Lecturas de agosto

La redacción de purgante propone otra sugerente combinación de voces y registros a reivindicar en las lecturas del mes de agosto. De Selva Almada a Leila Guerriero, estandartes de la nueva mitología latinoamericana, haciendo escala en el inquietante H.P. Lovecraft y la siempre balsámica Clarice Lispector.

esa mujer ¿por qué grita?
andá a saber
mirá que flores bonitas
¿por qué grita?
jacintos margaritas
¿por qué?
¿por qué qué?
¿por qué grita esa mujer?

Chicas muertas es una crónica con tintes de ensayo y novela que se fusionan para mostrarnos las distintas caras de las víctimas de la violencia, que no sólo tienen un nombre, tienen una historia. Es un libro necesario para reflexionar que los feminicidios se han perpetrado desde hace siglos y que América Latina está llena de susurros, muertes impunes y voces silenciadas a manos de la injusticia y la violencia machista. Perfilándose entre lo real y lo literario, la escritora feminista Selva Almada recupera a través de la prosa testimonial y la investigación los restos de tres mujeres asesinadas. Tres feminicidios ejecutados en distintas localidades de Argentina en los años ochenta. Tres muertes impunes: Andrea Danne, Sara Mundín y María Luisa Quevedo. Tres casos en los que los prejuicios y los rumores jugaron en contra de las víctimas. Selva Almada arma una historia filosa, que hiere, con pedazos de cuerpos soterrados que visibilizan una violencia actual, cotidiana y normalizada; estos trozos también se entrelazan con recuerdos y vivencias de la propia autora, anécdotas que pueden ser la piel de cualquier mujer que ha sido violentada. Chicas muertas es un luto, una advertencia, un grito para que no bajemos la guardia porque allá afuera hay una guerra. Un cementerio que se alimenta de nuestros cuerpos y de nuestras cabezas. Ya no más entierros. Ya no más silencios. Ya no más chicas muertas.

La democión de Plutón a segunda clase de astro fue un acto polémico tanto en los ámbitos astronómicos como los círculos poéticos. Quizá por estar a 10 000 km de la tierra. Quizá por las semanas de emoción que llevó cargando por dentro, mientras preparaba el primer viaje que tomo desde que empezó ese periodo de silencio, miedo, y distancia social. Quizá por las heridas que siguen doliendo por el simple hecho de ser mujer, pero me viene a la mente nuestra hermana planetaria, y Planet-ish, el homenaje poético de Lyndal Frazier-Cairns. ¿Existe mujer que no haya sufrido el aguijón del rechazo? ¿Existe alguna mujer que no haya conocido lo que es entregar todo lo que es, y todo lo que tiene para terminar sola y saqueada? ¿Existe mujer que no haya, en algún momento de su vida, tenido que aprender a tragar su dignidad, su derecho a juicio justo, y seguir adelante, cojeando, pero avanzando de igual forma? ¿Hay alguna mujer que no se pudo identificar con nuestra hermana planetaria, Plutón, y su democión cruel a estado de simple cuerpo celeste? Frazier-Cairns describe los 20 poemas de su colección como una “carta de amor a Plutón y sus lunas, y una defensa ardiente de su planetidad.” Por medio de la metáfora del ex planeta y su cruel degradación al estatus de un simple cuerpo celeste, la poeta estadounidense nos invita a recorrer relaciones y rupturas, deseos y rechazos, y las múltiples crisis de identidad que enfrenta cada mujer en algún momento de su vida. El genio de su obra está en el cruce entre sentimientos en su estado más crudo, y humor irónico y autocrítico. El poemario de Frazier-Cairns es un lugar seguro para todas las que han sufrido el insulto del rechazo a cualquier nivel, y quizás tienen la mirada en el cielo para no sentirse tan solas.

Un joven estudiante busca un lugar para quedarse. Entra en una zona enigmática. Alquila un departamento. Los días pasan de manera efímera, pero las noches parecen que no tienen un flujo de tiempo. Un violín se escucha de fondo… Probablemente «La música de Erich Zann» sea mi relato predilecto de H. P. Lovecraft. Tiene vertientes que conectan con nuestra realidad: la marginalidad, la independencia juvenil y el misterio de la humanidad. Es, quizá, una de las cosas más interesantes del escritor: el retrato fiel del mundo mediante la ficción, creando el «horror cósmico». Los relatos de Lovecraft exponen la fragilidad de las personas, pero también su deseo más oscuro. La mitología «lovecraftiana» contiene seres inimaginables que habitan el universo, mas nunca se llega a una interpretación de ellos. Por una parte pueden ser espejismos de lo que realmente somos, pero por otro lado resultan ser sueños oníricos que viven en letras y poemas que tienen una serie de continuidades para llegar a un vacío, un sentimiento más allá de la ciencia, porque no conocemos lo que hay dentro de nuestra vía láctea y las ramas científicas apenas nos han demostrado un porcentaje menor de los males que existen en las estrellas. Si existen seres en el cosmos, ¿tendrían sentimientos o serían colonizadores en busca de suministros para subsistir? El ser humano endiosa lo desconocido y lo desconocido explora lo que ya conoce para corromperlo.

A veces, (siempre, yo diría) hacer lo más fácil resulta lo más complicado. Como en el fútbol, existen momentos donde la jugada “sencilla” es aquella que solo puede ser desarrollada por jugadores que su trabajo específico es facilitar la labor del resto de los compañeros. Este tipo de futbolistas son mi debilidad como aficionado. Por ejemplo, año 2002, equipo: Real Sociedad. Un chaval de escasos veintiún años de nombre Xabi Alonso. A lo mejor les suena. Ese tipo de habilidades no se dan en maceta, por más que agreguemos agua. Eduardo Sacheri es (o sería) este tipo de jugador (escritor). La sencillez de su prosa, la facilidad de envolvernos en historias que se desarrollan en la “normalidad” del día a día, es un lujo para un mundo que se mueve a una velocidad a la cuál no tenemos la posibiidad de pararnos a pensar un momento. El funcionamiento general del mundo, su más reciente novela, es otra demostración de la habilidad (talento) para hacer la jugada sencilla y que el equipo (nosotros) disfrute(mos). Una vez más y bajo el formato de un relato de viaje, el autor argentino nos atrapa en una historia emocionante donde los vínculos humanos son el sostén de toda trama envuelta en nostalgia, historia y familia. Nuevamente, y con gran acierto, usa un tema tan terrenal como el fútbol como pretexto para entrar en los conflictos, sueños y esperanzas de los protagonistas. Y nuevamente Sacheri nos sirve un balón para que nosotros (sus lectores) nos regocijemos en sus letras y podamos soñar dar la vuelta olímpica al final de la historia.

Sin duda, la espiritualidad ha sido una de las manifestaciones más interesantes de la creación poética, ya que plantea ir más allá del objeto para entrar en el terreno de lo trascendental. Lucille Clifton entiende lo anterior a la perfección y en The Book of Light (Copper Canyon Press) puntualiza esta búsqueda a partir de su cuerpo. Tal y como lo vemos en el poema «won’t you celebrate with me», que ilumina la realidad con una luz tenue, donde lo cotidiano es místico. Casi como el teólogo franciscano Buenaventura, Clifton encuentra que la belleza es un rasgo espiritual que posee la vida en toda su extensión. Y es esta conceptualización, como en su poema «move», lo que permite que la poesía surja como un vehículo de resistencia, frente a la aniquilación de la palabra. Unificando así una propuesta artística y política, que viaja más allá del rumor crítico de la materia.

“Los libros son un simulacro del recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito”. El olvido que seremos es la biografía novelada de Héctor Abad Gómez, médico y defensor de Derechos humanos, asesinado en Medellín el 25 de agosto de 1987.  Escrita por su hijo, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958). Se trata de un libro testimonial con un aura de nostalgia y amor, que nos cuenta la vida pública y privada de su padre, un luchador incansable en pro de la salud pública, la igualdad de derechos, la justicia y la paz. La historia está contada bajo unos ojos de admiración, inocencia y amor. Nos muestra, además, cómo la felicidad y la confianza eran los pilares para la crianza, la bondad detrás de cada palabra de aliento, de cada carcajada, de cada gesto de ternura y cariño. Hablamos de una novela enmarcada en una Colombia violenta y corrupta. Nos invade de decepción y ganas de ser mejores seres humanos, de ser un ejemplo para nuestros hijos e intentar actuar en coherencia. Maravillosamente escrita, es para mí un libro imprescindible, en el que vemos con detalle los primeros pasos de un escritor consolidado, los momentos de alegría y tristeza que lo marcaron para siempre. El olvido que seremos, en palabras del autor, es un libro que necesitaba escribir para que sus hijos conocieran a su abuelo y entendieran porque su difunto padre aún continúa vivo en muchos corazones.

En Un soplo de vida (Siruela) parece emularse algo parecido a un soliloquio, quizás como un episodio frenético frente al espejo. En adición a la situación, como aliciente, la creación de un personaje que viene a decirnos no lo que queremos escuchar, sino lo que necesitamos leer, oír. “Habla, Ángela, habla incluso sin sentido, habla para que yo no me muera del todo.” Probablemente es, este enunciado, lo que condensa el motivo, el objetivo principal: hablar para no ser del todo suprimida, hablar para mantenerse apenas respirando, hablar o escribir: la palabra, el lenguaje que auspicia. Hablar (y escribir) para no morir. O hacerlo escribir para prepararse para ello. (Esta deducción puede parecer redundante si se aclara que Clarice Lispector escribió esto antes de morir. O, mejor dicho: mientras estaba muriendo.) Todo nos dice que no importa siquiera qué sea lo que se esté diciendo, sino que se diga. Hay que nombrar. Aunque sea que lo haga ese personaje porque ella, por sí sola no es, quizás, capaz. O quizás sí. Sí lo fue pero en otra piel, siendo una figura ajena a la propia. Dentro de nosotros hay algo capaz de recrearse, de recrearnos para escapar y así pedir auxilio, o, en todo caso, que aunque sea escriba por una. Sobre todo… sobre todo cerca del final de nuestra vida, cuando hemos de descansar de nosotros mismos, cuando demos ese último soplo de vida.

Fármaco es un viaje inquieto por las aristas emocionales y socioculturales del Everest que no se nombra: la depresión. Desde la infancia y los traumas y miedos aprendidos en ésta, la educación que nos coarta la imaginación y la creatividad en un inútil afán de uniformización de la “normalidad”, pasando por lo que supone el día a día de la enfermedad o el estigma aún asociado a los psicofarmacos, Fármaco nos toca el alma, nos invita a despertar. A asumir diferencias, miedos y a defender el papel del creador, siempre denostado por familiares o allegados en tanto que no es productivo a ojos de un capitalismo férreo. Lo que más me gusta de Fármaco es ese viaje, que pasa por la infancia pero también por otros referentes de la enfermedad como Virginia Woolf, su madre enfermera Julia Prinsep Stephen, el monologuista y especialista Andrew Solomon, el célebre William Styron. Sin estigmas, sentimentalismos ni consesiones. Hacía mucho que no había subrayado tanto las páginas de un libro. Fármaco es de obligada lectura para humanizar la depresión y verla, cual si fuera un personaje, de frente, no de soslayo, no con paliativos ni infantilismos estúpidos. Tal como cuenta Andrew Solomon en su libro y conferencias sobre la enfermedad, esta puede ser, al final de la misma, un artífice de claridad e ilusión por la vida, por el precio, significado y sentido de las cosas que nos rodean, y creo que Almudena Sánchez logra plasmar muy bien esta idea, este destello de claridad y de esperanza, cerca del final. Un intimismo sin paliativos que no deja indiferente.

Cuesta creer que Los suicidas del fin del mundo haya sido concebida como una ópera prima y, sobre todo, que haya corrido el riesgo de ser transformada en una novela. Cuenta Leila Guerriero que algún editor le propuso convertir una crónica escrupulosa sobre una cadena de suicidios en la Patagonia en una obra de ficción para satisfacer las demandas de la industria. Afortunadamente Leila —seguramente una de las mejores lectoras de ficción en el mapa— no tenía ningún interés en barnizar de literatura el calvario de un pueblo ignoto situado en la provincia de Santa Cruz, en el extremo sur del continente americano: el fin del mundo. Es imposible no encontrar ciertas reverberaciones de Operación Masacre, especialmente a nivel técnico, pero es bastante probable que la escritura prolija de Leila para reconstruir uno de los episodios más trágicos del cambio de siglo en la Argentina profunda no tenga parangón. Si Plano Americano es un compendio de perfiles que ofrece más respuestas que cualquier facultad de periodismo, Zona de obras el torrente de reflexiones más subrayable sobre el oficio de escribir y Teoría de la gravedad la más estremecedora receta de instrucciones para sobrevivir, sobrellevar o sobrevolar en los infiernos de la cotidianidad, Los suicidas del fin del mundo se inscribe en la tradición de la crónica latinoamericana dejando una estela de fulgor incandescente.

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