Foto: Ricardo López Si

Lecturas de mayo

Una novela de denuncia social, las memorias de uno de los mejores tenistas de los últimos tiempos, las reflexiones de una mítica teórica marxista, los cuentos que el legendario cineasta británico nunca escuchó de boca de su madre, un conmovedor relato que emerge desde las fauces de una dictadura, la revalorización de un personaje menoscabado por la historia oficial, un hallazgo estremecedor que valió un premio Pulitzer y el germen del periodismo narrativo latinoamericano. Mirándolo en perspectiva, mayo fue un mes productivo.

Más allá del invierno entrelaza la vida de tres personajes tras un incidente que ocurre durante una gran tormenta de nieve en Nueva York: Lucía Maraz, Evelyn Ortega  y Richard Bowmaster. En la novela, Isabel Allende nos lleva por el invierno emocional de tres personajes que aparentemente no tienen nada en común, hasta que se ven involucrados en un misterioso asesinato, cuando descubren un cadáver dentro de la cajuela de un auto, mismo que conducía Evelyn, una joven guatemalteca indocumentada. En la historia se aborda el dolor y la pérdida desde distintas perspectivas. Por un lado Lucía es una profesora chilena, que tuvo que salir de su país luego de que su hermano Enrique apoyara a Salvador Allende. Tras el golpe militar de 1973, su hermano es acusado de guerrillero y ella de simpatizante. Su hermano desaparece y ella debe huir de Chile. Años después Lucía sufre cáncer y vuelve a enfrentarse a la brutalidad de la vida. Por otro lado, Evelyn es una joven guatemalteca, víctima de múltiples abusos y violencia tanto sexual como doméstica. Su hermano mayor se une a la Mara Salvatrucha y eso desatará consecuencias terribles para ella y su familia. Por ello se ve obligada a salir de Guatemala y a enfrentar un duro recorrido como inmigrante ilegal. Su terrible paso por México hasta llegar a Estados Unidos será sólo el resultado de la podredumbre política y social. Richard, un intelectual profesor, enfrenta una devastadora culpa tras haber atropellado a su hija mientras conducía alcoholizado. Bibi, su hija, muere y tras ese lamentable hecho su esposa se suicida. Richard inevitablemente vive con el remordimiento de ambas muertes. La pérdida, la enfermedad, la migración, la corrupción, la violencia y el dolor unen irremediablemente tres mundos donde el invierno deviene en un lastre no sólo físico, sino interno. Isabel Allende logra una novela actual, con muchos toques de realismo que nos hace reflexionar sobre el papel que jugamos en la sociedad y las consecuencias de nuestros actos.

La banda escocesa Travis editó en 2001 su tercer album de studio, The invisible band, permaneciendo como número uno en el Reino Unido por unas cuatro semanas. El tercer corte de dicha producción lleva por nombre Side. La canción hace alusión a la falsa apariencia que significa ver los “éxitos” del vecino: And when you die they’ll set you down and take you through / You’ll realize one day / That the grass is always greener on the other side. Eso podría suceder cuando escuchamos el nombre de Andre Agassi (Las Vegas, Nevada, 29 de abril de 1970). Ocho Grand Slam, jugador número uno del mundo en 1995, sesenta títulos en su carrera, icono de la mercadotecnia de Nike a finales de los ochenta y década de los noventa, exesposo de Brooke Shields y actual pareja de Steffi Graf. Además, mantuvo junto a Pete Sampras y Jim Courier una rivalidad de época que incrementó la popularidad del tenis en el mundo. Y sin embargo esta autobiografía no es sólo un ejercicio de memoria sino una autopsia de su vida, dónde se reconoce cada centímetro cuadrado de existencia. Una mirada descarnada a su disciplina de trabajo, a sus problemas y sobre todo a la necesidad de humanizar el día a día de una figura pública “exitosa”. Es, sin duda, una de las mejores obras sobre literatura deportiva (e incluso autobiográfica) producidas en este siglo.

Este libro, sin duda, es de una actualidad sorprendente. Editado bajo el título Reform und Revolution y publicado en la mítica colección 70 de Grijalbo, analiza a la perfección —gracias a la polémica que Rosa Luxemburgo sostiene con Bernstein— el problema que surge cuando se plantean criterios normativos dentro de la gramática del capital. De ahí que sea fundamental pensar más allá del horizonte epistémico que establece, tanto el orden discursivo como el ejercicio político del Estado burgués. Aquí, lo mismo que Marx en los Grundisse, Luxemburgo apuesta por una alternativa a la hegemonía capitalista y se une, como más tarde lo haría  Daniel Bensaïd, a la búsqueda por un camino distinto que ya no dependa de la explotación y de la apropiación del trabajo para beneficio de unos cuantos.

El suspenso y el terror son géneros ambivalentes: el terror causa un miedo intenso —consecuencia de una cosa o persona que acecha en las sombras—; por otro lado, el suspenso no siempre está relacionado con el terror —aunque toma prestado su estructura—, ya que la vida puede ser una representación del suspenso: las problemáticas difíciles en las cotidianidades, las palabras que no se dicen, esos momentos que no se ven, pero se escuchan entre líneas… la existencia misma ya es algo que ocasiona un pavor, una incomodidad y una angustia constante todo el tiempo. Autores como Stephen King (IT, 1986) y Mariana Enríquez (Nuestra parte de noche, 2019) —siendo de los más destacados en ambos géneros, pues saben combinarlos de forma sutil— son partidarios de la literatura de Shirley Jackson (1916-1965); de hecho, el cineasta Alfred Hitchcock (1899-1980) también lo era y no es para menos, puesto que Jackson aleja al lector a zonas rurales donde la actividad social, la conexión humana y astral, el misticismo de ciertas localidades y el sentimiento de repulsión son parte del domo que la escritora crea, consiguiendo un evento de reflexión, de dolor físico y de la sublimación del lenguaje. En «Los veraneantes» —cuento incluido en Cuentos que mi madre nunca me contó, de Alfred Hitchcock— Jackson presenta a la familia Allison, quien se despoja de la urbanización para tener una vida cómoda y en calma, pero es por la lejanía del matrimonio y sus hijos, que este ambiente de tranquilidad, de pureza —como un lago al mediodía— se descompone y trae consigo pequeñas tragedias que llevan a un declive espiritual y emocional. Es un cuento sorpresivo, cauteloso, silencioso, despistante, donde Shirley hace uso del suspenso para explorar las entrañas del terror más común y que pasa desapercibido: la familia —su lejanía—, el desmembramiento de las teorías y vivencias más precoces y desgastantes; un final anunciado.

Me pregunto qué me llevará a hacerme pensar que dentro de cualquier historia insiste el amor y la traición. Será una reproducción de clisés o algo que simple y llanamente existe. No sé. Fuera de esa duda, dentro de las historias, en la literatura, lo que me importa sobre todo es qué cuenta la historia –además de un amorío y una traición que se sabe inexorable– y cómo se cuenta. Esto me lleva a pensar la importancia del tiempo, los fragmentos de vida, y las voces. La voz que cuenta. La que reafirma y se exorciza a sí misma. La voz. Y la geografía: esa de los libros dentro de los libros y esa propia que nos localiza, parece que con exactitud medida, en lugares insospechados. Y que además, es complementaria. Una construcción que sirve se sustento: pura literatura. Doña Amelia, una mujer de mediana edad, viuda, de una seguridad intrínseca y Miguel Flores, un joven veinteañero relegado en plena dictadura de Pinochet se encuentran. No es casualidad esto. Parece una imposición de la misma dictadura. Quizás una coincidencia. Lo es. O no. O tal vez una condena. Hay que decir que Miguel es un joven relegado y revolucionario, hundido y Amelia es, por decir poco, una mujer poderosa, segura de sí misma, bondadosa. Por su historia pasan los años. Sí: la de ambos. Y pasan las familias. O, al menos una y un asomo de la otra. Y la Novena, el fundo (finca) de Amelia. Ese lugar de camelias y recuerdos, de trombas, de memorias. Y Sybil, la prima lejana de doña Amelia, inglesa, libre, vital y emocionante. Dentro de todo, una traición. Es que busca uno cuando lee la contraportada. Que, como traición, implica otras cuantas. Hasta dónde ha de llegarse. Qué es la vida (o la existencia) sino un ciclo eterno que no concluye y que permanece en nombre de quienes permanecen en nuestra memoria. Y entonces todo termina, pero no termina realmente. Una invocación. Hay historias que continúan dentro de uno. O fuera. Y crecen conforme se riegan, con el paso de los años. Como camelias. Creciendo con la calma de una mano que hace cruzar un chal de fina lana a través de un anillo.

La Historia oficial no es otra cosa que un discurso maniqueo de los hechos. Según quién esté en el poder o la simpatía de los hacedores de los libros de texto, unos son héroes y otros son villanos. La novela histórica —por extraño que parezca— es uno de los géneros narrativos más vendidos en México, puesto que representa una válvula de escape para ayudarnos a bajar a los personajes de las estatuas de bronce o la inquisición patriótica y así conocer desde otra perspectiva a los llamados “héroes” o a los “traidores de la patria”. Pedro J. Fernández, después del éxito obtenido con la novela Yo, Díaz, entrega una novela asombrosa en su narrativa y que abona a la revaloración de un personaje borrado por la Historia Patria: Iturbide. El otro Padre de la Patria. En ella, el lector conocerá los blancos, los negros y los grises de la personalidad de Iturbide y sentirá que camina junto a él en cada una de sus hazañas y derrotas. Sin duda un gran viaje a los primeros años que forjaron las bases de lo que hoy conocemos como México.

Una novela inspirada en hechos reales —como aclara el autor—, basada en el estremecedor caso de lo ocurrido en la Escuela Dozier para chicos de Marianna, Florida, una carnicería que operó por más de cien años y destrozó la vida de miles de niños. Impulsada por el hallazgo de un cementerio clandestino, es la novela más reciente del autor norteamericano Colson Whitehead, catalogada por la revista Time como una de las diez novelas de la década y merecedora del premio Pulitzer. La Nickel, una fábrica de dolor disfrazada de reformatorio, en la que se cuenta la historia bajo los ojos de su protagonista, Elewood Curtis, un jóven afroamericano de un barrio marginado en los años sesenta. Las tensiones raciales se extendían por todo el territorio y un rayito de esperanza por la anhelada igualdad se vislumbraba a la distancia. No es un libro optimista, es un libro realista. Elewood se encontraba en el momento y  lugar equivocado, por una mala jugada del destino terminó siendo testigo y víctima de los terribles sucesos que ocurrían dentro de la institución que prometía educar y corregir a jóvenes como él. El motor central es la lucha entre los sueños y la realidad, sus aires de esperanza y su mirada optimista en una época repleta de oscuridad e injusticia. Como escribió Leila Guerriero: «A  veces los maestros no son un hombre ni una mujer sino una circunstancia: un espejo deforme al que no queremos parecernos y al que de cierto modo, buscamos destruir». De nosotros depende entender lo necesidad de que historias como estas se difundan. 

En 1956, ante la amenaza de una insurrección peronista, el Estado argentino fusiló en un basural de la periferia de Buenos Aires a un grupo de civiles que se habían reunido en un departamento para sintonizar una pelea de box. Hacía menos de un año que la Revolución Libertadora comandada por Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu había instaurado una dictadura cívico-militar tras derrocar a Juan Domingo Perón. Meses más tarde, mientras tomaba una cerveza en un bar, Rodolfo Walsh escucharía la frase que transformó salvajemente su vida: «Hay un fusilado que vive». Sin proponérselo, su reportaje estructurado a manera de novela se convirtió en el germen del periodismo narrativo latinoamericano, aunque a un costo inhumano: fue asesinado veinte años después. Para situar la obra en su contexto, hay que decir que Operación Masacre precedió casi por una década a A sangre fría, de Truman Capote, la bandera de la non-fiction novel. De modo que Walsh hizo varios años antes lo que convirtió a Mailer, Wolfe, Talese y al propio Capote en animales mitológicos del periodismo literario.

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