Túnel Tras-os-montes

Logró confirmar lo obvio: en este lado del charco la gente es estúpidamente feliz…

Pegando sus memorias de niñez con Poxipol, se encuentra Jimena en su mundo interior. Entre revistas Bravo (versión portuguesa) y Drácula de Bram Stocker (también en portugués), espera la llegada de septiembre en su nuevo cuarto propio, en su nueva casa. Dícese en Valpaços, y esto lo entendió en la papelería preciosa donde compra todos los libros, revistas, materiales y diarios para escribir, que la casa la albergaba un español, también médico. Sólo está en alquiler a través de un pariente lejano de él con quien no mantienen contacto directo. El médico español dueño de esa enorme y pintoresca casa, con una biblioteca llena de grandes clásicos de literatura (en español y en portugués), dejó la casa de forma inesperada, dejándola impoluta: solo el polvo del paso del tiempo, cuatro meses, cinco quizá, hacían la diferencia. El cuarto de Jimena se halla en la planta baja, con una ventana enorme, cortinas blancas de croché y vistas al precioso y casi abandonado campo portugués. Todas las habitaciones son grandes y con muebles de madera de roble, a excepción del cuarto “de la nena”, tal como la llama Jimena. 

El cuarto de la nena da miedo, no solo por lo poco que pudo oír en la papelería. Es un cuarto abovedado pequeño, muy infantil (demasiado para la edad de la supuesta nena, unos 8) pintado de celeste, una cuna, otra cama pequeña al lado y muchos (quizá decenas) de peluches y algún que otro juego viejo que Jimena nunca entendió. No era la historia…se corrige: no es SÓLO la historia. Ese cuarto inalterado llevaría a Jimena a una infancia dulzona y tierna que quizá nunca tuvo, o quizá sí (de forma breve), pero no la recuerda, que, para el caso, da lo mismo. Los sabores infantiles de sentirse protegida, mimada y admirada entre figuras que la aman y juguetes que le llenan el espacio imaginativo se ven alterados por la disrupción agridulce y turbia de la realidad. De la nena, cuyo nombre Jimena nunca conocerá, se dice que era violada repetidamente por el padre, dueño zaragozano de la casa y fugitivo de la justicia española. Por eso la casa inalterada. Por eso ese ambiente de incertidumbre. Túneles inconexos sin salida en los cuales es mejor no indagar (o no más allá de la entrada al cuarto de la nena). 

A pocas cuadras, el colegio. Demasiadas para que una niña vaya y vuelva sola, las idóneas para Delmira y Adolfo Paz, ahora los dos con trabajo y en el mismo hospital. Llega el temido septiembre y Jimena repasa las construcciones que ha podido asimilar del portugués gracias a la madre del amigo Luis, una tosca alemana rubia que, para Jimena, hablaba un portugués impecable. Entre esas pocas clases y el no tan infantil vocabulario de las revistas Bravo y algunos libros, Jimena se cree preparada, mas no para hablar (primero quiere estudiar cada fonema, cada expresión, combinación de palabras, acento) sino para entender y escribir. Hablar le suponía un real suplicio instaurado solo por algunos amigos de la familia que la instigaban a ello. El Sr. Ramos, quien, un año antes de le llegada de la familia entera, perdiera a su mujer de un cáncer, también llamada Jimena. El Sr. Ramos era un hombre afable, triste y encantador y le hablaba a Jimena de forma obstinada, sabiendo con transparente certeza que ella la entendía. No se equivocaba, pero Jimena rehuía a ese hombre. No encontraba las palabras. A veces tampoco encontraba los conceptos pese a la calidez de ese hombre, siempre al borde del llanto.

Delmira y Adolfo estaban contentos y aliviados de que en septiembre por fin la niña podría tener contacto con gente de su edad, según decían, como corresponde. Pero el primer día Jimena se perdió entre esa muchedumbre y nunca supo cuándo, cuál ni dónde sería su aula hasta que la encontraron sola en los baños. En pocos meses antes el cuerpo de doce años de Jimena se había desarrollado lo suficiente como parecer mucho mayor que cualquiera de los de esa aula. Mayor, incluso, que cualquiera de esa escuela, por lo que esto, sumado a sus incertísimos orígenes, hacía obvio que destacara (muy a su pesar). 

Valpaços fue para Jimena el túnel del infierno, el tren de fantasmas del parque Rodó en Montevideo: trucho, viejo, sucio y con giros previsibles y fantasmas mal vestidos, pero igualmente angustioso. Hizo pocas amigas, pues al principio solo se atrevía a hablar con una, que ni siquiera estaba en su clase, además de con su porfiada profesora particular. Hubo bullying, sí, lo que ahora llaman acoso escolar, pero la personalidad de Jimena era tan insondable y retraída que resultaba agotadora como presa. Sólo en unas tres ocasiones el acoso fue físico y por tanto lo suficientemente insoportable para que Jimena pusiera una queja, pronunciando así sus primeras palabras en un maduro portugués, dejando atónita a toda la dirección. Ella pronunció esas palabras con miedo, no por la pronunciación o adecuación, sino por lo que supondrían. Según le decían chicas de cursos superiores (muchas de ellas también extranjeras, de Ucrania), la dirección nunca hacía nada que no fuera limpiar la sangre en caso de que la hubiera. Para su sorpresa, 8 palabras movilizaron a toda la dirección, encontraron a los abusadores y los penalizaron. Las ocho palabras se multiplicaron en muchos actos de habla que convocaron a sus padres, a una de sus profesoras, hasta a una bedel que hacía las veces de psicóloga. Todo esto le parecía excesivo a Jimena, que pasó la tarde, y luego los días, sorprendida ante el giro de los acontecimientos. Había logrado lo que se proponía: que la dejaran en paz, en su mundo, pero las ucranianas dejaron de hablarle. “És a filha do doutor” …y ante su silencio, repitieron: “you’re the daughter of the Doctor”. Jimena dejó a las chicas jugar a su antojo en el parque, logrando entender perfectamente ambas frases, pero no su significado discursivo ni mucho menos su razón de ser. Ahora que su mundo se hacía más grande, ahora que se dio cuenta de que podía hablar, sus raíces y clase la empujaban a la fecha de inicio, de nuevo a la casilla de salida. Pero, por supuesto, todo esto ella no lo entendería hasta años más tarde, como tampoco entenderían las ucranianas la total ausencia de nuevos abusos.  

Tras-os-montes está lleno de puentes. La mayoría romanos. Muchos de ellos, casi escondidos. Es la parte más asilvestrada de Portugal: imponente, salvaje, indomable, se muestra tortuosa en sus curvas, montañas, ruinas, y en invierno, nieve. Es la parte de Portugal más pobre y también la más despoblada. Tanta falta de vida para una familia de ciudad hizo mella en la familia Paz. Jimena consiguió (a duras penas) hacer una amiga y hablar un portugués fluido que invadiría poco a poco el español uruguayo de la vida familiar. Diego vendría para pasar unas vacaciones y ver a su familia, su familia, con la intención de que él se quedase. De la experiencia de algo más de quince días y tras muchas discusiones familiares, él volvería a Montevideo, en su mente huyendo de la lluvia, de la soledad, de ese vacío verde. Pese a haber visitado Porto, Chaves y el contraste metropolitano de Madrid, del que Jimena se enamoraría perdidamente, Diego sólo logró confirmar lo obvio: en este lado del charco la gente es estúpidamente feliz. 

Y da rabia. – diría. 

Poco antes de llegar el verano y el final de clases, Delmira llevaría a su hija a conocer a la lejana familia gallega: una tía en Ourense y varios primos segundos en Viveiro (Lugo). Eso, unido a la calidad educativa del colegio de Jimena, a juzgar por los Paz, paupérrima, los lleva a tomar la decisión de mudarse a Ourense, en Galicia, donde encontrarían trabajo fácilmente por las conexiones de Luis en Galicia. El trabajo era mejor: mejores condiciones, mejor pago, pero los contratos nunca superaban las veinticuatro horas -firma del comienzo de la guardia y contrato laboral a la entrada, firma del fin y cobro a la salida. Las discusiones emergieron de forma paulatina recordando los peores tiempos de Montevideo y usando inconscientemente a Jimena y su deseo de padres de una educación superior y de élite para su hija. Jimena sería el peón culpable, y como tal, sacó a relucir los años más emotivos y rebeldes: saltándose clases, saliendo hasta tarde y discutiendo con sus padres. Socialmente se convirtió en una niña que destaca por su incipiente belleza, torpeza y sinceridad afilada cual navaja. Navaja que la vida desgastará hasta una extenuante pero llamativa punta roma. 

Túnel Valpaços
Túnel Lisboa

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