Foto: Santiago Tejedor.

La guerra que ya no existe: Un viaje a las unidades de élite de los ejércitos de Guatemala y Ecuador

Esta es la cuarta y última entrega de una serie de crónicas propuestas por el periodista español Santiago Tejedor sobre la intimidad de dos unidades de élite de los ejércitos de Guatemala y Ecuador.

Capítulo 04. El pecado

¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo
es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo
se vuelve enemigo de Dios.

Santiago 4:4
La Biblia 

El Coronel Oscar Pérez Figueroa sabe combinar la simpatía con la frialdad; y la hospitalidad con la distancia. Escucha y observa más que habla. Y habla lento. Es el kaibil 1028. Tiene dos hijas. “Me casé después de la paz”. Las monjas de la escuela de su hija le invitaron a asistir a clase y explicar a toda la clase su versión del ejército y desmitificar todos los prejuicios negativos. “Mi hija lloró al pensar que yo participé en ese conflicto”. 

¿Por qué el llanto? El 30 de junio Guatemala celebra el Día del Ejército. El año pasado manifestantes tomaron las calles como tributo, homenaje y memoria hacia las víctimas de la guerra civil. El 29 de diciembre de 1996 la firma del tratado de paz acabo con 36 años de guerra. Las cifras son escalofriantes. Entre 1960 y 1996: más de 200.000 muertos y 45. 000 desparecidos. La organización Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia con el Olvido y el Silencio (Hijos) lleva años reivindicando transparencia y datos concretos sobre lo acaecido durante el conflicto. El informe “Memoria del Silencio de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico”, de la Organización de las Naciones Unidas, responsabiliza al ejército guatemalteco de más del 90% de los crímenes perpetrados durante la guerra.

Me recibe en su despacho de Ciudad de Guatemala. “Desde 2012 no ha vuelto a entrar ninguna productora”, me comenta como mensaje de bienvenida. El orden de su oficina reluce como el de su expediente militar: tres misiones de paz, jefe de operaciones con Naciones Unidas en Nepal y un listado generoso de cursos, talleres y actividades castrenses. “Somos seres humanos”, explica antes de que empiecen las preguntas. Para él, los kaibiles han sido una herramienta militar. Un apoyo para el país. Y cree que no se ha explicado bien su función. Desacredita a la prensa. Y asegura que los más interesados en mantener la paz son los kaibiles. Me repite el dato: una docena de misiones de paz. “La sociedad guatemalteca aún no ha superado el conflicto”. Después, regresa al tema: “ser kaibil es una prueba extrema para conocerse a uno como persona y para servir a la patria”. Pero, ¿tiene sentido hoy un cuerpo de élite de esas características? Explica que el nuevo problema es el crimen organizado. “Para Guatemala es una amenaza muy fuerte. Los kaibiles garantizan una reacción inmediata y una eficacia total en el rescate de rehenes. Todo pasa por Guatemala”. Pero, insisto, la guerra de hoy es tecnológica. Deja la boina en la mesa. “No somos estúpidos para no saber lo que está pasando”. Mira a su asistente, que ladea el rostro. Que estemos preparados para todo no significa que podamos hacer todo”.

—Tenemos que respetar la ley y la Declaración Universal de los Derechos Humanos —me cuenta.

Una mujer guatemalteca interpuso un recurso a los tribunales para pedir que le dejaran ser kaibil. “Todo el mundo se baña en la misma pileta [baño]”, argumenta. Luego alude al Derecho Internacional Humanitario y al Convenio Ginebra: “Protege a mujeres y ancianos frente a la guerra”. Semanas después, otro kaibil, Edgar, me comentó que alguna vez le preguntaron cuál era el fundamento para que no se aceptaran mujeres en el curso. “Creo que una mujer sí podría completarlo, pero, en algunos momentos, es demasiado drástico”, me dijo. Luego añadió: “Ver a una dama en una condición así no es adecuado”.  

En septiembre de 2005, un grupo de cuatro ex kaibiles fue capturado en México. Los acusaron de estar a las órdenes del Chapo Guzmán y su temido cártel de Sinaloa. La noticia conmocionó al mundo: Los Zetas reclutaban ex soldados de élite para que integraran sus filas y defendieran sus redes de narcotráfico. No solo los querían como sicarios sino también como instructores de futuros asesinos a sueldo. En territorio guatemalteco llegaron a encontrarse incluso carteles que decían: “Se contratan kaibiles”. Me cuentan que entre 9 y 12 de estos soldados han desertado para unirse a estas estructuras criminales del norte de México. 1.500 quetzales frente a 1.600 dólares. “Si un kaibil es reconocido todos nos sentimos orgullosos. Si uno es detenido, todos nos sentimos ofendidos”. Nuestro lema es claro: “Si retrocedo, mátame”. Al retroceder, se avergüenza al compañero. Es inaceptable, comenta el coronel Figueroa. 

En Santo Domingo de los Tsáchilas, provincia del Ecuador, la Dirección Nacional de Investigación Antidrogas informaba en noviembre de 2021 que la Policía había capturado a 10 sospechosos de tráfico de drogas y armamento. La noticia aludía a una colaboración con las FARC. Entre los 10 detenidos, tres eran militares en servicio activo. El Ejército Ecuatoriano reaccionó con rapidez: “Somos soldados de honor al servicio del pueblo, no te dejes tentar por el dinero fácil. ¡Destruyes tu carrera y tu familia! #SoySoldadoEcuatoriano”. Ninguno pertenecía a los iwia. El gobierno ecuatoriano utilizaba estas soldados de élite en la frontera amazónica con Colombia. Los periódicos titulaban: “Los ‘demonios’ del Ejército ecuatoriano patrullan la frontera con Colombia”. Cuatro equipos de combate, de 40 soldados cada uno, recorrían la jungla. Con su parche que reza “Listo para la guerra”, obtenido tras resistir el entrenamiento iwia, se vanaglorian de no haber sucumbido a la tentación del narco. Entre ellos, veteranos que combatieron en la guerra contra Perú de 1995. 

Siguen activos. El diario ecuatoriano El Telégrafo, publicaba el pasado 23 de febrero, una noticia sobre la apertura de las inscripciones para aspirantes a las diferentes unidades del Ejército. La lista de requisitos de la Escuela Iwia marcaba seis exigencias (una novedosa, derivada del coronavirus): 1) haber nacido en Ecuador; 2) tener entre 18 y 22 años; 3) tener título de bachiller; 4) ser soltero y no tener hijos; 5) tener una nota habilitada por la Senescyt (de al menos 700 puntos); 6) tener certificado de vacunación con las dosis de refuerzo contra el covid-19. Sin embargo, faltaban algunos puntos clave: una estatura mínima de 160 centímetros o no haber sido baja por mala conducta de las Fuerza Armadas o de la Policía Nacional. Y lo más importante: ser nativo, pertenecer a una nacionalidad indígena y hablar y aprobar un examen de una lengua de la Región Oriental (esto es: del Amazonas). Jóvenes de las naciones shuar, ashuar, quichuas o secoyas responden cada año a este llamado en busca de un futuro mejor que no encuentran en sus comunidades.

La base iwia está situada en la ciudad amazónica de Shell, cuyo nombre procede de la corporación Royal Dutch Shell. Nos reciben ataviados de plumas y portando lanzas hechas con madera de chontaduro, el acero de la selva. Organizan una ceremonia que mezcla cánticos y bailes. La bienvenida al extranjero se fusiona con una suerte de rito iniciático. Carlos Entsakwa, aspirante a iwia y shamán, nos saluda. Amante de la comida amazónica y aficionado a las películas de la guerra del Vietnam, el joven parece ajetreado. Va y viene. Organiza y da instrucciones. En sus ratos libres, dice, le gusta escuchar música folclórica de Ecuador, pero también Enrique Iglesias y una canción titulada “Nunca te olvidaré”. Organiza limpias y purificaciones. “Les doy buenas energías”, dice este joven de Momo Santiago en el cantón Camboya que, desde muy pequeño, quería ser militar. 

—Me gusta la adrenalina. 

—Sobrevivimos una semana sin comida. 

—No me daría miedo entrar en combate. 

—Hacerlo en la frontera sería luchar en mi propia casa. 

—Me gusta. 

—Me fascina. 

Capítulo 05. Los demonios

La bestia que vi era semejante a un leopardo,
sus pies eran como los de un oso y su boca
como la boca de un león. Y el dragón
le dio su poder, su trono y gran autoridad.

Apocalipsis 13:2
La Biblia

La base militar de Shell es un hervidero desde antes de las 7 de la mañana. No paran de entrar vehículos, la mayoría militares. Una mujer accede con su bebé en el asiento del copiloto. Entran mercancías, materiales y operarios. En el Despacho del Director de los EIWIAS, Alfredo Hernández, teniente coronel del Estado Mayor, se acumulan los trofeos: una insignia con forma de herradura, un hombre en un árbol de bronce, una espada sobre la mesa. En el exterior, las paredes están decoradas con armas y penachos nativos: arcos, lanzas, coronas. Una pizarra esboza la distribución de los cursos en el calendario. Garabateada con un rotulador, indica arriba los meses y, en el lateral izquierdo, los cursos. “Casi todo el ejército y parte de la fuerza aérea y la fuerza naval se está entrenando con nosotros”, apunta. 

Anteriormente conseguían alumnos buscando puerta a puerta. Ahora a través del sitio web de la escuela y con visitas a lugares donde poseen unidades militares. Allí se convoca a las comunidades. Al final de la formación reciben un título universitario. Son “Tecnólogos en Ciencias Militares”. Concretamente, “Tecnólogo en ciencias militares en ambientes selváticos”. “Es como una extensión de la Universidad de las Fuerza Armadas”, apunta. La orografía da sentido a todo: al “qué”, al “porqué” y al “cómo”. Por descontado, al “dónde”.

—Necesitamos conocer la selva.

La selva es su casa. Y es campo de batalla, hogar, sustento y arma. Lo dice el credo Iwia: “Cuando una hoja se cae en la selva, el águila la ve, la serpiente la siente y el tigre la huele. El soldado iwia la ve, la siente y la huele”. La fuerza de élite ecuatoriana de los iwia encontró su relato en la bravura de los cazadores y guerreros de los pueblos amazónicos, especialmente del pueblo shuar, a quienes los españoles bautizaron despectivamente como “jíbaros”. Este grupo desarrolló una sofisticada técnica –que llamaron tzantzas– para reducir las cabezas de sus oponentes. Los guerreros cortaban el cuello a sus enemigos caídos en la batalla y, tras un proceso laborioso y artesanal, las lucían como símbolo de su notoriedad y su ferocidad en el combate. Esos rostros secos y arrugados, que pendían de sus cinturones y lanzas, o que adornaban sus torsos, lograban intimidar a cualquier contrincante. Los antropólogos afirman que esta práctica respondía también a una creencia religiosa. Al reducir la cabeza del enemigo, éste quedaba sometido y su alma jamás podría regresar reclamando venganza. En la lengua shuar, idioma de una de las tribus indígenas de la Amazonía ecuatoriana, la palabra iwia significa demonio de la selva. 

La “Escuela de Jungla y Contrainsurgencia Iwias”, fundada en 1997, se inspiró en este vocablo para conformar una unidad militar de élite integrada exclusivamente por indígenas. Predominan soldados procedentes de las naciones shuar y ashuar, pero en sus filas hay también indígenas secoyas, shivias o quichuas procedentes de la región amazónica. Expertos conocedores de la selva, la unidad de combate de los iwia se autodefine como la “fuerza más letal de todas las tropas ecuatorianas”. En los conflictos fronterizos durante las décadas de los 80 y 90 entre Ecuador y Perú, los soldados indígenas demostraron una gran capacidad para el combate en la jungla. El Coronel (en servicio pasivo) del Estado Mayor del ejército ecuatoriano, Gonzalo Barragán, planteó la creación de una unidad de élite integrada exclusivamente por soldados nativos de la Amazonia. Hoy, según su web, la misión de esta escuela es: “Formar, perfeccionar y especializar al soldado nativo de la región amazónica en los aspectos táctico militar, técnico pedagógico, humanístico y cultural, a través del aprovechamiento de sus propias capacidades y habilidades étnicas, a fin de obtener un combatiente capaz de cumplir misiones especiales en selva, así como las funciones inherentes a su inmediato grado superior”. 

La formación tiene una duración aproximada de dos años. Desde el ejército ecuatoriano se recorren ciudades, pueblos y aldeas reclutando muchachos. Se realizan reuniones y se empapelan los muros con llamativos cárteles dirigidos a los jóvenes “amazónicos”. A su conocimiento y dominio de la selva amazónica, los soldados iwia unen una honda formación militar en el manejo de armamento ligero y pesado, activación de explosivos, tareas de rastreo y exploración, técnicas de camuflaje y supervivencia, y operaciones de rescate de alto riesgo. Los soldados graduados en esta unidad –alrededor de 18 promociones hasta la actualidad– conforman la “IV División de Selva Amazonas” y el “Batallón de Operaciones en Selva N°23-IWIAS”.

El Sargento 2º Romero es experto en trampas. Robusto, mofletudo y risueño, se apasiona al hablar de los animales, los frutos, las hojas, las hojas, las raíces, los remedios y los secretos de la selva. Le gusta compartir su tiempo libre con la gente de su comunidad; mientras degustan un asado. “También me encanta la música quichua. Y el cine. La película Tarzán es una de mis favoritas”. Procede de Ajon, cerca del río Napo, ubicado en la comunidad Quillu Yaqu. Hoy tiene 42 años y 4 hijos. A los 18 decidió hacerse IWIA. Le gustaba la indumentaria militar. Era el único hijo varón. “La herencia que dejo a mis hijos es haber sido soldado IWIA”, cuenta mientras prepara una piola de hilo confeccionada a partir de tripa de pollo. Y añade: “algunas misiones las guardo dentro del corazón”. 

Luis Tunki tiene 46 años y lleva 26 de servicio. Es suboficial. Tiene 4 hijos. Nacido en la provincia de Morena Santiago, está orgulloso de ser shuar. “Decidí ser soldado IWIA por el conflicto del 81. En mi comunidad se supo lo de la guerra. Tenía 10 años de edad. Los vídeos y las películas me impulsaron. A los 18 me alisté en el ejército. A mi familia les agrada mi trabajo. Les gustó desde el inicio. Están muy felices. Están contentos. Uno de mis hijos es soldado en el Coca. Nuestro verdadero examen es el combate. Sin nosotros, la patria desfallece. Con los medios que tenemos estamos en condiciones de enfrentar cualquier evento. Los jóvenes ingresan porque es una manera de sobrevivir. Nos basta con coger un arma y estamos listos”.

—Los iwia eran hombres guía. Íbamos a la cabeza. Recuerdo una emboscada de los peruanos. Sus aviones bombardeaban. Caímos rodeados. Mataron al sargento Guerrero. Hubo muchos heridos. Era de noche. Llovía. Nuestro grupo estuvo muy unido. Abrimos fuego. Nos arengándonos. No olvido aquellos gritos. 

Estos soldados pueden detectar al enemigo en la selva por el movimiento de los árboles o por el origen del ruido. “Nosotros sabíamos que cayeron. Ellos los dejaron allí muertos. Se notaba la pestilencia. Escuchábamos aviones y helicópteros”. Cuando caen las granadas y el fuego de mortero, explica que la primera decisión es tirarse al suelo y dar una respuesta. Se reúnen un grupo de soldados. Van uniformados y llevan la cara pintada con colores de camuflaje, verde olivo y negro. Uno dice: “El miedo lo sentimos todos, pero estábamos preparados”. Otro se anima: “Nuestros abuelos fueron guerreros”. El primero pide la palabra: “Un soldado iwia no puede salir corriendo”. Las reflexiones siguen: “Para mí la guerra nunca se acabó”. El grupo asiente: “Siempre existirá”. Y que hace de líder vuelve: “Tenemos que estar preparados para combatir”. Uno cambia de tema: “Todos los soldados nos preparamos para la soledad”. No hablan desde un “yo” sino desde un “nosotros”. Antes de irnos, una pregunta. Hay un silencio. “¿Cuando no soy soldado? Soy una persona”.

Capítulo 06. La selva

Pone las tinieblas, y es la noche:
En ella corretean todas las bestias de la selva.

Salmos 104:20
La Biblia

La mitad del territorio ecuatoriano es selva. El Amazonas ocupa unos 120.000 km² del suelo de Ecuador. Las provincias de Sucumbíos, Orellana, Napo, Pastaza, Morona y Zamora visten esta zona verde del país. En ella, se encuentra el 5% de la población ecuatoriana. Son unos 740 mil habitantes. Y, entre ellos, pueblos que han decidido vivir en aislamiento voluntario. Son los tagaeri y los taromenane, grupos supuestamente emparentados con los huaorani. El petróleo, el oro, el cobre, la madera y otros “tesoros” selváticos despiertan apetitos económicos, importantes y codiciosos; al tiempo que generan conflictos sociales y daños ambientales crecientes. A las puertas de este gigante de humedad y vegetación, se entrenan los iwia. Unos tres mil soldados al año llegan a esta base para capacitarse en diferentes cursos y especialidades. Pero solo 39 aspirantes al año acaban convirtiéndose en soldados de élite. Tras una formación militar inicial de 24 meses, se puede acceder a los cursos de especialización. “Ser iwia es conocer la selva, ser un soldado amazónico, ser rápido, cumplir la misión. Es una alegría ser un demonio”, repite Luis, un aspirante de ojos rasgados, piel terrosa y una cicatriz en la ceja derecha. Frente a la guerra cada vez más tecnológica, los iwia subrayan su capacidad para convertirse en invisibles cuando se adentran en la jungla. Aquí, como en la escuela kaibil, se admite solo ingreso a hombres. Existe un curso general que es el más importante. Es una formación de tres meses de preparación que ofrece a los soldados instrucción teórico-práctica para el combate en la selva tantocon armas convencionales (como fusiles, pistolas, ametralladoras, lanzagranadas o morteros) como con armas tradicionales de los pueblos indígenas (lanzas, cuchillos y cerbatanas, principalmente). Los soldados deben superar diferentes pruebas físicas y además diferentes test psicotécnicos. Además, se evalúa su capacidad para sobrevivir en el bosque tropical húmedo.  

Tras el curso general, la unidad ofrece a sus soldados cuatro posibles especialidades. Cada una de ellas se vincula con la cosmovisión y las leyendas de los pueblos amazónicos. Por un lado, la tribu debe estar preparada para enfrentarse a los depredadores de la selva y a los guerreros de otros clanes. El curso de “cazador” o wañuchic, que en lengua quechua significa “asesino de la selva”, forma a los reclutas en técnicas de asalto y ataque. Los soldados reciben cursos avanzados de supervivencia y se forman en el manejo de técnicas ancestrales de caza en la jungla. A partir de recursos que obtienen de la propia naturaleza, elaboran trampas, armas e instrumentos de cacería. Además, son entrenados como francotiradores. Aquellos que logran culminar con éxito la formación pasan a integrar una unidad especializada en supervivencia y en la confección y manejo de armas artesanales. 

El curso tayuwa toma su nombre del “tayo”, un ave que vive en la completa oscuridad de las cuevas y cavernas de la selva. En lengua quechua, se traduce como “explorador”. La formación ofrece a los soldados herramientas para el liderazgo de unidades de combate en la espesura del bosque tropical húmedo. Los militares adquieren habilidades avanzadas para la identificación de huellas y rastros de animales y personas. De nuevo, mediante el uso de técnicas de los pueblos amazónicos, aprenden a desplazarse con solvencia por la frondosidad de la selva, así como por sus arroyos, ríos y pantanos. Realizan tácticas de combate en desfiladeros, barrancos y cuevas. 

El curso de precursor o ñaupak, que podría traducirse como “el que precede o se avanza”, prepara a los militares en el desarrollo de operaciones de alto riesgo en vías fluviales, terrestres o aéreas. Además, se ejercitan en la detección y construcción de helipuertos en zonas selváticas y en el desarrollo de rescates desde embarcaciones y helicópteros. Los soldados deben ser capaces de realizar operaciones de asalto en zonas ribereñas o en claros de la floresta amazónica. 

Finalmente, existe el curso de arutam o ecólogo, que se inspira en el dios de la naturaleza y señor de las cascadas. En esta formación, se les prepara para un manejo avanzado de la medicina natural, el uso de venenos y la conservación de la flora y fauna de la región oriental del Amazonas.

En la actualidad, el número de soldados iwia se sitúa alrededor de los 5.000. El dato es difícil de corroborar en un entramado de webs, supuestamente oficiales, que aparecen incompletas o inoperativas. Cerca de 300 nuevos graduados se licencian en cada promoción y suelen ser destinados a acuartelamientos de la zona amazónica durante un periodo aproximado de 12 años. “Son bendecidos para entrar en combate”, me dice el sargento Primero Ajon C. Y añade: “ellos buscan ser parte de la familia del ejército. Están contentos porque saben que de aquí saldrán como unos buenos combatientes para defender la patria”. Muestra una foto de sus hijos que saca de su billetera: “Me gustaría que uno de mis hijos fuera iwia”. Se anima: “De mi familia soy el único hijo militar. Era algo nuevo. Venía con la ilusión de ver como se sacrificaba”. Para muchos, la fase más complicada es adaptarse a la vida en comunidad. Es difícil integrarse a otra familia.  El sargento sigue: “Un muerto no lo podemos rescatar. Un herido, sí”. Y explica orgulloso: “Los iwias somos demonios, demonios de una selva que es nuestra casa”. Se oyen disparos.

Capítulo 07. Las palabras

La bestia que vi era semejante a un leopardo,
sus pies eran como los de un oso y su boca
como la boca de un león. Y el dragón
le dio su poder, su trono y gran autoridad.

Apocalipsis 13:2
La Biblia


Me dijo Lluis Pastor, colega y experto en retórica, que al final “todo son palabras”. Las historias que contamos y cómo las contamos. Los manuales de ese exangüe storytelling aseguran que has de contar tu historia antes que otro lo haga por ti. La guerra de hoy es también una guerra de relatos. Los que se dicen, los que se callan; también aquellos que se silencian. La guerra de las palabras acompaña a kaibiles e iwias. Con nueve libros a la venta, decenas de informes y dossiers, un libro blanco sobre una nueva doctrina del ejército, otro sobre la defensa de la República de Guatemala, varias monografías sobre la historia de las unidades del ejército de Guatemala, un manual de liderazgo y otro de prevención del alcoholismo, el kaibil José Antonio Ortega sabe de la importancia de los relatos. Me comenta que nunca se ha arrepentido de su carrera militar. “Opté por el mejor trabajo del mundo. Estoy al servicio de todos los guatemaltecos”. Vocero del gobierno durante el episodio del Congo y cuando aparecieron las noticias que vinculaban a varios kaibiles con el narcotráfico, se especializó en comunicación de crisis. “Eso que han capturado no son kaibiles. Eran administrativos. Los kaibiles no se dejan atrapar”, comentó en una entrevista para El Universal. Ahora, en su tiempo libre investiga y escribe. Siempre lee dos libros en paralelo. “¿Qué le podía devolver yo al ejército?”, me dice y el mismo responde. “Vi que no existía una historia escrita sobre los kaibiles. Y decidí hacerla”. Ahora, ultima un trabajo, que acumula ya más de 180 páginas, sobre la guerra civil guatemalteca. Ha viajado desde Canadá a España. Fue el primer kaibil en pisar la Antártida. 

En los últimos años ha publicado tres libros de narrativa corta. Sus dos abuelos maternos le enseñaron a leer. A escribir —dice— ha aprendido solo: practicando y leyendo. “En mi vida la lectura ha estado siempre. ¿La escritura? Desde que me enamoré. A mi mujer le escribía telegramas. Pocas palabras y costosas. Pero logré conquistarla”. Se define como un ave nocturna. Escribe de noche, unas cuatro horas cada día mientras escucha jazz. De día, practica montañismo, paracaidismo o natación. “Dos días a la semana nunca los comprometo. Los dedico a actividades físicas”. Ha escrito dos libros sobre mujeres, amor y pasiones. En su obra La reina de los calzones rotos, dedica un centenar de páginas a explicar, a través de 10 féminas, “los laberintos de la vida, llevándonos a palpar el dolor que produce amar y ser amado” y describe “a corazón abierto el palpitar de cada mujer que conforma estas narraciones, con sus sueños, amores, ilusiones, desamores y frustraciones en su largo peregrinar hacia la felicidad”. En su Alma, ¿cuándo serás mía?, un libro de bolsillo de 123 páginas que publicó un año después, reúne quince historias de mujeres “contadas a corazón abierto y a flor de piel, que han surgido desde el fondo del alma de sus protagonistas”. 

Conversamos toda una tarde, después, cruzamos varios mails. Transcribo su entrevista. Subrayo algunas frases. Marco oraciones: buen inicio, posible enlace, final potente. Y me encuentro con varias proposiciones huérfanas, que parecen deshilachadas. Algunas son palabras suyas; otras anotaciones del que pregunta y observa: “La muerte no se asimila” / Mira constantemente a su alrededor. / “Me tocó defenderme en la guerra”. / No contesta si mató a alguien. / “El ejército fue siempre una gran plataforma”. / “Nunca permitió que mis hijos mendigaran”. / “El único acto de verdadera libertad del ser humano es escribir”.

La guerra que ya no existe: Un viaje a las unidades de élite de los ejércitos de Guatemala y Ecuador (I)
La guerra que ya no existe: Un viaje a las unidades de élite de los ejércitos de Guatemala y Ecuador (II)
La guerra que ya no existe: Un viaje a las unidades de élite de los ejércitos de Guatemala y Ecuador (III)

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