Especial de cine: Soundtracks

Cerramos el año con un recuento de los soundtracks que más han dejado huella en la redacción de purgante. Abrimos paraguas: pese a la mítica escena de Martin Sheen con The End, de The Doors, Apocalypse Now se quedó fuera.

Drive (Nicolas Winding Refn, 2011)

Una de las bandas sonoras que considero más magnéticas e hipnotizantes es la de la película Drive. Sin duda, forma parte de uno de los elementos claves que ha conseguido que el largometraje posea una estética propia y un sonido claramente identificable. La suelo comparar con una persona que te deja fascinada y muda con su fuerte personalidad. Que usa palabras suaves que te acarician y reconfortan. La autoría principal de la música es de Cliff Martínez, ex batería del grupo Red Hot Chili Peppers, que ha compuesto la música de películas como Wonderland (1999) o Traffic (2000). Al director de Drive le gustó su trabajo en Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989) y le pasó una lista de temas ochenteros para imitar. Una de las canciones más míticas de la banda sonora es Night Call, del productor francés Kavinsky, que acompaña esos títulos de crédito iniciales que parecen volar armónicamente e hipnotizar con un rosa neón ochentero. Pero por encima de todas ellas está el tema Real Hero, del grupo francés College, con la colaboración de Electric Youth, que retrata una de las escenas más bellas de la película: Ryan Gosling que conduce junto a su acompañante Carey Mulligan mientras el sol de un esperanzador atardecer los baña. Sintetizadores ochenteros, beats electrónicos y atmósferas que evocan esperanza, incertidumbre y fascinación en dosis iguales. Este es, sin duda, el “sonido Drive”. Tengo que confesar que no son pocas las veces que vuelvo a esta banda sonora. Para encontrarme a mí misma. Porque me gusta pensar que en todo lo que me rodea existe una conexión musical, estética y nostálgica. Elementos que adoro. 

I was wondering
Do you know the difference between love and obsession?
No
And what’s the difference between obsession and desire?
I don’t know

Under Your Spell (Desire)

Amadeus (Milos Forman, 1984)

“La voz de Dios”. Así se define la música de Mozart en Amadeus. Hiperbólico: quizás; incorrecto: jamás. Esa línea sintetiza el reto de adaptar Amadeus, la obra; en Amadeus, la película. La opción “fácil” era sobreponer algunas piezas universales a escenas de la vida de Mozart. Esa película habría sido buena, muy probablemente hubiera sido mala y, definitivamente, sería otra biopic del montón, con música extraordinaria y nada más. En esos casos, mejor escuchar la música sin el estorbo de una historia innecesaria. En cambio, la banda sonora de Amadeus, desde un mecanismo de milagrosa dualidad, construye una experiencia cinematográfica simultáneamente omnisciente e íntima. Primero, la majestad sonora se impone fuera de la pantalla, previa a la luz, en un acto divino de creación; y en su interior, ya sea con un piano, orquesta, ópera e incluso la mente del propio Mozart, nos inserta en medio de la acción y la emoción, como un catalizador narrativo. A diferencia de otras grandes películas de época (Barry Lyndon, Waterloo, Arca Rusa), más enfocadas en crear la maravilla fotográfica de “la pintura en movimiento”, la banda sonora de Amadeus nos hace parte de la pintura. Y, como un personaje invisible, funde las tragedias de los protagonistas. Uno, el genio, arrogante e incomprendido por el mundo que el mismo encuentra incompresible, sólo puede vivir (y morir) través de su don: la música. El otro, preso en el juego sádico de los dioses que se negaron a tocarlo, cultiva con disciplina monástica el deseo maldito que, a pesar de las amplias retribuciones materiales, funciona como el instrumento de su tortura: en la cúspide de su mediocridad, es forzado a mirar como su rival alcanza la inmortalidad mientras él se marchita en el olvido. Por eso es una de las mejores bandas sonoras: a través de la música, por un instante, a los mortales nos permite contemplar a la eternidad y a la voz de dios, la hace humana.

Phenomena (Dario Argento, 1985)

No me puedo creer lo que estoy viendo. Bueno, más bien lo que estoy escuchando. No, pero qué digo. Es una combinación de ambas. Viendoescuchando. Escuchandoviendo. Mierda, como siga así voy a acabar escribiendo esto en nadsat. En fin, ¿por dónde íbamos? Ah, sí. No me puedo creer lo que estoy escuviendochando. Esto no pasa nunca. Estamos tan acostumbrados a las triquiñuelas que el cine de terror industrial lleva usando desde hace más de tres décadas —(léase con voz de indiferencia) gracias William Friedkin por parir a James Wan, de verdad que no sabes lo agradecidos que estamos por la contribución de tu hijo bastardo al cine de terror—, que somos incapaces de concebir una película de miedo que no base toda su climatización en sustos a golpe desafinado de piano. A golpe de tacón de aguja. El señor Argento se avanzó mucho a su época —y a la nuestra— proponiendo algo totalmente distinto en Phenomena (1985). Supongo que fue algo más o menos así:

—¿Qué os parece si metemos algo del rollo Iron Maiden en medio de toda está catarsis? —Dario argento está sentado en la mesa de los peces gordos vestido con un suéter de cuello alto.

—Se te va la pinza, macho —los magnates hablan al unísono, visten el uniforme de pez gordo al unísono, puntualizan las frases al unísono, son completamente unísonos. 

—Venga, tíos, no me toquéis los huevos, que soy Dario Argento.

Fin de la discusión, gracias por venir.

De todos modos, tampoco se queda corto utilizando piezas de los Andi Sex Gang —unos punkis muy malhablados y estridentes— y de Mötorhead —el sueño húmedo de las bolas de demolición—. Dario Argento, una cosa te pregunto: ¿Se puede ser tan brillante? No hace falta que contestes, me pasé con el volumen y no podría oírte. 

Tacones lejanos (Pedro Almodóvar, 1991)

“Piensa en mí, cuando sufras, cuando llores, también, piensa en mí. Cuando quieras quitarme la vida, no la quiero, para nada, para nada, me sirve sin tí”, se escucha cantar a Luz Casal, a través del personaje Becky del Páramo, interpretado magistralmente por Marisa Paredes. Esta canción no tiene por qué entenderse como un amor que no suspira más, más bien existen otros tipos de amores y ello lo podemos ver en la película de Pedro Almodóvar, Tacones Lejanos, la historia de una relación tempestuosa y asimétrica entre madre e hija, Becky (Marisa Paredes) y Rebeca (Victoria Abril). Separadas desde que Rebeca es tan solo una niña, ya que la madre decide seguir con su carrera de cantante en México. Una vez se rencuentran en Madrid, porque el personaje interpretado por Marisa Paredes decide regresar a su país natal, se vislumbra que la fascinación y veneración de Rebeca hacia su madre es tal, que incluso acude a un bar de drag queens, donde Letal (Miguel Bosé) interpreta a Becky. El filme narra ese reencuentro que se ve envuelto por el asesinato del marido de Rebeca, que a su vez es el amante de Becky. Madre e hija, unidas y desunidas, la maternidad o la ambición profesional, el deseo o la atención… Una rivalidad, un duelo matricida, en el que solo habrá una vencedor: el amor y entendimiento de los roles de la mujer.

Trainspotting (Danny Boyle, 1996)

Era 1996 cuando llegó a salas la película de culto Trainspotting, del director Danny Boyle. Al mismo tiempo, la selección de canciones escogidas para el desarrollo dramático de la cinta resultó ser un fenómeno no sólo de ventas, sino también en su capacidad para incrustar himnos urbanos en la cultura popular. La novela de Irvine Welsh contenía una infinidad de referencias musicales que no podían dejar de ser incluidas en la versión fílmica.  Con los primeros acordes de Lust for life, de Iggy Pop, arranca una secuencia inicial tan turbulenta e icónica que marcó a toda una generación, con ese manifiesto existencial de Renton: choose life. La voz rasposa, la letra de David Bowie y la fuerza del garage rock, se fusionan en una canción de 1977 que, casi 20 años después, se convirtió en el himno absoluto del film, además de ser adoptada por una nueva audiencia. Ante semejante despegue visual y sonoro, minutos después aparece Lou Reed con la suavidad de Perfect day, una bellísima pieza que contrasta en letra y ritmo con la sórdida recaída en la heroína de Renton y una probable sobredosis. Mientras los versos describen tardes en el parque y visitas al zoológico, el protagonista comienza un viacrucis de la pocilga junkie al hospital, donde sus desilusionados padres lo recogen. Cerca del final de la canción, Reed no puede dejar de sentenciar: vas a cosechar lo que siembras. La pureza del techno de la banda Underworld en Born Slippy fue la selección del director Boyle para los créditos finales. La canción inspira esperanza ante el incierto destino de los protagonistas. Fue el primer sencillo del soundtrack y un éxito inesperado, en un momento donde el pop lideraba las listas. La mezcla de estilos del disco es otro de sus aciertos; las voces y géneros se diluyen buscando un fin más grande, acompañar a la película en su esencia como un grito de guerra de una juventud que no pretendía quedarse callada. En octubre de 1997, sucedió algo inédito. Capitol lanzó la segunda parte de la banda sonora de Trainspotting. Con eso quedó claro que no sólo se trataba de un film de culto, la atinada selección de canciones obtuvo vida propia y, con el tiempo, se volvió imprescindible.

Bellas de noche (Miguel M. Delgado, 1974)

Sasha Montenegro, Jorge Rivero, Lalo El mimo y Carmen Salinas, en su mítico papel de La Corcholata, protagonizan Bellas de noche, una película que involucra deudas, encueratrices, el arte de fistiana y un punto de reunión: El Pirulí, centro nocturno lleno de beodos y peinados setenteros. La mismísima Sonora Santanera (con éxitos como Luces de Nueva York o El Orangután) ambienta el lugar; ese es el mejor toque, la chispa predilecta, que despierta pasiones con canciones descarnadas de Agustín Lara y con la interpretación aguerrida de elementos clásicos de la Santanera como Pepe Bustos, quien, desde 2019, ya no se encuentra entre las filas de esta vida canija. Es un verdadero gozo adentrarse en El Pirulí y sus enredos a través de las canciones de este grupo tropical, que, con sus trompetas y timbales, aviva el sentir de los protagonistas y permite que los cuerpos se descontrolen en la pista de baile. A pesar de los defectos que este tipo de cine puede tener en su trama, libreto o desarrollo, aquí la música brilla y acomoda muchas de las situaciones chuscas de esta tragicomedia que vive del cabaret y el sudor de las piernas en movimiento. Son, al final, voces atestadas de aguardiente las que entonan estos himnos a los amores prohibidos y las traiciones imperdonables. Ya en su libro Cabaret, rumberas y pecadoras en el cine mexicano… ayer y hoy, Rafael Aviña hablaba sobre la pertenencia de este género musical y estas canciones en el cine de ficheras, pues, agrego yo, es indispensable entender que forman parte de una tradición; estos danzones, con sus letras fogosas, forjaron una escena completa, misma que únicamente se alimentaba de estos ambientes criticados y vilipendiados por la sociedad apretada de la época. Dentro de Bellas de noche se asoma este bajo mundo que huele a alcohol barato y se fortalece con la luz de la luna, que también alimenta a las imperdibles de la Santanera con un vigor impresionante. La tristeza del cabaret, el desahucio y la felicidad fugaz son solo una muestra de lo que representa esta estampa de lotería santanera.

The Royal Tenenbaums (Wes Anderson, 2001)

El tercer filme de Wes Anderson nos relata un drama familiar, bajo el sello autoral que ha caracterizado al director texano. La historia escrita por él y Owen Wilson, quien es parte del reparto, nos adentra a las emociones a través de las interpretaciones de los colores y banda sonora; las canciones son suspicaces para cada instante de la vida retratada de los Tenenbaums, que veremos de atrás hacia adelante y viceversa, con un recorrido por década. Escuchamos desde Gymnopédie, de Erik Satie, hasta Judy is A Punk, de los Ramones. Se nos presenta a los Tenenbaums y al mejor amigo de la familia, Eli Cash, con Hey Jude, de The Beatles. Con el arpa conocemos al melancólico ReleighEl romance de Henry y Etheline Tenenbaum es acompañado por Paul Frederic Simon, con la canción Me and Julio Down By the Schoolya, que a su vez acompaña la escena de jugadas del abuelo Royal Tenenbaum con sus dos nietos. En el encuentro de Margot y Richie en la carpa infantil oímos She Smiled Sweetly, de The Rolling Stones. Para instantes tristes Anderson eligió a Elliot Smith, Nick Drake y Nico. La música de Mark Mothersbaugh es como un acompañamiento solitario, que destila melancolía. En España, el título de la película es Los Tenembaums: una familia de genios. Y sí, genios por tener su pasión en la vida y ser buenos en ella. Pero más por abrazar su sentir. En fin, el filme puede percibirse de manera subjetiva. O tal vez no…

Almost Famous (Cameron Crowe, 2000)

Si esta crítica la escribiera Lester Bangs, ese mítico periodista norteamericano interpretado magistralmente por Philip Seymour Hoffman, sería despiadada y honesta. Tal y como los consejos que le daba a William Miller, personaje basado en las vivencias del director Cameron Crowe. No hay duda, desde que nos adentramos a Almost Famous, encontramos un soundtrack épico, donde aparece la música de Elton John, Led Zeppelin, The Beach Boys, David Bowie, Cat Stevens, The Who y The Allman Brothers Band, entre muchos más. A la par, conocemos la historia de un adolescente y sus inicios en el mundo periodístico, cuando la revista Rolling Stone le encarga un artículo sobre una banda ficticia —cabe decir que la canción Fever Dog sobresale en el repertorio de Stillwater. Y es por eso que este film se convierte en un viaje épico a través de la historia del rock y el mood de los setenta. No por nada, se llevó un Grammy a la mejor recopilación de banda sonora para una película, en el 2001. Al final, escribir sobre la música que nos gusta es también escribir sobre nosotros mismos. Una idea que seguramente hubieran compartido tanto Miller como Bangs.

Garden State (Zach Braff, 2004)

“You gotta hear this one song. It will change your life, I swear.” Sam (Natalie Portman) le presenta a Andrew (Zach Braff) la canción de The Shins: New Slang. Probablemente (200 por ciento seguro) los creadores del Dogma 95 no tomarán en cuenta o no les afectará demasiado las líneas que estoy escribiendo. Es posible que alguien les haya robado el corazón. O no. Lo que sí estoy seguro es que hay filmes que mejoran sustancialmente tanto en su producto final como en la forma en la que los recordamos, cuando su banda sonora original (soudtrack) es memorable. Ojo, no desmerece de ninguna forma película (bien hecha) alguna. Zach Braff (Nueva Jersey, EEUU, 1976) escribió, dirigió y actuó en su primer largometraje, Garden State (2004), cuya trama se desarrolla en el pueblo natal del propio Braff, en la cual encarna a un actor que vuelve a casa por la muerte de su madre después de una ausencia de nueve años. La película estuvo dentro la selección oficial de Festival Sundance y se llevó el galardón otorgado por Independent Spirit Awards. La música seleccionada por el propio director es un viaje a través de subgéneros independientes, que recorren varias décadas y son una especie de homenaje especial a la música alternativa e indie. Que además nos acompaña por distintos matices que refuerzan la propuesta estética y argumentativa de la trama. Podría ser el cassette que yo le grabara al amor de mi vida. La compilación musical recibió el Grammy 2005 en su rubro.

  1. Don’t Panic. Coldplay
  2. Caring is Creepy. The Shins
  3. In the Waiting Line. Zero 7
  4. New Slang. The Shins
  5. I Just Don’t Think I’ll Ever Get Over You. Colin Hay
  6. Blue Eyes. Cary Brothers
  7. Fair. Remy Zero
  8. One of These Things First. Nick Drake
  9. Lebanese Blonde. Thievery Corporation
  10. The Only Living Boy in New York. Simon and Garfunkel
  11. Such Great Heights. Iron & Wine
  12. Let Go. Frou Frou
  13. Winding Road. Bonnie Somerville

El lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1978)

En una secuencia que destila violencia y erotismo a partes iguales, un viril y jovencísimo Gonzalo Vega sujeta con fuerza a Ana Martín para someterla y obligarla a bailar Perfume de gardenias, de La Sonora Santanera, en un burdel de poca monta, al tiempo que suena: Y llevas en tu alma / La virginal pureza / Por eso es tu belleza de un místico candor. A la distancia, La Manuela, un travesti interpretado magistralmente por Roberto Cobo, observa con sigilo la escena ante el temor de ser descubierto por su abusador. Cuando las cosas se suben de tono, La Manuela irrumpe para rescatar de las garras de Pancho a su hija, La Japonesita. En medio de un perfomance a lo Rita Hayworth, el macho salvaje es traicionado por sus impulsos homosexuales reprimidos y bajo los versos de la zarzuela La leyenda del beso, de Los Churumbeles de España, se deja envolver por el travesti en un beso que supuso un antes y un después en el cine mexicano: La española cuando besa (!! olé!!) / Es que besa de verdad. Por todo esto, El lugar sin límites, adaptación de la novela corta del chileno José Donoso, es la enésima prueba de la maestría de Arturo Ripstein para retratar la sordidez de los bajos fondos mexicanos. 

Another Round (Thomas Vinterberg, 2020)

La canción What A Life, de Scarlet Pleasure, expone que no importa lo que ocurra hoy, mientras estemos vivos es lo único que debemos destacar; al escucharla, bailar es la última salida ante nuestras tragedias. Mads Mikkelsen interpreta a un profesor que cayó en la monotonía: su matrimonio desaparece, la relación con sus hijos es sólida y fría, sus alumnos le faltan al respeto y la extrañeza de una juventud que desapareció se hace presente, cada vez que la trama avanza esta aumenta. Junto con su grupo de amigos —también profesores (sus vidas se asemejan)— proponen (¿por qué no?) ingerir alcohol con cierta medida para que no sean víctimas del estado de ebriedad; la secuencia final de Another Round, de Thomas Vinterbeg, es un grito ante la vida, partiendo del discurso construido por el director referente del Dogma 95 y la banda Scarlet Pleasure, quien, combinando elementos de la música «folk», engloba las características que hacen de la última película de Vinterberg una catarsis hacia las desdichas de las que somos parte: llega un momento de la vida en la que estamos en un estado de «sobriedad» —aludo así al aburrimiento y estancamiento— y necesitamos un escape. Mikkelsen mencionaba que volver a bailar como en su juventud, pero en un largometraje, le era complicado, mas no fue hasta la intervención de Thomas que este lo convenció. A la par que realizaban el filme, la hija de diecinueve años del realizador murió en un accidente automovilístico. El final, por lo tanto, no solo es un grito a la vida, es un homenaje a la memoria, a nuestros seres queridos, al «yo» que dejamos morir hace tiempo. Una carga emocional.

What a life, what a night
What a beautiful, beautiful ride
Don’t know where I’m in five but I’m young and alive!

Baby Driver (David Wright, 2017)

Frenetismo fascinante casi en todas sus manifestaciones. Acá, en Baby Driver, de David Wright, no es la excepción. Desde que la escena primera rompe con Bellbottoms, de John Spencer Blues Explosion, mientras vemos a un Ansel Ergot, Baby, extasiado hasta la médula imitando al aire cada instrumento que suena en la canción, con los audífonos puestos y las manos al volante, a la par que observa, cauteloso, cómo se lleva a cabo el robo del que tiene que huir, podemos deducir lo siguiente: esto tiene que explotar con canciones que queden a la medida, sin reparo en costes y vaguedades. Y de pronto nos hallamos en una persecución que no cesa. Entonces brincamos luego al Harlem Shuffle[Bob & Earl], como para marcar los pasos inquietos de algo que se podría sentir áspero, gélido. Nada está bien pero qué importa cuando hay un ipod para cada ocasión y unos auriculares a la medida de la situación. Desfila T. Rex, Beck, The Damned, Carla Thomas, Blur, Martha Reeves & The Vandellas. Entretanto, sonrisas falsas, molestias que son lo mínimo frente a las circunstancias, maletines llenos de dólares, un padre ciego que ruega por un mejor futuro para su hijo adoptivo, una amor casi imposible pero con un playlist hecho a la medida. Treinta canciones. Un derroche en términos de compra de derechos de uso. Una inversión más sensata que cualquier otra que se haya visto en los últimos años. O quizás no pero qué importa si hay música reventando las alarmas, esos pitidos molestos por infortunios de la infancia, qué importa cuando de pronto, en un momento crucial, la bocina espantosa de Dodge Charger está por reventar mientras suena Brighton Rock, de Queen, o cuando en medio de una balacera inverosímil repleta de clichés encantadores suena Tequila, de The Button Down Grass. Resta postrarse a disfrutar de la estridencia, los vidrios rotos y algunos grados de exuberancia. Vamos, ya lo cantó The Damned: (There is) no crime if there ain’t no law.

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