La nostalgia es engañosa, nos puede llevar a un estado de insatisfacción continua.
De taxis y taxistas (V)


La nostalgia es engañosa, nos puede llevar a un estado de insatisfacción continua.

Entonces me desprendo de todo aquello que en el día me persiguió y leo a mares para escribir ríos

Sabemos a la perfección cómo hacerlo, cómo amarnos.

Estamos aquí. Una foto, dijiste. Y clic en menos de lo que yo pude acomodarme la chamarra y la borrachera.

Nos encontramos otra vez. Diría Sabina: más viejos, más sabios, más primos.

Su madre le enseñó el método de suspensión, así pudo soportar a su padre por cuarenta y siete años, hasta que al viejo le dio por morirse.

Volvió al día siguiente a la misma hora. Anna lo esperaba mirando a la ventana.

Emergió apresurada, como si algo en el agua la persiguiera. Al salir observó el agua con terror.

Aquel domingo de primavera, cumpliendo las profecías de Serrat y Benedetti (El sur también existe), los jóvenes comandados por Diego recibían en casa al último batallón que podía detenerlos.

Ella sabe perfectamente lo que ocurrirá en ese ascensor.

Ese fue mi último recuerdo de aquel día. Luego desperté en el hospital y ya no sentía las piernas.

Él, al igual que muchos de sus contemporáneos, fue predicador de un estado de consciencia que, hasta la fecha, nunca antes había sido alcanzado; llamémosle felicidad.

Y nieva, nieva sobre los besos y los abrazos, sobre las risas y los gemidos.

El hombre de la bata blanca le hizo a Alex la pregunta que ningún chico de secundaria quiere que le hagan, y menos junto a la mujer que lo trajo al mundo.

Ella falleció dos años luego de comenzado su padecimiento. La velé solo. El padre que auspició la misa me dio ánimos para continuar con mi vida.

Esa noche no soñó más: tenía una respuesta. No la recordaría al despertar.

Todo era un sueño en el que perderse…

Crecí en un mundo amenazado por el fantasma de un holocausto nuclear

Vi en el horizonte una montaña que jamás había visto, su cúspide se perdía entre las nubes, y a cada voz del canto, se acercaba más y más, hasta cubrir mi vista.

Los mexicanos aprendimos a identificar las mentiras y tomarlas por verdades porque se siente mejor, porque duele menos.