Lecturas de junio (III)

Relatos atravesados por el conflicto armado en Colombia, una lucha de resistencia en clave ciencia ficción, memorias musicales, un tratado heterodoxo contra la cultura del photoshop y una alegoría existencialista conforman las lecturas de julio propuestas por la redacción purgante.

Sofoco; Laura Ortiz Gómez

Polilla Editorial se estrenó como casa independiente en México con la reedición del primer libro de cuentos de la escritora colombiana Laura Ortiz Gómez: Sofoco. Lo primero que habría que decir sobre este compendio de relatos tejido de manera artesanal es que transpira una gran nostalgia territorial por la Colombia profunda. La autora renuncia a las trampas del folclor para dotar a sus personajes de ternura, dignidad, erotismo y pulso vital; mientras afuera, amenazantes, permanecen en guardia el conflicto armado, la violencia, la pobreza, la desigualdad, la misoginia, los prejuicios y el yugo colonial. Si la guerra es un agujero, monótono, que escupe muertos, la miseria una contradicción, el rencor un combustible, un bus a Bogotá el pasaporte a Siberia y el abandono una imagen del Pibe Valderrama, Sofoco reconoce en la literatura una posibilidad de reconciliación social y una forma de resistencia colectiva. Lección aprendida: la infancia se pierde en el primer disparo y nunca se está lo suficientemente viejo para ser derrotado por un bolero y un par de ojos bonitos.

The Word for World is Forest; Ursula K. Le Guin

Cada libro de Le Guin es un viaje excepcional. Y por lo mismo, aquí encontramos una historia que fluye a través de la ciencia ficción, como una metáfora para referirse a las comunidades en resistencia que continuamente se oponen al colonialismo. Quizá por eso, hablar de los athshianos es también hablar de los procesos de insurgencia y revolución. Sin embargo, lo que me parece fundamental en esta historia, es que para resistir a la invasión y explotación ejercida por los terráqueos, la comunidad pacífica de Athshe tiene que ir en contra de su propia cosmovisión. Perdiendo así la conexión que tienen con el orden espiritual y social en el que habitan. Al final, aquí las condiciones particulares de la esperanza parecen estar codificadas en un realismo donde la libertad es la condición “sine qua non” de un futuro mejor. Allí, donde Raj Lyubov y Selver pueden encontrarse de nuevo.

Surrender. 40 canciones, una historia; Bono

Paul David Hewson, mejor conocido como Bono, es el vocalista de la que alguna vez fue la banda más grande de rock sobre la faz de la tierra: U2. En la edición de Reservoir Books, Surrender. 40 canciones, una historia (2022), el rockstar se confiesa y permite un acercamiento a lo que ha sido una vida dedicada al activismo político, la música y el arte. El lector descubrirá a lo largo de casi 700 páginas cómo fue posible pasar de tocar en una pequeña bodega junto a The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr., hasta llenar estadios y arenas en las imponentes giras Zoo TV Tour (1992–1993) o PopMart Tour (1997–1998). Bono recuerda las legendarias sesiones de grabación al lado de los productores Steve Lillywhite, Brian Eno y Daniel Lanois, en la truculenta evolución de la banda que comenzó cercana al punk, coqueteó con el pop, hasta acomodarse en un sonido más clásico, pero siempre experimental, con la guitarra, el bajo y la batería como esencia básica de su música. La influencia de David Bowie y Elvis Presley, la relación con su manager Paul McGuinness, el acoso del tenor Luciano Pavarotti para que U2 participara en el proyecto Passengers, momentos con Michael Hutchence y Frank Sinatra, Bono escudriña en sus recuerdos y reflexiona sobre su vida, la familia, el amor y los lapsos de locura en el escenario. Dividido en tres partes y en anárquico orden por medio de 40 canciones de U2, Surrender revela al ser humano detrás de la estrella de rock, un hombre preocupado por el medio ambiente y el hambre que azota las partes menos privilegiadas del orbe; el cantante acepta cambiar de opinión respecto a la energía nuclear y profundiza en la convicción (y dice, puede que Dostoievski tenga algo que ver) de que los seres humanos influyen poco o nada en los dos momentos más importantes de la existencia: nacer y morir. Bono, capaz de desairar una invitación del Dalai Lama para participar en un festival de música, sí toma una idea del tibetano y la extiende: “Solo se puede empezar una auténtica meditación sobre la vida, con una meditación sobre la muerte. La finitud y la infinitud, son los dos polos de la experiencia humana”. Las pantallas como instalaciones artísticas en sus conciertos; la incisiva intensión de romper la barrera entre artista y espectador; U2 tocando en el Olympiastadion de Berlín, 70 años después de que Leni Riefenstahl filmara ahí El triunfo de la voluntad (1935), y cómo la canción One salvó en su momento a la banda del abismo. Bono no se detiene, medita y relata, llevando al lector al epicentro de la irreverencia, la esperanza y el Rock ‘n’ Roll.

Anatomía Sensible; Andrés Neuman

Asomarse al plano del metro de Tokio será lo más cercano que -se me ocurre- podría describir la complejidad en el recorrido del cuerpo humano. Ahora, hacerlo de forma metafórica y elocuente a través de las palabra merece al menos nuestra atención y lectura. Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) nos regala textos breves (¿relatos?, ¿poemas?) que nos llevan de la mano a (re)conocer(nos) en un viaje por nuestro(s) cuerpo(s). Lo que somos, sin más. Y por ello lo celebramos “construyendo un tratado heterodoxo contra la cultura del Photoshop”, como reza la contraportada. El trayecto viene aderezado con letras llenas de estética, humor y realidad que nos van deteniendo en distintas estaciones de forma aleatoria y en las que podemos descender por mayor o menor lapso de tiempo. Cada uno es libre par disfrutar de su recorrido predilecto. Además, el autor de Fractura permea la frontera de lo sensible confrontándonos no solo con el espejo -a quien, de cierta forma, aún podemos engañar-, sino también con la conciencia de nuestros límites y, sobre todo, con la perfección dentro de decenas de anomalías.

Figuras; Edgar Borges

Un camino lleva a un centro psiquiátrico. Allí, un hombrecillo vestido de cartero –que no lo es– le lleva, dando saltos, cartas escritas por su novio a la única mujer del lugar. Desde entonces se advierte que Figuras, de Edgar Borges, es una obra que te circunscribe los límites de un lugar sin paredes donde no hay escapatoria, aunque para llegar allá se deba respetar la norma: no correr por las casillas. Esta novela existencialista se vale de algunos tintes surrealistas para llegar a preguntarse sobre los devenires de un futuro que no quiere cerca, pues «las expectativas trituran la cabeza», como bien se puede reflexionar a lo largo del relato. El autor nos vuelve a demostrar que no es participe de encontrarse en una casilla fijada, sino que con cada libro aspira a la proeza de saltar con más fuerza. Por ello propone una historia que nos atrapa en un mundo de reglas espaciadas por su sumo tirano. Escapar de ahí para luego retornar. A través de un juego, nuestro característico protagonista dibuja con trazos alegóricos el devenir de su aventura. Borges, a su modo, busca sensibilizarnos sobre ese noble arte que es la escritura. Y lo hace saliéndose de los parámetros establecidos, aunque sin perder de vista que antes de saltar se debe saber caminar. El libro, publicado en México por la editorial Salto Mortal en México, permite otra configuración de nuestra mirada; esa que hemos abandonado con los años por miedo a perder la memoria y, también, por esa angustia de que nuestros puntos de vista tengan que coexistir con otros en un espacio determinado. En definitiva, Figuras nos hace atravesar paredes invisibles, impulsándonos con saltos laterales para terminar volando. Porque al final, en las alturas, sabemos que en la inmensidad del silencio habremos de trascender.

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