Sepulcro a sangre fría

Eres música para camaleones, polvo de diamantes.

A Truman Capote, el literato y periodista,
pieza brutal e irreverente.

“Alcohólico, drogadicto, homosexual y genio”,
esas fueron sus palabras,
las que dijo de sí mismo.
Yo agregaría, arriesgándome,
que es el hijo perdido del
Studio 54,
ese lugar donde la cocaína se guardaba en el empapelado de las paredes;
donde el polvo era el tapiz,
donde el tapiz era el polvo,
del lugar y esos cuerpos.

Siempre envuelto en excentricidad,
aún en carácter de muerto e intangible,
pues una vez robaron tus cenizas y otra, en otro intento,
atraparon al sinvergüenza;
y, luego, a sangre fría, subastaron tus restos, en 2015,
cuando murió tu amada Joanne Carson;
aunque seguro no lo miraste con frivolidad.

Dicen, los expertos en todo, esos que repudiabas,
que la mejor manera de honrarte será siempre leerte,
como si hubiera otras alternativas para contigo,
para con tus letras,
tus suspiros,
irreverente genio.

Eres música para camaleones,
polvo de diamantes,
un desayuno extravagante,
una objeto de museo,
una pieza de baile con Marilyn Monroe,
una foto con Debbie Harry,
una sobredosis que ha de terminar con tu vida,
un exponente,
eres deslumbramiento,
una muerte inminente en la mansión de Joanne Carson.

Falleciste hace treinta y seis años,
y el tiempo no deja de pasar,
la sangre no para de correr,
tus libros siguen ocupando espacio en mi librero,
en el de por lo menos la mitad de los libreros estadunidenses,
como un maldito clásico,
esos son tus restos,
nuestros restos,
lo que a tantos años y noches de polvo
queda de ti.

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