La incomparable actriz francesa Isabelle Huppert cumple 50 años de carrera en el cine y lo celebramos con esta reverencia colectiva.
La cámara de Claire; Hong Sang-soo
Dentro de la amplia y fascinante gama de interpretaciones que Isabelle Huppert nos ha brindado, hay una muy particular y encantadora. Se trata de la que desempeñó en La cámara de Claire (2017), bajo la dirección de Hong Sang-soo, quien, mediante su acostumbrado estilo arropado de sencillez y humor humanista, nos sumerge en un juego metacinemático que logra que su protagonista se desenvuelva con sobrada naturalidad y mayor ligereza de lo que nos tiene acostumbrados. La cinta está filmada durante el marco del Festival de Cannes, en el que Mahee (Kim Min-hee su actriz habitual), asistente de ventas de una distribuidora, es despedida injustificadamente. En medio de su crisis existencial conoce a Claire, una fotógrafa y profesora que le ayudará a poner las cosas en perspectiva al compartir juntas momentos tan divertidos como significativos, haciendo gala de una una notable química en pantalla. El tono narrativo es ligero y amable durante todo el filme. Las personas con las que se cruzan y conviven reflejan el panorama del mundo del cine y lo que se mueve detrás de las pantallas; entretanto, Claire se propone capturar la esencia y peculiaridad de cada uno de ellos por medio de su polaroid, casi una extensión de su cuerpo durante los setenta minutos de película. Las marcas de estilo de Hong Sang-soo permiten que Huppert se luzca en esos planos larguísimos sin corte, en los que los diálogos y la convivencia se extienden por varios minutos para que cada escena se perciba como un evento cotidiano, mientras que, como es costumbre, en ellas se desplieguen interminables conversaciones acompañadas de comida, cigarro y mucho alcohol. Sang-soo y Huppert ya habían colaborado años antes en la cinta En otro país (2012), en la que la primera actriz interpretaba a Anne en tres versiones distintas de la historia. Una película entrañable, llena de reflexión que, por supuesto, merece también la pena revisar y disfrutar. Asimismo, recientemente se estrenó el filme A traveler’s Needs (2024), en el que vuelven a trabajar juntos, así que habrá que ver los nuevos y bellos instantes cinematográficos que nos regalarán en esta ocasión.
Elle; Paul Verhoeven
La sublime, magistral, incomparable Isabelle Huppert, cuando aparece en Elle (2018) de Paul Verhoeven presenta lo que es, sin exageración, un auténtico milagro cinematográfico. Interpretando a la chic y sofisticada Michèle Leblanc, una mujer sobreviviente de una burda y superbestia agresión sexual que responde de formas inesperadas y complejas, Huppert da vida a un personaje que, en manos de otra actriz, podría haberse reducido a un estereotipo de víctima o a una fantasía de venganza. La Huppert, sin embargo, está sencillamente formidable, entregándonos a los espectadores una interpretación llena de ambigüedad, control y una intensidad implacable. Michèle es una mujer que controla su vida (y la de los suyos) con una precisión quirúrgica, tanto en sus relaciones personales como en su empresa de videojuegos. En lugar de caer en reacciones previsibles, su respuesta al ataque que sufre es una exploración de poder, deseo y control. Huppert hace de Michèle una figura que desconcierta y fascina, manteniendo siempre un enigma alrededor de sus decisiones y reacciones. La actriz nos entrega una versión de la feminidad que desafía las convenciones y se mueve entre lo aterrador, lo sensual y lo cómico sin perder nunca su fuerza central. Verla actuar es como ver a una fuerza de la naturaleza: imparable y majestuosa, tan intrigante como inquietante. La actuación de Huppert en Elle le valió una avalancha de elogios, desde el César hasta el Globo de Oro, y fue, sin duda, una de las mejores interpretaciones de su carrera hoy cincuentenaria. La película no sería lo mismo sin su presencia; es ella quien le da profundidad a una historia que, en otras circunstancias, podría haber parecido sórdida o provocadora en exceso como le suele pasar al petulante y obseso cineasta holandés, que a veces se pasa de lanza. Exquisita y cabrona, Huppert transforma Elle en un apasionante estudio de la resiliencia humana, que desafia los límites de la explotación de lo que pensamos que una protagonista femenina puede (o debe) ser, cosa que parece que le engolosina a Verhoeven, pero aquí la majestuosa Huppert no lo deja y demuestra que la que manda es ella. ¡Nomás faltaba! No es exagerado decir que Isabelle Huppert es un verdadero regalo para la humanidad. Su habilidad para combinar en todas sus actuaciones fragilidad y dureza, humor y horror, la convierten en una superwoman de la actuación. En Elle verla es una experiencia única. En cada mirada y cada palabra, Huppert demuestra que es una de las actrices más valientes y talentosas de nuestro tiempo. Sí, lo es, y si esta es la obra maestra del irregular y sensacionalista Paul Verhoeven, es absolutamente gracias a ella. ¡Y ya!
Mi crimen, de Francois Ozon
Su rostro infunde temor, hace pensar que nació enojada. Da la impresión de que es una tirana despiadada con quien sea y por lo que sea. Su mirada complementa esa apreciación de ser una mujer con temperamento áspero que se irrita de inmediato. Además posee un porte inquisidor y elegante que impone y domina a quien osa en observarla. Apabulla su presencia pero al mismo tiempo cautiva. Es magnética, atractiva. ¡Imposible ignorarla! Dicho lo anterior, una pregunta es inevitable: ¿Será capaz de sonreír porque algo le resulta gracioso? Si nos ponemos exquisitos bien podríamos elevar el nivel del cuestionamiento: ¿Alguien así haría reír a otra persona? La respuesta está en su arte, actuar. Isabelle Huppert tiene la facilidad de someternos a través de la pantalla e igualmente de derrumbarnos cualquier juicio hacia su imagen. Maga de la transformación, talentosa con la metamorfosis, la actriz juega para entretenerse a sí misma y para entretenernos en una comedia como Mi crimen (Francois Ozon, 2023). Traviesa e inquieta personifica a Odette Chaumette, una actriz del cine mudo que pelea contra una colega por defender la autoría intelectual y material de un asesinato. Se divierte en escena con la complacencia de su director, quien comete el gran acierto de dejarla ser para que insista en demostrarnos al público que fue ella la responsable de dar muerte a un banquero. La diversión de Huppert -que en realidad es seriedad admirable del compromiso con su personaje- implica utilizar una peluca que se asemeja a la horrible cabellera de María Rojo en El callejón de los milagros (Jorge Fons, 1995) y un atuendo que parece haber sido robado del tendedero de Emma Thompson en La niñera mágica (Kirk Jones, 2005). Construye una Odette simpática en sus diálogos, jocosa en su desenvolvimiento. Es extravagante, ridícula, cae muy bien. Por instantes nos olvidamos que Isabelle Huppert está detrás de esa señora que oscila entre la locura y la coherencia de su cómico espíritu homicida. He ahí el talento que una actriz con sus tablas es capaz de entregar a la cámara dentro de un filme de época. Propicia que nos concentremos en el universo de la asesina que presume ser en esta parodia que se regocija como un falso thriller en un contexto de la industria cinematográfica silente. Huppert brinda una interpretación que obsequia una exquisita invitación para reconocer su trabajo sea cual sea el polo por el cual se le quiera entrar a su filmografía: si alguien la ve por primera vez en Mi crimen, se sorprenderá cuando la descubra en películas anteriores con roles melodramáticos o crudos, pero si alguien la ubica perfectamente como actriz de historias duras quizá le cueste creer que está riéndose con ella en su faceta de Odette Chaumette. Perteneciente a una generación de actrices septuagenarias, doña Isabelle se habla de tú con el cine para reinventarse juntos. Ambos se aman, se quieren, y afortunadamente somos testigos de ese idilio que comparte su romance con nosotros. Dichosos somos de contemplar a una reina que no deja de evolucionar desde hace 50 años.
Extrañas coincidencias; David O. Russell
Antes de las sendas nominaciones al Oscar por The Fighter (2010), Silver Linings Playbook (2012) y American Hustle (2013), el cineasta norteamericano David O. Russell filmó una desternillante comedia con elenco multiestelar. Extrañas coincidencias (2004) es un ejercicio insólito, que con los años alcanzó el status de culto, gracias a la peculiar trama que involucra dudas existenciales, peleas en elevadores, pelotazos en la cara, cameos inesperados y el azar caprichoso que abruma a los personajes. Cada uno de los actores y actrices que aparecen están fuera de su zona segura, interpretando papeles exóticos que desfilan en una trama casi surreal. Isabelle Huppert es Caterine Vauban, una detective existencial que vigila a la distancia, esparciendo una filosofía sobre la inevitabilidad del drama humano, pensamientos fracturados que nacen del dolor. Su tarjeta de presentación presume “crueldad, manipulación, insensatez”; Huppert aparece de pronto y se roba las escenas, aunque recita su primer diálogo cerca del minuto 53 de metraje. Es un lujo tener a una de las musas de Haneke (la actriz venia de La pianista del 2001) y Chabrol, en una película tan loca, tan divertida, y por momentos tan cercana al cine de Todd Solondz, con personajes fuera de control: mención honorífica para Mark Wahlberg y Naomi Watts, que nunca han vuelto a estar tan dementes. Pero Isabelle Huppert tiene las secuencias más hilarantes y también las más escatológicas del filme, como aquella que comparte con Jason Schwartzman, bañándose en lodo y revolcándose en medio del bosque (en un encuadre buñuelesco), olvidando las dudas sobre la vida, llevando al extremo las conexiones de la naturaleza humana. También hay duelos de actuación entre la actriz francesa y Talia Shire; Huppert se encrespa y despotrica contra su némesis, el dueto conformado por los irreconocibles Dustin Hoffman y Lily Tomlin, como la contraparte detectivesca existencial que espeta que el universo no es un lugar solitario ni doloroso. Aparecen Tippi Hedren, Shania Twain, Isla Fisher, Richard Jenkins y Jonah Hill, en breves momentos que van preparando al espectador para un explosivo clímax que presume originalidad y rabia post 11/S; atinadamente, Extrañas coincidencias no se conforma con entretener y burlarse de la realidad, también se esfuerza por plantear preguntas que no tienen respuestas simples. La filtración en 2007 de dos videos en Youtube, donde aparece un David O. Russell neurótico, discutiendo con algunos de los actores, reveló que el rodaje había estado lleno de tensión; solo así puede entenderse la exasperación que irradia esta comedia, sin duda recordada por la atípica actuación de Isabelle Huppert, estrella francesa que aquí se pasea entre un cast británico/norteamericano totalmente desquiciado.
Sidonie en Japón; Elise Girard
En Sidonie en Japón, de Elise Girard, hay un poco de esa melancolía de Lost In Translation, de Sofia Coppola, y ese minimalismo sofisticado de Perfect Days, de Wim Wenders. Pero también hay algo de esa culta ignorancia de Diario de Japón, el libro de no ficción de la chilena María José Ferrada. No sobra decir que en todas las obras anteriormente descritas confluye, además, ese deseo palpitante de eludir el desesperado y peligroso intento de definir lo japonés. Ahora bien, lo que hace al tercer largometraje de Girard una película con personalidad propia es la conmovedora interpretación de una magnífica Isabelle Huppert como protagonista. En medio de un duelo provocado por la muerte de su marido, la escritora Sidonie Perceval (Huppert) viaja a Japón con motivo de la reedición de su primer libro. Ahí se encuentra con su editor japonés por primera vez, un hombre maduro que, como ella, está lidiando con un conflicto emocional: la separación de su esposa. Es ahí, entre las fracturas y la vulnerabilidad de dos personajes con las alas rotas, que Girard borda con paciencia infinita una drama intimista con delicados toques de comedia que renuncia a cualquier posibilidad de clamor, siempre orbitando en función a la capacidad interpretativa de una septuagenaria Huppert, que encima luego tiene que convivir con el fantasma de un marido que bien se pudo haber imaginado Kieślowski o el propio Wenders. En paralelo, el trabajo de la directora de fotografía Céline Bozon, con reminiscencias a una estampa de Hokusai, se encarga de dibujar un Japón alegórico como telón de fondo, capaz de abrazar sus mitos y leyendas y que, al mismo tiempo, se niega a revelarse en toda su complejidad. En resumen, otra dignísima estación en la hoja de ruta de la inmensa Isabelle Huppert.