Quiero oler la capital catalana, sentir su sabor; aunque al primer trozo que me llevo a la boca me acuerdo de mi condición de extranjera.
Barcelona entre líneas


Quiero oler la capital catalana, sentir su sabor; aunque al primer trozo que me llevo a la boca me acuerdo de mi condición de extranjera.

Mañana amenaza ser espejo de hoy; la semana próxima de ésta y el mes próximo de éste.

No hay una fórmula que indique las palabras justas para empezar a describir algo que te cambió profundamente la vida.

Avanzaba sintiendo la necesidad extrema de llegar a alguna parte. De tocar suelo firme. Porque nunca el silencio había sido algo tan aterrador.

He vivido y empatizado con el sufrimiento ajeno, y me he llevado a casa los últimos suspiros de algunos pacientes mientras lágrimas de impotencia humedecían mi rostro.

Tercera Regional es puro territorio comanche. Una vez te metes dentro no vuelves a salir. El modo de vida, los personajes que se juntan y el politiqueo de entre vestidores es lo más parecido al jaco.

El mundo no solo va de nosotros, encumbrados en el privilegio de lo predicho, lo orquestado, lo inamovible. Están los otros, los de afuera, los que no nos tocan.

Caminé diez minutos hacia el metro, sin un alma alrededor y con las calles medianamente iluminadas. Qué suerte, al menos aquí sí hay luz. En Tepito nomás hay de dos: estar a las vivas o estar a las vivas.

4:27, abro la ventana y prendo un cigarrillo, el olor se parece más a un cartucho recién cortado y utilizado. Esta vida ya se trata de supervivencia y no de vivir.

En Holanda se han cancelado conciertos y eventos sociales con más de 100 personas. Museos, cines, teatros, escuelas y oficinas han cerrado hasta nuevo aviso. Las calles están vacías, estamos aislados.

Resulta una experiencia surreal transitar por la paranoia, el miedo y la desesperación portuguesa ante el coronavirus mientras mis redes sociales, con mayoría de voces mexicanas, ríen a rienda suelta.

Falta esa chispa, esa sutil minucia que haga estallar el mundo en pedazos. Una grieta en la corteza terrestre que se trague a todos los predicadores de esta realidad. La nuestra. La esclavitud no es un oficio, por mucho que esté aceptado por el Consejo Regulador de turno.

No hay motivo específico para convertirse en carterista. William S. Burroughs robó carteras durante su adicción al caballo, aunque no creo que el mamón que ha asaltado el camión del trabajo se vaya a convertir en un hito literario.

No todos los días conoces a tu escritor más admirado, ni te tomas una cerveza –o tres– con él a escasas cinco cuadras de la Fuente de Neptuno.

En múltiples entrevistas, Drexler cita a Ígor Stravinsky para definir el concepto del álbum y el espectáculo: mientras más me limito, más me libero.

Una exploración tarantinesca del pasado que resulta una experiencia imperdible.

Les pediste perdón por tu preferencia sexual; les rogaste que no te corrieran de la casa. Tu tristeza te invadía en unos brazos que te sostuvieron por unos segundos, apretabas con toda tu fuerza, sanaste una necesidad; pero no sanaste tu realidad.

Celebremos el AMOR LIBRE con todos los sentidos, con todos los colores y absolutamente con todas sus formas.

Que la Casa Beethoven, una tienda centenaria de partituras ubicada en el famoso paseo peatonal que sirve de puente entre el pulmón comercial y el puerto antiguo, haya logrado sobrevivir a la vertiginosa digitalización de la música y al capitalismo más salvaje es un triunfo de la resistencia cultural catalana.

Quien lea ‘La transmigración de los cuerpos’ de Yuri Herrera, notará que a pesar del lenguaje coloquial, se verá obligado a repetir ciertos pasajes, pues su calidad narrativa es poesía.
Por: Arturo Diez