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Silvia Pinal, la primera actriz y la última diva

Es posible explicar el mito de Silvia Pinal como actriz a partir de Luis Buñuel, pero también más allá. En homenaje a su inmensa leyenda, repasamos algunas piezas emblemáticas de su filmografía.

El ángel exterminador; Luis Buñuel

En El ángel exterminador (1962), magistral segundo filme en la trilogía temática de los “Sacrilegios” (los otros dos son, naturalmente, Viridiana y Simón del desierto), Luis Buñuel plasma una sardónica pesadilla burguesa donde los elegantes invitados a una cena en la casa de la aristocrática pareja conformada por Edmundo y Lucía de Nobile, descubren que no pueden salir del salón. Entre este ensamble de “náufragos” hay una muy particular: Silvia Pinal como Leticia, apodada “La Valquiria”. El título mitológico nórdico no es casual: la rubia y bellísima Leticia, con su figura etérea y presencia enigmática, parece más una enviada divina que una mujer real. Desde su introducción, la película subraya su condición de virgen, un detalle que podría leerse como un recurso provocador de Buñuel para jugar con el arquetipo femenino que Pinal encarna: la pureza idealizada que, en la práctica, es tan ficticia como la moral de sus compañeros atrapados. A medida que se desarrolla el argumento, Leticia se convierte en una figura central y simbólica. Ella no tiene la histeria de los otros personajes, ni sus egos inflados; parece observarlos con una calma que roza lo celestial. Sin embargo, esta quietud no es suficiente para salvarla de lo inevitable: Buñuel, que no deja arquetipo sin desmontar, permite que Leticia pierda aquello que define su “perfección” inicial de un modo sutil, pero demoledor. Aunque la película nunca lo dice abiertamente —sería demasiado obvio para el director—, el espectador atento entiende que al final del encierro, y para liberar a sus compañeros, Leticia ya no es virgen. Buñuel siembra pistas: el sutil cambio en su mirada al conminar a Nobile (interpretado por el gran Enrique Rambal) a encontrarse en privado con ella tras un telón, su postura, incluso el aire de resignación que adopta. Algo pasó, aunque no lo veamos. El simbolismo aquí es rico y malicioso: Leticia representa el sacrificio necesario, el descenso de lo divino al terreno humano. Si es La Valquiria, entonces es la que lleva a los caídos al más allá; pero también es una figura condenada a contaminarse para redimir a los demás. Su “caída” no es una pérdida, sino una transformación, un recordatorio de que incluso la pureza más alabada es frágil y, en última instancia, ficticia. El rodaje de El ángel exterminador está cargado de historias, como todo lo que tocó Buñuel. Silvia Pinal, ya era una estrella consolidada, no era solo la actriz principal, sino también una pieza clave en la producción. Su entonces esposo, Gustavo Alatriste, produjo la película como parte de un acuerdo que incluía trabajar con Buñuel tras el éxito de Viridiana, filme que salvaron de ser destruido por la censura española después del escándalo que provocó en el festival de Cannes en mayo de 1961. La Pinal no era solo el rostro del filme, sino también su motor detrás de cámaras. Con su influencia y carisma, consiguió que el director español, conocido por sus excentricidades y obsesiones, trabajara bajo sus términos. Imposiblemente rubia, ataviada en un traje de fiesta de lo más chic y con una actitud fría y distante, la Pinal -que fuera la actriz más completa y brillante de su generación: lo mismo comediante que trágica, cantaba, bailaba y producía- brilla en el filme porque entiende perfectamente a Buñuel. Su Leticia no es una santa ni una víctima; es una mujer que, bajo su máscara de serenidad, vive una metamorfosis interna que los que la rodean no consiguen percibir ni cuando les concede la libertad. En manos de una actriz menor, el personaje podría haberse reducido a un estereotipo, pero Pinal le da matices sutiles que le confieren profundidad y misterio. La importancia de Silvia Pinal en El ángel exterminador es doble: como actriz, aporta un magnetismo que atrapa la cámara incluso en los planos más caóticos. Como personaje, Leticia es la llave misma de la trama, el eje alrededor del cual los otros, sin saberlo, giran, perdiéndose en sus propias miserias mientras ella enfrenta un sacrificio silencioso, casi sagrado. Con “La Valquiria”, la Pinal demuestra no solo su talento, sino también su capacidad para encarnar el misterio eterno de la condición humana. Buñuel no pudo haber elegido mejor, en ninguna de estas tres colaboraciones y uno acaba deseando que hubieran sido muchas más. Y como escribió en sus memorias Esta soy yo, Silvia herself, también.

Una golfa; Tulio Demicheli

Tan devaluada y menospreciada en la actualidad, la televisión abierta fue la filmoteca popular por excelencia para millones de mexicanos. A través de la pantalla chica descubrimos películas que hoy día resultan anecdóticas para oídos de muchos por su carácter mítico debido al desconocimiento que se tiene de las mismas. ¿Realmente existen? ¿Dónde se pueden ver? Este tipo de preguntas surgen en cuanto se mencionan títulos como Una golfa, mayor aún cuando se precisa que Silvia Pinal es la protagonista personificando a una prostituta de cabaret. Vista como deidad y concebida como una mujer inmaculada por parte de un sector del público, la actriz tiende a ser diseccionada desde sus filmes más vistos o laureados que propicien apreciaciones solemnes. Pero eso contribuye a ignorar y enterrar el propio camino que la señora Pinal forjó en el cine con un rasgo que la identificó particularmente en el inicio de su carrera: explorar y experimentar sin miedo. Mientras que varias de sus compañeras se mantuvieron en el registro de elegir papeles moralinos y pudorosos, doña Silvia retó la zona de confort para probarse en el plano actoral con roles arriesgados para su época. En Una golfa, interpretando a Diana, recurrió a la sensualidad de su figura para dotar de magnetismo a su personaje, lo cual se corrobora con la secuencia del baile que deja boquiabierto a Luis (Sergio Bustamante), un enamoramiento inmediato capturado por encuadres abiertos que obligan a suspirar por ella y encuadres cerrados que nos colocan en los zapatos de él. Eso no es más que un anzuelo que la dupla Demicheli-Pinal nos lanza a los espectadores para no perder de vista el recorrido de Diana. Queremos ver más, ir con dirección a satisfacer el deseo y el placer, sin embargo nos cambian la jugada. La cabaretera nos introduce en sus emociones y sentimientos con los titubeos que enfrenta entre salir lastimada por amar o salir lastimada por generar ingresos en la vida galante, entre ilusionarse con los versos amorosos de Luis o desilusionarse por los trancazos que le propina, entre apostar por la incertidumbre del futuro o resignarse a la mortificación de su presente. Sumergidos en ese universo que aprisiona a una mujer del México nocturno a principios de la década de los cincuenta, no reparamos a primera instancia en el aspecto más valioso de la película con relación a Diana: asesina a don Emiliano, un traficante de poca monta que la pretende. Bien dicen que el tiempo se encarga de darnos respuestas o aclararnos el panorama, y es verdad. Aterrizada esa máxima dentro del cine, bien lo podemos ejemplificar con el ejercicio de repasar filmes muchos años después. Una golfa es uno de esos títulos que se transforman conforme crece el espectador o se modifica la sociedad. Que Diana mate a don Emiliano nos arroja lecturas como el golpe de autoridad de una mujer contra un hombre respecto a su elección de quiénes sí y quiénes no tienen derecho a trastocar su dignidad. No elimina a cualquier individuo sino a un criminal que es temido o solapado por los hombres; ella, voluntaria o involuntariamente, es factor de cambio en un submundo que al menos en un pequeño espacio y en un instante libra a otras mujeres de un sujeto así. ¡Es Silvia Pinal poniendo en su lugar a Carlos López Moctezuma! Mata a uno de los actores que personificó a los villanos más odiados del cine mexicano, un privilegio que en las ficciones correspondía a personajes masculinos. Detrás de esa prostituta ficticia hubo una actriz de 22 años que empezó a abrir puertas de roles femeninos más intrépidos y más confrontativos en un período que seguía dominado por el recato y la sumisión. A través de Diana, luego de mirarse al espejo imaginándose puesto un elegante vestido negro, Silvia Pinal expresa lo que podemos interpretar como una directriz de lo que fue su carrera en aquellos momentos: “Vamos haciendo la lucha”. Estaba sembrando las semillas de futuras reinvenciones que tendría como Viridiana (Luis Buñuel, 1961), La soldadera (José Bolaños, 1966) y Las mariposas disecadas (Sergio Véjar, 1978). Hizo la lucha y la televisión abierta nos mostró ese esfuerzo. Fuimos afortunados y lo supimos.

Viridiana; Luis Buñuel

En medio de controversias, censura franquista y surrealismo buñueliano, se logra filmar Viridiana, una provocadora película, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. El productor Gustavo Alatriste, entonces marido de la primera actriz Silvia Pinal, fue quien insistió a Luis Buñuel en que la realizara en España y con su mujer como protagonista. La diva del cine mexicano se consagró con uno de sus papeles más recordados interpretando a una novicia a punto de tomar los votos, que por cuestiones familiares debe abandonar el convento para visitar y cuidar a su tío don Jaime (Fernando rey). Lo que sucede posteriormente es un encadenamiento desbordado de situaciones surrealistas y de carácter simbólico, cargadas de comicidad crítica, y llevadas al extremo de lo absurdo. Muchas de las secuencias, sueños e imágenes que vemos fueron ideadas por Buñuel mucho antes de tener pensado el guion de la película; fantasías viviendo en su mente por años hasta que logra plasmarlas en este filme. Entre ellas se encuentra la icónica escena en que la bella protagonista yace en su cama, ataviada con un vestido de novia después de ser sedada por su tío con la intención de abusar de ella -dada la obsesión de él por el parecido de la joven a su recién fallecida esposa-. A partir de este momento el juego de la culpa hace que Viridiana deje el convento para siempre y practique una ingenua caridad dentro de la casa heredada tras la muerte de su tío, recibiendo a un numeroso y colorido grupo de vagabundos, hasta alcanzar un descontrol total. De igual relevancia es la secuencia final que debió ser modificada debido a la censura por ser demasiado provocativa. Sin embargo, el efecto sugestivo que en conclusión se logró, es realmente contundente y poderoso, ya que presenta a Viridiana jugando a las cartas con su primo y la amante de éste, mientras deja que sea el espectador quien imagine el resto. El deseo sexual, el fetichismo y la religión, temas siempre presentes en el cine de Buñuel, son encarnados, todos esta vez en el papel de una mujer hermosa e inocente que desconoce el efecto que provoca su inmaculada sensualidad. Es ahí donde radica la eficacia de la interpretación de la gran Silvia Pinal, que consigue contener dentro de su personaje esa dualidad en pugna, tantas veces representada en la filmografía del director, con quien pudo colaborar nuevamente en dos ocasiones más con seductoras interpretaciones, en El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964). 

Las mariposas disecadas; Sergio Véjar

Entre la trilogía de Luis Buñuel que la volvió leyenda (Viridiana, El ángel exterminador, Simón del desierto) y el programa de televisión que presentó por más de 20 años (Mujer, casos de la vida real,1986-2007), Silvia Pinal se dio el tiempo de filmar, junto al cineasta Sergio Véjar, una película provocadora e inquietante: Las mariposas disecadas (1978). La trama, que involucra pedofilia, soledad, obsesión por la belleza y necrofilia, sigue a la escritora Cassandra Fuller (Silvia Pinal), una mujer madura que prepara su próxima novela enclaustrada en una oscura mansión, con la única compañía de la asistente Gloria (Ada Carrasco) y el canario Plinio. Un día, aparece en el jardín el pequeño Olak (Andrés León Becker) y Cassandra comienza a recordar un pasado siniestro, donde la relación con un joven llamado Jorge (Ricardo Noriega) terminó en crimen. Olak es la nueva obstinación de la protagonista, su psique alterada la llevará a experimentar nuevas formas de preservar el encanto y juventud, hasta un desenlace insólito, macabro, bañado en la estética del giallo italiano y el erotismo buñueliano desbordante. Silvia Pinal es una Cassandra que irradia tensión, su mirada penetrante taladra los inocentes ojos de Olak; es una vampiresa, buscando obtener satisfacción y vida de sus presas. La mente descompuesta, producto de añoranzas del pasado y la negación de la muerte, la han llevado lo mismo a enterrar a su amante en el patio trasero que ha embalsamar la infancia, terca en evitar la soledad. Las mariposas disecadas encierra una de las mejores interpretaciones de Silvia Pinal, actriz con una trayectoria inmensa, capaz de ir de la comedia al drama, del horror al musical; las frases “no abras las cortinas, hay mucha luz”, “eres muy bello, pareces un ángel” y “quiero conservarte puro, con la belleza intacta”, son recitadas con una bizarra mezcla de ternura y crueldad, el reflejo de una mujer que vive en una constante lucha de luz y oscuridad, dentro de su propia psique quebrada. Ante la lamentable muerte de Silvia Pinal, este filme merece ser conocido por las nuevas generaciones y revalorado por un público que seguramente escudriñará en el trabajo de la actriz, que también marcó época en teatro y televisión. Cerca del final, que bello es ese primer plano de una Cassandra Fuller radiante, sobre el fondo rojo, admirando su lúgubre creación, a la que le escurre una lágrima. Ese plano de la diva, no solo resume lo perturbador de la trama, también es uno de los instantes más hermosos de toda su filmografía. Las mariposas disecadas es la película incómoda de la leyenda Pinal, incendiario ejercicio deudor del terror psicológico de la Repulsión (1965) de Polanski y la atmósfera tétrica de Dario Argento. 

El rey del barrio; Gilberto Martínez Solares

Antes de que irrumpiera como una actriz de culto bajo el manto de Luis Buñuel, Silvia Pinal comenzó su camino en el cine de oro mexicano siendo una starlet a la usanza de la primera Marilyn Monroe. En su silueta, sus vestidos ceñidos, su andar despreocupado y su melena traviesa había algo de ese misterio insondable que mitificó a la Monroe. Para muestra, su papel como la cándida, hermosa y trágicamente desempleada Carmelita en El rey del barrio, dirigida por el gran Gilberto Martínez Solares. En la que quizá sea la comedia romántica más importante del siglo XX mexicano, la Pinal pasó de tildar a Tin Tan de mugroso, huelguista y ferrocarrilero a quedar prendada por los versos del bolero «Contigo», compuesto por el veracruzano Claudio Estrada Páez e inmortalizado, en primerísima instancia, por Los Panchos: «Tus besos se llegaron a recrear / aquí en mi boca / llenando de ilusión y de pasión / mi vida loca. / Las horas más felices de mi amor / fueron contigo. / Por eso es que mi alma siempre extraña / el dulce alivio». Si Tom Waits decía que para enamorar a una mujer bastaban un ramo de flores y una canción de Roy Orbison, la educación sentimental de muchísimos mexicanos se explica, en buena medida, por esa entrañable escena en la que Carmelita suspira y abre sutilmente la cortina para constatar que, en efecto, ha caído rendida a los encantos del inimitable rey del barrio. 

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