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Lecturas de marzo (IV)

La obra póstuma de Gabriel García Márquez, la novela debut de Selva Almada y el laureado mosaico de Iris Murdoch comandan la selección mensual propuesta por la redacción purgante para despedir marzo.

Nos vemos en agosto; Gabriel García Márquez

Tomaré la oportunidad de expresar una opinión en este espacio para reafirmarme como hincha del Gabriel García Márquez. Dicho esto, procedo a escribir que Nos vemos en agosto, la novela “póstuma” del Nobel colombiano, me gustó. ¿Que no es su mejor trabajo? No, no lo es. Vamos, fuiste el mejor del mundo y terminas jugando en el Inter de Miami. Ahora bien, que esas escasas páginas vendidas a precio de oro, sin rubor alguno, por parte de una editorial (o la familia del escritor) que hizo su propio “agosto” con un texto inédito, contienen destellos (o más que eso) del que para mí es el mejor escritor que ha dado esta parte del mundo, también es innegable. La historia de Ana Magdalena Bach y su visión, la exploración del deseo -de sus propios deseos-, la vida debajo de la superficie de un “matrimonio estable” y los callejones intrínsecos de la existencia, son, por sí solos, elementos que la convierten en una obra digna de leerse. Encima la trama se despliega con el lenguaje más hermoso que existe (porque las letras son para siempre): la pluma de García Márquez. Podrán decir misa, pero yo con el Gabo voy al fin del mundo.

El viento que arrasa; Selva Almada

El viento que arrasa nació como un cuento —o una parodia sobre el fanatismo religioso, quizá— que tomó forma de novela. El responsable de la metamorfosis fue el protagonista principal, el reverendo Pearson, un pastor protestante plagado de contradicciones y matices, cuya ambigüedad moral exigía un desarrollo más extenso. Al respecto habló la narradora argentina Selva Almada con la mítica librera Natu Poblet, al poco tiempo del lanzamiento del libro en Argentina, donde se convirtió en todo un suceso. De eso ya ha pasado más de una década, por lo que estamos en posición de decir que, como auguraba Poblet, aquella novela debut tan sólida alcanzó con el paso del tiempo el estatus de clásico, lo que explica su reedición para Latinoamérica y adaptación cinematográfica a cargo de Paula Hernández. La tensión que logra imprimirle Almada a una trama que navega entre la amenaza latente, la inminencia y la falsa promesa de desbordamiento permite empatizar con las circunstancias de los cuatro personajes. Por un lado, un predicador “viudo” e inflexible que guarda una relación ambivalente con su propia hija, una niña traumatizada por un abrupto adiós de carretera. Del otro tenemos a un mecánico solitario hecho a sí mismo, a los golpes, que regenta un cementerio de coches —y puede que de almas— y que vive con un adolescente candoroso, de “alma pura”, apesadumbrado por el abandono de su madre. La novela, escrita con una prosa prolija e impermeable, se sustenta en el conflicto ideológico y el choque de cosmovisiones que detona un encuentro fortuito entre los cuatro personajes, en medio de un desolador paisaje de provincias, con árboles negros, torcidos y de follaje irregular, en un pueblo olvidado de la frontera entre Santa Fe y el Chaco. La clase de lugar en donde todo está a punto de ser arrasado por el viento. 

Silencio; Clyo Mendoza

Me parece excepcional la forma en la que Clyo Mendoza construye cada poema, casi como si navegara entre la delgada línea entre prosa y verso, buscando nuevas estructuras. Quizá por eso Silencio es un testimonio poético e íntimo de la época violenta en la que vivimos. Por ejemplo, en “Las espuelas del hombre y del caballo”, presenciamos las consecuencias que inflige la guerra, en esta relación ancestral que todavía sobrevive. Eso sin olvidar la desacralización del amor en “Sus sombras respiraron juntas”, donde la idealización aterriza en la tierra, conservando así su textura inmortal de imposibilidad inacabada. Por esto y más, Clyo ha logrado encontrar aquí el camino para una nueva estética que no abandona la estructura eidética de nuestro tiempo, ni tampoco sus compromisos políticos y artísticos.

El último día de la vida anterior; Andrés Barba

El estilo de Andrés Barba para introducir a su lector en ámbitos perturbadores e historias siniestras que no lo parecen, es único. Tiene este autor un tacto fino y sutil (ya lo quisiera Mariana Enríquez, por ejemplo, a quien se ha endiosado como la más relevante autora del género del horror en lengua española, confundiendo “relevancia” con “popularidad”) para crear atmósferas inquietantes y gradualmente asfixiantes, en las que deambulan personajes (por lo regular mujeres y niños) cuyas existencias abruptamente se ven alteradas de manera irremediable y violenta por elementos externos y en el caso de El último día de la vida anterior (Anagrama, 2023) su talento para esto es deslumbrante. Una joven agente inmobiliaria prepara la exhibición de una propiedad en un suburbio residencial acomodado de Madrid; es metódica y desapegada y muy eficiente en su trabajo, que es hacer parecer acogedora y deseable una casa vacía y estéril. La presencia repentina de un niño de edad escolar y aspecto melancólico que no podría estar ahí, la sorprende y desconcierta, llevándola por un sendero de obsesión y misterio -que no revelaré aquí- hasta confrontar su verdadera naturaleza y a ocupar, como una reina coronada a la fuerza, su nuevo altar en una realidad distorsionada, a la que pertenecerá aún si no lo desea. Bendita sea la influencia de Henry James, que aún casi doscientos años después se sigue sintiendo y manifestando: La vuelta de tuerca está siempre viva y bien (como decía Sergio Pitol) y Barba la utiliza con elegancia para crear una narración breve, surrealista y macabra, que por mucho supera los efectos baratones asociados con el género y demuestra que no son necesarios mamotretos de 666 páginas para meter miedo en el cuerpo y sacudir con escalofríos al lector llevándolo a un desenlace perturbador que suscita una sensación agobiante misma que permanece al terminar, por días y días, y uno teme, no se desvanezca del todo jamás.

La máquina del amor sagrado y profano; Iris Murdoch

La máquina del amor sagrado y profano, novela ganadora del prestigioso premio británico Costa Book, es un exuberante mosaico casi gótico que centra su trama en dos grandes conceptos: por un lado, la idea de la dualidad (que se presenta en múltiples formas durante todo el libro); mientras que, por otro, una profunda reflexión sobre los engaños y las estafas cotidianas. Una carga de mentiras que, tercas, se empeña en retar a la realidad. La historia sigue varios días en la vida de dos hombres, cada uno exitoso a su manera: Montage “Monty” Small, un popular escritor, muy recientemente enviudado, que ha dejado dilapidar todas sus pretensiones artísticas al encasillarse en mediocres (pero efectivas) novelas detectivescas, y su vecino, Blaise Gavender, un supuestamente ejemplar esposo y padre que (dicho de su propia voz) resulta ser una estafa como psicoanalista. Desde la mera concepción de estos dos bastiones dramáticos, podemos comenzar a cimentar las bases en un mundo de mentiras, donde cada ser atiende a su propia realidad y vive bajo lo poco o mucho que sabe. Las novelas de Monty son una estafa que solo se ha sostenido por pequeños trucos infantiloides y fórmulas literarias maquinales, lo mismo que el papel de gran consejero de Blaise como terapeuta, un engaño mayúsculo para sus pacientes (aunque lo correcto sería llamarlos “clientes”), quienes incluso se saben estafados, pero que han encontrado una rutina sedienta de chisme refugiada en las sesiones con Blaise. Sin embargo, la mentira que envuelve todo con un animo más pululante es la doble vida de este último. Ya con una década a sus espaldas, Blaise mantiene una enfermiza relación con otra mujer, con quien, además, tiene un hijo (críptico y clave en la trama). Tal como lo vaticina el genial título de la novela (extraído de una pintura de Tizano), el armado que se entrelaza magistralmente, resulta ser una maquinaria de perfecto engranaje, aun con su jueg entre triviales y sustanciales mentiras y sus decepciones latentes, que por momentos, resultan esenciales para que el perfecto aparato vuelto cotidianeidad siga funcionando. En la división de dos tipos de amores, Iris Murdoch, resume la dualidad en la que parece estar separada la vida; como esas dos formas cohabitadas, pero siempre distantes que constituyen los polos de la conducta humana. Como muy claramente se mira; Ágape y Eros. Lo sagrado y lo profano. Lo apolíneo y lo dionisiaco. 

Niño; Takeshi Kitano

Resulta hermoso explorar en los recuerdos de la infancia. Aquellos momentos donde los juegos, la amistad, el amor, la curiosidad y los sueños, se presentan como brillantes episodios de las vidas que se van formando. Una taza de té, un abrazo, una carrera escolar, el primer beso, un telescopio o la compañía de hermano mayor, son elementos que en la niñez pueden parecer simples, pero se quedan eternamente en la memoria del adulto. El cineasta japonés Takeshi Kitano lo sabe y lo presume a través de los tres relatos cortos que conforman su libro Niño (1992), la tierna mirada a la etapa más bella que experimenta la naturaleza humana, donde el miedo y la incertidumbre se ven superados por la alegría y las sorpresas que aguardan en el entorno. Con el peculiar estilo estático explotado en su filmografía, aquel que mezcla toques de humor con reflexión profunda, Kitano describe relaciones padres e hijos, días escolares y amores fugaces desde la pureza que solo la infancia otorga, sorteando la gloriosa cultura japonesa, en constante disputa entre la tradición y la modernidad. Takeshi Kitano es célebre actor y director, pero su obra literaria se extiende a más de 50 libros entre ficción, crítica y poesía; invariablemente, se aplaude la traducción al español e inglés de parte de su obra. El campeón del quimono enguantado, Nido de estrellas y Okamesan, son los tres capítulos que componen Niño, pequeñas crónicas que diseccionan la rivalidad entre hermanos y el bullying, la pérdida paterna y la vastedad del universo, la superación del miedo para descubrir el mundo y la inquietante presencia del amor. Referente cultural japonés, Kitano tiene una filmografía de más de 20 películas y constante presencia en festivales internacionales; acostumbrados a lidiar con yakuzas y mafiosos en el universo del director, en Niño sorprende la ternura con la que se abordan los personajes, una suavidad que Kitano exorciza y contrasta con la violencia extrema de Zatōichi (2003) o Brother (2000). En el epílogo del volumen, Takeshi Kitano apunta furioso: “No existe el cielo. Es una idea que creamos cuando nos dimos cuenta de que tan sólo existe el infierno después de la muerte”. Más adelante, confiesa que quizá había bebido demasiado al decir tal cosa, pero hay algo de cierto: decir adiós a la infancia siempre será arduo. En algún momento, el peso irremediable de la realidad adulta golpeará y el único consuelo será recordar las esponjosas tardes infantiles. 

La muerte golpea en lunes; Maricarmen Velasco

De entre todas las cosas que la poesía es o simboliza, el retrato es una de esas tantas que logran representar a cabalidad una problemática social que aqueja territorios completos. En el caso particular de La muerte golpea en lunes (2022), ejercicio por demás conversacional dividido en tres partes (Flor de jamaica, Cascarita y Epílogo), y que finalmente funciona como un todo circular, que no se cierra nunca por su construcción y causa, se plasma una fotografía certera de lo que son en México, y lastimosamente en muchos territorios latinoamericanos, las desapariciones forzadas, la luego inevitable orfandad a la que quedan expuestos padres y familiares cercanos, el dolor al que hay que atarse por consecuencia del impacto. En un momento, Velasco escribe: Si tú no estás / ¿de quién son los brazos / que me arrullan? La materialidad del dolor, de lo que es pero quisiéramos no fuera. ¿De quién es entonces el arrullo? ¿Es la imaginación de cada cual? ¿Es todo un sueño profundo sin final a causa de la ininteligibilidad? Un grito ante la voz de los que no están, pero sin afán alguno de sustituir sus cuerpos, sus palabras. Acaso un pensamiento y la materialización de un sentir que aqueja a los que se quedan a velar a los que se han ido sin voluntad propia. Aquí, la palabra es más que mera representación, quizá una transformación de las notas rojas de los diarios que enaltecen el hecho sin profundizar, que echan en saco roto lo que realmente importa. Es, como dijo Maricarmen Velasco, autora de este poemario ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2022, el reflejo de una investigación, un rescate de todo lo que se pierde en las notas del día a día: la sensibilidad, la llama, el sentimiento, prescindir de la idea de que las muertes son sólo una cifra. Al final, sólo preguntarse: ¿Cómo seguir cuando la esperanza es costal agujereado por donde se fuga la vida? Y establecerse en el presente en que se ha instalado un vacío rotundo en la mente, donde, sin embargo, cada vez hay más puños gastados que se suman.

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