Foto: Demian García.

Lecturas de septiembre

Cristina Rivera Garza, probablemente la mejor escritora mexicana contemporánea, abandera una lista que presume a un Premio Nadal de novela, al escritor más inventivo de la literatura latinoamericana, al Borges pop y al escritor maldito por antonomasia. En otros temas, por si no lo habían notado, se nos escapó septiembre.

Leer a Cristina Rivera Garza implica dejar pasar los días, tomar descansos para poder digerir. No se debe esto a un lenguaje complejo ni a un ritmo atropellado, sino por lo que evoca, por la naturalidad y la transparencia que manifiesta lo que escribe. Es palpable en, al menos, todos los libros que he leído de ella. Sin embargo, en El invencible verano de Liliana ese sentimiento es aún mayor. La autora narra (la historia detrás de, la probable razón de, los testimonios de, un recorrido por los años a través de) el feminicidio de su hermana Liliana Rivera Garza en una especie de ejercicio coral: rescata testimonios y notas escritas por la misma Liliana en diversos cuadernos y hojas sueltas. Es, también, un símil de escritura antropológica. Un testimonio que rescata la historia y la huella que su hermana dejó al ser asesinada por un exnovio. Es, también, como ella misma dice: «una excavación en la vida de una mujer brillante y audaz que careció, como nosotros mismos, como todos los demás, del lenguaje necesario para identificar, denunciar y luchar contra la violencia sexista». La voz como resistencia, la de ella y la de su hermana Liliana —quien era una escritora asidua así como también una gran nadadora—, como un nuevo parteaguas después de tantos años de silencio. Un silencio que era provocado por un sentimiento que sobrepasa el entendimiento; quizás, el coraje, el olvido. Una voz que se unifica. La voz de Liliana que es la voz de Cristina que es la voz de todas las mujeres. Una voz que nos invita a escuchar, comprender, a dolernos, a cuestionar esta estructura patriarcal que suprime, desaparece, enmudece y deja fuera.

Este Premio Nadal de novela cuenta, a modo de diario y monólogo interior, la historia de dos amigas íntimas nacidas en Marruecos y emigradas en su infancia a una ciudad periférica de Barcelona, donde la inmigración marroquí abunda. Las habladurías, las restricciones, el maltrato y la discriminación que sufren estas dos amigas en su comunidad es una de sus causas de unión, así como la amistad de sus parejas, también marroquíes. Lo que empieza siendo una amistad casual acaba en tragedia y huida debido al machismo y desentendimento paternal de los maridos de las protagonistas hacia ellas y sus hijos. Así pues, pese al férreo control emocional, social y económico de estos hacia ellas, las mujeres consiguen ahorrar lo suficiente para mudarse a la capital catalana, huyendo de una comunidad que ya las ve como unas “cualquiera” por el hecho de ser mujeres libres, de trabajar y de divorciarse. Rompiendo con lo establecido, con la opresión femenina dentro del islam que tanto analiza la rifeña Najat el Hachmi en sus libros y artículos, en la obra se ve la influencia de autoras catalanas como Carmen Laforet o la egípcia Nawal El Saadawi, junto con la crítica de la autora hacia ambas opresiones patriarcales: la relacionada con el islam y la europea. No deja atrás el sufrimiento por el racismo y la aporofobia, en una cascada de pensamientos tan profundos y bellos como valientes. La misma protagonista es organizada y autoexigente, prometiéndose a sí misma al principio de su diario nuevos retos y deseos para los siguientes lunes. Lo único que quieren ambas amigas, en definitiva, es ser aceptadas y queridas.

«La sociedad cierra los ojos a la dificultad de vivir, esa misma formulación le parece inadecuada y carente de sentido: ¿cómo va a ser difícil vivir?, preguntan. Difíciles de resolver pueden ser los problemas, pero vivir no es un problema, el problema es morirse. Estos argumentos muestran la completa ignorancia del tormento que puede significar la obligación de hacer frente a los días y las noches.» El Pelícano de César Aira (Mansalva) comienza con un suceso que, de tan insignificante, detiene el tiempo de la gente: el secuestro de un pelícano. ¿Qué de importante puede tener el rapto de un animal al que todos han ignorado y que nadie conoce; que es, muy probablemente, una fantasía? Tal vez eso, precisamente. La ausencia del animal deriva en una serie de reflexiones que se espejean en Jocoserio y Quinta de Tos, los protagonistas de la trama; dos perdedores que, vistos con atención, son uno mismo, pues comparten, entre otras muchas cosas, la mayoría desgraciadas, una grandísima virtud: la incapacidad de vivir una vida normal. Sobrevivientes gracias a las pensiones de sus madres —ancianas que, coincidentemente, tienen la misma edad, que no tuvieron otros hijos que cuidaran de ellas, que comparten su nombre—, encuentran en este suceso la oportunidad de sus vidas. La historia salta al día a día de ambos en una fábrica abandonada; a Sheila —una chica atraída por el misterio y de la cual ambos se enamoran—; a la Operación Pelícano, el plan que podría darle sentido a sus vidas; las enigmáticas columnas publicadas en el Periódico Barrial y una serie de digresiones de y por la escritura que hacen de Aira, de su narrativa, un ecosistema especial.

Para hablar de este libro hay que sumergirse en el mar de las lenguas que conversan entre ellas. Allí, donde la multiplicidad de conceptos viaja a través de cada estructura ontológica, despertando así un significado excepcional. No hay duda, Ella Frances Sanders entiende a la perfección que platicar sobre estas cosas fantásticas, es otra forma de saber que para cada objeto hay una idea y que para cada idea existe un verbo. Lost in translation: Un compendio ilustrado de palabras intraducibles de todas partes del mundo (Ed. Libros del Zorro Rojo) es un ecosistema crítico con tintes poéticos, donde habita el japonés, el inuit y el galés, entre varias cosmovisiones más. Y digo cosmovisión porque cada oración es un mundo y cada mundo es un cielo repleto de voces que cantan, campo de términos que fulguran en la mañana.

Si abordamos La parte soñada como una novela esquematizada, el desencanto puede ser más latente que el deslumbramiento. Por eso, pienso, es imprescindible acercarse al segundo volumen de la trilogía sobre el engranaje de la mente de une escritor como quien acude al psicólogo: con demandas específicas. Asumiéndolo como tal, la recompensa es tangible, puesto que nos situamos ante varios de los pasajes más memorables sobre el oficio de escribir. Es cierto que Rodrigo Fresán utiliza no pocas páginas para reconocerse en Nabokov —como en su día lo hizo Bruce Springsteen en Bob Dylan y éste, a su vez, en Woody Guthrie—, ya no como fuente de inspiración, sino como el típico devoto engullido por el hecho de ser lo suficientemente nabokovkiano como para saber que nunca podría ser Nabokov. Pero más allá de esto, la lección fundamental del libro encuentra sustento en la exploración del estado de trance, donde el sueño es, en realidad, el cuerpo del texto. O bien, en el peor de los casos, un anexo o un ático del oficio. Tras leer a Burroughs, el autor reflexionaba sobre el hecho que los sueños pueden, si se les educa y potencia, modificar el contexto del escritor para después convertirse en el contexto en sí mismos. Porque los artistas son, a final de cuentas, soñadores vocacionales. Como nota al pie, por más que Rodrigo Fresán busque alejarse a toda costa del apelativo de «Borges pop», podemos anotarle un nuevo fracaso.

Elizabeth Gaskell no solamente se limita a escribir bien, lo hace con toda la intención de darnos una lección sobre el papel que debe jugar la mujer en la vida, denunciando el menosprecio que se le tiene. En esta novela, la biógrafa de Charlotte Brontë, escrita en pleno siglo XIX, nos conduce a través de los conflictos sociales, económicos y políticos de una Inglaterra en plena revolución industrial. Sin embargo, la historia (que el mismo Charles Dickens editó) no se queda en la superficie, es una crítica muy puntual —vista desde aquellos años— respecto al rol que las mujeres debían seguir y una crítica al comportamiento (miedos, complejos y limitaciones) que el género masculino ha desarrollado a través del tiempo. La trama que se desarrolla tanto en un ámbito rural como en el citadino, nos dibuja una sociedad dividida, marcada por las diferencias económicas, falta de empatía entre las clases. La pasividad (incluso inacción) de la vida del campo comparada con ajetreo, la falta de contacto humano y la despersonalización de la vida urbana. Gaskell no deja a un lado el sentido religioso en su novela, que sin ser aleccionador sí busca algún tipo de respuesta que responda al sentido de la vida. En fin, la novela no deja de ser sorprendente, pues a pesar de haber sido escrita en la época victoriana, la problemática y disparidad entre géneros persisten hasta hoy día.

«Cuando cierro los ojos, puedo ver de nuevo lo que solía ver. Existen dos maneras para poder ver: con el cuerpo y con el alma. La visión desde el cuerpo puede a veces olvidar, pero el alma recuerda por siempre.» Probablemente estemos ante la obra maestra del escritor francés Alejandro Dumas. Un clásico imperdible. Tenía en el estante el libro de 1266 páginas, listo para ser devorado desde hace algunos años. La pandemia me abrió paso. La novela cuenta con una trama sabiamente construida, en la que la traición, la venganza y la justicia son el motor principal de la historia. La magia de la narrativa es la inmersión completa del lector a la historia y el vínculo emocional irremediable hacia con Edmond Dantès, el conde de Montecristo, capitán naviero que es injustamente acusado de traición a la patria durante los tiempos napoleónicos en Marsella, la ciudad más antigua de Francia.  Simpatizas con su infortunio y aplaudes su elegante vendetta, no necesariamente desde la escena trágica, más bien por la satisfacción que te deja el sabor a justicia. Dumas, en colaboración con Augusto Maquet, te cautivan con esta obra. Quizá es por la riqueza de cada personaje y la fuerza que cada uno va tomando. O tal vez por el lenguaje impecable. En mi caso creo que fue la sabiduría del conde para enfrentar la adversidad, y la ventura que sonríe al final del túnel.

Resulta extraordinario pensar cuantas vidas ha afectado la existencia de la Beat Generation. Sobre todo a nivel genético. El hijo pródigo de la desesperanza, el retrato más vivo de la droga. Billy Burroughs nacido entre espasmos de benzedrina y litros de alcohol, se quedó medio huérfano después de que el autor le volara los sesos a su mujer en un intento de imitar a Guillermo Tell. David Ohle reconstruye la historia a partir de su única novela autobiográfica, a partir de cartas, fragmentos y entrevistas. Tras el éxito relativo de Kentucky Ham y Speed, vio como su vida quedaba consumida por la locura, el narcisismo y la bebida, por encima de todo lo demás. Obligado a vagar sin rumbo por el país de la libertad encontró el amor y el desamor, la pobreza y la desesperación, pero nunca el amor de un padre. Una historia tan triste como trepidante. Las mismísimas entrañas del infierno. Pasó por un trasplante de hígado que reventó por completo sus últimos años de vida, pero aun así, nunca cesó de beber. Aquellos quienes le conocieron, lo describen como un genio loco —podríamos decir que se trata de la mismísima reencarnación de Vincent Van Gogh—, aunque realmente nunca nadie sabrá qué le pasaba por la cabeza. El arte causa estragos más profundos que la guerra, la revolución literaria nunca había sido tan cruda. Un libro que arroja luz sobre grandes preguntas sin responder. ¿Quién eran realmente aquellos beatniks? Si alguien lo sabe es la muerte, que aguardó impasible hasta llevárselos a todos: Ginsberg, Burroughs, Kerouac, Corso, Genet… Menudo hatajo de lumbreras, en serio.

Hay que odiar al cáncer tanto como a los lazos rosas que cuelgan de las solapas. Hay que odiar a la cura contra el cáncer tanto como a las falsas curas contra el cáncer. Hay que odiar (casi) toda la literatura sobre el cáncer, que siempre sirve como epifanía para alguien que no lo tiene. Hay que odiar a los amigos que prefieren cortarte de tajo de sus vidas antes que verte languidecer. Hay que odiar a las farmacéuticas, a las fundaciones, a los hospitales. Y por encima de todo hay que odiar al mundo, que es responsable de enfermar a las personas de cáncer de mama y de arruinarlas a cambio de una cura que también las enferma y de culparlas de su propia muerte cuando esa cura no funciona. Se sale de este libro con esa rabia y esa tristeza. Se sale como si se despertara abruptamente de un sueño: de un relato contado por los siglos de los siglos. La autora es Anne Boyer, poeta, sobreviviente, testigo. Y el libro es Desmorir: la crónica, el ensayo, el poema, el performance, el reclamo, la venganza, el diario de alguien que se ha convertido en una de las que no mueren. El libro, ganador del Pulitzer 2020, cabalga entre la vieja y la nueva literatura sobre el cáncer, destaja la improbabilidad de sobrevivirle en un mundo capitalista que reparte más lazos rosas que alternativas de prevención y tratamiento, y es, sobre todo, un manifiesto. La súbita certeza de que “a toda persona con cuerpo se le debería dar una guía para morir tan pronto como nace”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *