Lecturas de marzo (II)

Marzo se hizo eterno, pero nos dejó varias lecturas para el recuerdo. Trenes que atraviesan dictaduras, letras en forma de raíces, tratados sobre la mirada, diálogos sobre el quehacer literario y la nostalgia inconfundible del candidato perenne al Nobel.

Un viaje a Salto; Circe Maia

Circe Maia recopila con absoluta lírica los hechos reales de un relato a varias voces de una niña que debe viajar, con su madre y casi a tientas, al tren donde llevan a su padre a Salto, departamento del norte del país de Uruguay donde le trasladarán por un delito de sedición en plena dictadura. La voz de la madre describe la textura, el sabor y el tedio de los días y meses sin su marido, tiempo que se acumula para librarse en apenas unas pocas visitas de 15 minutos. Pasado y presente, injusticia y prensa censurada se entremezclan en un relato que consigue lo que la narradora pretende: que esos cambios de tiempo (minutos, días, meses sin el marido arrestado versus la volatilidad de los momentos de las visitas carcelarias) no se disipen, ni en la memoria de la hija ni en la suya propia. Resuenan ecos de Allen Ginsberg y un intimismo que también narra retazos de humanidad entre los reos y los oficiales en aquel tren que viaja desde Montevideo, pasa por Paso de los Toros y acaba en Salto. Música, complicidad, miedo y ternura entre los pasajeros de aquél tren en plena dictadura uruguaya. Una narración intimista que merece la pena ser leída con lápiz a mano. Edita Las Afueras.

Cielo nocturno con heridas de fuego; Ocean Vuong

Escribir desde el pasado, desde la raíces que nos han conformado, desde la sonoridad, el dolor, la suerte, el miedo. Una escritura que es capaz de transformarse, de la cual puede sentirse el desgarramiento, el deslumbramiento, la brillantez. Ocean Vuong (Ciudad Ho Chi Minh, Vietnam, 1988) escribió, en Cielo nocturno con heridas de fuego (Vaso Roto) –años antes de que volara cabezas en 2019 con el lanzamiento de En la tierra somos fugazmente grandiosos bajo el sello de Anagrama– lo que podría tomarse como prueba de la condensación, como la declaración sobria, sentida y sincera de saberse lejano, de alguna manera, a la tierra que dio vida. Cuatro vertientes importantes que van dando sentido y soltura a los poemas que conforman el libro, como si esos cuatro pilares sostuvieran lo que al final resulta en la muestra de la relación estrecha que se tiene con el dolor y los recuerdos: la muerte de su padre, su homosexualidad, la relación que lleva con su madre y la guerra de Vietnam, que fue el conflicto que hizo a su familia huir de casa. Todo eso que nos construye, que nos ha dado razones. Aquello que nos hace ser, con un grado mayor de responsabilidad, de la manera en que somos hoy, con todo y aquello que, quizás, cuesta nombrar porque en el lenguaje oral que hemos traído cargando simple y sencillamente no existen palabras para darle sentido, para nombrarnos. Pero después llega el momento, tal como escribe Vuong: Extraño, eco palpable, aquí está mi mano, llena de sangre delgada como el llanto de una viuda. Estoy listo. Listo para ser cada uno de los animales que dejas atrás.

Mis modelos de conducta; John Waters

La literatura de John Waters tiene en su esencia la misma fuerza y honestidad que su obra cinematográfica. Si Carsick (2014) es un road trip subversivo lleno de aventuras inmundas y Make trouble (2017) resulta una exaltación a la creatividad sin límites, Mis modelos de conducta (2015) funciona como una confesión pura sobre todas las influencias que han delineado el estilo de quien William S. Burroughs bautizara como el Pontífice del trash. En 10 capítulos, Waters escribe tremendos ensayos sobre la música de Johnny Mathis; la literatura de Tennessee Williams y la bizarra historia de Leslie Van Houten, chica Manson y amiga incondicional. También hay tiempo para hablar sobre la moda descuidada de Rei Kawakubo; las sórdidas vidas de Lady Zorro y Esther Martin, los extraños “héroes” de Baltimore; el bigote de Little Richard y el trabajo surreal de los pornógrafos Bobby García y David Hurles. El director de Pink flamingos (1972) presenta en divertidas líneas, los relatos que van revelando de dónde proviene la estética y argumentos de muchas de sus ideas más atómicas. Recomendaciones literarias; perversiones sexuales pendientes; el desglose de su colección de arte conceptual, que incluye obras de Mike Kelley, Richard Tuttle y Paul Lee; finalmente, un manifiesto detallado de un nuevo dogma de suciedad que el propio Waters encabezaría, como líder de un culto a la repugnancia y mal gusto. Mis modelos de conducta es una experiencia literaria singular, un universo poblado de personajes indecentes que supuran toda clase de excentricidades: hay asesinos, alcohólicos, strippers y vagabundos. Lo entrañable es la capacidad del autor para describir a seres tan complejos y volverlos radiantes, entendiendo que la influencia en el arte puede venir de los lugares más insospechados. También fotógrafo, actor y profesor de cine, John Waters se confiesa ante un lector que no sólo se fascina por las escenas descritas, también termina por comprender el motor creativo de un artista tan excéntrico como revolucionario. 

El trabajo de los ojos; Mercedes Halfon

Si para la sabiduría popular los ojos son la ventana del alma, para la avidez lectora son puertas hacia la gran literatura. Así lo han constatado novelas como El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel y Sangre en el ojo de Lina Meruane, que desde la autoficción exponen la experiencia de sus autoras frente a los males de la vista. Hay algo de autoficción en El trabajo de los ojos, sí, pero para hablar del estrabismo, astigmatismo, hipermetropía y enfermedades colindantes que ha padecido desde la infancia, la dramaturga, poeta y narradora argentina Mercedes Halfon prefiere el ensayo íntimo y la crónica autobiográfica. Desde el yo, el fragmento, el apunte de cuaderno y la entrada de diario personal, la autora consigna su visión del mundo: las enfermedades oculares han definido su historia familiar, su día a día, su escritura, su maternidad. En el libro, como en su cotidiano, Halfon aguza la mirada sobre detalles imperceptibles para el ojo sano, dialoga con escritores que fueron afectados por alguna disfunción ocular -Borges, por ejemplo- y saluda a quienes han ofrecido alternativas a la vista -Braille, por mencionar a uno-. Irónica, concisa y entrañable, Mercedes Halfon despliega en apenas 100 páginas un completo tratado sobre la mirada en sus más amplios sentidos, en sus más abiertas posiblidades para construir un universo personalísimo de erudición y sensibilidad. Ojalá este libro, al igual que la novela Diario pinchado y, en sí, la exquisita escritura de Halfon, tengan mayor distribución en nuestro país. La mirada de Mercedes nos hace entender mucho de la nuestra.

Desertar; Ariana Harwicz y Mikaël Gómez Guthart

Casi en paralelo a la irrupción de la entrañable Colección editor de Gris Tormenta, Dharma Books recuperó otro título imprescindible sobre el quehacer literario: Desertar, una conversación entre la escritora Ariana Harwicz y el traductor Mikaël Gómez Guthart. El diálogo entre ambos tiene varios momentos memorables, empezando por la epígrafe de Louis-René Des Foréts sobre los códigos (in)transferibles de las lenguas maternas. No descubro nada si digo que Ariana Harwicz no sólo es una de las mejores escritoras de su generación, sino probablemente la pensadora más libre. Quien disfrute leyendo su catarata de tuits anticanónicos, encontrará en este libro grandes momentos de placer. Harwicz propone en los primeros complaces del diálogo una frase para la posteridad sobre la traducción: «Estar entre dos personas que no se entienden y traducir a una y a otra en una discusión es como estar en metido en una balacera». No hacía falta confirmarlo, pero en este libro Harwicz defiende su lema en torno a que no hay otra forma de escribir que no sea estando en guerra. Por su parte, Gómez Guthart, lejos de tener un rol testimonial, propone varias reflexiones brillantes, especialmente cuando sostiene que la traducción, buena o mala, no es más que una forma inquieta de leer y que su mayor virtud reside, esencialmente, en promover la circulación de las obras. Al final, de eso se trata la literatura, ¿no?

La señora March; Virginia Feito

Después de toparme en las redes sociales con miles de publicaciones sobre esta obra, decidí leerla. La señora March es el primer libro de la escritora española Virginia Feito, un thriller psicológico que muestra cómo se descompone un personaje y va poco a poco enseñando sus capas de maldad y crueldad, detrás de una mujer que se esfuerza por ser la mejor anfitriona y dama de sociedad. La señora March es la esposa de un famoso escritor que acaba de publicar su último y más exitoso libro. Viven en un barrio privilegiado de Manhattan con su único hijo. Hablamos de una novela interesante que recuerda, de alguna manera, al estilo narrativo de Ottessa Moshfegh. La señora March es un intento de esposa perfecta, en el que se esconde un personaje macabro. Capítulo a capítulo nos adentramos a lo oscuro de sus pensamientos neuróticos llenos de ira y envidia. Se nos propone un narrador que acompaña al personaje en sus aventuras y locuras, mostrándonos un mundo empañado por el ojo de la protagonista. Una novela interesante, sin indicadores temporales y giros interesantes que te sorprenden hasta el final, obligándote a leerla casi de tirón. Para efectos prácticos, una obra inquietante y divertida que te mantiene en tensión.

Atardecer en los suburbios; Minerva Reynosa

Mientras escuchaba a The Warning, reflexionaba que la brevedad de Atardecer en los suburbios (Tierra Adentro, 2011) nos transporta al universo íntimo de la poesía, donde en un rizoma todos los momentos se relacionan, ya que el contexto de una imagen pasa a reconfigurar la realidad. Tal y como vemos “en la segunda planta gran desorden arriba de la cama”, pues allí las palabras establecen una historia personal que sucede en fragmentos, los cuales se van convirtiendo, al mismo tiempo, en una serie de poemas que habitan el libro. Eso, sin olvidar “like a ufo”, cuyos versos desdibujan las barreras en las que conviven, tanto el español como el inglés, mostrándonos de esta manera que los trazos multilingües son el futuro de la creación poética. Ahí, donde resplandece la voz de Minerva Reynosa.

Esto no es una canción de amor; Abril Posas

La vida adulta es un viaje cuyo marketing ha logrado que todos los seres humanos caigamos en el engaño que supone un estado de comprensión y entendimiento de la vida. Nada más alejado de la realidad. Una vez adquirido el “producto” nos damos cuenta que no es lo que se prometía en los teasers que estuvieron bombardeando por años. Abril Posas nos lleva en esta novela breve, a través de un humor colmado de acidez, a un paseo melancólico-sentimental-musical de una treintañera que trabaja en publicidad, usa una bicicleta y es vocalista de una banda de corees. El paseo por las letras de esta tapatía es una reflexión intensa que marca al último coletazo de la generación X del desencanto y el valor de uno mismo salpicado con referencias musicales de todo tipo de géneros (sería grandioso hacer un recuento y elaborar una playlist del libro).

Al sur de la frontera, al oeste del Sol; Haruki Murakami

Leer a Murakami siempre me deja un sabor a nostalgia, me conecta con una realidad alterna y me premia con un interminable viaje musical. La obra del tan conocido como eterno nominado al premio Nobel es de mis favoritas por distintos motivos. Quizá porque su ficción no está tan alejada de los que vivimos en realidades paralelas. Aquí y soñando. Hajime, hombre en sus casi cuarenta, quien comparte la vida en matrimonio con dos hijas y disfrutando de su próspero negocio y sueño de vida: un bar de jazz en algún suburbio de Tokio. No espera más de la vida hasta que lo invade cierta insatisfacción ante la falta de su autenticidad perdida. La circunstancias lo reencuentran con un viejo amor en una noche lluviosa. El autor aborda la simbología de la reconciliación de pasado y presente, amor y desamor, la luz y el mar, y la eterna probabilidad de un quizá. Murakami nos hace sentir de todo.

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