La infatigable redacción de purgante se propuso elaborar un especial sobre el cine de terror sin mirar con suspicacia a ninguno de sus subgéneros. De modo que en esta entrega desfilan fantasmas, demonios, caníbales, extraños en trenes, asesinos enmascarados, niños inquietantes, fuerzas sobrenaturales, reinas de solsticios de verano y más.
Extraños en un tren (Alfred Hitchcock, 1951)
Planos americanos, cabello engominado, camisas almidonadas, elegantes caballeros con whiskys en las rocas y encendedores de plata con iniciales grabadas en el dorso. Esta película de Alfred Hitchcock me remitió inmediatamente a una novela negra, todo un estilo literario plasmado en la pantalla grande. Precisamente Raymond Chandler, quizá el gran escritor del género, fue coguionista del filme, en donde logró transmitir la esencia de la novela original de Patricia Highsmith, otro de los estandartes de la también denominada hard-boiled. Las interpretaciones de ambos actores principales se disfrutan como un postre que a veces es dulce, otras amargo, y unas más con un sabor imposible de descifrar. Indudablemente me hizo cuestionar hasta qué punto nuestro desprecio y rechazo a otro ser humano es normal, cuáles son nuestros límites irracionales que muchas veces nos hacen pensar en atrocidades. ¿Alguna vez han querido desaparecer de esta tierra a ciertas personas?
This is the true story of a man and a gun and a car. The gun belonged to the man. The car might have been yours–or that young couple across the aisle. What you will see in the next seventy minutes could have happened to you. For the facts are actual. Con esa leyenda que exuda advertencia comienza The Hitch-Hiker (1953). Apenas antes de mostrarnos una serie de imágenes fragmentadas entre créditos y una oscuridad palpable, ya tenemos claro que es un hecho lo que antes se escribe: lo sucedido es algo que podría haberle pasado a cualquiera. Es, ciertamente, esa aparente cotidianeidad la que imprime el matiz lúgubre y funesto. Acá, Ida Lupino (1914-1995) dibuja, en su particular visión transparente, rudimentaria y sencilla, un hecho apenas reciente en aquellos años: la huída del asesino Billy Cock, en específico, cuando este secuestró un auto con todo y pasajeros para que le trajeran a México y, así, poder escapar de las autoridades. Es, quizás, el pulso narrativo de Lupino lo que permite confeccionar con tal magistralidad (pese a algunas secuencias un tanto atropelladas) una historia filosa y atemorizante, con elementos que, pese a ser escasos, en manos de la directora se convierten en escenas, si no memorables, sí lo suficientemente verosímiles como para acrecentar el suspense. Ahora bien, sírvase recordar que esta cinta se trata de la primera película de cine negro filmada por una mujer, y, a decir verdad, tal hecho, visto en retrospectiva, sugiere que nadie más que Ida Lupino podría haberse convertido en punto de inflexión y figura memorable después de eso. Y eso… eso sí que no podría pasarle a cualquiera.
Deep red (Dario Argento, 1975)
El barroquismo visual y la violencia rítmica estilizada de Rojo Profundo la convierten en uno de los films imprescindibles del director de culto Dario Argento, referente absoluto del giallo italiano. La bizarra mezcla de planos subjetivos, un montaje frenético y la música del grupo de rock progresivo Goblin da como resultado una película escalofriante y enigmática desde el prólogo mismo, con esa lúgubre ronda infantil que se queda para siempre en el subconsciente del espectador. Un despistado pianista inglés se verá inmiscuido en una serie de asesinatos en una laberíntica y oscura Roma. Con la ayuda de una periodista, buscará llegar a la génesis del conflicto, en un recorrido cargado de bellos planos secuencia, un inquietante uso del zoom y la poderosa fotografía del legendario Luigi Kuvellier, salpicando de rojo intenso todos y cada uno de los encuadres. A Dario Argento no le importa crear el crimen perfecto; al contrario, se da vuelo filmando un terror elegante, atiborrado de referencias pictóricas de la obra de Giorgio de Chirico y Edward Hopper, que son melancólicas, misteriosas y no por ello menos tétricas. Al director le interesa revelar una psique humana rota, la perversión imparable de la infancia después de un evento traumático, y explotar al máximo la creatividad del asesino, exaltando el crimen al nivel de arte. Esta es una película que se disfruta mucho más en su primer visionado. No corren ni quince minutos de metraje y el público ya es capaz de ver en un reflejo el rostro perverso y retorcido del homicida. Un solo plano necesita Dario Argento para aterrar y fascinar por igual. La amalgama de música y planos detalle como antesala del caos se siente cínicamente amenazante, parte de una experiencia cinemática sórdida, colorida y placentera. Una sinfonía siniestra única.
The Shining (Stanley Kubrick, 1980)
Han pasado cuatro décadas desde que Stanley Kubrick decidió adaptar a la pantalla grande The Shining, novela homónima de Stephen King. Se trata de una cinta esencial en el género del terror, recordada por la emblemática escena interpretada por Jack Nicholson, donde hace un agujero en la puerta con un hacha por donde asoma la cabeza y grita Here is Johnny. En realidad, en su estreno tuvo opiniones divididas. El título de película de culto llegó un poco tarde, con una historia que tiene diferentes lecturas; algunas que se alejan totalmente de lo sobrenatural y se centran en los ciclos de violencia que Jack ejerce contra su familia. Las anécdotas de filmación confirman el grado de obsesión que Kubrick tenía con cuidar el mínimo detalle y retratar la transición a la locura de Jack Torrance, lo cual se refleja en el filme, donde la tranquilidad de los personajes se corta con planos inquietantes, como la escena de Danny con su triciclo cuando ve a las gemelas de vestido azul. The Shining destaca por su estética de gran angular, paleta de colores, perturbadora banda sonora y la magnífica interpretación de Jack Nicholson. Si algo caracterizó el trabajo cinematográfico de Kubrick fue su marcado simbolismo; en este caso, el final de la cinta abre un debate sobre lo que realmente ocurrió. Una fotografía en blanco y negro en el vestíbulo del hotel muestra a un joven Jack Torrance, en 1921, mientras que la historia se desarrolla en 1980. Esto abre la teoría de la reencarnación, o una historia de un personaje con obsesión de escribir su novela y transición a la locura.
The Exorcist (William Friedkin, 1973)
Estamos nadando en el ursprung de las películas de posesión diabólica, puesto que The Exorcist contiene en su núcleo todos los motivos que después serán explorados reiteradamente en este género por el aparato fílmico hollywoodense. No por nada la adaptación de la novela homónima de William Peter Blatty resulta en una película épica de terror, a pesar de que algunos fragmentos interesantes de la versión literaria, como la concepción filosófica de Lankester Merrin, no pudieron llegar al guion. El film de William Friedkin se sostiene magistralmente. Por un lado, la fotografía es sorprendente; por el otro, el score emblemático que aún hoy permanece en nuestra memoria compone una narrativa visual que nos atrapa desde el primer momento. Ni los λογίσμοι de Evagrio Póntico, ni el estudio de Papini sobre el diablo han llegado tan lejos en la cultura popular como la historia de Regan. En ella la concepción del mal es al mismo tiempo humana y sobrenatural, enraizándose a través de la figura de Pazuzu en la geografía pop de nuestros tiempos.
La invención de Cronos (Guillermo del Toro, 1993)
Después de dos cortometrajes como realizador, de participar en el maquillaje de Cabeza de Vaca, de Nicolás Echeverría, donde tuvo acercamiento a Bertha Navarro, con la que platicaría el guion de La invención de Cronos, Guillermo del Toro dio un paso al largometraje: un mundo imaginario, sobrenatural y de humor negro. Esta historia basada en la mortalidad y vampirismo resulta muy interesante. Ciencia, religión y la idea de la vida vida eterna se entremezclan. El aferro a los años, la vida esclavizada de alguna manera y la muerte sin dignidad es narrada desde los ojos de Guillermo, dando como resultado una ópera prima maestra. La película abre con un paneo hacia la derecha y el sonido de reloj. Humberto Fulcanelli, un alquimista del siglo XVI, desembarca en el puerto de Veracruz huyendo de la inquisición. Este dedica su vida a la invención de Cronos. Cuatrocientos años después lo encuentran entre los escombros de su bóveda. El contenido de su mansión se subasta de inmediato, pero un artefacto en particular termina en la tienda de antigüedades de Gris, un personaje monstruoso y heroico, víctima de la eternidad. Eternidad deseada por un enfermo empresario y buscada por su avaricioso sobrino. El crono, con forma de escarabajo, da acceso a la juventud. Su aguijón dorado se incrusta en la piel y tiene contacto con el ADN, dejando a la víctima con apetito. La cómplice de la historia es Aurora, una pequeña taciturna infiltrada en el peligro, en quien podemos ver el amor y su trasfondo a través de encuadres fantásticos y barrocos. El final tiene cierta subjetividad para el espectador, pero incluso ahí es posible palpar al Guillermo del Toro más clásico y autoral.
Scream (Wes Craven, 1996)
Me resulta incomprensible que no exista cierto consenso en torno a Scream como un clásico del género sin paliativos. Para la gran mayoría de entusiastas y no tan entusiastas de la cinta, se trata, apenas, de un original homenaje al subgénero slasher, como mucho una reivindicación. De entrada, pensar en las referencias de Halloween, Viernes 13, Prom Night o Pesadilla en Elm Street como guiños es una torpeza. En realidad podemos hablar de ellas como los báculos sobre los que se soporta un valiente ejercicio de metacine; es decir, cine sobre cine. Los métodos, las reglas y la psique de los asesinos no sólo están condicionadas por las convenciones del slasher como subgénero, sino que emergen casi como elemento narrativo. En ese sentido, la presencia del maestro Wes Craven —traje a la medida— como director y Kevin Williamson como guionista son fundamentales para que Scream funcione como lo que es: una película de terror al uso, y, al mismo tiempo, destile ciertas cuotas de humor, entreveradas con agudas críticas sociales, sin devenir en autoparodia. Incluso podríamos limitarnos simplemente a atesorar las dos secuencias que condensan toda la grandeza de la película. Una es, sin duda, el momento en el que Randy, el fan obsesivo de videoclub, enuncia las reglas del slasher durante una revisión coral de Halloween, con Michael Myers y Laurie Strode de fondo en pantalla. La otra se da sobre el epílogo, cuando el asesino Billy Loomis —¿les suena el apellido?—, con cuchillo en mano y la camiseta bañada en sangre, deja una de las grandes reflexiones en la historia moderna del género: «Don’t you blame the movies. Movies don’t create psychos, movies make psychos more creative».
Tesis (Alejandro Amenábar, 1996)
Era 1996 y el internet estaba en pañales. Las redes sociales no existían —al menos no en la mente del 99.99 por ciento de los seres humanos— y Alejandro Amenábar (Santiago, Chile, 1972) hizo de su ópera prima una película de culto. El cineasta (chileno)español se presentó al mundo con un filme tan magnífico como escalofriante, donde el espectador es zarandeado en busca de un asesino. Tesis desarrolla la historia de Ángela, una joven que investiga sobre la violencia audiovisual, descubriendo en el proceso que una compañera de la facultad, hasta entonces desaparecida, fue torturada y asesinada mientras la filmaban. Es así que, junto a un compañero, buscan encontrar a el/la responsable. El director juega con la mente de quien sigue la trama de la película gran parte de la película, bordeando la culpabilidad de todos los actores del reparto (impregnados de un halo de misterio) y llenándonos la pupila de lugares oscuros o solitarios. La película plantea (a través de un excelente guión desarrollado por el mismo Amenábar) el dilema de mostrar (o no) escenas (muy) violentas en pos de “enganchar” al espectador. También pone énfasis en los videos snuff, grabaciones sobre crímenes reales (asesinatos, violaciones, torturas), que son distribuidos de forma comercial por mero morbo o entretenimiento. Esto nos lleva a planteranos la pregunta sobre la necesidad de mostrar imágenes explícitas “en nombre del periodismo o entretenimiento”, justificación esgrimida para enseñar un mundo crudo (real, sí; pero innecesario) y cómo las redes —en infinidad de ocasiones— han explotado con el mero objeto de la comercialización o el clickbait. Como curiosidad (no comprobada) se rumora que el director del filme designó al villano con el nombre de un profesor que lo suspendió en la universidad.
The Blair Witch Project (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999)
El 21 de octubre de 1994, los estudiantes de cine Heather Donahue, Michael C. Williams y Joshua Leonard deciden filmar un documental a modo de proyecto final de carrera sobre la leyenda de la Bruja de Blair en el bosque de Maryland. Un año después, las cámaras fueron encontradas, pero ellos desparecieron. La película dirigida por Daniel Myrick y Eduardo Sánchez supuso un revuelo para el momento. La campaña promocional utilizada para crear escepticismo fue una jugada maestra, pues muchos creyeron que la cinta era real a raíz de la difusión de un cártel de desaparecidos. En ese incipiente mundo de Internet, antes de la llegada de plataformas como YouTube o las redes sociales –Facebook, Instagram o Tik Tok–, muchas personas discutieron en diversos foros en línea acerca de la veracidad del film. Un experimento, un tanto inquietante, que logró una rentabilidad inimaginable para sus creadores. Si a esa intriga le sumas una estética de cine amateur, con grabaciones en 16 milímetros y de Hi8, tienes como resultado esa telerrealidad tan recurrente a finales del siglo XX. Además, los testimonios de los entrevistados generaban ese punto de credibilidad. La filmación realizada en primera persona fue un gran acierto, puesto que te envuelve en la historia, notas la frustración, el agobio. Todo por esos movimientos de cámara caóticos que no te dejan visualizar más allá. Victoria del terror psicológico.
Somos lo que hay (Jorge Michael Grau, 2010)
El núcleo de una familia mexicana tiene diversas aristas: la concepción de su humanización, su moral, las costumbres e ideologías, pero, más importante, la supervivencia como método para englobar diferentes realidades de la vida urbana. Así, Jorge Michel Grau explora, a manera de metáfora, los horrores de las cotidianidades, que en varias ocasiones tienen un punto de origen en el lugar donde los valores y las visiones se crean: el hogar. Sin embargo, en un país que lleva la mayor parte de su historia olvidando las distintas vidas que día a día los mexicanos tienden a padecer —en los grupos privilegiados, a gozar—, crear una ficción a manera de crítica social, política, económica y cultural, pareciera un ejercicio arriesgado. No obstante, el cine de terror contemporáneo en México ha padecido de obstáculos que «le impiden ser más valientes para contar narrativas», mas hay una cierta falsedad en esto, puesto que no se necesitan demasiados recursos financieros para contar un buen relato, y así lo demuestra Grau en su primer largometraje: Somos lo que hay (México, 2010), pues pese a tener el canibalismo como temática principal —combinado de manera nítida con el contexto mexicano—, no hay un banquete de efectos que tengan la intención de conseguir la impresión en el espectador, sino su incomodidad y reflexión de lo que acontece en el país. Por lo tanto, es una obra de terror que parte de funciones críticas para visibilizar ramas que se esconden en las vivencias, en una democracia tangible, que se enfoca más en ser una película de personajes que de ambiente, mismo que es rodeado por el silencio, destacando la acción y los planos generales.
Babadook (Jennifer Kent, 2014)
Babadook es una película dirigida por la australiana Jennifer Kent, que en sus inicios fue creada en blanco y negro, y se basa en el puro terror gótico y psicológico: todo es ambiguo, tanto los miedos tangibles como los de un fantasma en una casa, como aquellos referidos a traumas no superados: cuando nos hablan las grietas de nuestro subconsciente, prometiendo una desazón constante. Quien quiera ver Babadook no debe verla centrándose en un filme de terror al uso, sino contemplarla como algo más profundo, un absoluto terror psicológico. Sam es un niño que vive en una casa con su madre Amelia tras el fallecimiento de su padre. Un día, Sam y su madre encuentran un libro infantil extraño sobre el monstruo Babadook, y progresivamente el niño dice ver un monstruo en la casa que hará daño a su madre, pero que él velará por su seguridad. De entrada, la sinopsis promete, porque el niño empieza a dar muestras de extraños ataques de pánico y la madre empieza a notar también algo fuera de lugar en la casa. Pero… ¿qué es eso que está fuera de lugar? SPOILER ALERT: Además de la interpretación llana fantasmagórica o incluso exorcista, es fácil intuir que Babadook no es más que la personificación del trauma irresuelto de la madre respecto a la muerte del padre de Sam, que se da justo cuando da a luz a su hijo. Hay ahí, pues, una relación de amor filial abusiva, palabras que no se hablan dan lugar a escenas inconclusas. Así pues, se entrevé que es la misma madre, quien, antes de ser cuidadora en un hogar de ancianos, fuera editora y escritora, escribió y creó el libro encontrado. Sin embargo, hay varias teorías respecto al final y el mood del filme… ¿te atreves a dilucidarlas?
It Follows (Robert David Mitchell, 2014)
La primera vez que vi It Follows sentí una profunda fascinación por la forma en que expresaba los sentimientos agónicos y terroríficos del que descubre el fin de su existencia. También por su estética ochentera, siempre hipnotizante. La película cuenta la historia de Jay, una adolescente de diecinueve años que, tras tener un encuentro sexual con un chico, se convierte en el eslabón de una maldición que parece funcionar como una enfermedad de transmisión sexual. Con una música y una atmósfera que recuerda al cine de John Carpenter, y catalogada como cine de terror indie, tiene una compleja simbología sobre el paso de la adolescencia al mundo adulto. It Follows es una de esas pesadillas en la que sientes que de alguna manera te persiguen y en la que no puedes parar de huir. Sin saber el porqué. Pero en la que disfrutas del agonizante recorrido. Esa atmósfera onírica y atemporal nos recuerda que el terror puede expresarse sin forma delimitada: “No piensa. No siente.Te sigue”. El vacío existencial y los terrores que acechan lo cotidiano son algunos de los grandes miedos sobre los que nos hace reflexionar. Lo que más me inquieta y seduce es el concepto del miedo como una mirada hacia lo abstracto, hacia lo desconcertante; todo aquello que no controlamos y que puede esconderse: algo humano y filosófico. Porque los monstruos que persiguen a las personas son uno de los elementos más utilizados del cine de terror, pero, ¿qué pasa si el monstruo no corre, solo camina y persigue de forma tranquila pero sin pausa? Pues sucede algo maravilloso. Y eso es It Follows.
Vuelven (Issa López, 2017)
Con esta joya cinematográfica me percaté del poder terrorífico que tienen las historias verídicas; sobre todo aquellas que se encargan de transmitir las dificultades que deben pasar los infantes en un país como México, atestado de desapariciones, crueldad y violencia desmedida. Protagonizada por una pandilla de niños en situación de calle, el filme impacta por su crudeza, que funge como puente conector entre los tabúes del espectador y los datos duros que arrojan las historias anónimas de aquellos que pierden la vida entre la miseria y la impunidad. Armada de un estilo más periodístico del terror, en el que los elementos partícipes sí son capaces de aniquilar y se perciben al abrir la puerta de cualquier vivienda de la ciudad; la película desnuda la orfandad y destapa la necesidad inminente de reconversión de estereotipos, que orilla a las niñas mexicanas a dejar de pensarse como princesas, solo para convertirse en guerreras de un entorno cada vez más inhabitable. Críos (interpretados con mucha naturalidad y sinceridad) rodando por la selva de asfalto, en medio de una guerra infinita que les arroja interrogantes que les obligan a madurar tempranamente (hecho que si bien les permite entender su situación con rapidez, también les vulnera y desvía de una vida saludable). Denuncia, documento y testigo, el metraje muestra aquella infancia espejo, que refleja la violencia normalizada y el degenere propio de los adultos que conviven con ellos. Es una contienda que suaviza la tragedia con imaginación y enseña, a los pequeños tigres, sobre libertad, perdón, compasión y resiliencia. Con una fotografía apocalíptica, la película habla de infanticidio, de víctimas de narcotráfico, de tigres aprendiendo a rugir y de asfixia social, provocada por una condición ensordecedora de agresión generalizada. Sin duda alguna, un llamado para proteger a nuestras infancias; que salen de las aulas y los juegos hacia un mundo intransigente, gélido e inhumano.
Get Out (Jordan Peele, 2017)
Si la diferencia entre las películas de terror es que mientras las malas acaban dando risa y las buenas siguen asustándonos igual que al verlas por primera vez, las obras maestras permanecen en nosotros como la cicatriz de la que emana un recuerdo, muchas veces, doloroso. Ese lugar del cual surge siempre una pregunta que nunca acaba —tanto— miedo? Dentro de los mecanismos alegóricos, el terror —con la fantasía y la ciencia ficción—, al establecer una barrera concreta con la realidad, se permite tratar al subtexto de forma cándida y casi directa dentro de las imágenes y diálogos. El pecado original de Estados Unidos es el racismo. Un país nacido a través de la contradicción, donde simultáneamente declara que todos los hombres son creados iguales y cimenta a la esclavitud como una institución jurídica y social. Get Out muestra como el progreso no es nada más que el analgésico para la parte de una sociedad negada a confrontarse con el lado más siniestro de su historia. La película está construida a partir de esas confrontaciones: una de ellas, el depredador tiene la apariencia de presa bella y virginal. De todo lo que da miedo, la idea que repta por mi espalda y eriza mi piel, es pensar en the sunken place. Es ver al portagonista atrapado en el fondo de su conciencia, condenado a ver como su alma se marchita en el cuerpo que alguna vez fue suyo, y ahora le pertenece a quien lo adquirió. Una de las muchas metáforas poco sutiles en la obra, y no por ello menos eficaz. Para mí, el final alternativo era perfecto: cruel, actual y honesto. Sin embargo, el director acaba la película con un giro donde pasa del terror a la salvación, quizás porque hoy, más que un final perfecto, necesitamos un pedazo de esperanza para seguir luchando por nuestros sueños a pesar de nuestros miedos.
Midsommar (Ari Aster, 2019)
Es curioso como el mundo puede llegar a dar tanto miedo. Aun y todo el tema de la globalización, la gente sigue sin entenderse, y no será porque no hayan aprendido inglés en la escuela, no, tranquilos, las mayores empresas comerciales del mundo se ocupan de ello (principalmente porque el chino es muy difícil). Cada vez se ven menos humanos originales, con sus tradiciones más ancestrales y radicales bien arraigadas. Y si veis a alguno, tranquilos, están para el turisteo (sobre todo los caníbales y la prensa deportiva). Ari Aster fue listo al no buscar una historia de fantasmas tradicional, aunque de fantasmas, los hay por todos lados. Pero digamos que no de un modo convencional. No hay sábanas ni cadenas arrastrándose, ni caras desfiguradas o carcomidas por el paso del tiempo. Tampoco hay un espíritu maligno que ordene el caos y la masacre absolutas. No hay nada de eso, tan solo unos aldeanos celebrando su fiesta popular, lo cual me parece maravilloso. Siempre es de día y todo el mundo está feliz por poder pimplar a plena luz del sol. Más o menos como en mi pueblo, solo que en la película todo es verde y colorido, al igual que los Jardines del Edén. La película habla de la pérdida y el renacer, pero es tan evidente que no creo que sea necesario centrarse en ese punto (la mayoría de las películas modernas y antiguas lo hacen). Además, los putos hongos suben que no veas y la pantalla hace que esté alucinando de un modo completamente paranoide. Espera un momento, ahora que lo pienso, hoy no había tomado hongos. Vaya, por lo menos eso creo. Pero, ¿por qué las flores y los ojos cambian de tamaño y color?
Ah, entiendo.
…
Sí, sí, perfectamente.
…
No, de veras que estoy bien, ya si eso luego seguimos.
…
Su puta madre.
The old ways (Christopher Alender, 2020)
The old ways es un película que navega en el Folk Horror, partiendo de mitos y ritos rurales de la cultura mexicana, dirigida por el director estadounidense Christopher Alender. Las supersticiones, los rituales, la brujería y las tradiciones prehispánicas son el hilo que teje una historia de posesiones demoníacas. Cristina es una periodista que vuelve a encontrarse con sus raíces en Veracruz e inicia un viaje con la finalidad de investigar y crear un reportaje sobre una cueva sagrada llamada La Boca en la cuna de Catemaco. Durante su investigación es secuestrada por una bruja y su ayudante, quienes deciden mantenerla como rehén en una sórdida habitación de una cabaña en medio de la selva. Los lugareños y una ex amiga de la infancia aseguran que ha sido poseída por un demonio en la cueva por lo que no podrá abandonar el lugar hasta no ser exorcizada. Cristina carga con los demonios de su niñez; la pérdida inexplicable de su madre y el desarraigo de su historia familiar. Además también es drogadicta, condición que la pone en desventaja al estar encerrada. Estamos ante una cinta de bajo presupuesto, pero muy bien documentada, que fluye naturalmente y nos regala un gran trabajo visual. La fotografía y ambientación es potente y seductora, enaltece a México y retrata las tradiciones más antiguas de un lugar que destaca por su historia como la cuna de la brujería. The old ways es un viaje introspectivo para exorcizar demonios, no sólo los que están atrapados en lugares sagrados, sino aquellos que habitan debajo de nuestra piel.