son profesionales, sino participantes activos de las corridas apoderados, maestros etc.); la fiesta brava y la España de 1965 queda retratada en todo su esplendor. Este estilo de documental oculto brinda una fotografía de belleza épica y mural de la campiña española y andaluza, y de la tauromaquia en pueblos o en plazas monumentales. Las ciudades y los lugares se ven auténticos porque lo son: la gente, los barrios y el franquismo también se deja sentir reptando en la pantalla como en la sociedad. El arte busca develar la verdad a través de los filtros de la ficción, y Il momento della verità invierte esta operación recordándonos que hay cosas que no se pueden ocultar y otras que no se pueden fingir, aquí, donde la trama es falsa: España es real, la sangre es real y la muerte también.
Lo que arde; Oliver Laxe
En esta entrega de cine español hablaré de Oliver Laxe como un gran director de cine de nuestro tiempo. Por el nombre de la película podemos darnos la idea de que habrá fuego, y sí, muchísimo, en grandes cantidades, existiendo ante cámara en su máximo esplendor. Amador Coro, nuestro personaje principal, es un ex prisionero que fue acusado de haber propiciado un incendio forestal. Este hecho de la trama es motivado por los fuegos que han azotado durante varios años a Galicia, en el norte de España, donde la piromanía es un tema recurrente. La fotografía contemplativa de Mauro Harce nos lleva a pensar que estamos ante una especie de documental. De este modo, Oliver Laxe busca transmitir a través de los personajes la sensación de saberse pequeño frente a la inmensidad de la naturaleza. Los sentimientos y peligros pueden sentirse en los colores y los silencios. El lugar llega a ser hostil; las relaciones humanas, necesarias y tediosas. Lo que arde propone una panorámica verosímil acompañada de música clásica. Desde la primera secuencia de los eucaliptos siendo derribados por una maquina durante la noche, sabremos que habrán grandes imágenes apreciables por los ojos. Algunos comentan que la película carece de drama, a lo que el propio director argumenta: «Los públicos se generan con exigencias».