Lecturas de diciembre (II)

Despedimos el 2023 con esta colección de pequeñas reflexiones en torno a los libros que nos inquietaron, desestabilizaron, conmovieron y brindaron sosiego durante los últimos compases del año.

Cómo pesa el silencio de los muertos; Zel Cabrera

Escapando a la bochornosa ambición que intenta descubrir el hilo negro, la escritora Zel Cabrera (Iguala, Guerrero, 1988) narra, de manera inteligente y con un lenguaje que rehuye a los enredos, el paisaje de un amor atravesado por un asesinato y la las manchas de la violencia de un estado en ruinas. Cómo pesa el silencio de los muertos (Editorial Gato Blanco) –por cierto finalista del Premio Nacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca” 2022– es una primera novela lúcida que engancha en su ritmo aventurado, que no se concentra en complejidades obvias ni en resolver imposibles, sino sí, por el contrario, en evidenciar la poca esperanza que aún se respira dentro de un territorio sumido en la violencia, a través de personajes que, construidos con la pericia de su oficio de narradora, permiten observar las engorrosas estrategias que se viven dentro de las oficinas de redacción de un diario local, las aventuras de un encuentro con el amor y la sed de justicia que provoca la pérdida de un ser querido.  Así, entre un silencio pesado y cegador, se vislumbra el deseo aún vivo de recomponer el rumbo, de no asirse por completo a la rabia y entonces creer, por sobre todas las cosas, que todavía existe algo por lo que continuar. Qué importa que ya la suerte esté echada y Dios, en una de esas, hasta se haya reído de nuestros planes.

Los Elementales; Michael McDowell

Cuando era preadolescente descubrí en una librería de usados la edición original en bolsillo de The Elementals, de Michael McDowell (1950-1999), publicada en 1981, sin imaginar que encontraba un auténtico tesoro siniestro: es una de las novelas de mi niñez, y de las mayores influencias en lo que sería mi carrera. Siendo devoto de todo lo escrito por Peter Straub y (la versión menos regañona de) Stephen King, McDowell (que escribía sin pretensiones de posteridad, un paperback writer con tanto talento que Straub lo llamaría “el Edgar Allan Poe de las librerías de aeropuerto”), resultaba una lectura obligada. Ahora ha sido redescubierto por autores del horror contemporáneo como Gary Hendrix y Mariana Enriquez, pero en su momento, McDowell era un raro placer adquirido, al margen del mainstream, al que entró como creador de Beetlejuice, años después de su lanzamiento como tétrico artífice de la cultura que Harold Bloom llama “barata”. Esta novela es su obra maestra. Rescatada por La Bestia Equilátera, es ideal para conocer su demimonde y estilo tan idiosinrácico.  La familia Savage -encabezada por el generoso Dauphin y su esposa Leigh, refinada y de la más alta alcurnia-, pertenece a la alta sociedad de Mobile, Alabama. Tienen a su disposición todos los lujos que el dinero puede pagar. Luego de un traumático funeral (ocurrido en las tres primeras páginas en una secuencia alucinante), el clan va a vacacionar en Beldame, un trío de tenebrosas mansiones victorianas de su propiedad, imposiblemente ubicadas en una península arenosa que el Golfo de México separa cada noche al subir la marea, del continente. Este parece el sitio ideal para estar lejos del mundanal ruido, hasta que las criaturas del título (sin caras, ni cuerpos) se manifiestan perniciosas y macabras, para cumplir con saña la maldición que ha perseguido, de manera ambigua y sin razón aparente, a los Savage por trescientos años. Elegante, mordaz, astuta, empática, amanerada y sarcástica (como su autor, una jota de armas tomar) la prosa de McDowell es honestamente digna de encomio; merece el amor que no se le dio en vida y es testimonio de que en la literatura de horror, el fantasma no solo es arquetipo: es también esa narración que leímos de niños que vuelve a perseguir al lector de manera recurrente y lúgubre, aún décadas de haber sido leída por primera vez.

On Women; Susan Sontag

Puedo ser capaz de comprender que el feminismo apolítico de Susan Sontag le haya provocado serios dolores de cabeza a la poeta californiana Adrienne Rich y más recientemente a la novelista británica Olivia Laing. Del mismo modo puedo comprender que alguien como Vivian Gornick se sienta identificada con la idea del feminismo como un pleno ejercito intelectual —quizá el gran sello de identidad de Sontag. También comprendo que, pese al distanciamiento de Sontag con el feminismo de etiquetas, la crítica literaria turco-estadounidense Merve Emre tenga motivos para escribir lo que escribió en el prólogo de On Women —una compilación de ensayos y entrevistas editados por su hijo, el también escritor David Rieff—, en torno a que resulta muy gratificante que las reflexiones vertidas por Sontag durante la década de los setenta, entre su viaje a Vietnam y el diagnóstico de cáncer de mamá, no hayan perdido ni un gramo de vigencia. Si me preguntan, a mí me parece muy válido que los referentes que hemos construido no se mantengan inmutables, sino que podamos revisitarlos a menudo para cuestionar su contexto, motivaciones y revelaciones. Si Sontag amasó elogios como pensadora progresista y de vanguardia con Against Interpretation, su aproximación al feminismo no siempre fue bien recibida. Algunas activistas siempre le reprocharon no declararse abiertamente lesbiana —a pesar de que su relación con la fotógrafa Annie Leibovitz fue todo menos clandestina— y que no estaba del todo claro si con sus incisivas reflexiones buscaba limitar o expandir el alcance del feminismo. Lo cierto es que Sontag, pensadora irrepetible y faro de la segunda ola feminista, tenía clarísimo su rol y la manera en que debía interpretarlo. “No me gustan las líneas partidistas. Contribuyen a la monotonía intelectual y a la mala prosa”, escribió. Para entender el tipo de personaje que era basta con asomarse a su ensayo «Fascinating Fascism», una crítica ante la progresiva desnazificación y rehabilitación de la cineasta Leni Riefenstahl, en parte por el hecho de ser mujer. Los hallazgos disponibles en este libro constatan que para Sontag el feminismo no era una simple cuestión política y económica, también había una batalla narrativa y estética que librar.

El polaco; J.M. Coetzee

Breve novela que retoma el arquetipo de Dante y Beatriz sembrado en una Europa moderna y en un ámbito de círculos sociales fuertemente ligados al arte. Un Coetzee que, casi con minimalismo, abarca condiciones humanas profundas, que van desde la vejez, la música, la monotonía irredenta de la monogamia, hasta los ecos de la retomada figura literaria de uno de los romances más consabidos de la historia de la literatura. La figura Witold (el Polaco), un pianista consagrado y de fama internacional, copa la historia junto con su quimérica amada Beatriz, una mujer relativamente joven e indiferente ante su matrimonio, en apariencias sólido y cuasi perpetuo y con una vida sexual perdida en lo que pareciera ser un abismo insondable. Los matices de las tensiones entre ambos personajes son magistralmente retratados por la pluma del autor sudafricano; un hombre enamorado de manera infantiloide y una mujer que no logra codificar a este irrisorio personaje quijotesco, el pianista que interpreta a Chopin mecánicamente y con una perfección casi frívola, en una metáfora del desinterés y desapego del concepto del amor en un mundo contemporáneo.  

La ciudad que ya no existe; Carlos Villasana

Una botica de los años cuarenta, el zócalo de los cincuenta con jardines y fuentes, una cancha de futbol llanero en plena zona rosa durante los años 20 y el flamante sistema de transporte colectivo Metro en los 70 son imágenes de una capital que se fue transformando hasta desaparecer. La ciudad que ya no existe, del investigador y escritor Carlos Villasana, reúne cien hermosas fotografías del pasado de la que hoy se conoce como CDMX; un paseo que va de 1920 a 1980, con fotos rescatadas por el autor a través de los años en tianguis, ventas de garage, álbumes hechos polvo e incluso, basureros. De entre miles de imágenes, Villasana y la periodista María José Cortés se dieron a la tarea de seleccionar las más entrañables e icónicas, para presentarlas en una edición de Editorial Planeta con los comentarios del divulgador Alejandro Rosas. Se trata de postales que transmiten nostalgia por una ciudad distinta, la misma que cambia todos los días, entre la vorágine de la urbanidad, sismos inesperados y una prisa inexplicable por la expansión imposible. El libro acompaña cada foto con una línea de tiempo y tres diferentes categorías: “Personajes de la vida cotidiana”, “Edificios, vehículos o esculturas históricas” y “Lugares icónicos”, además de proponer utilizar un código QR para visitar virtualmente los lugares y descubrir los cambios que han sufrido con el tiempo. El lector podrá visitar las afueras del cine Lido en la colonia Condesa, el canal de la Viga antes de desaparecer y volverse calzada, las fantasmagóricas instalaciones del tren en Buenavista e incluso, ser testigo del mítico lugar al que por décadas podía “irse de pinta”: Chapultepec. Hay algo fascinante en todas estas fotografías, redimidas por fortuna del olvido infame. Las nuevas generaciones se sorprenderán de todos los cambios que su ciudad ha experimentado, mientras los más veteranos podrán sentir una profunda melancolía por atuendos, edificios e instantes que se fueron para siempre. La ciudad que ya no existe se vuelve entonces un volumen valioso para la reconstrucción histórica del pasado de una urbe que lleva más de 500 años en constante renovación; la experiencia que propone Carlos Villasana puede completarse visitando el sitio que el propio autor administra en Facebook: La Ciudad de México en el Tiempo, página con más de 650 mil seguidores donde se comparten infinidad de fotografías diariamente. Zambullirse en el blanco y negro de las placas es conmemorar lo inevitable: también somos lo que perdemos. 

La verde luz de las estepas; Brigitte Reimann

Definitivamente Reimann es una singularidad en la teoría general de las palabras y los viajes. Su libro La verde luz de las estepas, editado magistralmente por errata naturae, nos muestra un panorama crítico que va desde los círculos políticos de la RDA, pasando por los protocolos soviéticos y llegando, al final, al misterio que representaban las zonas de Kazajstán y Siberia durante la época del bloque socialista. Sin embargo, Brigitte no cae en la falsa publicidad ni en la adulación. Al contrario, busca retratar las condiciones reales de cada lugar que visita, a través de las entrevistas y crónicas que van emergiendo. Tal es el caso de la conversación que sostiene con Borís Gainulin, un héroe local de Zheleznogorsk o la crónica del acercamiento que tiene con el bosque de Irkutsk. Aquí, cada foto y cada descripción son, en sí mismas, un testimonio histórico de un mundo que ya no existe. De ahí la importancia tanto de este libro como de los fragmentos del diario de Reimann que incluye la edición, donde la rebeldía y la disidencia de la autora encuentran su punto más alto. Así se configura una visión que constantemente le habla al futuro.

Mr. Gwyn; Alessandro Baricco

Es difícil saber con exactitud cómo clasificar la historia del escritor místico Jasper Gwyn que, cansado de sus procesos creativos y la “necesidad” de inventar nuevas escenas mágicas para sus novelas, un día decide publicar una lista con 52 cosas que no quiere volver a hacer, entre ellas: publicar libros. Harto y sin conocer sus próximas metas, el señor Gwyn se envuelve en una trama absurda que lo termina llevando a la creación de retratos escritos, manera de “regresar a casa” para aquellos que contratan sus servicios como retratista literario. Y es que la experiencia que Alessandro Baricco ofrece en esta novela corta es una de aquellas que te hacen reflexionar acerca de los incontables momentos monótonos de la vida. La monotonía de Gwyn se basa en escribir con la mente y en obtener retazos de historias sin sentido que se unen para convertir los fragmentos en la experiencia completa del regreso a la intimidad unipersonal. Estos encuentros con sus modelos de retrato y su misma aura de misterio hacen del señor Gwyn un personaje memorable de la literatura italiana. Uno puede sentirse identificado con los sentimientos de vacío del escritor y con su tarea inentendible de convertirse en copista: algo que él tampoco sabe exactamente qué diablos es, pero que se adecúa a sus planes con loops musicales y bombillas que mueren tras algunos días de trabajo intenso haciendo retratos. Una aventura de no más de 200 páginas que uno puede digerir en menos de 24 horas y que dejará un sabor inequívoco a búsqueda trascendental a través de los detalles de la cotidianidad y las alucinaciones provocadas por las incongruencias, resultantes de la colisión de nuestro ímpetu creador humano con nuestros sueños. Baricco es, sin duda, apóstol de la redención literaria. Mr. Gwyn, una perlita en el océano de las novelas autorreflexivas que no pierde su fuerza aún cuando cambia de protagonista hacia la parte final del relato. Me parece que Baricco usó la cantidad correcta de palabras para describir, sin recato, la miseria y los pensamientos profundos de un hombre agotado por la vida. La sagacidad del autor convierte sus letras en una experiencia simplemente explosiva.

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