Especial de cine: dramas eróticos

Quizá la nota más reseñable de este compendio de cintas es que el realizador mexicano Ernesto Contreras encontró cabida junto a nombres de la talla de Louis Malle, Roman Polanski y Barry Levinson.

Sin más preámbulo, estos son los dramas eróticos recomendados por la redacción purgante.

Las oscuras primaveras; Ernesto Contreras

Película que transpira insatisfacción personal y existencial por parte de dos individuos que se desean desde el primer segundo en el que cruzan miradas pero que no son libres para poseerse. Ellos tienen que descender a los subterráneos de la empresa en la que trabajan para poder saborear sus bajos instintos entre tuberías sucias y humeantes, ya que en la superficie de una muy lucidora Ciudad de México en víspera de la primavera preponderan la maternidad en ella y el matrimonio en él. No menciono sus nombres porque ellos tampoco los sabían cuando escucharon el jadeo de sus cuerpos por primera vez. Las Oscuras Primaveras (2014), de Ernesto Contreras, nos muestra el caos ocasionado por las contradicciones entre las pulsiones que desean ser saciadas (Irene Azuela) y aquellas que han sido reprimidas (Cecilia Suárez), derivando en un hastío y frustración (José María Yazpik) ante la cotidianidad. El nombre de los actores para cualquiera de estos elementos podría ser intercambiable debido a que los tres personajes muestran dimensiones de cada uno. La película incluso podría verse como la historia de dos parejas que experimentan el éxtasis de diferente manera o de dos mujeres que terminan cediendo sus impulsos a los deberes que les adjudica un hogar. Esta exploración al instinto humano antepuesto a la emoción, o al ello antepuesto al superyó, encuentra su clímax en la Pina de Irene Azuela: mujer que viste de animal print, peluche y párpados azules que avergüenzan a su hijo, causal principal de la frustración de sus placeres ya que, entre el deseo de una liberación que encuentra en la soledad de su recámara en donde se disfruta a sí misma vestida únicamente por su desnudez y el humo de un cigarro, y la intención de ser una buena madre, una cosa frustra a la otra. Por otro lado, está la Flora de Cecilia Suárez, quien también exuda un deseo mucho más recatado entre la ropa limpia y bien planchada de la devota esposa que cuida de su hogar. Entre los estimulantes técnicos destacan la fotografía de Tonatiuh Martínez y principalmente la musicalización de Emmanuel del Real, quien en conjunto con la pericia del director en el ámbito musical y el eterno romance de Azuela con la cámara, culminan en una película en la que la música nos susurra sensualmente y en la que hasta los silencios seducen.  

Baise-moi; Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi

Baise-moi es un ejemplo de ese tipo de filmes que de tan malos, terminan siendo buenos. Un rocambolesco pastiche de sexo y violencia que se esfuerza en perturbar al espectador desde sus primeras secuencias; cine subversivo producto de la colaboración explosiva de una escritora feminista y una ex actriz del cine porno. Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi nos presentan a sus protagonistas Nadine y Manu (¿feroces alter ego?), dos mujeres ante un mundo demasiado abrumador que las agrede y obliga a reaccionar de forma salvaje. Una amistad que nace entre la mugre y el dolor; lo que comienza como un escape de la ley y la mafia, se va transformando en una vorágine de sexo vengativo y muerte en primer plano, con Nadine y Manu atestadas de ira nihilista. Todo parece errar en Baise-moi: la terrible mezcla de sonido, su pseudo estética documental, el montaje embarullado e incluso las retadoras escenas con sexo explícito, sin embargo, dentro de todo ese desastre hay un encanto repentino: la valiente voz de las cineastas en exhibir una historia que urgía ser adaptada, sin medias tintas en cuanto a la violencia y el erotismo extremo que debía detonar en pantalla. Y es que no debe olvidarse que Virginie Despentes es también la autora de la novela publicada en 1994 en la que se basa la película, creadora además de ese clásico del pensamiento feminista contemporáneo llamado Teoría King Kong y la saga Vernon Subutex; una artista insurrecta que inexplicablemente después de su ópera prima, no volvió a filmar. En la tradición de El almuerzo desnudo de William S. Burroughsy y filmes como I spit on your grave (1978) de Meir Zarchi, Baise-moi resulta lo más cercano a un vómito fílmico incontrolable, sórdida alegoría de la visión de sus creadoras, con mucho que decir, pero sin claridad para plasmar. La película se presentó en el Festival de Cannes donde dividió opiniones y causó el pánico de la ultraderecha francesa, que la condenó a los cines pornográficos con la clasificación más restrictiva. No obstante, la mecha se encendió en ese hoy lejano año 2000; a más de 20 años de su estreno, Baise-moi sigue incomodando en cada uno de sus apresurados 77 minutos.

Disclosure; Barry Levinson

Si se trata de recolectar escenas eróticas en el cine industrial de Hollywood, Michael Douglas alza la mano. Curiosamente eligió papeles que resultan favorables para aparecer como víctima en el marco de la tensión sexual y el deseo por sentir placer; es decir, un hombre provocado por las mujeres. La seducción en su aparente perjuicio fue empleada como protagonista de thrillers con actrices que lo pusieron contra la pared: Glenn Close en Fatal Attraction (1987) y Sharon Stone en Basic Instinct (1992). Pero hubo una más que lo acorraló para poner a prueba el desahogo carnal de las pasiones. ¿Quién? Demi Moore en Disclosure (1994). Con 32 años de edad, una carrera en ascenso y poseedora de una belleza que enamoraba a cualquiera, Moore apareció en la película como Meredith Johnson, una ejecutiva que quiere sacarle provecho a la debilidad de Tom Sanders (Michael Douglas) por el sexo; su pasado como antiguos amantes es utilizado por ella como un intento de recurso para beneficiarse con un negocio por debajo del agua. Con tacones, juego de piernas, manos a las nalgas y senos, Moore se convierte en una triple trampa dentro de la historia ficticia pero con trascendencia en la realidad. Primero para Tom Sanders en su intención de acosarlo con el objetivo de hacerlo ceder. Después con el espectador debido a que éste tenía una imagen de enamoramiento con la actriz luego de su gran salto a la fama como la encantadora Molly en Ghost (1990) y la confusa Diana en Indecent Proposal (1993). Por último, y no menos importante, para el propio Michael Douglas, actor ninfómano que reconoció públicamente su adicción a las relaciones sexuales y que no podía controlarse ni siquiera en los sets. Frente a la sensualidad que derrochó Moore, la tríada Sanders-público masculino-Douglas únicamente pudo contener el aliento como solución al alcance. Debieron reprimir el deseo mientras contemplaban a una de las estrellas que más suspiros robó durante la década de los noventa.

Body Heat; Lawrence Kasdan

¿Cómo se mide la importancia de una película? Con la reciente temporada de premios, es fácil caer en la seducción del oro fatuo de los trofeos como equivalente de grandeza. Luego viene la crítica, lo que dicen los que saben, que por algo lo dicen; aunque no siempre es ni cierto ni real, pese a que no lo hagan de mala fe. Y, al final, siempre llega el tiempo, el juez cuyo único destino es la eternidad y, mientras llega, va y vienen con las modas, con los estilos; y de alguna forma siempre tiene la razón. Body Heat (Kasdan, 1981) es una de esas obras cuya importancia no se mide por sí misma sino por la forma en la que construye un subgénero que se replica, bien o mal, pero siempre usando la misma fórmula. Lawrence Kasdan, además alcanzar la inmortalidad con los guiones de Raiders of the Lost Arck y El imperio contraataca, pasará a la eternidad como el creador del thriller-erótico- neonoir-ochentero-noventero, copiado en todos los niveles de calidad posible a lo largo de los años. William Hurt, un abogado mujeriego y hastiado en la calma de una ciudad calurosa al sur de Florida, se obsesiona con una mujer misteriosa, bella y casada interpretada por Kathleen Turner en su debut cinematográfico. El frenesí sexual lo hacen descender por el camino clásico de la tragedia y el crimen. Cegado por la pasión y el placer, es incapaz de ver cómo todo es una trampa, urdida con la antelación y la paciencia clásica en las femmes fatales, cuya volcánica exuberancia solo es parte del meticuloso engranaje desde el que se ejecutan sus planes con gélida eficiencia. Millones de personas que agonizamos la adolescencia a finales de los noventas le estaremos eternamente agradecidos a Body Heat. Una película que, en realidad, ha sido poco vista por mi generación, pero que fue el molde de prácticamente todo el soft porn de filtros en la cámara, chimeneas a donde se va la toma y batines de seda traslúcidos seduciendo a un detective de cuarta (interpretando por un actor de quinta) que rondaba Cinema Golden Choice al caer la medianoche. Y en una contradicción inevitable, también es el molde de Bajos Instintos. Si bien existen otros dramas eróticos de mayor calidad, difícilmente puedo pensar en uno que haya influido tanto en la forma de hacer cine.

Damage; Louis Malle

Estrenada en 1992, Damage, basada en la estremecedora novela amoral y minimalista de la hoy extinta Josephine Hart (una escritora que no perdía tiempo en adornos), muy probablemente sea la última gran película dirigida por el añorado cineasta francés Louis Malle, que nos dejó como legado obras como Atlantic City (1980) o Les Amants (1958, la primera película francesa en mostrar sexo simulado y desnudos integrales) pero que en esta, su última incursión al cine comercial, se permite explorar con una mirada elegante y casi totalmente desapegada, a las maquiavélicas acciones de alguien que manipula al objeto de su seducción, únicamente con el fin de entretenerse. Juliette Binoche ya era una estrella juvenil en Francia, pero su aparición aquí como la moralmente sórdida e imposiblemente chic y ambigüa Anna Barton, marca uno de los debuts más impresionantes en el cine mainstream de los 90. Esta es la Binoche previa a las florituras exquisitas (y un poquito excesivitas) de Kieslowski o de ser una santa en El paciente inglés. Aquí, literalmete se coge a Jeremy Irons, porque sí, porque puede, porque nota en él la presencia del ennui de la mediana edad y la alta burguesía en los albores de transición de la sociedad inglesa en las postrimerías del thatcherismo, yendo hacia el martirio de Santa Lady Di. La femme fatale andrógina y chic encarnada por Binoche descubre que en el fondo de su flema, el padre de su prometido (Irons; el novio ingenuote es el gran Rupert Graves) tiene una potencia sexual reprimida y ella la explota de una manera sadomasoquista e irreparable: en contrapunto, Miranda Richardson encarna, con elegancia y naturalidad, a una mujer mucho mayor, una matriarca sexualmente frustrada que encuentra la liberación mediante el rencor y el nudismo agresivo, después de la tragedia inescapable. Ver a Jeremy Irons como un hombre que ostensiblemente tiene una vida sexual pese a su propio sentido común, y que se quema a lo bonzo ante la cara de la buena sociedad británica, es el gesto final de Malle ante este contrapunto que buscó entre el erotismo y la norma burguesa: aquí la dulce Leslie Caron es el heraldo que anuncia los horrores y Peter Størmare tiene un cínico cameo como el instrumento favorito del ave de las tempestades. En Damage no hay amor: hay deseo. Y es un sexo incandescente, pero no emociona: daña.

Bitter Moon; Roman Polanski

Si la confluencia de Hugh Grant, Kristin Scott Thomas, Peter Coyote y Emmanuel Seigner —estos dos últimos en los papeles de sus vidas; para muestra, la escena de la leche— no resulta por sí misma del todo estimulante, pensemos en la hazaña que deviene de idealizar un crucero transcontinental como un siniestro elemento narrativo. Bitter moon se parece mucho a lo que la escritora argentina Ariana Harwicz entiende por arte: exceso y amoralidad. La historia es la siguiente: una aburrida pareja británica en vísperas de celebrar su séptimo aniversario de casados coincide en un crucero con dirección a la India con un escritor americano parapléjico, cáustico y con ínfulas de poeta maldito, que además está acompañado de una deslumbrante mujer francesa, bastante más joven que él. No sobra decir, para los que lleguen con cierta candidez tras la pista de Seigner y Scott Thomas, que es una historia que aborda con una sincerad y oscuridad apabullante la perversión, la degradación, la venganza, el resentimiento, la humillación, la infidelidad, la obsesión y el irrefrenable apetito sexual como aspectos inherentes a las relaciones de pareja. Cada tesis, reflexión y diatriba lanzada contiene, a veces veladamente y otras tantas de manera más primitiva, altas cuotas de erotismo. Sin concesión alguna, Polanski hace todo lo posible por incomodarnos, provocarnos, perturbarnos, desmontarnos el mito del amor romántico y gritarnos en la cara que el cine es la mejor arma posible de subversión. Ya lo dijo el propio Coyote en su papel de Oscar Benton: No tiene nada de divertido lastimar a alguien que no significa nada para ti.

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